Laboratorio de Felicidad

Sobre el blog

En el laboratorio de la felicidad analizamos experiencias, recogemos investigaciones y aportamos claves para vivir de un modo más saludable y optimista. Ponemos un microscopio para entendernos un poco mejor a nosotros mismos en nuestra relaciones personales y profesionales y ofrecemos fórmulas prácticas para incrementar nuestras dosis de felicidad en el día a día.

Sobre la autora

Pilar Jericó

Pilar Jericó. Curiosa del ser humano, de las emociones y de las relaciones personales. Es socia de la consultora Be-Up, coach y doctora en organización de empresas. Escritora de ensayos y novela y conferenciante internacional desde 2001. www.pilarjerico.com.

Perdonar, un salvavidas para la felicidad

Por: | 31 de mayo de 2013

Perdona

El perdón es una decisión, que nos libera de emociones que nos lastran. Es una actitud, porque nos permite mirar al otro y a nosotros mismos de un modo más amable y comprender que nuestras razones se basan en interpretaciones, no en hechos objetivos. Requiere de valentía para desprenderse de la ira o del enfado y para comprender que detrás de la falta de delicadeza o de criterios maduros existe una persona con mucho miedo para haber actuado con mayor cordura. Lo que Robin Casarjian define como “un niño interior herido o asustado". El perdón, además, tiene la capacidad de transformar la amargura en neutralidad o incluso en recuerdos con tinte positivo. Así lo resume Martin Seligman, el gran investigador de la psicología positiva desde el departamento de Psicología de la Universidad de Pensilvania:

 “No puedes hacer daño al culpable no perdonando, pero puedes liberarte perdonándolo”

En el libro de Héroes Cotidianos recogí la experiencia de una madre que tenía una hija con un trance muy complicado de adicciones que le podía llevar a la muerte. Además del dolor causado por verla en ese estado, sufría también por una sensación de culpa. Para ella fue clave perdonarse a sí misma. “A partir de ahí vino el cambio de mis actitudes, de mis creencias en relación con ella y pude superar el miedo”, dijo. Un directivo en un proceso de coaching seguía herido con la anterior empresa que lo había despedido y le había tratado injustamente. Él asociaba que la ira le hacía ser “mala persona” y prefería inconscientemente ocultar dicha emoción antes que reconocer su dolor. El paso fue similar: “no me puedo culpar por aquello que siento”, mencionó. No sólo hay que aceptar lo que se siente, sino en algunos casos, también perdonarse por sentirlo.

A veces la sensación de culpabilidad tiene orígenes muy difusos para la razón. Podemos pensar que somos culpables por sentir ira, morbo o curiosidad en algunos aspectos mal vistos socialmente, o culpables por no sentir más amor del que nos gustaría experimentar. El perdón hacia los otros y hacia uno mismo de los errores o de las emociones vividas es un bálsamo, que nos ayuda a poner realidad a lo que podemos hacer. No somos perfectos, nos equivocamos, al igual que otros lo hacen. Y aceptar nuestros límites es también un modo de descansar en el perdón a uno mismo, el cual, posiblemente, sea el más difícil de todos.

Perdonar no significa olvidar o negar el dolor, sino cambiar las etiquetas del propio pasado. Ya lo hemos dicho: todo el proceso se apoya en el cambio de percepción de los hechos y de las personas que nos pudieron hacer daño. Por ello, si somos capaces de tomar distancia, de empatizar con el otro y con sus motivos de fondo (aunque nos cueste) y de reinterpretar lo vivido, tendremos más capacidad para superar los recuerdos dolorosos. Y todo ello, además, podemos aplicarlo al perdón hacia uno mismo.  

A continuación, recogemos algunas recetas para lograrlo, siguiendo la propuesta de Seligman.

 

RECETAS

  1. Recuerda el daño de la forma más objetiva posible, toma distancia, incluso pregunta a otras personas que te ayuden a comprender lo ocurrido de un modo diferente.
  2. Desarrolla la empatía para entender qué movió a esa persona a hacerte daño. Piensa en su miedo, en su posible frustración o dolor que le motivó a moverse por otros criterios y recuerda cuando a ti se te perdonó también en el pasado.
  3. Recuerda que perdonar es una actitud. Por ello, comprométete con ello.

