Laboratorio de Felicidad

Sobre el blog

En el laboratorio de la felicidad analizamos experiencias, recogemos investigaciones y aportamos claves para vivir de un modo más saludable y optimista. Ponemos un microscopio para entendernos un poco mejor a nosotros mismos en nuestra relaciones personales y profesionales y ofrecemos fórmulas prácticas para incrementar nuestras dosis de felicidad en el día a día.

Sobre la autora

Pilar Jericó

Pilar Jericó. Curiosa del ser humano, de las emociones y de las relaciones personales. Es socia de la consultora Be-Up, coach y doctora en organización de empresas. Escritora de ensayos y novela y conferenciante internacional desde 2001. www.pilarjerico.com.

Maneras de encajar el error

Por: | 31 de octubre de 2013

Error

Piensa en la última vez que cometiste un error. ¿Echaste balones fuera, no te acuerdas de ninguno o por el contrario, sufriste una barbaridad? Las últimas investigaciones confirman que dependiendo de cómo asumamos nuestros fallos, así seremos. Quienes se han remangado a analizar esta correlación han sido Ben Dattner, doctor en psicología de la organizaciones por la Universidad de Nueva York y Robert Hogan, doctor por la Universidad de California y premiado con múltiples reconocimientos. Analizaron datos de cientos de miles de personas con el objetivo de identificar los tipos de personalidad que predominan en la reacción ante los errores y tras tan sesudo trabajo, llegaron a la conclusión de que el 70 por cierto de la población pertenecían a tres grandes grupos, donde a su vez se dividían en once subagrupaciones, que dejaremos para un análisis de mayor profundidad. Pues bien, veamos la clasificaciones y pensemos en dónde nos enmarcaríamos cada uno de nosotros:

·      La culpa es de los demás.

“Yo no he sido” es una frase clásica de los niños y que un grupo importante de adultos también incorporan en su “mantra” ante el error. Cuando tendemos a atribuir la culpa a los demás, es posible que reaccionemos de manera incluso excesiva ante los fallos de otras personas o que determinemos muy prematuramente el error. Si somos así, nos costará aprender de nuestros fallos, nos podremos a la defensiva ante cualquier feedback o podemos incluso, caer en comportamientos victimistas o “calimeros”, quejándonos del mundo sin que parezca que nosotros hagamos algo. Como dice el niño… el jarrón se ha caído solo y el hecho de que él estuviera jugando con la pelota, ha sido simplemente una “casualidad”. Si somos así, la culpa es siempre del otro… ¿Te resulta conocido?

·      La culpa es mía.

Lo opuesto al anterior es culparnos de absolutamente todo antes incluso de que cualquier considere que es un error. Aquí se agrupan todos los “super sufrientes”, que se penalizan muy duramente. El riesgo de esta actitud puede ser la parálisis por el análisis, porque con tal de escucharnos a nosotros mismos, somos capaces de no hacer nada. Ahí está el gran riesgo: nuestro juez interior que nos hace sufrir en exceso. El denominador común de estas estrategias es que la culpa es propia, aunque a veces no tenga ningún sentido. Y el mantra de este grupo sería entonar el mea culpa.

·      ¿Qué error? Aquí no ha pasado nada.

En el tercer grupo se encuentran todos aquellos que niegan el error. Esta actitud tiene varias derivadas, desde enfadarnos porque se nos acusa de algo, negar cualquier mínimo protagonismo en el asunto o incluso, decir que no ha habido ningún error. Si somos así, no nos gusta preocuparnos por los errores, lo que significa perder oportunidades de aprendizaje; esperamos ser perdonados por todo cuanto hagamos, sin ser conscientes del daño ocasionado; o puede que tendamos a dar explicaciones complejas ante los errores sencillos. La frase estrella de este grupo: aquí no hay error ninguno.

Muchos de nosotros hemos evitado la responsabilidad de algunos errores o nos hemos echado a nuestras espaldas tanto errores propios como ajenos. Cuando percibimos el error de una forma inadecuada y reaccionamos ante él inapropiadamente, es muy probable que estemos presentando dificultades para aprender de ellos, ya que para aprender del error, el primer paso es saber reconocerlo en su justa medida.

 

Fórmula:

Dependiendo de cómo consideremos el error cometido, tendremos mejores oportunidades de aprendizaje.

 

¿Qué podemos hacer?:

·         Tomar consciencia de nuestro estilo.

