Laboratorio de Felicidad

Sobre el blog

En el laboratorio de la felicidad analizamos experiencias, recogemos investigaciones y aportamos claves para vivir de un modo más saludable y optimista. Ponemos un microscopio para entendernos un poco mejor a nosotros mismos en nuestra relaciones personales y profesionales y ofrecemos fórmulas prácticas para incrementar nuestras dosis de felicidad en el día a día.

Sobre la autora

Pilar Jericó

Pilar Jericó. Curiosa del ser humano, de las emociones y de las relaciones personales. Es socia de la consultora Be-Up, coach y doctora en organización de empresas. Escritora de ensayos y novela y conferenciante internacional desde 2001. www.pilarjerico.com.

El arte de estar despiertos

Por: | 30 de abril de 2014

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Existe una profunda relación entre la felicidad y el sufrimiento, según el maestro Thich Nhat Hanh, divulgador de la práctica de la plena consciencia (“mindfulness”) y que visita estos días nuestro país. Uno de los aspectos que menos me gustan de algunos textos del mundo de la autoayuda es negar el dolor. La vida no se somete a hojas de Excel cuadriculadas. La vida la vamos descubriendo y en el camino nos topamos con personas o con acontecimientos que difieren completamente de lo que esperamos o necesitamos. Ahí surge el dolor o el sufrimiento y es cuando entramos en desiertos emocionales, como hemos hablado alguna vez. Pero no se puede avanzar si no lo reconocemos, si lo negamos o nos peleamos con él. Nuestra alternativa es integrar lo que nos duele: aceptarlo y abrazarlo sin necesidad de entender su origen. Al igual que una madre abraza al bebé que llora para calmarlo sin comprender el motivo, Thich sugiere que contemplemos con cariño nuestras energías más oscuras como la rabia, el miedo o la tristeza. Pero para lograr todo lo anterior y poder desarrollar una mirada más amable ante lo que nos rodea, necesitamos trabajar la energía de plena conciencia, según el maestro zen.

El ejercicio de plena conciencia es el modo de estar en el momento presente sin perdernos en el pasado o en las incertidumbres del futuro. La trampa de la felicidad está en presuponer que cuando alcance ciertos objetivos seré feliz: más poder, más dinero, más éxito, más amor… Cada persona tiene su propia fantasía de felicidad. Sin embargo, es un error. 

“Podemos ser felices en el aquí y en ahora. Si escribiéramos todas las cosas que tenemos ya mismo por las que alegrarnos no tendríamos suficiente con diez páginas”

Thich Nhat Hanh 

Tenemos agua corriente, no vivimos en medio de un conflicto, la mayor parte de nosotros no sufrimos enfermedades terminales, podemos caminar y sonreír… En definitiva, tenemos un listado de posibilidades por las que alegrarnos y, sin embargo, seguimos atrapados en lo que deberíamos conseguir en el futuro. Ya lo decía el filósofo Erich Fromm, “vivimos en la dualidad del tener o ser”. Si la felicidad la ubicamos en el tener, sabemos que estamos apostando a un número perdedor. Sin embargo, si nos centramos en lo que somos, tenemos muchas probabilidades de abrazar la felicidad (por supuesto, eso no significa que no sigamos avanzando o tener sueños). Para ello, un buen ejercicio es entrenar la capacidad de estar en el aquí y en el ahora; y como punto de partida, debemos regresar a nuestro cuerpo, a nuestra respiración.

Cuando prestamos atención a nuestra espiración e inspiración, silenciamos un poco nuestra mente. Digo un poco, porque aunque los pensamientos surgirán, no los elaboraremos con tanta intensidad. Aquí es donde quizá los occidentales nos veamos un poco más atascados. No nos han enseñado a prestar atención a nuestra respiración y, curiosamente, es el ejercicio más saludable para reducir los nervios. Saber respirar es un arte, que ayuda a mejorar la oxigenación de nuestras células y, al mismo tiempo, a calmarnos y a estar en el momento presente.

