Mi prima Mica, después de contarme esta historia, se fue a cenar con su amigo Diego. No tiene nada que ver una cosa con la otra, pero me viene bien unirlo porque quiero protestar públicamente: el gurú, mi gurú, el tipo que me abrió este blog para luego ignorarlo olímpicamente, dice que mi último post era un lío. O, más bien, dice textualmente que "no se entendía una mierda", porque él es muy claro y poco fino. Y yo discrepo: gurú, darling, no se entiende si lo lees mientras tuiteas, encestas papeles en la basura, atiendes a los asturianos, mandas tres mails e impartes doctrina. Si te centras, sí.
Y ya, desahogada, paso a Diego.
Diego lleva un montón de años con la misma mujer, así que esto no va de cuernos (que se bajen pues del post los morbosos y se queden los pragmáticos).
Diego y Mica pasaron toda la noche hablando de política.
No es que hablaran de política porque estuvieran espesitos, que si PP, que si PSOE, que si yo no he sido, que si yo tampoco. Hablaban de política porque la política lo es todo. Porque nos gobiernan los mediocres y nosotros, los locos, nos revolvemos y avanzamos, retrocedemos y nos caemos. Hablaban de política porque los ricos observan divertidos como nos peleamos los ciudadanos ilusos y los gobernantes tontos, y ellos, exentos de impuestos y de conciencia, cumplen la legalidad sin aportar ni construir, relajados. Hablaban de política porque un ministro progresista decidió regresar a la Edad Media (o a la Inquisición, aún no lo sé) por razones personales.
Cuando los ministros gobiernan en primera persona del singular y no como representantes del país, en primera del plural, pensando en todos, es que los demás vamos mal. Así que Diego y Mica hablaban de la instauración oficial, en pleno siglo XXI, de la hipocresía de siempre: el riesgo de la salud psíquica exige que la mujer se declare tonta, o loca, o incapaz; o que lo finja, y, hala, quizá entonces algún médico paternalista esté dispuesto a firmar que no debe tener un hijo cuyas malformaciones no le permitirían, ni a él ni a su entorno, tener jamás una vida digna.
"Mica, espero que de métodos anticonceptivos andes sobradita y que estés usando condón...".
Y, aquí, ya llegamos, Diego cayó del caballo:
- ¿Condón?
- Sí, embarazos, salud... No sé, tía, que tú eres de rollos esporádicos y no te deberías quedar embarazada porque sí ni dejar que te contagien nada.
- Rollos esporádicos con mayores de cuarenta, Diego, que sabes que no se me dan bien los jóvenes...
- ¿Y...? Yo tengo cuarenta.
- Diego, ya no sé cuánto tiempo hace que no estoy con un tío que soporte la erección con el condón puesto.
- (...)
- Reacciona, Diego, no pasa nada, que tú no usas...
- Ya, pero... ¿Y si un día lo necesito?
- (...)
- Esta noche lo pruebo.
Y aquí lo dejo, porque a Mica y a mí nos hace mucha gracia imaginarnos a Diego llegando a casa, con su familia dormida y una misión privada de extrema gravedad: Diego, de puntillas, entra al baño, busca una caja de preservativos seguramente caducada, e intenta excitarse solo, angustiado e ilusionado. ¿Podrá algún día, si lo necesita, usar un condón?
No lo sé.
Espero que sí.
Que haya alzamiento. De Diego y de todos los demás.
P.D.: este post es para Diego, claro, con una banda musical que él y Mica van a entender bien. "Jodida pero contenta (...). Mi mundo es mío". Aquí. Y, más en serio, el último párrafo de la columna que ayer publicó Sol Gallego: "...Quizá la única certidumbre que podemos tener los seres humanos en épocas como esta es precisamente que existe la obligación de no contribuir a aumentar el dolor, eso que parece despreciar con tanto desdén y tanta frivolidad nuestro ministro de Justicia".