Laboratorio de Felicidad

Sobre el blog

En el laboratorio de la felicidad analizamos experiencias, recogemos investigaciones y aportamos claves para vivir de un modo más saludable y optimista. Ponemos un microscopio para entendernos un poco mejor a nosotros mismos en nuestra relaciones personales y profesionales y ofrecemos fórmulas prácticas para incrementar nuestras dosis de felicidad en el día a día.

Sobre la autora

Pilar Jericó

Pilar Jericó. Curiosa del ser humano, de las emociones y de las relaciones personales. Es socia de la consultora Be-Up, coach y doctora en organización de empresas. Escritora de ensayos y novela y conferenciante internacional desde 2001. www.pilarjerico.com.

Cuando las barreras están en tu mente

Por: | 27 de febrero de 2015

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“Ningún ser humano es capaz de correr un milla de distancia en menos de cuatro minutos”. Este era el pensamiento que perduró durante años. Había un sinfín de explicaciones provenientes de comentaristas deportivos, expertos en fisiología y médicos. Era imposible, sencillamente, porque nadie lo había podido conseguir… Hasta que llegó la mañana del 6 de mayo de 1954 y Roger Bannister participó en la carrera de una milla de distancia en Oxford. Este joven de 25 años había quedado cuarto en las Olimpiadas de Helsinki dos años atrás en 1.500 metros, con una marca de 3:46,0. No parecía que pudiera romper la barrera de los cuatro minutos porque, recordemos, era imposible. Sin embargo, esa mañana aquel joven corrió los 1.609 kilómetros que suponen una milla en 3:59,4. El resultado fue un acontecimiento histórico en el mundo deportivo y no solo en Reino Unido. Pero no fue el único que lo logró. A las seis semanas un corredor australiano, John Landy, superó el record anterior con una marca de 3:58,0. Y, desde entonces, los cuatro minutos han sido fulminados miles de veces, porque sencillamente, la barrera era el resultado de la imaginación que no de un límite real. Y si trasladamos este ejemplo a nuestra vida cotidiana podríamos preguntarnos: ¿cuántas “millas” tenemos en nuestra mente que no son reales y que nos impiden alcanzar nuestros objetivos?

Recuerdo la conversación con una extraordinaria profesional que me habló de su pasado. Me dijo que durante los años de la escuela la puntuación de sus exámenes era de notable, porque pensaba que era incapaz de superarse. Sin embargo, un día consiguió un sobresaliente en matemáticas, contra su propio vaticinio. Aquella nota fue “su mañana en Oxford”. Se dio cuenta de que ella también tenía la posibilidad (y el derecho) de lograr mejores notas y que si no lo había hecho antes, había sido por ella misma.

Pues bien, muchas de las barreras que nos impiden conseguir nuestros proyectos provienen de nuestra mente, porque pensamos que si ninguna otra persona lo ha conseguido antes, ¿por qué lo vamos a alcanzar nosotros? Nos acomodamos en nuestra zona de confort, dibujamos nuestros propios límites y de ahí no salimos. Sin embargo, lo que caracteriza a los innovadores o a las personas creativas es precisamente que no se mueven por lo que el resto ha hecho, sino que buscan romper los límites (o sus propios límites). De hecho, se cuenta que Steve Jobs cuando encomendó el diseño del primer iPhone pidió a sus ingenieros que no se condicionaran por la forma de los teléfonos tradicionales, sino que rompieran barreras, sus propias barreras. Y aquello dio pie a una de las grandes revoluciones en productos de los últimos años.

“La genialidad está en ver lo que todo el mundo ha visto y pensar lo que nadie ha pensado”

Albert Szent-Györg, descubridor de la vitamina D

Todas las personas tenemos un potencial que no siempre somos capaces de desarrollar, pero nos llenamos de justificaciones para no aspirar a ese puesto o para no tener una relación con una determinada persona. Sentimos que no somos merecedores de sobresalientes o de reconocimientos o creemos que siendo más “mediocres” seremos aceptados por el resto y preferimos no destacar. Pero ahí reside el problema. Si fuéramos capaces de aislar nuestros propios prejuicios, ¿en cuánto tiempo recorreríamos nuestras millas?