Abrazar nuestro dolor, desarrollar una mirada más amable hacia lo que tenemos y vivir el momento presente nos ayuda también a mejorar la comprensión hacia el otro. La comprensión es la base para querer a la otra persona y reducir el enfado o la decepción hacia sus comportamientos. Como dice Thich Nhat Hanh: “La comprensión nos hace libres de la rabia y del miedo”. No es de extrañar que esta sea un ingrediente básico para la felicidad.

En definitiva, me gustó mucho el seminario que impartió Thich Nhat Hanh el pasado domingo en Madrid y en este artículo he intentado recoger algunas de sus enseñanzas. La técnica que ofrece para sentirnos más felices (que está apoyada en una filosofía de vida) ha sido corroborada por la ciencia occidental, siempre más necesitada de datos. En alguna ocasión hemos hablado de los beneficios de la meditación que han constatado universidades prestigiosas estadounidenses y no es de extrañar que en empresas punteras de Silicon Valley se promueva este modo de entender nuestro cuerpo y nuestra felicidad. Es cierto que nos cuesta pero poco a poco, si dedicamos unos minutos al día a prestar atención a nuestra respiración y a calmar un poco la elaboración de ideas, podemos conseguir resultados físicos beneficios que nos ayuden a contemplar la vida de un modo mucho más amable. Por ello, vale la pena hacerlo.

Para saber más: www.vivirdespierto.com 

¡Sin pantalones en el metro!

Por: | 25 de abril de 2014

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Madrid, Berlín, Nueva York... Hora punta. Miles de personas se dirigen a sus trabajos o a sus centros de estudio. Los medios de transporte son un hervidero de gente con prisa, maletines de trabajo, mochilas con libros y caras habitualmente serias. La prioridad está en el reloj, en llegar a tiempo. Las calles, los pasillos de las diferentes estaciones y las escaleras mecánicas se convierten en una carrera de obstáculos.

El diario The Washington Post puso el foco en esta situación y observó la relación que hay entre el contexto, la percepción y las prioridades. Con este objetivo, el prestigioso violinista Joshua Bell se colocó en una de las estaciones de metro más concurridas de Washington en plena hora punta y tocó auténticas obras maestras interpretadas como lo que era, un verdadero músico. En menos de una hora pasaron delante de él más de mil personas, de las cuales tan solo siete se pararon a escucharle (una de ellas había estado recientemente en uno de sus conciertos) y veintisiete le dieron dinero sin apenas pararse. Tres días antes, Bell llenó el Symphony Hall de Boston, donde la entrada más económica es de cien dólares. Al leer este caso muchos nos identificamos con las personas que no se detuvieron ante el artista.

¿Qué nos sucede en el metro, en el tren o en el autobús? Pensemos ahora en las expresiones que vemos en los demás y, también,  en la nuestra. En estas situaciones y sobre todo si viajamos solos, el gesto de nuestra cara se vuelve rígido, serio, impertérrito… La cuestión es ¿qué hace falta para liberarnos de él? ¿Para mostrar un gesto más amable?

Fue en el metro donde  el comediante Charlie Todd puso en marcha el primer proyecto de Improv Everywhere hace 13 años, motivado por su pasión hacia la actuación y la comedia. Cuando aún no podía formar parte de compañías de teatro, decidió hacer sus propios escenarios y uno de sus primeros proyectos en 2002 fue, nada más ni nada menos, que pasearse por el metro sin pantalones. Más allá de si esta situación nos parece más o menos absurda, lo interesante es ver cómo a partir de ella se genera el contacto social entre personas anónimas y se contagian emociones que les hace abandonar ese rictus serio del que hablamos.

