Laboratorio de Felicidad

Sobre el blog

En el laboratorio de la felicidad analizamos experiencias, recogemos investigaciones y aportamos claves para vivir de un modo más saludable y optimista. Ponemos un microscopio para entendernos un poco mejor a nosotros mismos en nuestra relaciones personales y profesionales y ofrecemos fórmulas prácticas para incrementar nuestras dosis de felicidad en el día a día.

Sobre la autora

Pilar Jericó

Pilar Jericó. Curiosa del ser humano, de las emociones y de las relaciones personales. Es socia de la consultora Be-Up, coach y doctora en organización de empresas. Escritora de ensayos y novela y conferenciante internacional desde 2001. www.pilarjerico.com.

Cinco fases para encajar el fracaso

Por: | 28 de mayo de 2014

Fracaso

A nadie le gusta fracasar, sin embargo, es algo que a todos nos sucede. Lo primero para encajarlo es reconocerlo. Uno de los principales problemas de nuestra cultura es que ocultamos el fracaso a diferencia de otros países. Recuerdo lo que me impresionó de un profesor que tuve de la universidad de UCLA (Los Ángeles). Cuando se presentó el primer día habló de sus éxitos, publicaciones y muchas cosas positivas. Pero después comenzó a hablar de sus fracasos, en qué empresas se había equivocado y en qué posiciones no había sabido salir airoso. Me llamó mucho la atención. Era una presentación que no había escuchado nunca en España. Durante aquellos meses, pasaron varios ponentes por distintas clases y al igual que hablaban de sus éxitos, incluían en sus presentaciones, sus errores y lo que ellos había sabido aprender de todo ello (un ejemplo típico es el discurso de Steve Jobs, en la graduación de Stanford). 

En nuestra cultura no siempre sucede así. Nos da pudor y puede que sea por la imagen, por educación o por otros factores. Para evitarlo, nos llenamos de excusas, culpamos a los otros y puede que parte de razón tengamos. Pero no podemos aprender si ocultamos nuestros errores (al menos, a nosotros mismos). Aquí comienza la primera fase para encajarlo: podemos vender de cara hacia fuera que somos exitosos (si no tenemos aún resueltas nuestras luces y sombras), pero internamente necesitamos un espacio para reconocer nuestra responsabilidad.

Segunda, encajar el fracaso significa pasar un duelo o un luto. Cuando uno mete la pata, lo pasa mal. Así de fácil. Las palabras positivas tienen su efecto pero previamente necesitamos atravesar un pequeño (o un gran) desierto. Cuando alguien querido se ha equivocado, no podemos evitar que pase dichos momentos. Podemos reducir el tiempo de la travesía. En vez de sufrir días y días, podemos ayudarle a que lo positivice más rápidamente, en unas horas. Y ayudar a alguien a que encaje su error, significa acompañarle también en esos instantes. Frases típicas: “No llores” cuando la persona lo está pasando mal, es una forma de decirle “deja de llorar para que yo no lo pase mal viéndote”. En entonces cuando hay que acompañarle, aguantar el tipo y después de que se haya desahogado, pasar a la siguiente etapa. 

La tercera fase consiste en contemplar el “fracaso” desde una mayor perspectiva. Al final, tanto el éxito como el fracaso es un concepto muy relativo en el tiempo si se sabe encajar bien. Hay un sinfín de ejemplos que lo demuestran: Michael Jordan fue expulsado del equipo de baloncesto por no ser un buen jugador, Walt Disney fue criticado por unos estudios de cine por su falta de creatividad, Marilyn Monroe fue considerada por su productor de 20th Century Fox como una actriz poco atractiva o la misma Oprah Winfrey fue despedida de su trabajo como reportera televisiva porque “no era adecuada para las cámaras”. Está claro que detrás de las biografías de personas de éxito se esconden muchas piedras (y algún que otro “visionario”, podríamos añadir). Por ello, como tercer paso tenemos que contemplar un revés como algo sujeto en el tiempo y como el embrión para reinventarnos o para lograr algo más grande. Pero lógicamente, para ello, necesitamos apoyarnos en la cuarta fase: el aprendizaje.

