(Las hienas de "El rey León", que se reían histéricas de las desgracias ajenas)
Ayer me bajé del insomnio a las seis de la mañana.
Leí los tuits de mis poetas mexicanos favoritos y me puse a dar vueltas por Madrid buscando un taller mecánico y un poco de aire. Luego me arrastré hasta el trabajo, en vista de que el trabajo no se arrastra hasta mí y la cosa está muy chunga, y, agotada ya a primera hora, subí directa al despacho de mi amigo M para desahogarme y resetear el día y el milenio.
Me tumbé en su sofá y le tiré en la mesa mi dolor de cabeza y mi obsesión: "Es que no puedo pensar en otra cosa, M. Me paso el día currando aquí, y luego escribo, escribo y escribo, pero no publico el blog porque creo que los lectores esperan que hable de amor, de parejas y de familias, y yo últimamente sólo tengo en la cabeza y en el alma esta sociedad que se resquebraja y la crueldad con la que lo observan algunos, como hienas...".
M., aparentemente comprensivo, había salido de detrás de su escritorio y había acercado su silla hasta mí. Pero no. M. es fiel a sí mismo y lo que le pone es echarme la bronca:
- Ja, amiga, ahí te quería ver yo...
- ¿Dónde?
- En la expectativa.
- What?
- Vosotros los escritores, como los periodistas,vais por la vida con la marca personal por delante, pensando siempre en lo que se espera de vosotros, en ganar seguidores y devotos, en complacerlos, en conseguir retuits, en que os quieran... Y no, querida: sois mayores que vuestra imagen para lo bueno y para lo malo. Sois más grandes y más libres, y os tenéis que responsabilizar de vuestras palabras y de vuestros silencios...
- ¿Qué quieres decir?
Acorto la historia: a M. le gusta soltarme discursos sobre escritores sabiendo que yo no lo soy y no vivo de eso, pero, sobre todo, le gusta delegar en mí la insumisión.
Él cree que yo no tengo miedo a nada. Se equivoca:
"Mi insomnio es miedo. Me da miedo mi jefe, me da miedo el desempleo, me da miedo la crueldad, me da miedo el amor, me da miedo la envidia, me da miedo la injusticia, me da miedo mi columna vertebral...".
- No te dan miedo.
- No me dan miedo, no. Me a-co-jo-nan. Lo que pasa es que no dejo que me paralicen.
- Pues eso.
No es lo mismo. Pero da igual, que eso ya nos lo explicaron de pequeños: valiente no es quien no tiene miedo, sino quien lo tiene y avanza. Y, a veces, hay que avanzar al otro lado, aunque también dé miedo, que a mí, ya puestos, me aterran también los antónimos, con su falta de matices y su carácter maniqueo.
Contra la sumisión, la resignación y la rendición, se recomienda resistencia, insumisión, desobediencia... ¿Excesivo? No. Los antónimos son extremos y, por desgracia, necesarios.
Mi amigo M., por ejemplo, es un liberal y cree que los recortes son un peaje y que no suspenden la democracia; yo discrepo: la salud, la educación, la igualdad y la dignidad no son recortables. Y, como sigamos así, vamos directos al estado de excepción.
Entonces M. se pone con las lecciones de historia, de contexto y de templanza. Y yo le digo que sí a algunas cosas y que no a otras. Nos peleamos y avanzamos: a ninguno de los dos nos gusta el silencio (al contrario que a algunos destacados miembros de la oposición), porque la primera forma de resistir es discrepar. Y, luego, dialogar, hacer, empatizar, seguir haciendo, caerse, levantarse, hacer más, reírse, querer, compartir, seguir haciendo...
Nada que no hagamos las novias y los padres, los hijos y los abuelos. Nada que no esté en nuestro derecho y nuestra obligación de ciudadanos comprometidos y exigentes. Entre hienas, vagos y maleantes, hablamos, hacemos y avanzamos, jodidos e insatisfechos, insumisos y resistentes, buenos y valientes.
Y ya. Me vuelvo a mi cueva, que me molestan las risas y el "que se jodan" de las hienas.
P.D.: a quien pueda interesar, escribo, escribo y escribo porque en los próximos doce meses voy a publictar varios libros. Escribo porque la cultura, aunque le suban el IVA estos malditos, es otra forma de resistencia. Y resistiremos: en papel, en digital, en audiovisual y, si hace falta, volveremos a lo oral.