Todd eligió un día de enero y centró su cámara oculta en una chica que hacía el trayecto inmersa en la lectura de su libro. Él con abrigo, bufanda, gorro… y ¡sin pantalones! entra en el vagón del metro. La chica comienza a mirarle de arriba abajo, incrédula ante lo que ve, pero hace todo lo posible por continuar con la lectura y dirige de nuevo su atención al libro. En las seis paradas siguientes, amigos de Todd van entrando en el vagón sin pantalones pero con toda naturalidad, comportándose como si no se conocieran entre ellos. Lógicamente la situación se vuelve más extraña para la chica, que guarda el libro y comienza a observar la reacción de los demás. Es en el momento que mira a otras personas, que sonríen abiertamente, cuando ella sonríe tímidamente y hace lo posible por evitar la carcajada. Para Charlie Todd este es el mejor momento, ya que antes de que la experiencia fuera compartida podía generar temor, confusión… pero en el momento que hay un contacto social, se transforma en algo gracioso. Aún así, es llamativo como la chica intenta conceder normalidad al momento, evitando mirar a las personas que van sin pantalones y actuando como si no pasara nada.

La reacción de la chica le motivó a seguir generando experiencias positivas, absurdas y alegres, sirviéndose de la participación voluntaria de la gente, tal y como cuenta en su intervención en TED en 2011. En la actualidad, el día sin pantalones en el metro se ha convertido en una iniciativa mundial que se repite anualmente.

 

Un tren también fue el escenario elegido por Christine Rabette para su famoso corto Merci!, en el que el protagonista con su risa, despierta la de los viajeros que hasta el momento viajaban ensimismados en sus pensamientos. Las carcajadas de unos y otros iluminan el rostro de todos y el, hasta ese momento, triste vagón de tren.

Estas situaciones nos permiten reflexionar sobre cuestiones tan interesantes como humanas. Necesitamos y agradecemos el contacto con otros y al obtenerlo nos sentimos no solo reconfortados, muchas veces también amparados. Todos vivimos con máscaras que nos ayudan a aparentar sensación de control, a movernos en los contextos en los que nos rodean personas anónimas. La paradoja es que cuando las abandonamos podemos estar más cómodos con nosotros mismos y sentirnos más seguros. Pero lo mejor es que comprobamos una vez más cómo las emociones tienen una fuerza magnética que se contagia y genera efectos poderosos en los que nos rodean y en nosotros mismos.

Imagen: vpickering. Licencia Creative Commons 

¿Por qué necesitamos justificarnos?

Por: | 16 de abril de 2014

Autojustificarse

Somos expertos en buscar excusas para justificar lo que hacemos, lo que decimos e incluso lo que sentimos, sobre todo si va en contra de alguna de nuestras creencias. No nos gusta actuar sin tener una explicación, aunque sea de lo más peregrina. Y el motivo es sencillo: si no hay sintonía entre nuestra acción y nuestro pensamiento, caemos en “disonancia cognitiva”.

El psicólogo Leon Festinger  es el padre de la disonancia cognitiva, una de las teorías más poderosas sobre la motivación humana. Festinger la definió como un estado de tensión que se produce cuando mantenemos simultáneamente dos ideas, actitudes, creencias, opiniones… incompatibles entre sí. Cuando ello ocurre, nos sentimos incómodos y nos las apañamos para reducir dicho malestar con un sinfín de argumentos “tranquilizadores”, como se ve en el ejemplo de las personas fumadoras (por cierto, un colectivo que la psicología social ha estudiado una y otra vez, como comentamos en otro artículo).

Fumar implica un riesgo para la salud y los fumadores se enfrentan, por tanto, a una disonancia cognitiva entre el placer de disfrutar de dicho hábito y lo que “debería ser correcto” para ellos mismos o para el resto. La forma más fácil de reducir dicha sintonía es dejar de fumar pero, como está claro que no es tan fácil y que produce un cierto placer, nuestra mente se arma de argumentos de todo tipo y colores: “Hay gente que ha muerto a los noventa años con el cigarrillo en la boca” o “los estudios del cáncer de pulmón por fumar no están científicamente comprobados”.

