Laboratorio de Felicidad

Sobre el blog

En el laboratorio de la felicidad analizamos experiencias, recogemos investigaciones y aportamos claves para vivir de un modo más saludable y optimista. Ponemos un microscopio para entendernos un poco mejor a nosotros mismos en nuestra relaciones personales y profesionales y ofrecemos fórmulas prácticas para incrementar nuestras dosis de felicidad en el día a día.

Sobre la autora

Pilar Jericó

Pilar Jericó. Curiosa del ser humano, de las emociones y de las relaciones personales. Es socia de la consultora Be-Up, coach y doctora en organización de empresas. Escritora de ensayos y novela y conferenciante internacional desde 2001. www.pilarjerico.com.

El duelo y sus emociones

Por: | 26 de julio de 2013

Galiciapilar

El accidente ferroviario es un terrible cisne negro, en palabras de Nassim Taleb. Hasta el siglo XVIII en Europa se pensaba que todos los cisnes eran blancos, hasta que unos exploradores trajeron unos negros. Nadie podía imaginarse que aquello podría ocurrir, al igual que el accidente en Galicia, que ninguno podíamos suponerlo. El cisne negro tiene muchas formas, desde un proceso de cáncer, una ruptura matrimonial o un despido. Cuando aparece, se abre una secuencia borrosas de emociones de diferente intensidad, dependiendo de la gravedad de lo vivido. Las primeras son hermanas de la ira o del miedo. No es de extrañar la rabia, las preguntas de por qué, la búsqueda de culpables o invertir toda esa energía acumulada contra algo o contra alguien. Es normal. Los expertos en estrés post traumático aseguran que negar la realidad o no aceptarla es un recurso de nuestro cerebro cuando la situación nos supera y muy posiblemente, muchas personas que hayan perdido a alguien en el accidente puedan estar viviendo este ácido momento, que puede durar días o semanas, incluso meses.

Después de este periodo de negación y de miedo, se abre el paso al duelo o a la noche oscura, como diría san Juan de la Cruz. Es el momento de la aceptación, una vez que se ha abandonado la ira. Cuanto antes se llegue a este punto, antes se puede integrar una pérdida. En esta fase se viven tres emociones de modo intensísimo: la tristeza, el dolor y el vacío.

La tristeza agota físicamente, por lo que no es de extrañar que durante un duelo la energía esté bajo mínimos. Es una emoción pegajosa, que evita que nos recuperemos incluso de nuestras enfermedades. Ver sufrir nos duele corporalmente. Lo sabemos todos los que hayamos visto las imágenes del accidente y hayamos sido conscientes de una congoja interna aunque no hayamos perdido a ningún familiar. La ciencia una vez más lo demuestra. En un artículo publicado por la revista Science en 2004, la London University College comprobó que las zonas de cerebro relacionadas con el dolor se activan cuando vemos sufrir a una persona que queremos o con la que nos identificamos. Esa sensación, además, crea un registro emocional similar al que sentimos cuando nos hacemos daño corporalmente, y no se olvida tan fácilmente. Así pues, si estás con alguien que lo está pasando mal, acepta que tu cerebro también lo siente. Somos empáticos por naturaleza.

El vacío se relaciona con una sensación de abandono, de incomprensión, de no encontrarle alicientes a nada de lo que nos rodea. En situaciones tan difíciles, además, puede ser la antesala de una depresión.

¿Y qué podemos hacer? En una noche oscura hay una máxima importante: el tiempo ayuda a deshacer el impacto de las emociones. Por supuesto, estamos hablando del duelo más difícil de todos y máxime si alguien ha perdido a un hijo. Y aunque las cicatrices no se borran, se aprende a convivir con ellas.

En momentos así es importante cuidarse, tratarse con ternura, no exigirse más de lo que podemos. No consiste en convertirnos en un “héroe”, que no necesita a nadie. Cuando los acontecimientos nos superan, es recomendable pedir ayuda profesional para acelerar la salida. No se puede evitar lo vivido, pero sí se puede reinterpretar para tener una visión más amable.

