En la actualidad, diagnosticar una diabetes es una tarea relativamente sencilla. Los signos y síntomas suelen ser bastante evidentes cuando ya está establecida (sed, gran volumen de micción, cansancio, pérdida de peso…) y confirmarlo mediante una prueba de glucosa en sangre es coser y cantar. Sin embargo, hace siglos cuando no existían pruebas de laboratorio para cuantificar la glucosa, confirmar el diagnóstico era algo más complejo, artesanal y… repugnante.
Pese a que prácticamente todo el mundo conoce en qué consiste esta enfermedad tan frecuente, pocas personas saben cual es el peculiar origen del término diabetes mellitus (que es el nombre rimbombante y científico para referirnos a la diabetes convencional -tipo I, II y gestacional- y distinguirla de otras muy distintas como la diabetes insípida).