Laboratorio de Felicidad

Sobre el blog

En el laboratorio de la felicidad analizamos experiencias, recogemos investigaciones y aportamos claves para vivir de un modo más saludable y optimista. Ponemos un microscopio para entendernos un poco mejor a nosotros mismos en nuestra relaciones personales y profesionales y ofrecemos fórmulas prácticas para incrementar nuestras dosis de felicidad en el día a día.

Sobre la autora

Pilar Jericó

Pilar Jericó. Curiosa del ser humano, de las emociones y de las relaciones personales. Es socia de la consultora Be-Up, coach y doctora en organización de empresas. Escritora de ensayos y novela y conferenciante internacional desde 2001. www.pilarjerico.com.

Nuestras trampas mentales y cómo superarlas

Por: | 30 de septiembre de 2014

Trampamental

Tengo una mala y una buena noticia, como en los chistes. La mala, tu mente te engaña. La realidad la observas con unas gafas que llevan unos determinados filtros. Dichos filtros hacen que ante un mismo acontecimiento (un cambio, una mala noticia o un ruptura), haya personas que lo contemplen como una maravillosa oportunidad y otros, que se ahoguen en un vaso de agua. Los filtros son tan potentes, que actúan como trampas, que nos atrapan y que nos introducen en emociones no siempre agradables. Por eso, dependiendo de tus filtros o de tus trampas, sufrirás o disfrutarás con lo que haces. Ya lo hemos dicho: la mente es capaz de engañarse a sí misma hasta jugando al solitario. Ahora bien, la buena noticia es que eres capaz de cambiar los filtros y contemplar la vida de un modo más amable. La realidad no puedes modificarla (si te han despedido, te han despedido; si te han abandonado, te han abandonado…), pero sí puedes modificar la interpretación de la misma y, con ello, transformar tus emociones (tengo oportunidad de comenzar un proyecto de trabajo que me ilusione o existen nuevas experiencias en el amor que puedo comenzar a vivir…). En definitiva, puedes escaparte de tus propias trampas, aunque no sea fácil, como ya decía el gran Albert Einstein:

¿Qué sabe el pez del agua en el que nada toda la vida?

Es difícil pero no imposible. ¿Cómo puedes hacerlo? Cada vez que te asalte un pensamiento negativo, recapacita en qué trampas estás cayendo. En la medida que conozcas tus trampas mentales, podrás distanciarte de ellas. Es decir, si te viene a la mente: “Siempre me pasa a mí lo peor” en vez de introducir más leña al fuego y enfadarte con lo que te ha sacado de quicio, toma distancia y observa que estás generalizando. “¿Seguro que siempre te pasa lo peor? ¿Nunca te ha ocurrido nada bueno?” Verás que no es cierto. Que hay cosas buenas y otras no tan positivas. Pero la generalización te aleja de la realidad, te impide ver otras cosas más amables y lo que es peor, te puede llevar a emociones incómodas. Pues bien, veamos algunas de las famosas trampas con algún ejemplo y hagamos una tabla de gimnasia mental para alejarnos de ellas, como dice mi socia Marta Romo.

  • Generalizar (siempre, todo, nunca…)
    Aquí se enmarcan las frases de tipo “Nunca me hablas cuando ves la televisión”, “Mi jefe siempre me ignora”, “O todos los italianos comen pasta dos veces al día”… Puede que sea habitual, pero seguro que hay ciertas excepciones.
  • Etiquetar antes de conocer
    “Los españoles son toreros” o “Las rubias son tontas”, además de generalizar se está etiquetando y está claro que es erróneo, aunque por supuesto haya españoles toreros y rubias con poco cociente intelectual.
  • Catastrofismo
    Cuando anticipamos cualquier acontecimiento de un modo negativo. Una frase habitual está relacionada con ¿Y si?...  “¿Y si va mal toda la fusión?”, “¿Y si me equivoco?”… Date tiempo para comprobarlo y para equivocarte, pero no te agobies anticipadamente.
  • Leer el pensamiento de otros
    “Seguro que ha pensado que soy un desastre”. Aquí es cuando se hace alarde de vidente o de echador de cartas. Imaginamos que los otros piensan de nosotros cosas peores de lo que realmente ocurre. También puede ser al contrario, si caemos en un cierto narcisismo. En cualquier caso, es presuponer y sufrir si es algo negativo.
  • Dramatizar
    En este apartado se encuentra cualquier exageración del tipo “Todo ha sido horrible” o la queja constante. He visto auténticos profesionales que dramatizan para llamar la atención y lo que consiguen es generar emociones incómodas a su alrededor y a ellos mismos.
  • La hiperresponsabilidad
    Caemos en esta trampa cuando nos sentimos los salvadores del planeta y creemos que nuestro mundo no puede continuar sin nosotros. “Yo soy quien debo hacerlo todo”, “Necesito tenerlo todo absolutamente controlado porque si no, ya se sabe…” El agotamiento que genera para uno mismo esta trampa es considerable.
  • El mundo del debería
    Aquí sustituimos el deseo como una obligación que, además, nos hace sufrir:  “Debería continuar esta relación”… en vez de reconocer que “necesito continuar esta relación”. Cuando hablas de lo que realmente necesitas, te sientes más fuerte para asumir tu decisión.