Algo que ayuda pasado un tiempo es comenzar tímidamente a agradecer lo que tenemos. La pérdida pone énfasis en la ausencia y evita contemplar el resto de personas o de situaciones que seguimos teniendo. Pero a esta fase solo podemos llegar si hemos atravesado las anteriores. No hay atajos en el duelo.

En definitiva, el duelo es un gran punto de inflexión en la vida, en donde parece que todo se rompe. Produce una extraña sensación de derrota, de dejar de ser omnipotentes. Reconocer por un momento que las circunstancias te superan o que tus expectativas no se han cumplido ni se cumplirán es una aparente “derrota”. Mientras uno se siga negando el dolor, el dolor seguirá habitando el uno. Aceptar la derrota es ya una primera victoria y una reverencia a la vida que permanece.

 

Recetas:

  1. El dolor se supera cuando uno se adentra en él. Toda la energía invertida en la rabia o en el miedo evita que caigamos en brazos del dolor y por tanto, a posterga la salida del final del túnel.
  2. Sé paciente contigo mismo: La tristeza requiere un tiempo para ir deshaciéndose. Si te sientes mal por ello, no estás dando espacio para que se pueda ir transformando.
  3. Apóyate en amigos, cuídate y busca ayuda profesional si lo necesitas. No consiste en salir solo, sino en aprender de lo vivido.
 

Fórmula:

Ante el duelo, hemos de saber que vamos a vivir una serie de emociones intensas: Ira, miedo, tristeza, dolor y vacío. No hay atajos, pero podemos acelerar el proceso.

 

Dedicado desde un profundo respeto y tristeza a todos los familiares de las víctimas del accidente ferroviario.

La historia de la felicidad

Por: | 20 de julio de 2013

Green_Smile

La actitud frente a la felicidad es un rasgo cultural e histórico, y como tal varía. Comenzamos a buscar la felicidad hace relativamente poco tiempo. Parece que empezamos a preocuparnos por ella a partir de siglo XVIII, con los valores que ensalzaba la Ilustración. El poeta Alexandre Pope hace un llamamiento allá por 1732 con su poema “Oh happiness! Our being’s end and aim!” y John Byrom se une al llamamiento. En Asia, sin embargo, la búsqueda de la felicidad no tiene tanto seguidores como en Occidente. Así pues, desde hace 250 años en esta parte del globo parece que estamos preocupados por ser felices, ¿a qué se debe?

Según Peter Stearns, el movimiento ilustrado desplaza a la religión como eje central y nos hace poner foco en esta vida tangible y no en otras posibles. Parece que nos dejan de servir los argumentos de recompensa después de la muerte. Queremos aprovechar el presente con intensidad. Posiblemente, otro motivo que nos empuja a intentar ser felices en los últimos siglos hemos de situarlo en el trabajo y en la educación. En la medida en que las personas dejamos de preocuparnos por cuestiones básicas de supervivencia, podemos invertir energía en algo más elevado. Del mismo modo, cada vez que ganamos más conocimientos, reflexionamos sobre temas más complejos. Y al mismo tiempo, van surgiendo diversos hitos que refuerzan la búsqueda para ser felices.

En 1776 la declaración de independencia de EEUU sostiene que todos los hombres tienen derecho a perseguir la felicidad y el estadounidense sonriente se convierte en un estereotipo. Aparentar tristeza es algo no demasiado bien visto en dicha cultura. En 1926 se compone la canción Cumpleaños Feliz, que fue traducida a todos los idiomas, y las celebraciones de cumpleaños han ido ganando importancia hasta hacerse un hueco en culturas como la china. En 1963 se inventa la cara smile, que se hace famosa a nivel mundial y en 1977 McDonald’s lanza el Happy Meal. La publicidad se encarga de relacionar las marcas con estados placenteros y en España se han realizado varios congresos sobre la felicidad en el trabajo y ya no hablemos de su búsqueda en el plano afectivo, con un sinfín de libros proponiendo claves.