¿Qué mensaje lanzamos? Una estrategia es pensar en los retos profesionales o personales a los que nos hemos enfrentado y analizar cómo hicimos frente a ellos y qué pudimos hacer mejor. Puede ser muy beneficioso preguntar a un amigo de confianza, a un compañero o a un mentor o profesor sobre nuestra manera de reaccionar ante los problemas. Puede que nos revelen un punto ciego propio y que nos sorprendamos de lo que nos cuentan.

·         Tomar consciencia del ambiente en el que nos movemos.

¿Cómo se reciben los mensajes que lanzamos? Tomar consciencia del ambiente en el que nos movemos implica conocer la mejor manera para hacer frente a los errores en esos ambientes, ya sea en el entorno personal o profesional.

·         Utilizar nuevas estrategias.

Una vez hemos reconocido los malos hábitos estamos en disposición de cambiarlos por otros más adaptativos.

El primer paso es tan simple como complicado: escuchar y comunicarse. Parece obvio, sin embargo muchos de nosotros olvidamos solicitar feedback o no explicamos suficientemente nuestras acciones e intenciones. Especialmente cuando se trata de dar crédito o de culpar a alguien, es mejor no asumir que sabemos lo que otros piensan o que ellos entienden de dónde venimos.

El segundo paso sería reflexionar sobre la situación y sobre las personas. ¿Qué ha ocurrido, qué factores han influido, quién estaba implicado, cuál fue el papel de cada persona…?

El tercer paso sería pensar antes de actuar. En muchas ocasiones no es posible dar una respuesta rápida que solucione el problema, pero sí es posible empeorar la situación. Por ello es recomendable pararse a pensar antes de actuar a la hora de resolver una situación complicada.

El cuarto paso sería buscar la lección. Los errores ocurren. A veces la culpa es nuestra, a veces es de otros y en algunas ocasiones no hay culpables, pero siempre hay una lección que aprender. Puede servir de ayuda hacer una lista de los factores que contribuyeron a los malos resultados.

Referencias:

Can You Handle Failure? Escrito por Ben Dattner y Robert Hogan y publicado en 2011 en la Harvard Business Review.

 

El poder de una sonrisa

Por: | 25 de octubre de 2013

Smile

Imagen: "El Sol" de Yue Minjun

Si colocamos a una cría de mono enfrente de dos humanos que no conoce, uno que le sonríe y otro que no, el animal se irá siempre con el primero. Motivo: la sonrisa es el pegamento social. Sonreír nos acerca al resto de personas (y al resto de los mamíferos, podemos añadir). Evidentemente, estamos hablando de sonrisas genuinas, no las artificiales que se saben que no son sinceras y que también percibimos. Ahora bien, la ciencia está descubriendo que la sonrisa tiene muchas más ventajas de las que podíamos imaginarnos a priori. Ron Gutman, como experto en sonrisas, puede ayudarnos en descubrirlas. Ron lleva años estudiando de cerca el fenómeno y recopilando estudios sobre sonrisas, que ha recogido recientemente tanto en el artículo The Untapped Power Of Smiling, publicado en la  revista Forbes, así como en la charla que ofreció a través de TED en 2011. Junto a él, la científica LaFrance y Dr. Niedenthal y su equipo están revolucionando la ciencia con sus estudios sobre sonrisas. Veamos algunas de las conclusiones más importantes:

 

·      Dime cómo es tu sonrisa y te diré cuánto vivirás.

Investigadores de la  Wayne State University examinaron en 2010 fichas con fotografías de jugadores de baloncesto que procedían de las mayores ligas estadounidenses previas a los años cincuenta. Examinaron los datos vitales de cada jugador tratando de ligarlos a la longevidad de cada uno y encontraron que la envergadura de la sonría predecía la longevidad del jugador. Aquellos jugadores que no sonreían en las fotos vivían una media de 72,9 años, mientras que los jugadores que mostraban amplias sonrisas en las fotografías vivían una media de 80 años. La conclusión del estudio no significa que sea cierta la ecuación de sonreír = longevidad. Cuando una persona es risueña, actúan otras emociones de fondo que ayudan a que aumente nuestra esperanza de vida, como hemos ido comentando en el Laboratorio de la Felicidad.

·      La sonrisa es universal: aquí y en las tribus, sonreímos a menudo.

Paul Ekman, el mayor investigador de la historia de expresiones faciales, publicó en 1980 un libro con diversos estudios sobre expresiones faciales en tribus de Nueva Guinea. Elkman, con su espíritu curioso, se interesó por la tribu Fore, debido a que se encontraba completamente desconectada de la cultura Occidental (y que además era conocida por sus rituales caníbales… de esto último aspecto Ekman no habló) y encontró que los miembros de la tribu sonreían en las mismas situaciones que lo hacemos en Occidente: es decir, que todos sonreímos a menudo para expresar disfrute y satisfacción y no depende de la cultura a la que pertenezcamos. Así pues, una vez más, olvidémonos de las excusas.