 

FÓRMULA

El perdón es una decisión que libera y una actitud para interpretar lo vivido desde un plano más amable. 

 

La generosidad en el trabajo nos hace más eficaces

Por: | 27 de mayo de 2013

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La generosidad se contagia y mejora el bienestar laboral. Esta ha sido una de las conclusiones del estudio de Sonja Lyubomirsky de la Universidad de California Riverside realizado in situ entre los trabajadores de Coca-Cola Iberia. Después de analizar durante cuatro meses los comportamientos de los profesionales voluntarios en las oficinas de Madrid (mayoritariamente mujeres de edades entre los 22 y 61 años de distintos departamentos), se llegó a la conclusión de que las personas más generosas se muestran menos irritables, tienen mejor apetito, mejor calidad de sueño, reducen sus síntomas depresivos y se sienten más comprometidas con su trabajo. Además de todo ello, son capaces de generar mayor conexión con el resto de compañeros. No está mal. Ahora bien, ¿la generosidad nos viene de “serie”? La antropología nos da la respuesta: Parece que está en nuestro ADN como humanos.

En las excavaciones de Atapuerca se encontró el cráneo de una niña de la especie heidelbergensis que nació con malformaciones hace 500.000 años. Parece que durante su gestación los huesos del cráneo de Benjamina, como la han bautizado los paleontólogos, no acabaron de soldarse, lo que le produjo parálisis cerebral y física. Lo sorprendente fue que consiguiera vivir hasta los 10 años y no muriera en un entorno rodeado de tigres de dientes de sable y otros gatitos similares. Si tenemos en cuenta que hace medio millón de años se consideraba muy anciano a aquel que alcanzaba los 40 años de vida, podemos decir que esta niña vivió más de una tercera parte de lo que viviría cualquier persona sana. Y la clave fue la generosidad que le brindaron los de su clan, quienes queda claro que no eran tan salvajes como pudiéramos imaginarnos.

Las investigaciones actuales, como la realizada por Lyubomirsky, están demostrando que la generosidad además de ayudarnos a evolucionar como especie, refuerza nuestro compromiso con la empresa y crea un mejor ambiente de trabajo. En la medida en que seamos generosos, creamos un entorno mucho más agradable a nuestro alrededor y conseguimos que beneficie también a las personas con las que trabajamos. Es posible que, visto así, fuera interesante incluir dentro de los famosos procesos de selección o, incluso de promoción en las empresas, la variable de la generosidad (y del optimismo, como vimos hace un tiempo).

La generosidad es una manera de entender la vida, más allá incluso de una mera habilidad. Está relacionada con la capacidad de dar y de entregarnos, de cuidar a los que nos rodean. La generosidad no solo se centra en cuestiones materiales, sino también con respecto al tiempo o a los afectos. Parte de una concepción mucho más positiva del mundo: Seré más feliz en la medida en que no acumule, sino que comparta. Y aunque nuestros “tatatara… abuelos” ya la evidenciaban, hay personas que prefieren actuar de un modo bien diferente. Ahora bien, ¿puede desarrollarse? Sí, aunque primero hay que desear hacerlo. Por ello, estudios que demuestren que impulsar la generosidad nos hace más felices ayudan a los más escépticos a explorar este camino. Veamos algunas sugerencias sencillas.

 

Recetas

  1. ¿Te consideras una persona generosa? Analiza en la última semana qué actos generosos has tenido con las personas de tu entorno de trabajo.
  2. Haz un ejercicio de desprenderte de lo que no uses. Revisa los armarios, tu mesa de trabajo y regala cosas que quizá no hubieras hecho en otro momento.
  3. Repasa si en tus conversaciones hay más interés por hablar de ti o por escuchar las necesidades del otro. La generosidad también está en la predisposición de ver a la otra persona con una mirada más amable y positiva.

 

Fórmula

La generosidad en el trabajo se contagia, mejora el bienestar laboral y nos hace sentirnos mejor con nosotros mismos.