La disonancia cognitiva también se ha llevado a datos. Siguiendo con el mismo colectivo, se analizó a 155 fumadores que consumían entre una y dos cajetillas por día. Cuando se les preguntaba sobre su nivel de consumo, el 60% consideraba que era moderado y el 40% que era excesivo… y no olvidemos que era exactamente el mismo. Así pues, ¿de dónde nacen las diferencias? La conclusión se halló en el nivel de riesgo que cada uno identificaba. Los que eran más conscientes de los efectos nocivos del tabaco eran precisamente los que consideraban que su consumo era moderado. Motivo: ellos mismos se autoconvencían de que la cantidad no era tan alta. Así pues, no solo nos llenamos de excusas para seguir disfrutando de lo que nos gusta, sino que además buscamos proteger nuestra imagen positiva y “coherente” con nosotros mismos.

Otra situación en la que solemos vivir la disonancia es cuando tenemos que tomar una decisión difícil que implica esfuerzo, tiempo o dinero. Esto sucede porque casi siempre hay algo positivo en la alternativa que descartamos. Para amortiguar la tensión que nos genera, tendemos a justificar nuestra decisión buscando la información que la refuerza y descartando la que nos muestra lo positivo de la no elegida. Jack Brehm hizo un sencillo experimento para demostrarlo. A un grupo de personas les mostraba diferentes aparatos eléctricos pidiendo que los valorasen teniendo en cuenta su utilidad. Como recompensa ganarían aquel que considerasen más útil. Una vez que lo recibían, pedía a las personas que volvieran a valorar dichos aparatos y el resultado fue claro: el aparato elegido lo consideraban más útil que antes y reducían el valor de los no seleccionados. Si el objeto elegido tenía alguna característica negativa la rechazaban, al igual que hacían con las características positivas de los que no seleccionaban. Así pues, a todos nos gusta sentir que ganamos en nuestras decisiones y nuestra mente se encarga de darnos argumentos para reforzarnos.

Las relaciones personales no escapan a nuestra “querida” necesidad de justificar nuestras elecciones y las consecuencias que se derivan. En un estudio realizado por Dennis Johnson y Caryl Rusbult, de la Universidad de Kentucky y Ámsterdam, respectivamente, pedían a estudiantes universitarios su opinión sobre el éxito que una página web de citas tendría en el campus. A los participantes se les mostraban fotos de personas que aparecerían en la web, para que dijeran si les consideraban atractivos, y valorasen si les gustaría tener una cita con alguna de ellas. Si los que veían las fotos tenían pareja, valoraban de forma más negativa el atractivo de las personas… (Está claro que la tentación genera disonancia cognitiva).

En definitiva, nuestra mente se convierte en nuestro “aliado” para reducir una tensión incómoda entre lo que queremos y lo que creemos que deberíamos, para encontrar mil y un argumentos para sentir que hemos escogido la mejor decisión. Todo lo anterior es positivo para no sufrir demasiado, pero cuidado, también encierra un riesgo: nuestra capacidad de autoengañarnos. Así pues, cuando nos excedemos en las alabanzas de lo que hemos decidido es interesante ser muy honestos con nosotros mismos y valorar hasta qué punto son argumentos sinceros o se trata de refuerzo “tranquilizador”. Solo cuando hagamos dicho ejercicio, seremos capaces de salir de una de las peores trampas a las que nos enfrentamos: nuestra propia mente.

 

Referencias

Brehm, J. (1956).“Postdecision changes in the desirability of alternatives”Journal of Abnormal and Social Psychology.

Johnson, D.J. & Rusbult, C.E. (1989).“Resisting temptation: Devaluation of alternative partners as a means of maintaining commitment in close relationships”. Journal of Personality and Social Psychology.

Jones, E. & Kohler, R. (1959). “The effects of plausibility on the learning of controversial statements”. Journal of Abnormal and Social Psychology.

Tagliacozzo, R. (1979).“Smokers' self-categorization and the reduction of cognitive dissonance”Addictive Behaviors.