El auténtico fracaso consiste en no saber aprender de nuestros errores. Todos nos equivocamos. Ya lo hemos dicho. Sin embargo, si no los utilizamos como una oportunidad de aprender algo de nosotros mismos o de las experiencias que nos rodean, será una auténtica equivocación. El caso de Michael Jordan lo ejemplariza muy bien. Después de que le expulsaran del equipo de baloncesto de su colegio y de que pasara un día entero encerrado en su cuarto llorando, decidió luchar para lograr su sueño. Le pidió al entrenador formar parte del equipo, aunque fuera llevando las cosas a sus compañeros seleccionados. Él quería estar cerca del equipo, seguir aprendiendo para tener algún día su oportunidad. Así lo hizo y se convirtió en la leyenda que es.

Y por último, no debemos obsesionarnos con el fracaso. Si nos acercamos a un proyecto con miedo a equivocarnos, vamos a tener más probabilidades de “tener razón” y cometer los temidos errores. Como le ocurrió hace años a Alex Corretja en un partido contra Hewitt. Entró en la pista pensando: ¿Qué sucedería si perdiera 6-0, 6-0 y 6-0? No consiguió quitarse esta idea y al final, fue derrotado por 6-0, 6-0 y 6-1. Por eso, no es de extrañar que una de las claves del éxito de Rafa Nadal esté en el entrenamiento de su tío ante un error. Cuando falla una bola, no se obsesiona y comienza a pensar: “Qué mal voy”, “qué tonterías estoy haciendo”… o cosas de esas. Sencillamente, tiene la capacidad de pasar página y centrarse en el futuro. Luego, ya le dedicará tiempo a aprender, pero en el momento presente, no puede dejar que su mente le pase una mala jugada.

En definitiva, todos nos equivocamos y esto es una buena noticia porque significa que estamos vivos. Los errores muchas veces nos cuestan encajarlos, pero en la medida que seamos capaces de reconocerlos, pasar su luto rápidamente, contemplarlos con perspectiva, saber aprender y no obsesionarnos con ellos, estaremos más capacitados para sacar el máximo partido. Además, ¿cuántos fracasos hemos tenido que nos han permitido alcanzar luego éxitos que no hubiéramos imaginado a priori? Por tanto, el fracaso es algo muy relativo.

Para profundizar:

Una breve entrevista sobre el tema:

Fuente: Sección de Coaching en Las Mañanas de RNE

Video sobre la forma de interpretar el error de Steve Jobs:

¿Qué dicen las investigaciones sobre las dietas?

Por: | 24 de mayo de 2014

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“Operación bikini” podría ser el lema para muchas personas ahora que se acerca el verano. Es el momento en el que acampan los productos de belleza en los mostradores de las farmacias para recuperar la figura y donde comienzan algunas conversaciones sobre dietas para comer de un modo más ligero y saludable. Sin embargo, todos los que hayamos vivido una dieta sabemos que perder peso se puede convertir en un camino “cuesta arriba”. ¿Y por qué es tan difícil? Esta misma pregunta se la formuló Sandra Aamodt, una neurocientífica que también sufrió dichos procesos sin conseguir la bondad de la báscula. Como buena investigadora y más allá de calorías y alimentos prohibidos, Sandra puso foco en la importancia que el cerebro tiene para controlar el hambre y el gasto energético. De hecho, considera que el cerebro es el auténtico protagonista ya que actúa de un modo, del que nosotros ni tan siquiera somos conscientes. Según sus investigaciones, nuestro cerebro decide cuánto “debemos” pesar y si nos salimos de dicho rango, nos emite señales para regresar a él, ensalivando si hace falta para comer aún más.

¿Motivo? Nuestro cerebro tiene memoria histórica. Hemos pasado siglos sin poder acceder a los alimentos con facilidad. Por ello y en base a esta teoría, no tener comida en exceso se considera una amenaza peligrosa. El cerebro se encarga de erradicarlo emitiendo señales de alarma disfrazadas de múltiples modos… y este es uno de los motivos por los que una dieta es una carrera de obstáculos contra nosotros mismos o, mejor dicho, contra nuestro propio cerebro.