Cualquiera de nosotros nos enmarcamos en un momento histórico y geográfico y parece que ahora, en estos días, la búsqueda la felicidad se ha extendido como una necesidad vital en el plano privado, el político o, incluso, en el laboral. Su búsqueda es legítima y posiblemente, sea una de las claves que nos diferencian de nuestros antepasados: la capacidad de convivir con tecnologías avanzadas, cambios sociales profundos y al mismo tiempo, nuestro anhelo profundo por tener una calidad de vida emocional que nos haga sentirnos más realizados, más plenos, en definitiva, más felices. 

 

Basado en el artículo: How the pursuit of contentment has shaped the West’s culture and economy. By Peter N. Stearns. Harvard Business Review 2012.

La dieta mental para tener un cerebro sano

Por: | 14 de julio de 2013

Brain

El cerebro funciona con energía bioquímica y si sabemos cómo funciona, podremos sacarle más partido. Pero al igual que cualquier otro músculo de nuestro cuerpo, necesitamos entrenarlo y esto solo se logra con una “dieta mental”, compuesta por distintas actividades, que no siempre incluimos en nuestro día a día. David Rock, fundador del Neuroleadership Institute, junto con Daniel J. Siegel, describen lo qué tenemos que hacer para lograrlo. Lo han denominado “la bandeja de la mente saludable” y consta de siete actividades que hemos de realizar con frecuencia. Marta Romo la ha rebautizado como la agenda arco iris, que ha de convivir con nuestra agenda diaria para ser más creativos y desarrollar nuestro talento.

Veamos qué tendría que incluir nuestra dieta:

  1. Dormir, lo que refresca la mente, el cuerpo y consolida la memoria, asienta piezas de información que hemos ido aprendiendo durante el día. No es de extrañar que cuando nos levantamos nos vengan respuestas a problemas que antes de acostarnos no teníamos solución. Simplemente, el sueño ha hecho su trabajo. ¿Y cuánto hemos de dormir? Aunque habitualmente se piense que lo normal son ocho horas diarias, Rock y Siegel aseguran que depende de cada persona. Así pues, cada uno ha de saber cuánto tiempo es el adecuado para que su cuerpo y mente estén a pleno rendimiento. Por cierto, Albert Einstein dormía normalmente 10 horas diarias excepto en el caso de que estuviera trabajando en ideas que consideraba importantes, en ese caso dormía 11.
  2. Jugar, para experimentar con la vida: hace unos días hablamos de la importancia del juego, importancia que reafirma la neurociencia. Gracias al juego, somos más flexibles en nuestras emociones y podemos ser más creativos. Esta es la explicación científica de por qué somos más permeables al aprendizaje cuando disfrutamos con lo que hacemos. Nuestras frecuencia de ondas contribuyen a ello.
  3. No hacer: es posible que sea una de las más nos cuesta. No significa placer, sino tiempo para no focalizarse en nada en concreto, como cuando estamos en un avión y nuestra mente fluye sin objetivo específico u oímos música sin reparar ni en la letra. Son momentos que nos ayudan a que luego seamos más eficaces en alcanzar un objetivo. Por ello, a veces, antes de ponernos con una tarea compleja, es recomendable “perder” el tiempo haciendo otras cosas sin importancia. Es un preámbulo necesario para encontrar una solución.
  4. Desarrollar la introspección o vivir en el momento presente: a los que accedemos a través de actividades como son dar un paseo en plena naturaleza, escuchar una música tranquila o realizar algún tipo de meditación o relajación sin juicio. Ayuda a rebajar el estrés y reduce la presión arterial y la tensión muscular. De algún modo, es un actividad antesala para ser mucho más eficaces en nuestro trabajo.
  5. Conectar con los otros: es el tiempo dedicado a construir relaciones saludables, en las que disfrutemos de la compañía, de una buena conversación o de mantener un satisfactorio contacto físico. En alguna ocasión hemos hablado de la necesidad de la amistad como elemento que nos aumenta la esperanza de vida. Gracias a la conexión con otras personas somos capaces, además, de mejorar nuestro sistema endocrino, cardiovascular e inmunitario. 
  6. Hacer ejercicio físico: Todos sabemos que necesitamos hacer deporte para sentirnos sanos, pero lo que ha demostrado la neurociencia es que el ejercicio físico nos ayuda también a que nuestro cerebro sea más plástico para el aprendizaje y la creatividad. Potencia además las actividades neuronales que le protegen del envejecimiento o de cualquier otro daño que podamos hacerle. La variedad en el ejercicio es amplia: desde el deporte hasta caminar, bailar, senderismo… 
  7. Focalizarse en objetivos: es el tiempo que dedicamos a realizar tareas para ser eficientes. La tecnología nos ha ayudado a que encontremos cualquier momento a lo largo de un día para resolver problemas, emails, llamadas… sin embargo, para focalizarnos en las tareas de un modo más eficiente es recomendable que nos centremos en alguna, que no caigamos en la multitarea, que nos roba tiempo y energía.