 

Imagen: Gabba Gabba Hey!, Licencia Creative Commons

¿Elogios y favores? Sí... pero con moderación

Por: | 09 de abril de 2014

Applause

A quién aprecias más, ¿a quién te valora de manera positiva o a quién te hace críticas? A simple vista muchos diríamos que a quien nos valora positivamente, sin embargo, existen elogios que nos hacen sospechar intereses ocultos. Así pues, la respuesta no es tan sencilla, ya que el elogio no solo depende de quién nos lo hace, sino también del contexto que le rodea. Por norma, todos preferimos ser elogiados a criticados pero la crítica también la valoramos… siempre que no sea contra nosotros, como ha demostrado Teresa Amabile, de la Universidad de Harvard. Amabile pidió a estudiantes universitarios que leyeran dos críticas de novelas, aparecidas en The New York Times, similares en estilo y calidad, pero diferentes en el juicio. Una era muy favorable y la otra, muy negativa. Los estudiantes consideraron a la persona que hizo la crítica desfavorable menos agradable, pero al mismo tiempo, más inteligente, competente y experta en la materia. A pesar de lo negativo de su juicio, sentían más admiración hacia ella… ¡porque no eran ellos los valorados! Por ello, la crítica no solo no es mala, sino que bien realizada la reconocemos como positiva. El problema surge cuando es contra nosotros, que pensamos que resulta poco inteligente. Y si no, pensemos en nuestra propia experiencia.

Los elogios, además, son un arma de doble filo. Solo nos sentiremos agradecidos, si los vivimos como un gesto sincero por parte de quien los transmite. Cuando una persona nos hace ver lo buenísimos que somos cayendo en el exceso, se pueden despertar nuestras alarmas y pensar que detrás de tanta felicitación, existen palabras no tan sinceras. El psicólogo norteamericano Edward Ellsworth Jones llevó a cabo diversas investigaciones para ver estos efectos. Junto con sus alumnos se apoyó en un cómplice que asumía el papel de entrevistador de diferentes personas, a quienes después les hacía saber su valoración. Las evaluaciones estaban preparadas con anterioridad y unas personas recibían una evaluación positiva, otras negativa y otras neutral. Después se procedía a hacer lo mismo pero añadiendo un matiz: el entrevistador tenía el interés de conseguir personas para una investigación y pedía la colaboración de los entrevistados. Los resultados fueron claros, las personas evaluadas preferían siempre al entrevistador que les valoraba de manera positiva, pero la simpatía hacía él se reducía significativamente en los casos en los que sabían que había un interés propio, ya que se sentían adulados de manera engañosa. Así pues, a modo de resumen podemos decir, mucho elogio + interés de fondo = se activan nuestras alarmas.

Los favores funcionan de manera similar a los elogios. De hecho, la investigación muestra que una buena manera de conseguir mejorar la relación con alguien es logrando que nos haga un favor. Nos gustan más las personas que nos hacen favores, incluso en aquellos casos en los que nos hacen el favor de manera no intencionada. Albert y Bernice Lott, de la Universidad de Rhode Island, lo demostraron en un experimento con niños pequeños. Los niños eran divididos en tres grupos y el objetivo de cada grupo era elegir caminos sobre un tablero para llegar hasta el final. El grupo que elegía el camino correcto, ganaba el juego. Los niños iban en fila cruzando un campo de minas imaginario y si el que iba el primero escogía el camino equivocado era eliminado, así que el siguiente pasaba a elegir otro camino diferente. Los resultados mostraron que los niños que lograron cruzar el tablero y llegar hasta el final, mostraron mayor afecto por sus compañeros de equipo ya que creían que habían contribuido a lograr el objetivo. Lo curioso es que esa contribución no era intencionada y a pesar de ello, tenía un impacto positivo en la forma de considerar a los demás.

Similar a los elogios, apreciamos a las personas que nos hacen favores siempre que no nos hagan sentir en deuda, porque entonces nuestra libertad queda amenazada. ¿Cuántas veces has sentido que tienes que hacer un regalo a alguien porque anteriormente te regaló algo? Y ¿cuántas veces has querido no ser invitado a una fiesta para no tener que responder después con otra invitación? Está claro, no nos gusta sentirnos condicionados.