 

Claves para desarrollar nuestro talento

Por: | 19 de mayo de 2013

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Todos tenemos talento, aunque no tengamos talento para todo. El talento es la capacidad que nos hace alcanzar resultados extraordinarios en nuestro trabajo o en nuestra vida privada. Y lo más importante, se puede desarrollar. Vamos a ver a continuación algunas claves para ello:

  • Motivación. El talento requiere pasión, es decir, que la actividad que hacemos realmente nos motive. Al principio, cuando somos pequeños la motivación puede ser externa, cuando los padres se empeñan en que sus hijos hagan un determinado deporte o eligen para ellos una afición. Sin embargo, por mucho reconocimiento externo que tengan, si los niños no disfrutan con ello, pueden acabar aparcando las raquetas, las zapatillas o la partitura. Del mismo modo todo lo dicho se puede trasladar al mundo laboral. Richard Branson, creador del emporio Virgin, afirma que su principal lema empresarial es “¡Venga, vamos a divertirnos!
  • Saber cómo. Para poder perfeccionar nuestras habilidades necesitamos tener conocimientos que nos permitan lograrlo. Disfrutar con una actividad nos lleva a perfeccionar nuestros conocimientos sobre la misma. La biografía de Thomas Edison relata cómo devoraba todos los libros de física de la librería dónde trabajaba. Esas lecturas le dieron la formación suficiente (puesto que no tenía estudios universitarios) para patentar, entre otros inventos, la lámpara de incandescencia. Si la motivación impulsa a realizar la actividad, el conocimiento permite mejorarlo.
  • Constancia. Por último, el talento se materializa en acciones. Necesitamos tiempo, esfuerzo y mucha, mucha repetición para crear nuevos hábitos. Como lo resumen magníficamente uno de los mejores jugadores de la historia de la NBA, Larry Bird: “Es curioso, cuanto más entrenamos, más suerte tenemos”.
  • Recursos. Necesitamos recursos en tiempo y en medios para poder formarnos. La intenciones siempre son buenas, pero si no tenemos posibilidades para conseguirlo, será difícil que alcancemos resultados extraordinarios. Así se ve en el deporte. Sin ir más lejos, el gran salto en el número de medallas conseguidas por España en unas Olimpiadas fue en Barcelona 92. En Seúl habíamos conseguido solo cuatro y ante el fracaso que podía avecinarse, se creó el programa ADO (Ayuda al Deporte Olímpico) que tenía como objetivo invertir en el desarrollo de los deportistas. El resultado fue todo un éxito: 64 millones de euros recaudados entre las empresas y 22 medallas para España. “La diferencia era enorme: de malvivir con una beca de 25.000 pesetas al mes, a tener un salario de 150.000 pesetas”, recuerda Sandra Myers, récord de España en 100, 200 y 400 metros lisos. Aunque en las siguientes Olimpiadas el número de medallas descendió (y habrá que ver que sucede en las próximas Olimpiadas de Brasil con los recortes que estamos viviendo), en cualquier caso se puso de manifiesto algo crucial para el desarrollo de las capacidades: Si queremos desarrollar talento necesitamos invertir recursos en ello. Y esto, por supuesto, es de aplicación tanto para las empresas como para nosotros a la hora de mejorar alguna habilidad.

 Recetas

  1. La primera clave para saber en qué tenemos talento es pensar en aquello que nos apasiona. Reflexiona sobre si lo que quieres alcanzar es algo que realmente te enamora.
  2. Para mejorar en algo es recomendable invertir tiempo en estudiarlo, practicarlo o mantener contacto con personas que ya sepan hacerlo. Ponte cerca de los mejores para conseguir aquello que quieres alcanzar.
  3. Repetición, repetición y repetición. No hay talento sin hábitos, no hay talento sin esfuerzo. Por ello, una vez más, marca un plan de acción para que, al menos, semanalmente te veas obligado a repetirlo.

 Fórmula

Desarrollo de talento: Motivación + saber cómo + constancia + recursos.