·      Dependiendo de la cultura, se identifica más la sonrisa con las boca o con los ojos.

Un innovador estudio realizado con emoticonos ha puesto sobre la mesa nuevos hallazgos en la diferencia en la percepción de la sonrisa entre occidentales y orientales. Mientras los europeos y los americanos localizan la expresión en la boca     ;)    o     ;(     los japoneses la localizan en los ojos    ^_^   o   ;_;  

·      Nos cuesta fruncir el ceño a una persona que nos sonríe.

Un estudio sueco realizado en Uppsala University que estudiaba las reacciones automáticas y controladas de las expresiones faciales, presentó a los participantes diferentes caras que mostraban expresiones faciales positivas y negativas mientras se les pedía que trataran de mantenerse neutros (que no sonrieran ni fruncieran el ceño). Los resultados mostraron que cuando una persona veía una cara sonriente era más propensa a sonreír que cuando le mostraban una cara con el ceño fruncido. La sonrisa es evolutivamente contagiosa y si no, recordemos cuando éramos niños y jugábamos a mirarnos a la cara y a ver quién aguantaba antes en perder la sonrisa. Es todo un desafío a nuestro propio cerebro.

·      La sonrisa genuina es difícil de fingir.

Las sonrisas genuinas, aquellas que combinan la sonrisa de los labios con la de los ojos, son difíciles de imitar. Ekman y Freisen realizaron un estudio en 1988 en el que dividieron a un grupo de enfermeras en dos grupos a los que se presentó un vídeo desagradable y uno agradable.  Se instruyó  ambos grupos para que, tras la visualización del vídeo, afrontaran una entrevista grabada sosteniendo que el vídeo proyectado había sido agradable (es decir, un grupo debía mentir y un grupo debía decir la verdad). El análisis demostró que comparando las grabaciones, el grupo que mentía mostraba menos sonrisas genuinas que el grupo que decía la verdad.

·      Sonreír nos hace sentir mejor.

Parece obvio pero no lo es. La sonrisa en muchas ocasiones es el resultado de un estado de bienestar o placer, pero en otros casos el simple hecho de sonreír nos hace sentir mejor. Aunque nuestro sentido común conozca esta teoría, la ciencia le puso un nombre hace ya algunos años cuando Charles Darwin enunció la hipótesis del feedback facial. Bien los avances de la neurociencia han revelado que Darwin, una vez más, tenía razón. Esto nos explica por qué es beneficioso hacer sonreír a alguien que no está pasando por un buen momento y aún más interesante, cuando estamos mal nosotros, cambiar nuestra sonrisa y nuestra postura corporal nos ayuda a transformar nuestras emociones.

·      La sonrisa tiene múltiples usos.

Además de la sonrisa genuina, Ekman describió otros 17 tipos de sonrisas, utilizadas cuando las personas se encuentran flirteando, mintiendo, o se sienten atemorizadas. Además, el estudio con chimpancés ha revelado que unas veces sonríen por placer, otras cuando juegan con otros y otras cuando tratan de establecer o de fortalecer un vínculo social. En otras ocasiones lo hacen para mostrar su poder y superioridad. El Dr. Niedenthal y su equipo están desarrollando un nuevo modelo en el que conciben la sonrisa no como una mera expresión de un sentimiento interno, sino como la parte visible de un mecanismo de unión entre dos mentes.

·      Tanto hombres como mujeres sostienen que las mujeres sonríen más a menudo.

Un punto curioso, según defiende la científica LaFrance, es que las situaciones embarazosas o socialmente tensas llevan a las mujeres a sonreír más que a los hombres, sin embargo, las situaciones felices o tristes no lo hacen. La sonrisa tiene un uso muy ligado a las relaciones sociales. Tanto hombres como mujeres tenemos la capacidad de producir sonrisas genuinas, sin embargo los hombres afirman sonreír menos que las mujeres y ambos sexos creen que esto es cierto.

·      La sonrisa de otros nos hace sentir mejor.

Pero hay más, la simple sonrisa de otra persona nos hace sentir mejor a nosotros. Un estudio llevado a cabo con técnicas de neuroimagen ha demostrado que la sonrisa de otra persona activa nuestro propio circuito de recompensa. Por ello es tan importante para las personas que pasan por un mal trago estén en compañía de personas y que estas les sonrían de un modo amable y genuino. Si además, son capaces de utilizar el sentido del humor, aún nos podrían ayudar más.

