(En la foto, Mel Gibson, hace años, cuando no era tan bocazas, en "El año que vivimos peligrosamente", otra peli basada en una novela).
Hace un año yo era una mujer atolondrada y feliz. Hoy soy una tuitera pesarosa y acomplejada. Y todo porque los últimos once meses he estado jugando con fuego, jugando con twitter...
Yo me creé una cuenta por ir de guay, porque de mayor quiero ser early adopter, pero no sabía qué hacer con ella, la verdad, hasta que el pasado mes de enero un hombre (un tuitero) me juró que yo era la mejor escritora que conocía (era la única, claro), que quería ser mi mecenas y que me iba a cambiar la vida. Era, es, un gran hombre y un gran jugador. Así que no le bastó con la intención: tuvo que apostársela.
"Si, en un mes, dos, tres como mucho, me ganas en seguidores de twitter, yo te prometo que... Que te pagaré un año sabático en Los Ángeles, para que escribas, para que crees, para que produzcas. Para que patines y montes en bici. Para que veas tiburones de verdad".
Este hombre del que hablo -y no quiero hacerle publicidad por razones obvias- me juró que estaba ganado: "Tú eres escritora, cáustica y provocadora, yo sólo soy un feo liante, un liberal. Me vas a pegar una paliza histórica...".
Pero no: es un tipo que entra a todos los trapos, que vive con el iPad en la mano, que seduce en twitter a todo bicho viviente, que... Me ganó por goleada allá por febrero, incluso dándome consejos:
- Pon la foto en tu perfil y verás, que arrasas.
- Que no, que no doy para eso.
- Hazme caaasooooo.
- Que no, hombre, que yo no quiero que me reconozcan por la calle y además me gusta Hugo Pratt.
- Tú misma.
- Déjalo.
- Y otro consejo, ya que estamos, no hables de política ni de literatura. Pierdes followers cada vez que demuestras quién eres y lo que te gusta.
- Estupendo. Ahora quieres que venda mi alma al diablo.
- No, quiero que me ganes.
- ¿Y qué quieres que diga? O, mejor dicho, ¿quién quieres que sea en twitter?
- Di lo que quieren oír, disfrazándolo de honestidad. Es fácil: no cuestionas lo importante si va a polarizar y haces un chiste con lo anecdótico.
- Perfecto. Paso.
El mecenas interruptus se encogió de hombros y se puso a buscar otros talentos (yo diría que más bien "otras", pero, vamos, da igual; es el hombre de los 100.000 followers, lo encontraréis rápidamente).
Allá por semana santa, superada ya mi derrota y la renuncia a Los Ángeles, mientras vivía y tuiteaba mínimamente tranquila, mi novio decidió meterse en Facebook y en twitter. "Mi vida, ¿a que vas a ser mi community manager?".
- Si tú no sabes qué es eso...
- Claro que lo sé: quiero que seas la mujer que me gestiona las cuentas.
- ¿Y para qué quieres tú "gestionar" cuentas?
- Pues porque quiero ser como tú, y tener seguidores y una marca personal.
- ¿Y qué parte de la palabra "personal" es la que no entiendes?
- Venga, Sol, si a ti se te dan de maravilla los 140 caracteres...
- Oye, ¿y no puedo ser simplemente la mujer de tu vida?
Parece que no, que a Pablo el amor no le basta y necesita encontrarme utilidad. Hemos sobrevivido a su amor pervertido, supongo que porque aún no ha fichado una community manager y yo no le he mandado a la mierda, pero esto tiene mala pinta.
Y, encima, en septiembre se sumó a mis miserias otro hombre peor, el hombre Klout.
Como un personal coach de lo social, se ha instalado en mi vida este tipo disciplinado, obsesivo y puntilloso que me llama todas las mañanas.
Podría decirme, "Buenos días, princesa"; pero no, él quiere motivarme: "Buenos días, pringadilla, tu Klout sigue cayendo en picado".
(para quienes no lo sepáis, Klout es la web que ha reinventado y virtualizado una vieja droga: la vanidad. Klout decide cómo se mide la influencia de los usuarios de las redes y los nuevos yonkies, tan compulsivos como los de toda la vida, preguntan cada cinco segundos: "espejito, espejito, ¿hay alguien en esta red más influyente que yo?").
El hombre Klout no me encuentra lo bastante influyente, cree que tengo más potencial. Y no le doy pena, ni miedo, ni nada. Ni siquiera cuando me cabreo.
- Joder, que la web esa de mierda sólo mide la cantidad de tuits y no su calidad. ¡Déjame el klout en paz!
Y se parte de risa con una carcajada aterradora, como el malo de una peli.
- Que es en serio, que me resbala, que las métricas son una mierda, que yo no quiero ser gurú...
Cuanto más protesto, más se ríe. "Todos quieren ser gurús y a ti la palabra no se te cae de la boca ni del blog. Pringada, haz algo, tuitea, súbete el Klout...".
Todas, todas, todas las mañanas.
"Porque, además, en algún momento, lo tuviste alto. ¡Venga! ¡Mueve el culo! ¡Vuelve a ser influyente! ¡Vuelve a ser alguien, ectoplasma!".
Al hombre Klout no le sirve el incentivo, no promete viajes ni mimos ni amor, sólo le vale la humillación pura y dura.
Insoportable.
Por eso, ahora que asoman diciembre, el fin de año y el fin del mundo, me he marcado un propósito clarísimo para el caso de que sobrevivamos al 2012: encontrar la paz en twitter.
Y, para eso, quiero, antes de nada, encontrar un cuarto hombre, un tuitero -o no- que me quiera por mi sonrisa, por mi alma, hasta por mi cuerpo si se atreve. Por cualquier cosa que no tenga nada que ver con mi número de followers, mi nivel de influencia, mi uso de los 140 caracteres y mi reach. Quiero fugarme con él y dejar a Pablo, al exmecenas, al hombre Klout... Y al gurú, claro.
Dejarlos del todo. Con cariño, con pena, sin dudas.
Y, mientras tanto, mientras lo encuentro o me encuentra, como diría Violeta, la amiga de Guillermo el Travieso, "tuitearé y tuitearé hasta enfermar".