Pues bien, de acuerdo con la neurociencia si queremos ser más eficaces y creativos debemos incluir una serie de actividades que musculen nuestro cerebro, como las del descanso, la reflexión o el contacto con amigos. En la medida que olvidemos a alguna de las anteriores, nuestro querido cerebro se sentirá cojo de alguno de los ingredientes que le permiten estar a pleno rendimiento.

Recetas

  1. Toma tu agenda de las últimas semanas e identifica de la relación de actividades anteriores en cuáles te has centrado más y cuáles has dejado un poco de lado.
  2. Reflexiona si tienes posibilidad, medios o personas para poder realizar todas y cada una de las siete actividades de la agenda arcoíris, como dice Marta Romo.
  3. Define un plan de acción en aquellas que sientes que están un poco más aparcadas.

Fórmula

El cerebro funciona con la energía. En la medida que lo alimentemos con las siete actividades fundamentales podremos estar a pleno rendimiento.

 

Artículo basado y ampliado con la autorización de Marta Romo: "la agenda arco iris" y tomando como base la información de Rock, Siegel et al: "The healthy mind platter"

Cómo dar un buen "feedback"

Por: | 09 de julio de 2013

VOZ

Suponte que tienes que decirle a una persona algo que no te ha gustado que ha hecho: un comentario, un gesto, un acción… Como se diría en el mundo de la empresa, quieres darle “feedback” (sí, lo siento por el término en inglés… en algunas palabras el mundo anglosajón ha conquistado el diccionario). No todos los feedback son de cosas negativas, sin embargo, qué duda cabe, estos son los más difíciles. Por ello, vamos a ver a continuación algunas claves para que sea más sencillo, útil y no se convierta en un auténtico infierno para quien lo escucha.