 

¿La buena noticia del día? Nacemos sonriendo. Las técnicas 3D de ultrasonido han demostrado que  desde somos fetos sonreímos mientras nos desarrollamos dentro del vientre materno. Cuando nacemos continuamos sonriendo, especialmente mientras dormimos. Incluso los bebés ciegos sonríen cuando escuchan una voz humana. La sonrisa es una de las muestras de expresión biológicas comunes entre todos los humanos. Los bebés de 10 meses interpretan las expresiones faciales con excepcional precisión y son capaces de sonreír selectivamente ofreciendo una sonrisa educada a un extraño y reservando la sonrisa genuina para su madre. La sonrisa comienza siendo más amplia y se reduce con la edad. Así pues, nacemos sonriendo, lo que tenemos que hacer es trabajar para no perderla e incluso, para ayudar a otros a desarrollarla.

 

Fórmula:

La sonrisa es el pegamento social y además, nos ayuda a ser más longevos y a cambiar las emociones.

 

Recetas:

  1. ¿Eres una persona risueña? Indaga en lo que dice tu entorno.
  2. En un momento en el que estés mal, acuérdate de sonreír. El mero gesto comienza a activar emociones positivas en tu cerebro.
  3.  Y si quieres ayudar a alguien, ya sabes, una sonrisa genuina es un gran pegamento social.

 

 

Referencias:

-        Harker, LeeAnne, Keltner and Dacher. 2001. Expressions of positive emotion in women’s college yearbook pictures and their relationship to personality and life outcomes across adulthood. Journal of Personality and Social Psychology.

-        E. L. Abel and M. L Kruger. 2010.  Smile Intensity in Photographs Predicts Longevity. Psychological Science.

-       E. Paul. 1980. Ethnology; Facial expression; Pictorial Works; Papua New Guinea. Garland STPM Press. New York.

-       Yuki, M., Maddux, W.W., Masuda, T. (2007) Are the windows to the soul the same in the East and West? Cultural differences in using the eyes and mouth as cues to recognize emotions in Japan and the United States, Journal of Experimental Social Psychology, 43, 303–311.

-       Ekman, P. Wallace V. Freisen, O’Sullivan M. (1988) Smiles when lying, Journal of Personality and Social Psychology, 54, 414–420.

-        U. Dimberg, M. Thumberg and S. Grunedal. Facial reactions to emotional stimuli: Automatically controlled emotional responses. Cognition and Emotion.

-        J. O’Doherty, J. Winston, H. Critchley, D. Perrett, D. M. Burt and R. J. Dolan. 2003. Beauty in a smile: the role of medial orbitofrontal cortex in facial attractiveness. Neuropsychology.

-        LaFrance M., Hecht, M.A., Paluck, E.L. (2003) The Contingent Smile: A Meta-Analysis of Sex Differences in Smiling, Psychological  Bulletin, 129, 305–334

-        F. Kawakami and T. Yanaihara. 2012. Smiles in the fetal period. Infant Behavior and Development.

-        Shyam Desai, Madhur Upadhyay, Ravindra Nanda. 2009. Dynamic smile analysis: Changes with age. American Journal of Orthodontics and Dentofacial Orthopedics.

Algunos de estos estudios se recogen en la excelente charla de  Ron Gutman en TED y del artículo The Psychological Study of Smiling, escrito por Eric Jaffe y publicado en 2010 por la Asociation for Psychological Study.

 

Pdt: Le agradezco a Aitana González su ayuda en la búsqueda de algunos de los estudios. 

La fragilidad nos hace poderosos

Por: | 20 de octubre de 2013

Dienteleon

El otro día en un taller de formación sobre liderazgo hicimos un ejercicio en donde uno de los participantes tenía que dar una mala noticia a un colaborador. La situación obligaba a que el jefe previamente se disculpara, pero no lo hizo. Confieso que siempre me ha extrañado ver esta reacción tan habitual, porque los mejores líderes que he conocido saben disculparse y reconocen sus propios errores delante de su equipo. Y siempre que he indagado en el motivo he encontrado la misma respuesta, que podríamos extender a muchos de nosotros: Huimos de nuestra fragilidad y evitamos aquello que nos impida mostrarnos más fuertes de lo que realmente somos (disculpas, gestos sensibles o incluso, empatía). Y aquí está el gran error porque en la medida en que no reconocemos una parte de nosotros mismos somos incapaces de aceptarnos completamente.