Como verás, hay trampas de todos los colores. En el fondo, una trampa es cuando generalizamos la realidad (“siempre tengo mala suerte”), la distorsionamos con interpretaciones extrañas (“la gente piensa que soy raro”) o porque solo contemplamos una parte de ella (“a nadie le ha gustado la conferencia”). Si eres capaz de observar tu trampa mental y de aterrizarlo, serás capaz de sufrir menos y, por tanto, de ser más feliz. Sin duda, es un buen deporte para practicar.

Imagen: Licencia Creative Commons, Retinal Fetish

¿Sabes usar tus redes sociales para aumentar tu bienestar?

Por: | 24 de septiembre de 2014

Redes

“Tengo cien amigos en Facebook pero ninguno para tomar una cerveza un viernes por la tarde”, escribió una persona en twitter. Es posible que en las redes sociales no sea oro todo lo que reluce. Si existe un lugar en el que mostramos la mejor versión de nosotros mismos, donde sacamos nuestras mejores fotos, ideas… ese es las redes sociales. Por supuesto, es una herramienta que está cambiando el mundo y nuestra manera de comunicarnos con los demás. Podemos estar en contacto con aquel compañero de facultad del que nos separan kilómetros, con amigos de la infancia (¡si los encontramos en el océano de usuarios!), con nuestros familiares... Y, en este sentido, podríamos decir que nos facilitan enormemente el poder compartir momentos. Por no hablar de la funcionalidad que pueden tener a nivel profesional al permitirnos generar vínculos con personas que nos une un mismo interés. Por supuesto, no se cuestionan los beneficios maravillosos de las redes sociales, sin embargo, el problema es saber si nos ayudan a ser más felices. Para responder a esta pregunta y como solemos hacer en este laboratorio, acudimos a la ciencia.

Han comenzado a proliferar estudios que revelan el impacto no tan positivo de las redes en nuestras vida. Entre ellos destaca el llevado a cabo por Fabio Sabatini de la Universidad de La Sapienza, en Roma, y Francesco Sarracino de STATEC, en Luxemburgo. Analizaron los datos de una encuesta realizada a 50.000 personas en Italia a lo largo del 2010 y 2011, con el fin de saber si el uso de las redes sociales reducía su bienestar subjetivo. Para dar respuesta a su inquietud recogían la información a través de diferentes preguntas: “¿Cómo está de satisfecho con su vida?, ¿con qué frecuencia se reúne con la familia?, ¿puede la gente confiar en usted?, ¿qué uso hace de Facebook y Twitter?...”.  Lo que encontraron puede que a priori no llame nuestra atención, quienes confiaban en los demás y buscaban momentos de interacción con otras personas evaluaban su bienestar de manera más positiva que los que no lo hacían. Cuando el contacto con los otros era fundamentalmente a través de una red social, la confianza en dicha interacción se veía mermada. Tiene su lógica: si la persona la hemos conocido solo a través de una pantalla, necesitamos algo más para confiar en él o en ella. Su lenguaje no verbal, su manera de respirar, su presencia… la magia que tenemos los seres humanos y que es imposible que se recoja en los perfiles cibernéticos. Por ello, los investigadores de la Universidad de La Sapienza aseguran que el impacto que las redes sociales tienen en nuestro bienestar es positivo solo cuando pasamos del mundo online al cara a cara… De ahí lo importante de conocerse personalmente en las webs de contactos  y no pasar horas y horas de chat imaginando quizá imposibles.