Cuidado, retirar nuestras barreras mentales no significa lograr todo cuanto deseamos, pero al menos, supone tener más probabilidades de conseguirlo. Un buen ejercicio es cuestionarse a uno mismo. Hacerlo uno solo es difícil, por ello, un consejo es rodearse de personas que te animen a dar lo mejor de ti, que te reten o leer biografías de personas que admires, para inspirarte en la manera con la que abordaron sus dificultades. En definitiva, salir de nuestras barreras internas supone impulsar el motor de la propia autosuperación, no quedarse rendido en el “yo soy así” y explorar qué otras cosas somos capaces de hacer… porque la vida es demasiado apasionante para quedarnos estancados en un punto determinado o en un milla imbatible. 

Licencia Creative Commons, Valentina_A

Nada sin mis valores

Por: | 21 de febrero de 2015

CintilloHEROES

 

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Santiago es uno de esos millennials que a más de un jefe ha descolocado. En plena crisis renunció a su puesto de trabajo: ¡Chocaba de frente con sus valores!

“Si los valores son lo más importante de nuestra vida, ¿cuál es mi valor como persona si los estoy violando días tras día? Esa pregunta cambió mi vida, devolviéndome el vigor que tanto eché en falta”. 

Con sólo  21 años se hicieron realidad sus sueños. A punto de terminar sus estudios universitarios de Publicidad y Relaciones públicas, le contrató una agencia de marketing y comunicación para desempeñar un puesto de responsabilidad como Social Media Manager. Tal y como él mismo cuenta: “¡El sueño de cualquier joven en una coyuntura de crisis económica! Era un privilegiado. Un privilegiado con una familia y pareja envidiables”. Pero lo dejó. Lo dejó porque violaba lo más importante de su vida.

Su alarma interna comenzó a sonar cuando descubrió que vivía en piloto automático. “En lugar de imprimir excelencia en mi trabajo, requisito que siempre he considerado fundamental, opté por cumplir con el mínimo exigido por mi superior. Al fin y al cabo, estaba contribuyendo en lo que a mi juicio era un engaño a nuestros clientes, pues se les hacían falsas promesas”, explica Santiago.

Su defensa inconsciente ante tal situación fue amar los fines de semana y detestar los lunes, inundados por una gran pereza cada vez que sonaba el despertador. Hasta que un día presentó la baja voluntaria. “La situación económica de mi familia es estable”.

Pero antes de dar el paso, se inscribió en un curso de coaching personal, como vía para resolver su situación. Ahí descubrió que necesitaba un coach para realmente profundizar. “Creía que la formación me capacitaría para solucionar mis problemas sin la necesidad de una persona externa. Pero me equivoqué. Una vez fui consciente de ello, busqué desesperadamente qué coaches había en mi ciudad o alrededores. Así conocí a David Alonso, quien ahora es un buen amigo y un colega profesional”.

Una vez recuperadas las fuerzas gracias al proceso de coaching personal, cerró esa etapa con un broche de oro: escribió su primero libro. Un libro electrónico gratuito, cuyo nombre es Graduado. ¿Ahora qué? Ni más ni menos, se atrevió a responder la pregunta del millón. En sus páginas cuenta su experiencia y recomienda a sus coetáneos cómo encaminarse en el mundo profesional una vez finalizados los estudios. “Lo que cambió mi vida fue descubrir qué son los valores a través del juego El Valor de los Valores”.

¿Qué les dirías a personas con trabajos que detestan?

Tengo un miedo terrible a la muerte. No soy creyente, pero sí un apasionado de la filosofía. Decía Descartes “pienso, luego existo”. Pues bien, partiendo de la base de que no soy creyente, habrá un día que deje de pensar y, consecuentemente, de existir. Sentiría que mi vida ha sido en vano si no tuviera el valor de vivir de acuerdo con mis valores. Esto es lo que le diría a aquellas personas que detestan su trabajo: dejarlo es un acto de justicia hacia tu propia persona.