Jack Brehm y Ann Cole trataron de comprobarlo en una investigación en la que pidieron a estudiantes que participaran en un importante estudio en el que tenían que evaluar a otra persona. Obviamente no era el fin del estudio, sino estudiar su propio comportamiento. Mientras que esperaban a que empezara el experimento junto a otra persona (cómplice de los investigadores), el cómplice salía de la sala y en unos casos volvía y se sentaba sin hacer nada más, y en otros volvía con una bebida que daba a la persona. Después de esto se pedía a las personas que ayudaran al cómplice a hacer una tarea. Lo que vieron fue que quienes no habían recibido la bebida estaban más dispuestos a ayudar que quienes la habían recibido, ya que estos últimos se sentían más “obligados” a implicarse en la tarea.

En definitiva, algo que de entrada es positivo, como un elogio o un favor, se puede convertir en un arma de doble filo si percibimos otros factores de fondo. Así pues, una vez más, para conseguir impacto en nuestras actuaciones, necesitamos ser muy sinceros con nosotros mismos y con los demás… y saber que el resto también puede captar nuestras intenciones.

 

Referencias

Amabile, T. (1983). “Brilliant but cruel: Perceptions of negative evaluators”. Journal of Experimental Social Psychology.

Jones, E.E. (1964). Ingratiation. New York: Appleton Century Crofts

Lott, B. & Lott, A. (1960). “The formation of positive attitudes toward group members”. Journal of Abnormal and Social Psychology.

Brehm, J. & Cole, A. (1966). “Effect of a favor which reduces freedom”. Journal of Personality and Social Psychology. 

 

Imagen: jovenjames, Licencia Creative Commons

La felicidad comienza a los 50

Por: | 04 de abril de 2014

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 Imagen: VinothChandar, Licencia Creative Commons

A más edad, más felicidad. Tal afirmación se sustenta en recientes investigaciones que acaban con el mito de que la vejez es sinónimo de decadencia. No obstante, es cierto, tal y como asegura Laura Carstensen, del Centro de Longevidad de Stanford, que la vejez conlleva la aparición de algunas dificultades: descenso de estatus, menos ingresos económicos, enfermedades… Pero no todo son pérdidas, también hay ganancias: disfrutamos de los aprendizajes de la experiencia y del conocimiento adquirido, al tiempo que mejoramos en los aspectos emocionales.

Una encuesta de Gallup demuestra cómo a partir de los 50 la felicidad suele estar más al alcance de la mano. Arthur A. Stone, de la Universidad Estatal de Nueva York, en 2008 dirigió el estudio, para el que entrevistó a más de 340 mil personas en Estados Unidos, entre 18 y 85 años. Las preguntas tocaban temas, como situación económica, salud, sexo y bienestar general, entre otros.

Al final de la encuesta se incluía una pregunta en la que tenían que decir, si habían experimentado el día anterior alguno de estos sentimientos: felicidad, estrés, preocupación, enfado, tristeza y satisfacción. Lo que la investigación encontró fue que a los 18 años las personas nos sentimos muy bien, pero a medida que vamos cumpliendo años empiezan a aparecer dificultades en el camino que atacan a nuestro estado de ánimo. Y esta es la tónica general hasta que cumplimos los 50 años, momento en el que comienza a verse la vida de otra manera y elevarse el ánimo.  A los 85 años, las personas entrevistadas mostraron una plenitud y satisfacción consigo mismas que superaba con diferencia la de los 18 años. A partir de los 50 son menos los momentos en los que aparece la ira, aprendemos a llevar mejor las preocupaciones y ganamos en disfrute y felicidad.

Son muchas y muy diversas las investigaciones sobre cómo nos afecta el hecho de cumplir años. Los Centros de Control y Prevención de Enfermedades preguntaron en una encuesta en 2003, si habían sentido algún tipo de malestar psicológico durante la semana anterior, y las personas que estaban entre 45 y 64 años respondieron de manera afirmativa muy por encima de los que eran mayores de 65 años.

El equipo de Carstensen hizo una investigación en la que estudiaban la evolución de un grupo de 184 personas que iban desde los 18 a los 94 años, durante 10 años. Lo que pretendían ver es cómo cambiaban sus experiencias emocionales a medida que envejecían, estudiando su frecuencia, estabilidad y complejidad en la vida diaria. Para ello las personas recibían llamadas de los investigadores de manera aleatoria y en cada llamada debían valorar en una escala de 1 a 7 su estado de felicidad, tristeza y frustración. A medida que envejecían las personas informaban de experiencias más positivas y los sentimientos negativos se iban reduciendo. En conclusión, el envejecimiento se asocia con un bienestar general emocional más positivo y con mayor estabilidad emocional. Y no solo eso, sino que además vieron cómo las personas que informaron de más emociones positivas que negativas en su vida cotidiana, vivieron más años.

Estas investigaciones aportan evidencias que derriban los estereotipos asociados al envejecimiento, como una etapa negativa y gris marcada por la tristeza y la pérdida. Pero si ganar años nos hace más felices, ¿qué hacemos con las limitaciones típicas de la vejez para no sentirnos frustrados? Diferentes autores como el psicólogo alemán Paul B. Baltes apuntan al hecho de que aprendemos a optimizar los recursos de manera selectiva mediante la compensación. De esta manera envejecer de forma exitosa implica invertir en las metas y en las diferentes situaciones, aprovechando la experiencia acumulada para compensar las limitaciones.

Cartensen y su equipo apuntan también a que el hecho de saber que el tiempo que nos queda es poco, nos ayuda a poner el esfuerzo en lo verdaderamente importante y en relaciones que consideramos significativas, por lo que cada vez nos sentimos más satisfechos. Reconocer que nos queda poco tiempo hace que adoptemos una perspectiva más positiva ante la vida, cambia nuestros objetivos, nos vuelve más reflexivos, estamos más dispuestos a adoptar posturas conciliadoras ante los conflictos. En definitiva, amamos más y mejor nuestra vida.

En síntesis, los años pueden ayudarnos a tomar las decisiones acertadas y poner la energía en lo verdaderamente importante, como decidir ser felices, lo que a su vez repercute en las diferentes dimensiones de nuestra personalidad y alarga nuestra vida.

En España entre 1992 y 2011, según el Instituto Nacional de Estadística, la esperanza de vida de los hombres ha pasado de 73,9 a 79,2 años y de las mujeres de 81,2 a 85,0 años. En 2021, de mantenerse los ritmos actuales de reducción de la mortalidad por edad, la esperanza de vida alcanzaría 81,2 años en los varones y 86,5 años en las mujeres. En 2051 estos valores serían 86,8 años para los varones y de 90,8 años para las mujeres. Así que si la estadística no falla, tendremos mucho más tiempo para disfrutar de la ansiada felicidad.

 

Referencias

Intervención de Laura Carstensen en TED en 2011

Carstensen, L., Pasupathi, M., Mayr, U. & Nesselroade, J.R., “Emotional experience in everyday life across the adult life span”, Journal of Personality and Social Psychology, 2000.

Carstensen, L., Turan, B., Scheibe, S., Ram, N., Ersner-Hershfield, H., Samanez-Larkin, G.R., Brooks, K.P. & Nesselroade, J.R., “Emotional experience improves with age: Evidence based on over 10 years of experience sampling”, Psychology and Aging, 2011.

Ebner, N., Freund, A. & Baltes, P., “Developmental changes in personal goal orientation from young to late adulthood: From striving for gains to maintenance and prevention of losses”, Psychology and Aging, 2006.

Stone, A.A., Schwartz, J.E., Broderick J.E. & Deaton, A., “A snapshot of the age distribution of psychological well-being in the United States”, Proceedings of the National Academy of Sciences, 2010.

 

 

El País

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