Pese a su aparente sencillez, la comunicación humana es un proceso abrumadoramente complejo. Mirar a la cara, gesticular, reconocer las emociones del otro, jugar, expresarse, interaccionar... Son tareas cotidianas que se nos antojan simples por la facilidad con la que las realizamos pero la realidad es que el volumen de información que hay detrás de estas acciones es impresionante y está lleno de matices y sutiles detalles. Que no nos demos cuenta de ello se debe a la portentosa habilidad de nuestro cerebro para interpretar tal magnitud de datos simultáneos originados por la interacción humana, tanto de forma inconsciente como consciente.
Sin embargo, para los niños autistas toda esta información que surge de la interacción social resulta abrumadora, desbordante e, incluso, puede apreciarse como intimidante. Detrás de cada acto de comunicación hay para ellos unos obstáculos invisibles que les impiden expresarse y relacionarse con los demás con total normalidad. Aun así, una estimulación temprana y un entrenamiento en habilidades sociales pueden mejorar sus capacidades y conseguir que se comuniquen con menos dificultades. Pero, ¿cómo hacerlo de la forma más efectiva posible?