Pero hay más motivos que la huella histórica. Nuestro cuerpo funciona de un modo inteligente y preciso: si consumimos menos alimentos, nuestro organismo consume menos energía para mantener el equilibrio. Y si perdemos peso, el cerebro hará todo lo posible para volver al equilibrio que tenía registrado. Tal y como señala Sandra, después de una bajada de peso, el cerebro trabaja durante los siguientes siete años para recuperar lo perdido. Y si nos mantenemos durante una época con unos kilitos de más, puede decidir que ese es nuestro peso ideal. Así que, según la investigación de Sandra Aamodt, es paradójico como nosotros intentamos controlar a nuestro cuerpo cuando el cerebro toma sus propias decisiones sin que tengamos tanto margen de maniobra.

Traci Mann, de la universidad de Minnesota, es otra investigadora que ha corroborado con datos por qué no son siempre tan efectivas. Primero, analizó los datos estadísticos: en las últimas dos décadas han aumentado los problemas de obesidad, al tiempo que parece que se han incrementado los tipos de dietas. Segundo, analizó junto a su equipo el impacto de las dietas y parece que entre el 33 y 66 por ciento de las personas que se ponen a dieta, pasado un tiempo recuperan el peso anterior. Malas noticias.

Otro factor en el que se ha detenido la investigación para ver cómo influye en la pérdida o ganancia de peso ha sido el número de horas que dormimos. Pues bien, lo que demostró un estudio realizado por Andrea Spaeth y su equipo de la Universidad de Pennsylvania, en el que participaron 225 personas de entre 22 y 50 años, fue que dormir poco se relaciona con el aumento de peso. ¿Por qué? La respuesta seguramente suene muy lógica, si dormimos menos somos más propensos a aumentar la ingesta de calorías. Además, las cosas que comemos cuando tendríamos que estar durmiendo no suelen ser muy saludables… y si no, recordemos cuando teníamos que estudiar por la noche y nuestro paseo habitual era a la cocina y el frigorífico y no precisamente para hacernos un zumo de verduras y fruta.

Por tanto, mas allá del control que queramos ejercer sobre nuestro peso, las investigaciones nos aportan algunas otras claves que nos explican por qué las dietas no siempre funcionan, por muy bien que nos las vendan. Más allá de incorporar a nuestro cuerpo una alimentación sana, Sandra Aamodt propone que comamos con más consciencia, es decir, aprendamos a entender las señales de nuestro cuerpo: comamos cuando tengamos hambre, paremos cuando estemos llenos y, sobre todo, cuando estemos mal no lo paguemos con nuestro cuerpo. De este modo, vamos creando un nuevo hábito a nuestro cerebro. Quizá si ponemos esto en práctica y educamos a las nuevas generaciones en esta consciencia, nuestra relación con los alimentos sea más saludable, estaremos más a gusto con nuestro cuerpo y ganemos en calidad de vida.

 

Referencias

Intervención de Sandra Aamodt en TED en 2013

Mann, T. et al. (2007) Medicare's search for effective obesity treatments: Diets are not the answer. American Psychologist.

Spaeth, A.M., Dinges, D.F. and Goel, N. (2013) Effects of Experimental Sleep Restriction on Weight Gain, Caloric Intake and Meal Timing in Healthy Adults. Sleep.

 

Aprende a ser más eficaz

Por: | 15 de mayo de 2014

Effective

A todos nos gustaría ser más eficaces en los objetivos que nos planteamos y las organizaciones se esfuerzan en buscar métodos para lograrlo. Existen diferentes teorías sobre ello pero si tuviéramos que destacar alguna, sería la propuesta por Peter F. Drucker, calificado por Businessweek como “el hombre que inventó el management” o la divulgación del mismo, podríamos añadir. Trabajó como consultor durante más de 65 años con líderes de empresas como General Electric, IBM, Procter & Gamble... y escribió cerca de 40 libros de muy fácil lectura, por cierto. Pues bien, según Drucker, lo que hace eficaz a un profesional es saber qué conocimiento necesita, convertirlo en acción y conseguir que las personas con las que trabaja se sientan responsables de lograrlo. Lógicamente, dicha definición es de mayor aplicación a los jefes, ya que sencillamente tienen más influencia o autoridad.

Drucker resume las siguientes prácticas para conseguir ser más eficaces en nuestro trabajo:

  • Pregúntate ¿qué he de hacer? y ¿qué le conviene a la empresa?
  • Desarrolla planes de acción
  • Asume la responsabilidad de tus decisiones
  • Céntrate en oportunidades en vez de en problemas
  • Conduce reuniones productivas
  • Piensa y di “nosotros” en vez de “yo”

Veámoslas con algo más de detalle:

Obtén el conocimiento necesario. Si en un día cotidiano nos preguntamos ¿qué tengo que hacer hoy? La respuesta, seguramente, contemple más de una tarea: responsabilidades, obligaciones, tareas pendientes… que nos piden a gritos tener que priorizar. Las personas eficaces saben hacerlo y se centran en una sola tarea. Según Drucker, centrarse en dos tareas impide ser efectivos. Y una vez que hemos finalizado, ¿debo pasar a la siguiente? Esto sería lo esperable, pero las prioridades pueden haber cambiado, por ello la eficacia requiere volver a analizar qué es lo prioritario. En el ámbito laboral las tareas a llevar a cabo suelen ser muchas y el tiempo escaso, así que las personas eficaces analizan qué tareas hacen especialmente bien porque será en esas en las que pongan su esfuerzo y si tienen equipos a su cargo, delegarán las demás en los miembros de su equipo.

¡Pasa a la acción! Para la gente eficaz el conocimiento no es útil hasta que no se convierte en hechos (eso deja a un lado a las personas que hablan mucho pero hacen poco…). Llegar a la acción exige planificar los resultados que se desean obtener, los obstáculos que pueden aparecer, cómo se gestionará el tiempo… Algunas de las preguntas que ayudan a trazar planes de acción eficaces son: ¿Qué espero de mí y qué esperan los demás?  ¿A qué resultados me puedo comprometer? ¿Es compatible con mis valores? Tal y como señala Drucker:

“El plan de acción es una declaración de intenciones antes que un compromiso”

Llevar a cabo un seguimiento es requisito necesario en cualquier plan de acción porque es la forma de adaptarnos a circunstancias y cambios que no estuvieran contemplados al pensar en la estrategia. La flexibilidad es condición necesaria para alcanzar el éxito.

Además, para pasar a la acción hay que decidir y son raras las veces en las que una sola persona está implicada en la decisión, por lo que hay que preguntarse ¿quién tiene que decidir? ¿Cuándo? ¿Quiénes se verán afectados por las decisiones? ¿Quiénes tienen que estar informados de la decisión? Muchas veces no tomamos decisiones o no tienen las consecuencias que esperamos porque no nos planteamos estas sencillas preguntas o si nos las plateamos no las respondemos de forma concreta. Ya sabemos, a veces nos topamos con la dificultad de ser sinceros con nosotros mismos. Y al igual que anteriormente dijimos que el seguimiento es necesario para seguir la trayectoria de nuestras acciones, las consecuencias de las decisiones también deben ser revisadas.

El último principio que siguen las personas eficaces a la hora de transformar las acciones en una realidad es centrarse en las oportunidades en vez de en los problemas (ya hemos hablado en alguna ocasión sobre ello). Resolver problemas, aunque sea necesario, no produce resultados. Esto lo saben bien las compañías que ven las oportunidades como una forma de seguir siendo competitivas. Y, ¿dónde buscan estas oportunidades? En éxitos o fracasos inesperados de la empresa o de los competidores; en la brecha entre lo que se hace y lo que podría hacerse; en cambios en la estructura del sector y del mercado... Y asignan a los mejores profesionales allí donde ven oportunidades.

Para conseguir la eficacia empresarial también es necesario contagiar la responsabilidad en las personas de la organización. Una de las tareas donde urge ser responsable es en la gestión de las reuniones. Probablemente, siga siendo una de las asignaturas pendientes de las organizaciones. Las agendas están repletas de reuniones que muchas veces no logran el objetivo que persiguen (si es que tienen un objetivo claro), las personas que asisten no son las que deberían estar, no  hay agenda, no se hace seguimiento…Como dice Drucker, una reunión productiva precisa de mucha autodisciplina, definir qué tipo de reunión es y respetar los tiempos, como hemos comentado en otra ocasiónEn la gestión de reuniones no hay mucho espacio para los matices de grises, si no son productivas son una pérdida de tiempo.