Las personas tenemos un carácter que podríamos asemejar al cubo de Rubik con el que jugamos hace años. Tenemos diferentes caras, diferentes alternativas. A veces somos de un modo y en ocasiones, habitamos otro opuesto. Si negamos una parte de nosotros y nos empeñamos en forzar el resto, el sistema se descompensa. Reconocer una parte de nosotros no significa alimentarla. Simplemente quiere decir ser conscientes y aceptarla. Es lo mismo que nos ocurre cuando nos equivocamos. Si no abrazamos a esa parte de nosotros que sufre, es difícil que estemos bien. Pero nos cuesta porque a veces nos empeñamos en mostrar lo que no somos.

Como descubrió Brené Brown al estudiar la vulnerabilidad: Cuando nos inmunizamos para no sentir emociones negativas, también nos inmunizamos para sentir las positivas. Por ello, y aunque nos cueste, el camino para aceptarnos pasa por abrazar también nuestros miedos o la vergüenza de que los otros vean algo de nosotros mismos que rechazamos.

A veces confundimos fragilidad con debilidad, y no son lo mismo. Mientras que la fragilidad convive con la fortaleza, la debilidad lo hace con la dureza en el trato. La debilidad significa no ser capaz de levantarse, esperar que sean otros los que nos salven o, incluso, enmascarar las emociones. De hecho, las personas que no abrazan el dolor y lo niegan, pueden ir congelando poco a poco su corazón y mantienen relaciones personales a través de capas de cemento. Mientras, la vulnerabilidad lleva consigo aceptar que las cosas pueden dolernos, que nos podemos caer, incluso romper pero que, al mismo tiempo, somos capaces de levantarnos. Las personas que se sienten débiles tienden a ser arrogantes o autoritarios cuando tienen poder. Sin embargo, cuando alguien abraza su propia vulnerabilidad, entra en contacto con el resto de un modo más cercano y auténtico. Y solo reconociendo nuestra fragilidad, podremos alimentar nuestras fortalezas personales.

Amarse a sí mismo es el comienzo de una aventura que dura toda la vida.

Oscar Wilde, escritor irlandés (1854 –1900) 

En definitiva, el auténtico desafío pasa por aprender a querernos como somos. A veces, grandes y exitosos; otras, pequeños y frágiles. Personas reales, que no perfectas, con defectos e inseguridades; pero al mismo tiempo, únicos. No necesitamos esas seguridades artificiales para ser queridos o queridas por los que realmente importan… Lo sabemos, lo sabemos, pero se nos olvida mil y una vez. Puede que el mundo nos exija a veces mostrar un determinado disfraz, pero nunca hemos de confundirlo con nuestra esencia. Es posible que la dificultad en aceptarnos tal cual somos radique en nuestra propia autoimagen, cargada de estereotipos o de escenas de películas en las que nos hubiéramos gustado vernos reflejados. Pero la realidad es otra. Posiblemente, los momentos donde nos sentimos frágiles tienen la magia de hacernos recordar quiénes somos realmente. Y sinceramente, es bonito contemplarse también desde ese prisma de pequeñez.

 

Fórmula:

Aceptar nuestra fragilidad nos hace grandes y nos acerca a las otras personas de una manera genuina y auténtica. 

 

Recetas:

  1. Recuerda cuáles han sido unos momentos de fragilidad: enfermedad, accidente, frustración… ¿Cómo los viviste?
  2. ¿Qué momentos te hacen sentirte vulnerable, que no débil? ¿Qué personas?
  3. ¿Qué aprendizaje trasladarías de tus momentos de vulnerabilidad a otros momentos de tu vida?

 

Basado en la novela: Jericó, Pilar (2013): Poderosamente frágiles, Alienta  

 

Video de Brené Brown sobre la vulnerabilidad personal:

 

¿Y si el estrés no fuera tan negativo?

Por: | 16 de octubre de 2013

Stress

¿Tiene estrés en su trabajo? Tranquilo/a. Pertenece al 10 por ciento de la población adulta mundial que sufre este problema, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT). La cifra se eleva considerablemente en los países industrializados. Se calcula que en Estados Unidos el 43 por ciento de los profesionales sufren sus efectos y que un millón de trabajadores se ausentan diariamente del trabajo por este problema, según la American Institute of Stress. Parece que será la enfermedad estrella del siglo XXI. Sin embargo, los científicos que disfrutan tanto cuestionando lo establecido se preguntan: ¿Y si en sí mismo no fuera tan negativo? ¿y si lo que importa es la percepción que tenemos del mismo? Dicho y hecho. A continuación, presentamos dos estudios que aportan nuevos datos a algunas de nuestras tradicionales creencias.