  1. Busca el momento adecuado. Ya sabemos que hay ciertas informaciones que apetece quitárselas de encima lo antes posible, pero puede que reducir nuestro estrés a corto plazo sea una mala recomendación en el medio plazo. Por ello, escoge el momento en el que crees que la otra persona puede estar más receptiva. Tampoco hay que esperar semanas, meses o años. Si de repente estás con alguien que te da un feedback de algo que hiciste mucho tiempo atrás, es de suponer que no te agrade demasiado.
  2. Escoge el mejor canal. No sería la primera vez que escucho que una pareja ha cortado su relación por un mensaje de whatsapp. No parece que sea el medio ideal para hacerlo, aunque a veces uno se deja llevar por sus impulsos sin gran raciocinio. El texto escrito es muchísimo más frío que una llamada y ya no digamos, que una comunicación cara a cara. Si el tema que quieres abordar es importante, queda con la otra persona para tener esa conversación mirándole a los ojos… aunque te cueste.
  3. Mensaje que sea aplicable. Ejemplo de típico error en la comunicación: “No me gusta tu manera de hablar”. Con esa frase la otra persona no tiene nada que hacer porque no sabe qué puede cambiar. Es bien distinto a decirle “tu tono de voz es muy alto y me resulta molesto”. Ya sabe que al menos puede descender algunos decibelios en sus cuerdas vocales.
  4. Sobre hechos y no sobre interpretaciones. “No te ilusionas con mis éxitos” es una frase que no aporta gran cosa. Los feedbacks que se basan en interpretaciones o en aproximaciones a la consulta a una “bola de cristal” son los que menos ayudan a la otra persona. Por ello, busca si lo que quieres decirle está basado en hechos observables e indiscutibles y no es algo que tú piensas. “No me has dicho nada cuando me han dado este proyecto y me hubiera gustado”, por ejemplo.
  5. Cuidado con las palabras prohibidas. Existen algunas palabras que deberían ser evitadas a toda costa en un buen feedback, como “siempre” o “nunca”. “Nunca sacas la basura”. “siempre te vas de compras” y así una infinidad de comentarios poco útiles. Seguro que alguna vez ha podido sacar la basura y que ha hecho otra cosa que irse de compras. Otra palabra que hay que poner en observación es “pero”. Se dice que es el gran borrador universal, ya que lo que va antes del “pero” se anula de nuestra atención. “Cuánta iniciativa tienes pero qué mal trabajas en equipo”. Seguramente la persona recordará que no colabora con el resto. Es mejor decirlo de otro modo: “Tienes mucha iniciativa y aún podrías mejorar si trabajaras más en equipo”. Se escucha de un modo diferente.
  6. Cuando tú haces esto, yo me siento… Frase para enmarcar en el barrio del error: “Es que tú siempre te estás quejando de mi amigo”. Cuando alguien comienza con ese comentario la otra persona ya ha llamado a todo el escuadrón de defensas para protegerse. Cualquier feedack que aluda a la persona en vez de a su actitud es motivo de enrocamiento. Por eso, es más efectivo decir “llegas tarde” a comentar “eres impuntual”. Con el verbo ser queda poco margen de maniobra para actuar. Si es algo que la persona hace que te moleste, es preferible afrontarlo desde una construcción más inocua y efectiva: “Cuando tú te quejas de mi amigo, me haces sentirme mal por lo que te pido que no lo hagas”. Hablas de cómo te afecta lo que dice y de lo que necesitas que haga para cambiarlo.
  7. Específico y útil, por favor: La mente humana tiene un límite en el manejo de la información. Si hay algo de alguna persona que te moleste, sé lo más concreto posible y lo más directo. No des mil y una vueltas, le llenes de datos y no le ayudes a ver qué puede hacer para resolverlo. “El otro día en la cena del grupo no paraste de ver el móvil, no participaste en las conversaciones y eché de menos que estuvieras más presente” es mucho mejor que marearle con datos sobre la cena. De este modo, además, le ayudas a saber cómo puede mejorar su siguiente encuentro.

Recetas

  1. Antes de dar el feedback, busca evidencias concretas, es decir, hechos observables y no sólo interpretaciones o comentarios. Básate en lo que has observado tú o lo que has vivido en primera persona. Haz una lista si te ayuda.
  2. Reflexiona sobre tu estado de ánimo antes de dar el feedback. Cuando hay una intención de ayuda se percibe de un modo bien distinto a cuando se trata de un reproche encubierto. Por eso, sé honesto contigo mismo. Y si te toca estar al otro lado, reconoce la valentía de quien lo da. No todo el mundo muestra interés por hacerlo.
  3. Evita los ataques directos, las palabras prohibidas, los momentos o canales menos adecuados y sé muy específico y concreto. Al final y al cabo, después de un tiempo olvidamos las palabras pero no cómo nos han hecho sentir las personas que las dijeron

Fórmula

Dar un buen feedback ayuda a que la otra persona aprenda y se abra a otros puntos de vista.

 

Jugar para sentirnos vivos

Por: | 05 de julio de 2013

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Cuando le preguntaron a Gabriel García Márquez sobre la educación de los niños dijo: “Lo único importante es encontrar el juguete que llevan dentro”. Cada niño tiene uno distinto y la clave consiste en descubrir cuál es su juguete personal. Hablaba desde su propia experiencia. García Márquez era un mal estudiante hasta que un profesor le ayudó a encontrar su propio juguete: las palabras, con las que más tarde crearía sensaciones inolvidables para sus lectores.