La última práctica que hace más eficaz a un profesional es pensar y hablar de “nosotros” y no de sí mismo. Sobre todo, aquellas personas en las que la organización deposita su confianza, necesitan el respaldo de los demás para tener autoridad, y para conseguirlo deben pensar en la organización antes que en sus propias necesidades y oportunidades.

Y por último, Drucker nos deja una regla que considera imprescindible para alcanzar la eficacia:

“Escuche primero, hable el último”

Podemos aprender a ser más eficaces, si como para la mayoría de aprendizajes, somos constantes y reflexionamos sobre la forma en la que podemos incorporar estas técnicas en nuestro día a día para irnos entrenando en la consecución óptima de nuestros objetivos.

Drucker, P.F. (2004). What makes an effective executiveHarvard Business Review.

Imagen:JD Hancock. Licencia Creative Commons

No (siempre) es práctico tener la razón

Por: | 09 de mayo de 2014

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El otro día estaba con un amigo que no paraba de quejarse de la atención del cliente en España. En su extensa disertación de quejas, incluyó también la corrupción y los políticos. Ya sabemos, conversaciones habituales de cómo va el país. Podía estar en lo cierto en muchas cosas (aunque ya sabemos que la percepción es selectiva), sin embargo, eso no significa que sea práctico. Me explico: nos empeñamos en repetir frases hechas sobre cómo va el mundo para desahogarnos, para encontrar lugares comunes con otras personas en las máquinas de café o en los ascensores o, simplemente, para que nos hagan caso. Los motivos no importan. El problema es si dichas frases nos aportan algo. La felicidad es un estado que se ha de construir con determinadas acciones, emociones y pensamientos. Si nos convertimos en un disco rayado repitiendo hechos que nos frustran, podremos tener la razón, pero no resulta pragmático ni para uno mismo ni para los que le rodean.

La pregunta que podemos formularnos es muy simple: ¿vale la pena pelearse por tener la razón? Sinceramente, en muchas ocasiones creo que no. En otro artículo hemos hablado de la inteligencia y de sus tipos según Gardner. Pero más allá de las investigaciones científicas, soy de la opinión que la inteligencia más interesante es aquella que nos permite ser felices y tomar decisiones que nos ayudan a sentirnos bien. Cualquier persona a la que le preguntes sobre su objetivo vital, en un porcentaje altísimo, te dirá que ser feliz y vivir en paz. Si este es nuestro anhelo, tendríamos que plantearnos si las ideas que esgrimimos por tener la razón y la energía que perdemos en determinadas “batallas dialécticas” nos ayudan a ello. Nuestros padres, pareja o amigos pueden ser de un modo u otro, al igual que nuestra empresa o nuestro país… Podremos criticarlos, enfadarnos, montar blogs de crítica… pero si no está en nuestras manos un cambio sustancial y no estamos dispuestos a hacer algo por dicho cambio, no vale la pena desgastarse en ello. Por tanto, un truco para incrementar nuestra felicidad es sencillamente negarnos a alimentar conversaciones y pensamientos que nos desgastan por dentro por mucha razón que tengamos. Si queremos cambiarlo, hagámoslo; si no, aceptémoslo pero no nos peleemos por ello. No es práctico ni demasiado inteligente para nuestro anhelo de felicidad.

Todo lo anterior no significa desarrollar una actitud de sumisión o de resignación ante la realidad. La resignación es la falta de acción y es diferente a la aceptación. Aceptamos lo que no podemos evitar o aquello que no está en nuestras manos. La resignación lo es a priori de cualquier intento de cambio y de búsqueda y está relacionada con actitudes sumisas, las cuales, son la antítesis de la felicidad. Cuando hablo de practicidad en nuestras decisiones, me refiero a la esencia del conocido proverbio chino o a la famosísima máxima de Gandhi:

Si algo puedes cambiar, ¿para qué te preocupas? Si no puedes, ¿para qué te preocupas?

Conviértete en el cambio que quieres ver en el mundo.

Si sustituimos el concepto preocupación por pelea, llegaremos a la misma conclusión. Si algo te molesta, actúa; y si no quieres o no puedes, cambia la actitud para contemplarlo de manera más amable. De otro modo, generarás una actitud poco práctica para el desafío más importante que tenemos: ser felices (y posiblemente, contribuir a la felicidad de los que te rodean).

Imagen: goandgo, Licencia Creative Commons 

 

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