Keely McGonigal, especialista en Psicología de la Salud y profesora en la Universidad de Stanford, ha estudiado este tema y ha llegado a una conclusión importante: la percepción positiva del estrés nos protege de los efectos negativos del mismo. La idea inicial del estudio era vincular el estrés y la mortandad. Para ello, hizo un seguimiento de 30.000 adultos estadounidenses a lo largo de ocho años. Al comienzo del análisis preguntó a los participantes cuánto estrés habían experimentado a lo largo del último año y si creían que este era malo para su salud. Tras esta pregunta, utilizaron los datos públicos para analizar la mortandad del grupo y estudiaron la asociación entre mortandad y estrés. Por supuesto, los resultados volvieron a arrojar la misma conclusión: las personas que habían experimentado mucho estrés en los últimos doce meses tenían más probabilidades de morir de aquellos que lo habían sufrido, pero (y he aquí el punto revelador) esa relación se daba únicamente en aquellas personas que creían que el estrés era malo para su salud. Por el contrario, aquellos que vivían mucho estrés pero no lo entendían como algo negativo, no solo no tenían menos probabilidades de morir sino que además, registraban menos riesgo de mortandad de todo el estudio. No está mal. Así pues, la percepción que tengamos del estrés pueden determinar el efecto de tenga en nosotros. Y si profundizamos en este hallazgo, encontramos otra conclusión interesante. En la medida que seamos capaces de variar nuestro modo de entender el estrés, podremos protegernos de sus efectos negativos en la salud. Una vez más, el poder de la mente no deja de sorprendernos.

Investigadores de Harvard University fueron más allá y se hicieron la siguiente pregunta: ¿Y si el cambio en nuestra percepción supusiera un cambio en la reacción física de nuestro cuerpo? En este caso se formó a los participantes en los efectos positivos del estrés antes de ser sometidos a una prueba de estrés social. Se les explicó en qué consistía, su utilidad para afrontar determinadas situaciones, cómo la aceleración de los latidos del corazón nos prepara para la acción y cómo la respiración acelerada aumenta la cantidad de oxígeno que llega a nuestro cerebro. Pues bien, después de aquella formación y de la prueba de estrés social se comprobó que los participantes que habían sido instruidos previamente mostraron menos respuestas físicas de ansiedad y más confianza en ellos mismos. ¿Qué había ocurrido? Que la formación ayuda a tener una percepción más positiva del estrés, lo que nos protege incluso de sus efectos.

En definitiva, puestos a escoger, nadie querría estrés en sus vidas pero si lo estamos viviendo, además de las técnicas que podamos hacer para reducirlo, tendríamos que añadir una más: la percepción que tengamos del mismo. Como se ha comprobado, en la medida que tengamos una visión más amable, estaremos más protegidos de sus efectos.

 

Fórmula:

El estrés no es positivo para la salud pero podemos modificar sus efectos en la medida que cambiemos la percepción del mismo.

 

Recetas:

  1. La percepción que tenemos sobre los acontecimientos define en gran medida cómo estos nos afectan. Así pues, ¿qué significa el estrés para ti? ¿Qué percepción tienes del mismo?
  2. El estrés tiene un lado amable en la medida que nos protege. Cuando más conozcamos la parte beneficiosa del mismo, más podremos amortiguarlo. Por ello, ¿cuánto conoces de sus efectos?
  3. Y, por supuesto, como es obvio, en la medida que podamos reducirlo en nuestro día a día más calidad de vida tendremos, para ello una gestión adecuada de la agenda personal es un primer paso para evitar un estrés innecesario.

 

Video sobre las reacciones físicas de nuestro cuerpo ante el estrés (Fuente: Redes):

  

 

Referencias:

Keller A, Litzelman K, Wisk LE et all. 2012. Does the perception that stress affects health matter? The association with health and mortality. Health Psychol.

J. P. Jamieson, W. B Mendes and M. K. Nock. 2012. Improving Acute Stress Responses: The Power of Reappraisal. Association for Psychological Science.