Basado en el libro: La Nueva Gestión del Talento

Foto: JONATHAN EVANS (GETTY)

Despertar la Curiosidad

Por: | 13 de mayo de 2013

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Nacemos curiosos. Los niños experimentan jugando, probando cosas nuevas. Y parece que de adultos frenamos nuestra curiosidad y nos disgustamos cuando las cosas no se ciñen al guión preestablecido. Los niños, en cambio, reinventan la historia y siguen jugando sin darle mayor importancia. Para recuperar nuestro espíritu “aventurero” ante el error (y ante la vida) necesitamos, como primer paso, despertar nuestra curiosidad y preguntarnos: ¿Qué puedo aprender?

La curiosidad es un gran motor para nuestra felicidad, al que “curiosamente” no se le ha prestado mucha atención ni en el ámbito de la psicología ni en el mundo de las empresas. Tal vez porque nuestros padres confundían curiosidad con indiscreción –¿a quien no le ha dicho su madre aquello de “niño, no seas curioso”? Tal vez, en el ámbito empresarial no se ha considerado una fuerza tan “noble” como la motivación o el compromiso. Sin embargo, está en la base de desarrollo del talento personal y profesional. Y así también lo están demostrando las ciencias sociales. Echemos un vistazo a las conclusiones de algunas de las investigaciones para demostrar su importancia:

Martin Seligman y Chris Peterson se enfrascaron en un arduo estudio para conocer cuáles eran las fortalezas que caracterizaban a los grandes hombres de la historia. Para ello, analizaron textos religiosos y filosóficos de distintas culturas. Concluyeron que existían 24 fortalezas en total y la curiosidad era una de las cinco que más correlacionaba con la felicidad y la sensación de plenitud.

Todd Kashdan ha dedicado varios años de investigación a la curiosidad humana. En su libro recoge algunas de las ventajas de ser curiosos. Por ejemplo: la salud. En 1996 se publicó un estudio en Psychology and Aging.  Tras analizar a más de 1.000 pacientes de entre 60 y 86 años durante un periodo de cinco años, se concluyó que aquellos que vivieron más y en mejores condiciones eran quienes al principio de la investigación se mostraron más curiosos, más allá de otras condiciones físicas.

La curiosidad no funciona con mapas de partida, sino que es una brújula para explorar nuevos territorios. De ahí que en la medida que desarrollemos esta cualidad, seamos más permeables al aprendizaje, incluso a la hora de conocer a otras personas, como demostró Kashdan. En uno de sus estudios analizó encuentros de personas de muy diferente condición. Aquellas que registraron altas dosis de curiosidad se mostraban más seguras de sí mismas y registraban menores índices de ansiedad en comparación con el grupo menos curioso.

Por último, otra ventaja importantísima de la curiosidad es la capacidad de hacernos más flexibles mentalmente. Quien no es curioso juzgará lo que le ocurre en base a sus parámetros iniciales más o menos rígidos. El curioso, sin embargo, ante la posibilidad de explorar algo diferente, podrá cuestionar sus propias creencias.

Así pues, un buen consejo para ser felices es dar rienda suelta a nuestra curiosidad, aunque tengamos que rebelarnos contra algún que otro condicionamiento social. La buena noticia es que es una habilidad innata y que además, podemos entrenar. Veamos a continuación algunas recomendaciones para lograrlo:


RECETAS

  1. Haz algo diferente cada día: Puede ser descubrir una nueva calle, un programa de software o una afición que desconocías de una persona con la que tratas desde hace tiempo. Inclúyelo como práctica diaria y explora, ve por caminos distintos y haz preguntas diferentes a las habituales. Y antes de acostarte reflexiona sobre ello. ¿Hoy has sido más curioso?
  2. Aprender y aprender: Ante un error o una posible contradicción en vez de pelearte con la realidad, reflexiona: ¿qué puedo aprender? Moviliza toda tu energía en descubrir aquello a lo que, a priori, no habías prestado atención. Puede ser el punto de partida de algo realmente apasionante.
  3. Mejora tu capacidad de escucha: Cuando estés con una persona conversando haz el ejercicio consciente de centrarte en escuchar más lo que te está diciendo y no estar tan interesado en lo que quieres decirle (que suele ser lo habitual en casi todo el mundo). Si activas la curiosidad en este punto, puedes descubrir sorpresas agradables.