Si la interacción cara a cara es la que genera confianza en el otro y, por ello, bienestar en la relación, ¿las redes sociales son una plataforma para impulsar las interacciones en nuestra vida personal? Sí esto fuera así, sería una noticia estupenda ya que el número de usuarios de las redes está en aumento, como confirma la encuesta que realiza anualmente Navegantes en la Red. Sin embargo, algunas investigaciones indican que el uso que hacemos de Facebook, la red social por excelencia, no mejora nuestro bienestar sino que aumenta nuestro malestarDaniel Gulati, empresario de tecnología y escritor, observó cómo la red de Mark Zuckerberg impactaba en la vida de los jóvenes. Detrás de los comentarios, publicaciones y “me gustas”, aparecían celos, ansiedad y comparaciones poco beneficiosas para uno mismo. Si nos comparamos con la imagen ideal del otro, es posible que pensemos que nuestros logros no lo son tanto.

En definitiva, las redes sociales son una potente herramienta que está transformando positivamente el mundo en muchos aspectos. Sin embargo, un uso exagerado de ellas puede ir en detrimento de nuestro bienestar y de nuestra felicidad. Por ello, como toda herramienta, lo beneficioso es saber usarlas de modo inteligente, de manera que le dediquemos tiempo pero que nunca las sustituyamos por el contacto cara a cara con el otro, con ese café o esa cerveza que anhelaba la persona de twitter.

Referencias

Sabatini, F., Sarracino, F. (2014). Online networks and subjective well-being. MPRA Paper 56436.

Imagen: Jose Castillo

Visualizar para crear

Por: | 17 de septiembre de 2014

Dream

Si quieres conseguir algo, primero suéñalo. Así lo recomendaba uno de los grandes psiquiatras del siglo XX, Viktor Frankl. Durante la II Guerra Mundial, estuvo prisionero en campos de exterminio. Cuando se sentía muy hundido utilizaba una técnica: se veía a sí mismo dando una conferencia en una sala bien iluminada y cómoda frente a un atento auditorio, que escuchaba sus reflexiones. De este modo, Frankl estaba definiendo cómo le gustaría verse en unos años, se distanciaba de su amarga situación y se sentía más aliviado. Como decía el psiquiatra: “el prisionero que perdía la fe en el futuro -en su futuro- estaba condenado”. Y la explicación, volvemos a encontrarla en la ciencia.

Científicos de la Universidad de Northwestern en Chicago han descubierto que lo que imaginamos se superpone a aquello que realmente hemos vivido, lo que hace que nuestro cerebro no sea capaz de diferenciar entre lo que ha vivido y lo que ha imaginado. Dicho estudio, publicado por la revista Psychological Science, levantó un debate interesante en la comunidad científica entre partidarios y detractores, que todavía sigue abierto. Independientemente de ello, parece ser que la visualización tiene un poder que muchos desconocen pero que los deportistas de élite dominan a la maravilla. De hecho, los especialistas en tiro con arco aseguran que visualizar tan solo 10 minutos puede ser tan efectivo como 100 flechas tiradas, igual sucede con los motoristas de élite e incluso con los pilotos de fórmula uno. Su entrenamiento visual consiste en proyectar con su imaginación determinados hechos que más tarde tomarán cuerpo en la competición real. Si lo trasladas a tu vida privada, cuando quieres lograr algo, conviene primero soñarlo, en especial cuando se están atravesando momentos difíciles. Imagina cómo serías en un nuevo trabajo, con una nueva pareja, en un nuevo proyecto o cambiando de forma de ser… En definitiva, imaginando una nueva vida. Soñarla es el primer paso para alcanzarla, aunque haya personas que lo evitan. “Soñar es peligroso” me comentó un hombre después de una conferencia. Cuando le pregunté el motivo me argumentó que era para evitar la frustración: “Si sueñas mucho y luego no lo logras, ¿qué ocurre?”, dijo.

Personalmente, creo que hay que ser ambiciosos con los sueños y, luego, tener la capacidad para gestionar la frustración (o las sorpresas), porque la vida se encarga de ponernos a cada uno en nuestro sitio. El objetivo de soñar no es marcar objetivos imposibles, sino definir rutas de navegación.Si no tienes una visión personal, es como si estuvieras en medio del océano sin mapa ni rumbo o incluso, lo que es peor, que formes parte de la visión de otro. Si no tienes tu propio sueño, puedes formar parte del de otro. Y lo mejor es tomar conciencia de ello antes de despertar un día y percatarse de todo el tiempo perdido. Por eso, primero sueña y luego ponte manos a la obra. Del sueño no se vive, pero a veces es un buen pulmón para seguir adelante.

Si has construido un castillo en el aire, no has perdido el tiempo, es allí donde debería estar. Ahora debes construir los cimientos debajo de él.