Nuestro cerebro es plástico

Por: | 10 de octubre de 2013

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No es fácil ser taxista en Londres. Se ha de pasar un examen llamado The Knowledge, que requiere memorizar más de 25.000 calles y miles de sitios de interés. Sólo la mitad de los aspirantes son capaces de superar la prueba y es un escenario perfecto para que un neurocientífico pueda estudiar si nuestro cerebro expuesto al aprendizaje es capaz de modificarse. Esto debió de pensar Eleanor Maguire hace más de un década cuando analizó a 79 candidatos a taxistas. A priori, ninguno de ellos tenía diferencia en su hipocampo posterior, donde reside la memoria a largo plazo y nuestra ubicación espacial. Pasados los cuatro años de estudio, Maguire volvió a analizar el cerebro tanto de los que aprobaron como de los que no lo consiguieron. Los 39 que superaron la dura prueba fueron aquellos que tenían un mayor hipocampo posterior. Es decir, en cuatro años de estudio estas personas fueron capaces de aumentar la zona del cerebro que necesitaban para conseguir su objetivo. El estudio de Maguire es una demostración de la plasticidad de nuestro cerebro y de cómo somos capaces de desarrollar un talento a través del aprendizaje y con la ayuda de nuestro cerebro.

El estudio anterior es el comienzo del capítulo del libro “Serás lo que quieras ser” en el que he participado junto con otros autores (Valentín Fuster, Joaquín Lorente, Laura Rojas Marcos, Alex Rovira…). El libro se apoya en una idea crucial: Los últimos avances científicos han demostrado que el ser humano es “plástico”, es decir, tenemos la capacidad de adaptarnos, de aprender y de superar las limitaciones de nuestro entorno. Y ésta es una gran revolución. Era sabido que las neuronas morían pero los últimos hallazgos han demostrado que a lo largo de los años también generamos otras nuevas. De hecho, el cerebro “se hace día a día, en su sentido físico y químico, como resultado de la interacción que realiza con el medio ambiente en el que nace, crece y se desarrolla”, dice Francisco Mora, uno de los autores. Cuando aprendemos o memorizamos algo nuevo, promovemos la síntesis de proteínas y moléculas que son los factores que permiten que las neuronas sobrevivan y nazcan nuevas sinapsis. E incluso ocurre algo más. Gracias al aprendizaje se genera el crecimiento de nuevas neuronas en áreas cerebrales específicas, como les ocurrió a los taxistas que aprobaron el examen.

Todo lo anterior es apasionante, sin duda, porque echa por tierra nuestras excusas típicas a la hora de aprender un nuevo idioma o cambiar un comportamiento (y en esto somos expertos más de uno de quejarnos de no haber aprendido inglés cuando éramos niños y en nuestra dificultad de adultos). La neurociencia ha comprobado que si ponemos empeño, emoción y dedicamos tiempo, tiempo, tiempo… podemos crear nuevas conexiones neuronales (por supuesto es más fácil cuando somos pequeños pero si no se pudo, no hay que tirar la toalla de mayores).

Si somos “plásticos”, el concepto de libertad y hasta de uno mismo cambia. En la medida en que podemos ser arquitectos de nuestro propio cerebro, como diría Ramón y Cajal, somos capaces de influir en nuestra libertad futura. Si aprendemos cosas en nuestro presente, tendremos más márgenes de actuación en el futuro. Y aún más, si somos capaces de ir transformando la percepción que tenemos de nosotros mismos a través del aprendizaje, podemos cambiar nuestro propio concepto de “yo”. Así pues, la palanca para el cambio está en la profunda vocación hacia el aprendizaje, que ayuda a reinventarnos, a transformar nuestras conexiones neuronales y a revisar el tembloroso edificio que constituye nuestro “yo”, como escribió Salman Rushdie.

El yo moderno es un edificio tembloroso que construimos a base de chatarra, dogmas, traumas de la infancia, artículos de periódicos, relatos de oportunidades, viejas películas, pequeñas victorias, personas odiadas, personas amadas.

 

Fuentes: Varios autores (2013): Serás lo que quieras ser, Conecta.

Entrevista emitida el 3 de octubre en "La aventura del saber" en TV2.

 

 

 

Por qué nos mata la incertidumbre

Por: | 04 de octubre de 2013

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Imagen: Rene Magritte, Faraway Looks (1927)

Nuestro cerebro se lleva muy mal con la incertidumbre. Preferimos conocer cuanto antes una mala noticia que vivir con la posible duda de si será buena o no. Supongo que todos lo hemos vivido en nuestras carnes y una vez más, la medicina y la psicología se han puesto manos a la obra para confirmarnos que esto es así.

La primera investigación de la que vamos a hablar se realizó en la Universidad de Maastrich. No cabe duda que a veces los científicos son de lo más originales para ingeniar experimentos (y no cabe duda que hay voluntarios para todo). En este caso, sometieron a unos participantes a una serie de 20 descargas eléctricas. Un grupo sabía que recibiría un shock intenso en cada descarga, mientras que el otro sabía que recibiría 17 descargas moderadas y 3 intensas, pero desconocía cuándo tendrían cada una de ellas. Pues bien, ¿quiénes tenían más miedo al comienzo de la investigación? Los resultados demostraron que los participantes que sabían que existía una pequeña posibilidad de recibir una descarga intensa se mostraron más atemorizados –sudaron más y su corazón latió más rápido- que aquellos participantes que conocían al 100% que iban a recibir una descarga intensa. Así pues, nuestra mente prefiere la certeza aunque sea de malas noticias, a la incertidumbre de una posible noticia positiva

Vámonos a otra investigación. Esta vez sin la amenaza de las descargas eléctricas pero con una enfermedad incómoda de fondo. La colostomía es un proceso quirúrgico desagradable de reorganización del colon que hace que las sustancias de desecho del organismo se expulsen a través deuna cánula insertada en el abdomen. Un estudio realizado en la Universidad de Michigan investigó a pacientes con colostomías permanentes y colostomías posiblemente reversibles. Seis meses después de la operación, los pacientes cuya situación era permanente se mostraron más felices que aquellos que pensaban que algún día podrían volver a la normalidad. ¿Por qué? Porque los primeros tenían una certeza y pudieron aceptar su situación, mientras que los segundos vivieron en la incertidumbre sin aceptar su situación y con la promesa de volver algún día a la normalidad. De nuevo, una interesante conclusión. Somos capaces de adaptarnos a una situación incómoda una vez que hemos eliminado cualquier incertidumbre a su alrededor.

Una última investigación. Psicólogos de la Universidad de British Columbia examinaron a personas que se habían sometido a pruebas genéticas para determinar el riesgo que tenían de desarrollar un desorden neurodegerativo llamado Síndrome de Huntington. Aquellos que sabían que tenían altas probabilidades de desarrollarlo se mostraron más felices un año después del análisis que aquellas personas que no supieron el grado de riesgo que presentaban. ¿Por qué? Una vez más, porque el primer grupo tenía la certeza, mientras que el segundo se había mantenido en la incertidumbre.

Conclusión: Cuando se trata de noticias poco agradables, nuestros cerebros prefieren saber, porque solo de esta manera pueden aceptar la situación, hacerle frente y superarla. Todo ello nos lleva a una reflexión importante con respecto a lo mal que se está haciendo en algunas empresas, por ejemplo, cuando corren rumores de despidos y no se comunica adecuadamente. Como se deriva de las investigaciones anteriores, preferimos saber las malas noticias (y añadiría, y ser tratados como adultos), que no el silencio que nos hace vivir la tortura de la incertidumbre. Y todo lo anterior lo podemos aplicarlo también a la hora de comunicar nosotros una mala noticia a otras personas. Pretendemos hacerles un favor postergando la situación o poniendo tiritas en la conversación. Sin embargo, la ciencia ha demostrado que si tenemos que dar una mala noticia, es mejor ser directos y reducir cualquier posible incertidumbre, que no andarnos por las ramas y poner paños calientes. De este modo, la otra persona lo asumirá y podrá aceptarlo lo antes posible.

Receta:

Nuestra mente prefiere la certeza aunque sea de noticias malas, a la incertidumbre de una posible noticia positiva. 

Fórmulas:

  1. Si te enfrentas a la incertidumbre ante una posible mala noticia, ponte en la peor de las situaciones y desarrolla un plan de acción B. La incertidumbre no desaparecerá pero al menos, habrás podido reducir su impacto.
  2. Si te enfrentas a una situación aparentemente desagradable es importante recordar que podemos ser capaces de reconstruir nuestra felicidad pasado un tiempo una vez que hayamos reducido la incertidumbre inicial.
  3. Cuando tengas que dar una información negativa, acuérdate que es mejor saberlo que no vivir con la incertidumbre.

 

Fuentes:

Arntz, A., Van Eck, M., & de Jong, P. J. (1992). Unpredictable sudden increases in intensity of pain and acquired fearJournal of Psychophysiology, 6, 54-64.

Wiggins, S., Whyte, P., Higgins, M., Adam, S., Theilmann, J., Bloch, M., et al. (1992). The psychological consequences of predictive testing for Huntington’s disease: Canadian collaborative study of predictive testing. New England Journal of Medicine, 327, 1401-1405.

Smith, D. M., Loewenstein, G., Jankovich, A., & Ubel, P. A. (2007). The dark side of hope: Lack of adaptation to temporary versus permanent colostomy, unpublished manuscript.

El País

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