¿Cuál es tu lección de vida hasta hoy?

 Vivir la vida que quieres y hacerlo respetando a quienes te rodean no es un ejercicio de egoísmo, sino de amor hacia tu propia vida.  

¿Qué has descubierto con este cambio?

He descubierto que todas las decisiones importantes de mi vida tienen un denominador común: mis valores personales. De algún modo, actúan a modo de brújula, diciéndome aquello que no está en congruencia con mi particular visión del mundo. Es tal la importancia que concedo a los valores que, periódicamente, los analizo mediante el juego El Valor de los Valores, una herramienta de coaching que descubrí de la mano de David Alonso.

¿Qué es para ti lo realmente importante en la vida?

A riesgo de ser sonar repetitivo, lo que de verdad me importa es vivir en congruencia con mis valores. Si los respeto, sé que tendré una viva plena.

¿En qué consiste tu felicidad? ¿Qué te quita la felicidad?

Mi felicidad es tan alta como el más débil de mis valores. Puedo sentirme completamente satisfecho con mi honestidad y sentido práctico, ahora bien, si no actuó humildemente, mi felicidad general queda gravemente dañada.

¿La felicidad se hace?

 Se hace en la medida que puedo contribuir por acción o por omisión con mi grado de satisfacción en la vida a través de los valores.

¿Sabes ser feliz?

Creo que la felicidad jamás es plena en tanto que, cuando somos felices, nuestro nivel de exigencia aumenta. Es difícil encontrar un punto de equilibro entre conformismo e inconformismo.

Pero ¿dirías que eres feliz? Sí.

La valentía para dejar aquel trabajo e indagar en su interior, le ha abierto nuevos horizontes. Con tan solo 23 años, Santiago se ha certificado profesionalmente en la metodología creada por Simon Dolan y, actualmente, cursa un Máster en Marketing Digital a la vez que se prepara para emprender como consultor en medios sociales. “Eso sí, esta vez con mis valores personales por delante”, concluye. 

Imagen: Licencia Creative Commons, bensonk42

¿Cuándo te sacrificas demasiado por tu pareja?

Por: | 15 de febrero de 2015

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Te esfuerzas por agradar a tu pareja, te vas adaptando a sus planes, renuncias a cosas tuyas por estar con él o con ella… pasa el tiempo y de repente, un día, tenéis una discusión o, sencillamente, tú no te sientes bien. Es en ese momento en el que una pregunta te surge con fuerza: ¿Cuántas cosas he dejado de hacer por mí? Puede que sean cosas sencillas, como no haber ido a algunas fiestas o no haberte apuntando a ese viaje de fin de semana con amigos. O puede que se traten de decisiones más complejas, como haberte mudado de ciudad o haber comenzado una convivencia con sus hijos. Pues bien, si te ha ocurrido, tranquilo, tranquila: forma parte de los estragos de la química del enamoramiento. Cuando caemos en manos de Cupido, vemos todo de “color de rosa”. No nos importa renunciar a nosotros porque sencillamente, él o ella se convierte en lo más importante. Sin embargo, las hormonas van descendiendo su baile y poco a poco nuestra mente comienza a “resucitar”. Es entonces cuando tiramos de una balanza interna y sopesamos. Y si el resultado no es muy favorable, de la manera en la que sepamos gestionarlo dependerá la continuidad (o la cantidad de discusiones) con nuestra pareja.

Antes de nada, aclaremos algo: cuando decidimos, renunciamos. Si nosotros queremos estar con alguien, es lógico que tengamos que renunciar a otras cosas que hacíamos de solteros o con nuestras anteriores relaciones. Ahora bien, el problema surge cuando en una pareja siempre hay una de las partes que está continuamente cediendo con tal de agradar al otro. Si eso ocurre, deja de ser renuncia para convertirse en sacrificio. Y un sacrificio en una relación tiene un precio demasiado alto para los dosCuidarte a ti es cuidar también a tu pareja. No te engañes con frases de: “si me da igual”, “total”… Todo ello, te puede llevar a un enfado silencioso que de repente un día explota. Por dicho motivo, intenta frenarlo a tiempo. Veamos algunas claves:

Identifica cuáles son tus necesidades

El amor es muy bonito, pero este no existe si es a costa de dejarte tú la piel. Haz un listado de qué es importante para ti: aficiones, actividades, amigos, visitas a la familia… Valora en los últimos tres meses cuánto has hecho de todo ello o cuánto habéis compartido. Hay personas que se mimetizan con el otro y llega un momento, en el que no saben ni qué es lo que realmente desean. Si te ocurre a ti, acude a tu infancia o a tu adolescencia: ¿Qué te gustaba hacer? Quizá de ese modo alcances algunas respuestas. Y si el motor por el que no tienes en cuenta tus necesidades es el miedo al abandono, ten en cuenta algo: no vivas una relación de pareja a costa de renunciar a ti mismo o a ti misma. El precio es demasiado elevado y un amor así, “no es amor, sino obsesión” (como decía la canción hace años) o egoísmo por la otra parte… Todos tenemos el derecho (y la obligación) de defender nuestras necesidades sin hacer daño a la otra persona. Anular dicho derecho es matarnos a nosotros mismos de manera silenciosa.

Da espacio a sus necesidades

Una relación es un juego bidireccional. Él o ella también necesitan su tiempo. Identifica qué le gusta a tu pareja y aunque te cueste, dale ese espacio y evita todos los juegos de chantaje emocional, tipo “qué lástima que no estés aquí” o no te llamo porque te lo estarás pasando muy bien con tus amigos o amigas. Al igual que nos merecemos cuidarnos, nuestras parejas también necesitan hacerlo. Cualquier forma de culpabilidad o de chantaje encubierto es un terreno minado que no suele acabar bien.

Negocia

No todo es blanco o negro. Existen fórmulas mixtas. Si tu pareja quiere que vayáis a tal sitio y no te apetece, puedes aceptarlo a cambio de algo. Sé creativo o creativa. Existen miles de opciones para salir los dos ganando. Pero cuidado, que no sea siempre el mismo quien cede. 

Compensa

Los seres humanos tenemos una balanza interna en la que medimos qué hacemos por alguien y recogemos lo que el otro u otra ha hecho por nosotros. Si comenzamos una relación con una mochila demasiado pesada (cargas familiares, difícil situación laboral, hijos pequeños…), hemos de ser sensibles e intentar compensarlo de algún modo con otras decisiones, detalles y con un sincero agradecimiento. De este modo, conseguiremos equilibrar nuestra balanza.

¿Vale la pena?

Hay personas que hasta con sus amantes se sacrifican. No te engañes jugando al solitario y sé sincero contigo mismo o contigo misma. Si crees que es una relación que no tiene mucho futuro, no hagas grandes renuncias de las que luego te vas a arrepentir. El pragmatismo también funciona en el amor y este no está reñido ni con el romanticismo ni con la ternura. 

En definitiva, una renuncia continuada en el tiempo es un sacrificio que nos daña a nosotros y a nuestras parejas. Saber identificarlo a tiempo es un buen método para mejorar nuestra relación y, por tanto, nuestra felicidad.

 

Imagen: Licencia Creative Commons, Carmen Eisbär

El peligro de la comodidad emocional

Por: | 08 de febrero de 2015

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La primera vez que tomé un vuelo de una compañía estadounidense para ir a San Francisco me encontré con un catálogo de productos que se podían encargar en el mismo avión y que luego te enviaban a domicilio. En sus más de cuarenta páginas podías comprar cosas tan “útiles” como robots que lavaban a un gato doméstico, tapas de retrete que se iluminaban por la noche o estatuas con forma de yetis de más de dos metros de alto, entre otros. Por aquel entonces, yo tenía veintitantos y confieso que me sorprendió tanto, que durante años conservé aquella revista como una pieza de museo. El catálogo tenía algunas cosas originales e incluso, prácticas; pero muchas otras me parecieron accesorios que luego acabarían decorando el desván de esas casas gigantes de muchos americanos. Por aquel entonces, me di cuenta que me faltaba mucho por conocer de la cultura de Estados Unidos y lo más importante: hasta dónde somos capaces de llegar para encontrar la comodidad en nuestras vidas. Nos llenamos de cacharros para sentirnos bien y el problema, más allá de nuestros pobres armarios, está en que la búsqueda constante de la comodidad la aplicamos a todos nuestros ámbitos, incluyendo el mundo emocional. Y aquí está el problema.

Pensamos que la felicidad consiste en estar siempre bien, sonriendo, pletóricos, como la publicidad se encarga de sugerirnos si compramos ese champú o ese coche. Pero es falso. Cuando se busca el bienestar en cualquier aspecto se corre el peligro de dar la espalda al malestar emocional y la felicidad no se basa en anular las emociones incómodas, sino en saber aceptarlas y aprender a gestionarlas.

Ya lo hemos dicho en algún otro momento, el dolor es inevitable. Muchas veces nos topamos con pérdidas no deseadas, decisiones de otros que nos parecen injustas o errores que cometemos que nos machacan. Atravesar los momentos difíciles es también vivir y no quedarse dentro de fantasías o de películas de Hollywood con final feliz. Si actuamos con las emociones como hacemos con el dolor físico, corremos el riesgo de buscar esa pastilla que nos alivia cualquier mal momento. Y, cuidado, la química muchas veces es necesaria para situaciones realmente duras. Pero si echamos un vistazo a los números de venta de ansiolíticos y antidepresivos vemos que estos van creciendo progresivamente. De hecho, uno de los diez medicamentos más vendidos del mundo es un antidepresivo con un crecimiento del 23 por ciento en el último año y la infelicidad mundial, me temo, no se ha reducido en estos ratios.

Las emociones “incómodas” tienen un por qué en nuestra vida. La tristeza, la ira o el miedo son emociones básicas con las que nacemos todos los mamíferos. Se procesan en nuestro sistema límbico y el motivo es muy sencillo: nos ayudan a sobrevivir. Si un niño no tuviera tristeza, no añoraría a sus padres, por ejemplo. Si no nos enfadáramos, seríamos incapaces de romper ciertas situaciones que nos dañan. Y si no sintiéramos miedo en determinados momentos, nuestra vida podría correr peligro. Cualquiera de estas tres emociones tienen un por qué. Otra cosa es que se amplifiquen y nos paralicen o nos hagan tomar decisiones muy poco inteligentes, como cuando nos atenazamos por miedo o nos inflamamos de rabia. Daniel Gilbert, profesor de psicología de la Universidad de Harvard, va más allá. Nos dice que las emociones “negativas” son útiles porque nos permiten tener una brújula para apreciar las “positivas”. Es decir, para valorar las cosas necesitamos contrastes y estos no surgen si siempre estamos sin problemas los 365 días del año. Y aún hay más. Si el aprendizaje nos ayuda a sentirnos mejor con nosotros mismos, lo que se aprende en los desiertos o en situaciones que nos superan, no ocurre en los momentos dulces.

Por ello, necesitamos aprender a convivir con los momentos incómodos y con las emociones que tienen tan poco marketing, como la tristeza, el miedo o la ira. La felicidad no está en la ausencia de dichas emociones ni en la adquisición de cacharros que nos hagan nuestra existencia más cómoda. Está en saber aceptar los reveses a los que nos enfrentamos y descubrir qué tenemos que aprender de cada uno de ellos.

Imagen: Licencia Creative Commons, Antoine Robiez

El País

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