Jugar es fluir, según el doctor croata Mihaly Csikszentmihalyi (lo sé, impronunciable para un latino), director del “Quality of Life Research Center” de la Claremont Graduate University en California. En su best-seller “Flow” explica que cuando jugamos entramos en un estado de flujo, es decir, en un estado en el que el tiempo pasa sin darnos cuentas, nos olvidamos de los problemas y nos centramos solo en lo que hacemos. Gracias a las experiencias en dichos estados, ganamos confianza en nosotros mismos y desarrollamos habilidades. Así ocurre con el juego y no solo en los humanos, sino también en otros animales con los que compartimos la Tierra. Cuando el resto de mamíferos juegan están entrenando para la caza, al tiempo que se socializan e interiorizan las reglas de su grupo. Por ello, jugar es una manera de madurar y de aprender. Ahora bien, no todos los juegos tienen el mismo impacto.

Si entendemos el juego como una experiencia agradable, este puede ser de cuatro tipos, según el antropólogo francés Roger Caillois:

  • Juegos competitivos (agon): La palabra competición proviene del latín competire, que significa “buscar juntos”. Se vive como experiencia de flujo cuando nos enfocamos fundamentalmente en la actividad y no tanto en el resultado que vamos a alcanzar. Un ejemplo de ello son los atletas. Si estos entrenan solo por la posición en el pódium fluirán mucho menos (y tendrán peores resultados) que si lo practican por el disfrute que les genera.
  • Juegos de imitación (mimesis): Engloba todas las actividades que crean realidades alternativas, como el baile, el teatro o las artes en general. Construir otras realidades nos lleva a hacernos sentir más de lo que somos realmente, lo que nos amplifica nuestro potencial y por qué no, nuestras fortalezas.
  • Juegos de azar (alea): Son agradables en la medida que permiten crear una ilusión de control del futuro… aunque, por supuesto, racionalmente sea discutible. Pero está claro que el juego no es precisamente un tema “racional”.
  • Juegos de vértigo (ilinx): Bajo este epígrafe incluimos todas las actividades que alteran la conciencia y que nos hacen percibir la realidad de un modo diferente, como el alcohol o las drogas, por ejemplo. Aunque aparentemente expandan la conciencia, acabamos perdiendo el control sobre nosotros mismos… de ahí, que sean juegos peligrosos donde no solo no se fluya sino que además podemos quedar atrapados.

Pues bien, a través de la competición, el azar o la creación de realidades alternativas descubrimos y exploramos posibilidades personales y de nuestro entorno. Sin embargo, a pesar de la importancia del juego no siempre se ha fomentado. Ni tan siquiera se ha dado espacio en la educación (al menos en mi época) y ni mucho menos en el trabajo. Parece que jugar esté mal visto a determinadas edades o que tengamos que ir “de serios” por la vida. El trabajo se vive como un lugar de esfuerzo cuando realmente no es incompatible con disfrutar. Y no es de extrañar que empresas tremendamente creativas como Google sepan crear espacios donde los profesionales jueguen; o que los mejores líderes logren esfuerzo en sus equipos al tiempo que estos disfrutan con sus trabajos. Igual sucede en el mundo de las relaciones personales. Estas se convierten en cárceles cuando dejamos de vibrar en ellas. El precio de anular ese potencial es demasiado alto para nosotros.

Una propuesta para un nuevo lema: Reivindiquemos nuestra capacidad interior para jugar. Y no es difícil. A ningún niño hay que enseñárselo. Nacemos con ese potencial y simplemente hemos de recordarlo o como diría García Marquez, encontrar nuestro juguete. La vida no siempre es tan solemne como la pintamos y una manera de relativizar los problemas y superar, incluso, nuestros miedos es sabiendo ser amables con esa parte de nosotros que se atreve a explorar, a crear, a expandirse. Por ello, si queremos sentirnos vivos, juguemos.

 

Recetas:

  1. Responde a la pregunta: ¿Y tu juguete cuál es? Identifica qué tipo de juegos te gustan y por qué: ¿es para competir, para sentir control, para experimentar otras realidades?
  2. Reflexiona sobre tu capacidad de jugar y de disfrutar con lo que haces, en especial, en el mundo laboral o en tus relaciones personales. Si tuvieras que darte una puntuación, ¿cuál sería?
  3. Por último, piensa qué tipo de dificultades o barreras puedes ponerte para disfrutar aún más de lo que haces. ¿Te concedes la libertad de jugar?

 

Fórmula:

Jugar es una manera de madurar, de aprender y de sentirnos vivos.

El País

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