George Bernard Shaw, escritor irlandés, Premio Nobel (1856-1950)

Basado en el libro: Jericó, P. (2010): Héroes Cotidianos. Planeta

Imagen: Licencia Creative Commons, Moyan Brenn

 

¿Los hijos nos hacen más felices?

Por: | 14 de septiembre de 2014

4732383609_35a12bb34d_z

Hoy vamos a tocar un tema controvertido: ¿Tener hijos aumenta nuestra felicidad? A priori, podemos suponer que sí; sin embargo, desde que en 1957 se publicara un estudio llamado “la paternidad como crisis”, hay dudas sobre esta respuesta tan contundente. Como solemos hacer en el Laboratorio, vamos a acudir a investigaciones y a distintos puntos de vista para intentar responder. Pero aclaremos algo: tener hijos no depende de estadísticas. Es una decisión más íntima, a veces más inconsciente, otras resultado de nuestras creencias, el amor o el instinto, pero casi nunca es el producto de análisis cuantitativos. Así pues, una vez definido el punto de partida, nos metemos en harina para ver qué nos aporta la ciencia en un tema tan universal como es la paternidad o la maternidad.

Martin Seligman, uno de los impulsores del pensamiento positivo y profesor en la University of Pennsylvania, concluye que las personas que tienen hijos son más felices que las que no. Sin embargo, existen otros estudios que cuestionan dicha afirmación, como el que realiza Jennifer Senior.

La autora de uno de los libros recomendados por New York Times analiza el grado de felicidad que tienen los padres. Sus conclusiones se pueden resumir del siguiente modo: quienes son padres sufren más estrés que quienes no lo son y su satisfacción conyugal es más baja. Ahora bien, el motivo no son los hijos (¡pobres!), sino todo lo que gira alrededor de su crianza: los cambios sociales, en los hábitos, en las aficiones, en la reducción de tiempo con la pareja… Además, cuando se tienen hijos se comienzan a visitar emociones con un grado de intensidad desconocida tanto en sentido positivo como en el opuesto.

Más estudios: investigadores de la Open University de Reino Unido encontraron que las parejas sin hijos tienen mayores índices de satisfacción que los padres. Motivo: una vez más la carga de estrés o el trabajo extra que implica.

Ahora bien, los puntos anteriores los matizan varios autores en un reciente artículo muy interesante. Un equipo liderado por Katherine Nelson de la University of California revisó docenas de estudios de culturas occidentales sobre la materia desde tres perspectivas: comparación de los niveles de felicidad de los padres con los que no tienen hijos, cambio del bienestar durante la transición a la paternidad, y análisis de cómo se sienten los padres cuando están con sus hijos y cuando están en otras actividades diarias. La conclusión es la siguiente: la felicidad como padres depende de los rasgos tanto de los padres como del niño (personalidad o edad), así como del contexto (situación socioeconómica o estructura familiar). En otras palabras, hay caracteres o contextos que ayudan más que otros. Veámoslo con algo más de detalle:

¿Qué características de los padres ayudan a que estos sean más felices en su paternidad?

  • Edad de los padres. Los padres primerizos de edad media o avanzada suelen ser igual o más felices que los que no tienen hijos; sin embargo, los menores de 25 años se sienten más infelices que sus coetáneos. Tiene cierta lógica: a medida que ganas años, se gestiona mejor las emociones y se tiene una situación económica más desahogada (se supone). Además, ya se han vivido muchas cosas y no existe tanto la fantasía de lo que se deja de ganar. Por el contrario, hay menos energía. Pero en términos de felicidad, la edad ayuda como ya hemos hablado en otra ocasión.
  • Género. Los padres se muestras más felices que las madres. Por la revisión de los estudios realizados, el tiempo que dedican los hombres a los niños en general suele ser inferior al de las madres. Eso provoca que lo inviertan en ocio, mientras que las madres asumen más cargas de trabajo y de responsabilidad en la educación. Así pues, no es de extrañar que los autores recomienden que los padres contribuyan más en dichas tareas, en especial, en determinadas culturas.

  ¿Qué características de los niños ayudan a que los padres sean más felices en su paternidad?

