(La foto es de aquí).
Ésta es otra entrada reciclada del año pasado. Se siente; que me hubieran pagado el blog, las vacaciones o algo; que me hubieran dado una excedencia. Pero es que, además, llevo un año desayunando, comiendo y cenando con Eva, Tere y sus dos BB's, que ellas pronuncian "bebé" y que son sus dos mejores amigas: dos malditas Blackberrys que han abducido a mis niñas, y monopolizan todo su ingenio y su cariño. Llevo un año en que todos los besos me los dan por whatsapp. Llevo un año que... En fin, mejor ni lo digo o les tiro las BB a la basura y, de remate, me voy yo. A Miami. O sea, que ésta es una entrada que me ha estallado en la cara.
Mi madre se ha documentado y nos amenazó la semana pasada, cuando estábamos ya medio borrachos, medio empachados, medio idos, a última hora del día 25:
- Si esto sigue así, el próximo año quedamos todos por Skype y os pongo el árbol de fondo mientras hago mi vida. Me ahorro cocinar y el aguantaros.
- Pero si no sabes lo que es Skype, mamá.
Mi hermano, que se pasa siempre de listo y mi madre que no se achanta nunca: "un servicio de comunicación telefónica, con o sin pantalla, por voz o por chat, que te lo descargas en el ordenador y..."
- Y... Déjame, que no lo digo en broma, que basta ya.
- También podemos hacer una App para iPhone y iPad de las cenas navideñas...
Éste es mi otro hermano: "Una aplicación que recuerde las pullas que repetimos cada año. Porque yo estoy un poco hasta los huevos de que me recordéis siempre lo del conejo que metí en la lavadora... Y en el iPhone igual tiene más gracia."
- ¡Eso! Y entonces me compráis un iPhone, para que no me pierda nada... (ésta fue mi sobrina).
Pero mi madre avisa una sola vez, y hablaba en serio.
"Os lo digo muy clarito: quiero que en Nochevieja dejéis toda la tecnología en la puerta..."
Tiene razón.
En la comida de Navidad permanecieron encendidos 24 teléfonos móviles para 20 comensales.
No sé qué buscábamos refrescando obsesivamente nuestras pantallas, porque estoy segura de que ni a mí ni a mis hermanos nos enviaron una urgencia profesional en todo el día. Y si alguno recibió un mensaje de amor inaplazable casi prefiero no saberlo, porque allí estaban, leales y aburridas, nuestras parejas oficiales.
Por no hablar de mi cuñado, que, además de cretino, es gurú (ya lo he dicho, y juro que esto no es ficción): se pasó toda la comida tuiteando el menú. Pobre imbécil, yo ya lo he borrado de mi timeline.
Mañana por la noche va a ser peor. Hay más preadolescentes (incluyendo mi aportación conyugal) y, por lo tanto, hay más Tuenti.
Eva ya nos ha avisado: gran quedada en el chat como protesta por un castigo que le han puesto a su amiga Marta. A las 23:50 se conectan todas y se levantan del ordenador a las 00:05, justo pasadas las uvas.
En alguna casa va a haber más que palabras. En la mía, conociendo a mi madre y su capacidad para cumplir promesas, va a haber una cena virtual.
Se bajará una app de angulas frescas que le recuerde los buenos tiempos, se preparará un mojito, y a los demás nos mandará al cuarto de estar hasta que aprendamos a cenar como adultos.
Hace bien.