 

FÓRMULA
La curiosidad es una excelente brújula para el aprendizaje y para tener una vida más plena.


Fuente: Kashdan, Todd (2010): Curious?: Discover the Missing Ingredient to a Fulfilling Life

Miedo ¿se nace o se hace?

Por: | 10 de mayo de 2013

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Cartel de "Vertigo", Saul Bass (1958)

Manhattan, principios del siglo xx. Se proyectan los primeros rascacielos en pleno corazón de Nueva York y surge un problema: ¿qué obreros iban a construirlos? Si pensamos en que los edificios más altos que se habían realizado hasta aquel momento contaban con seis o siete plantas, es fácil imaginar el miedo de los trabajadores a la hora de subirse a andamios a cien metros de altura. Pero los rascacielos se construyeron y no fue precisamente por la capacidad de convicción de sus promotores, sino por una solución creativa: se contrató a indios cherokees y oaks, familiarizados con las alturas y sin el menor atisbo de vértigo. Además de construir los primeros rascacielos, los indios nos dieron otra clave: el miedo se puede matizar con la educación.

¿Tiene vértigo? Si es así, tiene una buena excusa: el miedo a la altura está codificado en nuestros genes. Se comprobó en un experimento denominado precipicio visual. Se unen dos superficies a determinada altura, una opaca y otra transparente, de forma que esta última parece suspendida en el vacío. Se coloca en el medio de las dos superficies a un bebé de varios meses. ¿Hacia dónde gateará? En la totalidad de los casos hacia la opaca, al igual que otros animales: cachorros de pollos, gatos o monos, todos excepto los acuáticos. Los patos o las tortugas se van de cabeza a la superficie transparente.

Nacemos con miedo a la altura, independientemente de haber vivido una experiencia desagradable o de padecer vértigo. Sin embargo, la cultura, la educación y los refuerzos positivos son capaces de modular nuestros miedos innatos, como se observó en Nueva York a principios del siglo xx. Mientras que nuestras madres se ponían de los “nervios” cuando queríamos subir a un árbol, las madres de los indios cherokees y de los oaks parece que les animaban para que llegaran a lo más alto. La confianza de las personas que nos importan nos ayudan a trepar y por supuesto, a superar las dificultades, como se comprobó en una variante del experimento del precipicio visual: el 74 por ciento de los niños lograron atravesar la superficie transparente ¡cuando su madre estaba al otro lado sonriendo! Una buena noticia para superar nuestras dificultades: La confianza nos eleva a las alturas, su ausencia nos sumerge en los temores.

En definitiva, la confianza es la llave con la que se deshacen nuestros miedos. Al principio necesitamos la de nuestros padres, luego de amigos, jefes o compañeros. Pero no nos engañemos, la auténtica confianza que nos permite afrontar nuestras incertidumbres es la que tenemos en nosotros mismos.

 

RECETAS

  1. Para ayudar a alguien a afrontar sus temores hemos de confiar primero en él. Como diría Goethe: “Trata a un hombre tal y como es y seguirá siendo lo que es. Trata a un hombre como puede ser y debe ser y se convertirá en lo que puede y debe ser”
  2. Si queremos ir afrontando nuestros miedos, debemos preguntarnos si realmente confiamos en nosotros. Si la respuesta es negativa, tenemos un trabajo previo que realizar.
  3. Y por supuesto, divertirnos con lo que hacemos. Es más fácil trepar por un árbol cuando disfrutamos de ello.

 

FÓRMULA

La confianza en nosotros mismos es el mejor antídoto para enfrentarnos a nuestras incertidumbres (y para trepar por las alturas).

 

Fuente: Walk, R. D., y Gibson, E. J. (1961), "A comparative and analytical study of visual
depth perception",  Psychological Monographs. 75, 519. El “precipicio visual” también se recoge en Marks, I. (1991): Miedos, fobias y rituales: Los mecanismos de la ansiedad, Martínez Roca, Barcelona.

 

La amistad como elixir de juventud (y de felicidad)

Por: | 07 de mayo de 2013

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“Sin amistad nadie querría vivir, aun cuando poseyera todos los demás bienes […]; porque ¿de qué sirve esta clase de prosperidad si se la priva de la facultad de hacer bien, que se ejerce preferentemente y de modo más laudable respecto a los amigos?”

Aristóteles, Ética a Nicómaco

 

La amistad hace que la vida sea más fácil, ya lo dijo Aristóteles, y nos ayuda además a ser más felices. El dato nos los aportó Burt hace años con su estudio sobre la amistad y la correlación con la felicidad. Cuando una persona afirmaba contar con cinco o seis amigos con quienes compartir sus problemas tenía un 60% más de posibilidades de decir que se sentía muy feliz. Por ello, el arte de cultivar amigos es una de las habilidades que, aunque no siempre se nos enseñe, nos arma para enfrentarnos a las dificultades y saborear los momentos compartidos.

La amistad, además, nos rescata de la soledad a veces corrosiva. No olvidemos que en Occidente se calcula que una cuarta parte de las personas afirman sentirse solos. Y nos hace más longevos y con más calidad de vida. Ésta es la conclusión de un estudio realizado por la universidad australiana de Flinders. Durante 10 años analizaron las relaciones sociales de 1.477 personas mayores de 70 años y lo correlacionaron con su longevidad. La conclusión es muy reveladora: aquellos que tenían más y mejores relaciones con amigos, que no con familiares, llegaban a tener un 22 por 100 más de probabilidades de sobrevivir. Es decir, la amistad es también un elixir de juventud.

Pero, cuidado, la amistad es un arte y una experiencia que se apoya en la generosidad y en mirar a la otra persona con ojos amables. La amistad nos cuida y nos protege incluso de nuestros propias críticas. ¿Por qué llamamos a los amigos cuando estamos mal? Porque son ellos los que conectan con esa parte dulce que a veces se nos olvida de nosotros mismos. Esto no significa que el amigo no nos confronte o nos dé siempre la razón. En absoluto, pero para que se sostenga en el tiempo ha de ser desde un espacio amable, donde no haya miedo a mostrarse con nuestras facetas. De otro modo, no será un amigo. Como decía Josep Pla, en la vida “hay amigos, conocidos y saludados”. Con los amigos te desnudas interiormente sin miedo ni juicio, y con los saludados compartes conversaciones más superficiales, aunque por supuesto a veces necesarias.

La amistad, además, no se erosiona con el tiempo. Podemos ver a un buen amigo con el que no hayamos conectado desde hace años y retomar la amistad como si no hubieran pasado los días. Esa es la magia de la amistad. Se teje sobre hilos que nos hacen grandes y que nos da sentido a nuestra vida.

Recetas

  1. Haz el propio test de Burt: ¿A cuántos amigos podrías contarle un problema importante? Si son más de seis, ya sabes, tienes más probabilidades de ser feliz.
  2. Revisa tu agenda y piensa ¿cuánto tiempo dedicas a los amigos? Si crees que es insuficiente, traza un plan de acción para estar más cerca de ellos.
  3. Sorprende con algo bonito a un amigo: un regalo, una llamada, una visita… es una receta para sentirte también tú bien.

Fórmula

La amistad se apoya en la generosidad y en mirar a la otra persona con ojos amables.

 

Fuente bibliográfica: Worchel at al (2007): Psicología social, Thomson.

Miedo sano, miedo tóxico

Por: | 02 de mayo de 2013

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Si tienes miedo, es una gran noticia: estás vivo. Solo dejamos de sentirlo bajo tres circunstancias: cuando lo llamamos de otro modo, cuando tenemos una lesión cerebral o bien, cuando estamos muertos. Como lo resumen los budistas: “Muy pocas veces no tenemos miedo. Sólo cuando sentimos pánico”. El motivo es sencillo: nacemos con él y es la emoción estrella que nos ha permitido llegar hasta nuestros días como especie.

    El miedo nos ayuda a protegernos de los peligros y nos proporciona ciertas dosis de prudencia para no decir lo que realmente pensamos a nuestro jefe o abandonar nuestro trabajo sin otra opción laboral (aunque muchos jueguen a la lotería para permitirse el lujo de poder hacerlo algún día). El miedo, por tanto, equilibra ciertos impulsos que tenemos desde muy pequeños. Los padres juegan un papel esencial en su transmisión. Educan a sus hijos para que no se asomen demasiado a una ventana, no jueguen con los enchufes o respeten a los profesores (esto último no está muy claro). En definitiva, necesitamos el miedo sano para ser prudentes. Y ya lo decía Aristóteles: la prudencia es la virtud práctica de los sabios.

            Sin embargo, este tipo de miedo, el sano deja de ser positivo cuando nos paraliza y nos impide poner en juego todo nuestro potencial. Es entonces cuando se convierte en miedo tóxico. Y éste, sin lugar a dudas, no sólo es innecesario sino que, además, nos perjudica a nosotros y a nuestras empresas. El uso del miedo tóxico tiene un alto precio en la cuenta de resultados y en nuestra felicidad, pero, desafortunadamente, está a la orden del día.

 

MIEDO SANO

MIEDO TÓXICO

Principal cualidad

Positivo para nuestros intereses. Tiene una base evolutiva

Destructivo para nuestros intereses. No contribuye a nuestra evolución

Efectos

Nos protege ante peligros

Frena nuestro talento. Nos vacía de futuro

Duración

Puntual

Prolongado en el tiempo

Tabla: Diferencias entre el miedo sano y el miedo tóxico (Fuente: NoMiedo

 

            El miedo sano y el tóxico están íntimamente relacionados. Podríamos decir que se trata de un mismo actor interpretando los dos personajes más universales de la novela de Stevenson: el doctor Jekyll (miedo sano) y míster Hyde (miedo tóxico). Ambos nacen de la misma emoción –el personaje del médico, siguiendo con el ejemplo novelesco–. El tóxico es una deformación del sano. Todos tememos perder el afecto de nuestros seres queridos (miedo sano), pero condicionar nuestro comportamiento día tras día para obtener la aprobación de quienes nos rodean es miedo tóxico. Y las consecuencias de ambos tipos son bien distintas, tanto en la novela como en la vida real.

            ¿Qué diferencias hay entre el miedo sano y el tóxico? La más importante es su efecto. Cuando el miedo sano se deforma en tóxico, entra en escena míster Hyde, asesinando nuestras capacidades. Nos deja vacíos de futuro. Es un freno a nuestro talento y al de otros si tenemos responsabilidades directivas. El sano, por el contrario, es inocuo respecto al desempeño. Otra diferencia es su duración. El miedo tóxico no tiene fecha de caducidad (sin necesidad de conservantes ni colorantes), quien lo sufre se ve afectado por él en una gran parte de sus decisiones y comportamientos, tanto en su trabajo como fuera del mismo. El sano, sin embargo, sólo hace su “aparición estelar” en momentos puntuales. La diferencia es sutil, pero los resultados de traspasar la delgada línea roja no lo son en absoluto. Y, desgraciadamente, cuando una empresa o una personas emplea el miedo como forma de gestión o de relacionarse con el resto, pulsa el interruptor de nuestro miedo sano y lo convierte en míster Hyde.

Así pues, el primer paso para abordar un miedo es saber diferenciarlo de sano a tóxico. Piensa algo que te preocupe y reflexiona sobre las siguientes preguntas:

 

Recetas

  1. ¿El miedo te impide tomar decisiones que realmente desearías tomar o solo es una advertencia?
  2. Si fueras capaz de imaginarte dentro de varios años, ¿te arrepentirías de la decisión que no eres capaz de tomar por dicho miedo?
  3. ¿Es una emoción que es puntual o te está quitando el sueño?

 

Fórmula

El miedo sano es la prudencia que nos advierte de los peligros. El miedo tóxico paraliza decisiones que desearíamos tomar y se convierte en una preocupación constante.

 

Para ampliar información

- Entrevista en TV3: http://www.tv3.cat/videos/2714290

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