  • Temperamento y problemas. Hay hijos que nos hacen más felices que otros, así lo demuestra la investigación. Cuando el niño se adapta con facilidad a los nuevos cambios y su carácter no es difícil, ayuda a que los padres sean más felices. Si el hijo tiene algún tipo de discapacidad limitante o enfermedad o tiene problemas con las drogas, por ejemplo, los índices de felicidad de los padres se resienten.
  • Edad del niño. Los padres con niños menores de siete años registran menos índices de felicidad que los padres con hijos mayores. Los motivos son fáciles de suponer: trastornos en el sueño, mayor dedicación de tiempo… Sin embargo, aquí existen otras investigaciones que apuntan que la adolescencia no es precisamente un camino de rosas. En cualquier caso, cuando los hijos crecen y las relaciones son buenas con ellos, los niveles de felicidad aumentan considerablemente.

 ¿Qué situación familiar ayuda a que los padres sean más felices?

  • Soporte social, empleo y estatus socioeconómico. Como es fácil de intuir, el soporte social ayuda a que los padres sean más felices (¡benditos abuelos!). Estar empleado, sin embargo, no está tan claro. Por un lado, se reduce la tensión económica, pero por otra parte, se aminora el tiempo de estar con ellos. Curiosamente, las personas con un alto nivel socioeconómico se benefician menos de ser padres, por la sencilla razón de que a menudo, tienen compromisos u obligaciones, que le restan el tiempo de estar con sus hijos. 
  • Estado civil y custodia. Los casados o en pareja registran mayores índices de felicidad que los que están solos, debido al reparto de la carga económica y de las preocupaciones. Igualmente, parece que los padres que tienen la custodia son más felices que los que no. Si bien es cierto que estos últimos disponen de más tiempo, también la pérdida de sus hijos disminuye su bienestar.

 En definitiva, no podemos decir que ser padres nos haga más felices o infelices. Todo depende, como hemos visto. Pero más allá de los puntos anteriores, lo que los investigadores remarcan es que la felicidad de los padres repercute directamente en la de los hijos durante su crianza. En la medida que sepamos buscarla en nosotros mismos, seremos capaces de trasladársela a nuestros hijos y a construir relaciones más plenas. La paternidad o la maternidad desgasta sobre todo al principio. Muchas veces es ingrato, se visitan ciertos infiernos si nuestros hijos, además, tienen problemas; sin embargo, si contamos con un contexto favorable y trabajamos también nuestra felicidad, podemos ser capaces de sentirnos profundamente realizados.

 

Imagen: Licencia Creative Commons, Frank de Kleine

Autocompasión o el arte de no machacarse

Por: | 08 de septiembre de 2014

Autocompasion

Recuerda aquel momento en el que has deseado que la tierra te tragase por algo que has dicho desafortunado: un mensaje de whatsapp que no ha hecho gracia, un malentendido en casa o un trabajo que no ha gustado… En ese momento, se despierta el juez que llevamos dentro y comenzamos a maldecirnos: “Mira que soy tonto” o subimos el tono con palabras más “bonitas”. Y lo peor de todo ello es que, además, lo podemos recordar durante días, meses o, incluso, años. No hace falta decir que este tipo de comentarios nos pueden hacer profundamente infelices. Pero tenemos buenas noticias al respecto. Existe un antídoto, que las investigaciones han corroborado: entrenar la autocompasión o la autoaceptación, que no hemos de confundir con la autoestima.

La autocompasión significa ser amable y comprensivo con nosotros mismos, en especial ante nuestros errores. En vez de machacarnos por lo torpes que somos, aceptar que no somos perfectos y que nos podemos equivocar. Eso no significa ser condescendientes, “pasar de todo” o no desarrollar la empatía para reconocer que podemos hacer daño sin querer. No, la autocompasión está relacionado con la responsabilidad de nuestros actos, pero sin el sufrimiento innecesario como ha demostrado la ciencia.

Investigadores de las universidades de Texas y Kentucky analizaron el grado de autocompasión de los estudiantes. Midieron cuál era su nivel de optimismo y de felicidad. Pues bien, los jóvenes que encajaban mejor sus errores mostraban más niveles de felicidad y de optimismo. Pero no solo eso, estaban además más capacitados para ver las cosas en su justa medida (es decir, no abrir dramas innecesarios), sentir compasión por otras personas y ser extravertidos. También se comprobó que los estudiantes más autocompasivos tenían la capacidad de aprender mejor de sus errores. Esto es una gran noticia: a veces sentimos que necesitamos machacarnos para no relajarnos y dar el “do de pecho” en todo cuanto hacemos. Sin embargo, las investigaciones demuestran que cuanto más autocompasivos seamos, más capacidad de mejora tenemos. Por ello, desmontemos un mito innecesario.

Mark Leary y sus colegas analizaron casos de personas que estaban atravesando una mala racha y llegaron a una conclusión interesante: “En momentos complicados la autocompasión es más efectiva que la autoestima”.

“Si una persona aprende a sentirse mejor consigo misma pero sigue castigándose cada vez que fracasa o comete un error, será incapaz de superar sus dificultades sin ponerse a la defensiva”, Mark Leary.

Una última investigación. Hace unos años, Kristin Neff  y Roos Vonk publicaron un artículo en una revista de gran relevancia científica en el que medían las diferencias de la autoestima con respecto a la autocompasión. Resultado: la autocompasión tiene la capacidad de hacernos prever sentimientos positivos de un modo más estable que la autoestima. La capacidad de saber perdonarnos nos ayuda a dejar de compararnos tanto con otros y a reducir nuestra rumia interna o nuestro enfado. Así pues, si queremos ser felices, puede ser más eficaz entrenar la autocompasión que la autoestima.

¿Cómo podemos entrenar nuestra autocompasión?

  • Amabilidad con nosotros mismos. Si una persona que apreciamos, hubiera cometido el error por el que nos estamos castigando, ¿le trataríamos del mismo modo? Seguramente, no. Y no creo que necesitemos hacernos tanto daño para prestar más atención en el futuro. Por lo tanto, añade un poco de amabilidad en lo que te dices.

  • Reconocer “la humanidad compartida”, como dicen Kristin Neff  y Roos Vonk. Al fin y al cabo, todos nos equivocamos. Es maravilloso darse cuenta de que no eres el único que puede mandar un whatsapp desafortunado o el que dice una bobada en un grupo de amigos. En la medida que uno sea capaz de perdonarse a sí mismo, es capaz de mirar con más dulzura los errores del resto, en especial, aquellos que afectan a uno mismo.

  • Relativizar. Si revisamos los errores de nuestro pasado que parecían auténticas hecatombes como suspender un examen o que nos dijera que no un chico o una chica, podemos darnos cuenta que algo muy sano es equilibrar el error. Ante nuestros errores, si además sabemos ponerlos en su justa medida, aprenderemos a sufrir menos. 

Breins, J.G, Chen, S. (2012). Self-Compassion Increases Self-Improvement Motivation. Personality and Social Psychology Bulletin, 38, 1131 – 1143.

K. D. Neff, & R. Vonk. (2009). Self-compassion versus global self-esteem: Two different ways of relating to oneself. Journal of Personality, 77(1), 23-50. doi: 10.1111/j.1467-6494.2008.00537.x

Leary, M. R., Tate, E. B., Adams, C. E., Allen, A. B., & Hancock, J. (2007). Self-compassion and reactions to unpleasant self-relevant events: The implications of treating oneself kindly. Journal of Personality and Social Psychology, 92, 887- 904

Imagen: Licencia Creative Commons, Lotus Carroll

Se buscan héroes cotidianos

Por: | 05 de septiembre de 2014

Heroes

Lejos de las salas de cine no tenemos muchos Clark Kent solucionando los problemas de ahí fuera... pero no todo está perdido. Mira a tu alrededor, echa un vistazo a los que tienes más cerca y dedica unas horas a mantener una charla con ellos. Seguro que descubres que en tu vagón de metro o en la cola del supermercado hay gente con poderes más asombrosos que la Kryptonita. 

Quiero empezar este "curso académico" dando un espacio en este blog, a esas personas que lejos de ser "supermanes" o "superwomans", consiguen llevar a su día a día fórmulas de nuestro particular Laboratorio de la Felicidad. 

Busco a personas con historias de superación, que quieran compartir con nosotros esos momentos que hacen un poco más épico lo cotidiano. Te invito a compartir tu experiencia, tu aprendizaje, o algo de lo que te sientas especialmente orgullos@ en tu camino a la felicidad. 

Si eres un héroe cotidiano y quieres compartir tu historia con nosotros, no lo dudes, tu experiencia es un gran aprendizaje para todos. Escríbeme un mensaje privado a mi página de FaceBook, y me pondré en contacto contigo para ampliar la información, elaborar una pequeña entrevista y finalmente publicar tu historia. 

"Dicen que soy héroe, yo débil, tímido, casi insignificante, si siendo como soy hice lo que hice, imagínense lo que pueden hacer todos ustedes juntos", Mahatma Gandhi.

Muchas gracias 

Imagen: Dermont Flynn para la portada de Héroes Cotidianos, Pilar Jericó, Alienta Editorial 2010

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal