Laboratorio de Felicidad

Sobre el blog

En el laboratorio de la felicidad analizamos experiencias, recogemos investigaciones y aportamos claves para vivir de un modo más saludable y optimista. Ponemos un microscopio para entendernos un poco mejor a nosotros mismos en nuestra relaciones personales y profesionales y ofrecemos fórmulas prácticas para incrementar nuestras dosis de felicidad en el día a día.

Sobre la autora

Pilar Jericó

Pilar Jericó. Curiosa del ser humano, de las emociones y de las relaciones personales. Es socia de la consultora Be-Up, coach y doctora en organización de empresas. Escritora de ensayos y novela y conferenciante internacional desde 2001. www.pilarjerico.com.

Prepárate para una santa desconexión en vacaciones

Por: | 31 de marzo de 2015

Vaciones02

 

Ya están aquí, ya llegan. Esos días de vacaciones que llevamos esperando tanto tiempo  asoman la nariz. ¡Santas vacaciones! Pero, ¿estamos preparados para afrontar unos días libres? ¿Realmente sabemos vivir sin trabajar? O mejor dicho, ¿sabemos desconectar del trabajo? Un reciente estudio de la empresa tecnológica BQ reflejaba una triste realidad: nueve de cada diez españoles no son capaces de desconectar del trabajo durante sus días libres. Una lástima, más si cabe, cuando los esperamos con tanta ilusión durante todo el año. Y no olvidemos algo, las vacaciones las necesitamos por salud (no digo las de Semana Santa, sino las que cada uno pueda tomarse). Según el Farmingahm Heart Study, las personas que no desconectan del trabajo durante todo el año, o que directamente no quieren irse de vacaciones, tienen un 32% más de probabilidades de sufrir un ataque al corazón. Por ello, deberíamos aprender a desconectar aunque nos cueste.

El concepto de vacaciones ha ido cambiando a lo largo de los últimos años y no hace falta remontarse al siglo XVIII cuando solo estaban reservadas para una élite. Hoy, afortunadamente, casi todos asumimos la necesidad de poner el freno de mano en algún momento. Pero desde que Internet nos cambiara la vida, también modificó la forma de afrontar la desconexión total, una situación que ya casi parece una utopía. Reservamos billetes y hoteles por Internet, repasamos la prensa en la red, hacemos rutas guiadas a través de nuestras apps, subimos nuestras fotos a las redes sociales e incluso pagamos a través del móvil. El concepto desconexión ha cambiado porque ya no estamos desconectados nunca... A no ser que vayamos a un monasterio de clausura en busca de otro tipo de conexión.

Sin embargo, durante unas vacaciones convencionales también hay fórmulas para no seguir pegados al trabajo a través del móvil, el portátil o la tableta. Un estudio publicado por Harvard Business Review Press aconseja romper las rutinas de conexión cuando salimos de la oficina a través de pequeños trucos que no nos separan del móvil, pero sí del trabajo. Una de las ideas que nos ofrece es la de crear un correo electrónico alternativo para estas fechas, de forma que no haga falta tirar el móvil a la piscina para evadirnos, y seguiremos conectados solo con quien consideremos adecuados para nuestros días sagrados. En el caso de que haya necesidad de seguir en contacto con ciertos clientes o jefes, podremos desviar los mails a este nuevo, pero no nos llegará el enorme volumen habitual. Si optamos por activar el mensaje automático de ‘fuera de la oficina’, este curioso estudio nos aconseja hacerlo con una frase que no deje lugar a dudas al remitente. Ha de dejar claro que hasta que no regresemos no necesitamos que nos carguen el mail de tareas. Así la vuelta a la producción será progresiva y alejaremos la ansiedad.

Si los días de vacaciones los pasas con la pareja o amigos y necesitas consultar algunos mails o tareas pendientes, es bueno acordar momentos determinados para hacerlo. Puede ser durante el desayuno, después de cenar… cuando mejor consideréis, pero dejando claro previamente un marco que no interfiera ni desespere a los demás durante los días de disfrute. Al fin y al cabo ellos no tienen la culpa.

Por último, conviene modificar el habitual sonido de las alertas. Ya sean de mail, WhatsApp… todo lo que nos evoque trabajo lo debemos cambiar, ya que está comprobado que nuestra cabeza reacciona con ansiedad cuando escuchamos sonidos que nos llevan mentalmente a la oficina. Por eso, podemos poner la opción de que no salten automáticamente, sino cuando tú desees. De ese modo, tú eres el dueño de tu tiempo y no el resto del tuyo.

En definitiva, si cuando estás a dieta colocas lejos el chocolate… cuando estés de vacaciones, coloca lejos tu trabajo. Tu pareja, tu mente y tu corazón lo agradecerán.

 

Las 5 claves para disfrutar en vacaciones

-       Saboréalas incluso antes de que lleguen. La ilusión con la que se viven las situaciones que nos gustan antes de que se produzcan incrementan nuestra motivación. Soñar es gratis y nos hace sentirnos vivos. Soñemos.

-       Realiza lo que más te gusta. Aprovecha para dar rienda suelta a tus pasiones, ya sea viajar, pintar, leer, tirarte a tomar el sol… o aumentar tu colección de piedras. Lo que más te guste, pero aprovecha para hacerlo.

-       Sal de tu entorno habitual. Intenta cambiar tus horarios y rutinas y, si el dinero te lo permite, de escenario. Si puedes escapar de tu ciudad, mejor. Si en el bolsillo hay telarañas, al menos intenta hacer planes diferentes.

-       No intentes arreglar los problemas de pareja esos días. Que el disfrute os una. No es el momento de intentar solucionar lo que no hemos sabido durante el año. Suele acabar en reproches y con unas vacaciones para olvidar.

-       El regreso duele, pero relativízalo. No hace falta estar haciendo una cuenta atrás constante, acaba en depresión seguro. Siempre hay un regreso, así que disfrutemos los días que tenemos sin pensar más allá. Y a la vuelta… a soñar con el verano.

Resumen: Cuando estés de vacaciones, coloca lejos tu trabajo. Tu pareja, tu mente y tu corazón te lo agradecerán.

Hoy a las 11.45 en @LasMananas_rne

 

El perdón, entre el amor y el egoísmo

Por: | 29 de marzo de 2015

Sorry

“Esto no tiene perdón de Dios”, “perdono pero no olvido”, “es mejor pedir perdón que pedir permiso”… Son solo algunos ejemplos que escuchamos casi a diario como latiguillo lingüístico y que ilustran de manera clara que el perdón está muy presente en la sabiduría popular pero, a pesar de ello, todavía es una de las palabras que más nos cuesta pronunciar de forma sincera. Hay quienes equiparan la dificultad de decir ‘perdón’ a decir ‘te quiero’ o, como Martin Luther King, que las integró cuando aseguró que “el que es incapaz de perdonar es incapaz de amar”.

Lo cierto es que el perdón es un acto de ida y vuelta importantísimo, tanto para el emisor como para el receptor. En él reside un componente de dificultad si cabe mayor porque, si ya nos cuesta pedir perdón, en muchas ocasiones nos resulta mucho más complicada la acción de concederlo.

No todos los perdones están en el mismo nivel de dificultad. Lo mismo que hay diferentes grados de agravios, existen diferentes grados de perdón. Es obvio que no tiene la misma dificultad perdonar a quien te roba cinco euros que a quien te es infiel… y mucho menos para quien pierde a un familiar porque un copiloto decide estrellar el avión contra los Alpes, como lo que ha sucedido desgraciadamente esta semana, por reflejar algunos casos. Pero en todos esos perdones hay un patrón que los une: siempre, sin excepción, el acto de perdonar ofrece una sensación de libertad a quien lo ejerce.

La escritora, oradora y coach Colleen Haggerty cuenta con desgarro su historia personal en su ponencia del TED, ‘Perdonar lo imperdonable’. Haggerty sufrió un pequeño accidente de tráfico que se transformó en un trauma que le acompaña desde entonces. Tras un ligero golpe trató de salir de su vehículo para pedir ayuda. Fue entonces cuando vio llegar sin remedio un coche descontrolado que la arrolló a toda velocidad. Perdió una pierna. Desde entonces, cuenta, vivió en compañía de una amargura constante y de un dolor que le dio la mano durante quince años. El rencor hacia ese hombre le comía por dentro y más aún cuando en ningún momento se interesó por ella. Pero un día decidió mirarle a los ojos. Decidió mirar hacia delante. Quizá lo hizo para descargar al fin toda su ira contra él, pero lo cierto es que esa experiencia le salvó.

Se citó con él y en ese momento, cara a cara, aquel hombre le detalló entre sollozos la amargura que  le había acompañado desde ese fatídico día, una amargura que le llevó a una profunda depresión y que afectó a su matrimonio hasta el punto de divorciarse. Colleen ni siquiera pudo descargar todo ese discurso acumulado de reproches infinitos hacia él. Tras escucharle, decidió perdonarle.

Según cuenta, fue ese acto el que le proporcionó libertad. “Y fue cuando sentí compasión. Seguía sin pierna pero todo lo demás en mi interior había cambiado. Desde ese momento dejé de ser una víctima porque ya no me dolía que me recordaran lo sucedido. Y no fue casualidad que un año después de perdonarle conociera a mi marido. Cuando me levanté de esa carretera y perdoné el pasado, tuve la oportunidad de crear futuro. Sé que es difícil perdonar cuando no hay empatía o arrepentimiento, pero finalmente la decisión de perdonar es un regalo que damos nosotros”.

La acción del perdón otorga poder. Quizá un poder que no quisimos tener, pero pensemos que en ese momento se nos ofrece una situación no buscada, pero privilegiada al fin y al cabo. Recordemos la famosa escena de ‘La lista de Schindler’ donde el protagonista trata de hacer ver al sanguinario nazi que no hay mayor poder que el de conceder perdón, aunque en este caso no sirviera para mucho.

Según el doctor en Psicología de la Universidad de Wisconsin, Robert D. Enright, perdonar es beneficioso incluso para nuestra salud. Si acumulamos odio o rencor, si no lo liberamos a través del perdón, corremos el riesgo de aumentar la cadena, ya sea desde dentro en forma de enfermedades o hacia fuera, contagiando a los demás nuestra ira constante. Porque si no estamos cómodos en nuestro interior lo pagaremos con los que tenemos cerca y habitualmente lo hacemos con los seres que más queremos.

Podemos perdonar o no. Es un acto personal, respetable y voluntario. Si decidimos afrontar con valentía el desprendernos de la ira o el enfado, podremos perdonar por muchos motivos, ya sea por piedad, por lástima, por cariño, por convicciones religiosas, por amor, por solidaridad, por convivencia… pero también podemos hacerlo por nosotros. Porque como dijo Dalai Lama:

“Si no perdonas por amor, perdona al menos por egoísmo, por tu propio bienestar”

 

Imagen: Butuca, creative commons.

CarpeDiem

Hoy, 20 de marzo, se celebra en todo el mundo el Día de la Felicidad desde que así lo acordara la Asamblea de Naciones Unidas hace tres años. Se trata de una iniciativa interesante que nos sirve como reivindicación de un propósito de vida. Pero os propongo un plan: en lugar de celebrarlo durante 24 horas aprovechemos su tirón para tomarla como lo que es, una iniciativa, es decir, un inicio de algo, nuestro punto de partida hacia la felicidad. Porque de nada sirve conmemorar el Día de la Madre o del Padre si el resto del año no les amamos como se merecen, así como no es efectivo reivindicar un Día de la Mujer Trabajadora si no se consiguen avances en esta materia cada día. Lo mismo ocurre con la felicidad. Como no se trata de ser felices un día al año por decreto, vayamos más allá y olvidémonos de apuntar en nuestra agenda el 20 de marzo como el día para ser felices, como quien agenda que ha de recoger el vestido del tinte o pasar la ITV al coche.

Mejor apuntemos hacia dentro porque lo cierto es que la felicidad es una forma de vida, de relacionarse, de moverse por el mundo, un estado emocional que cultivar y que depende exclusivamente de nosotros. Como afirmó el filósofo Kierkegaad, “la puerta de la felicidad se abre hacia dentro porque si uno la empuja, la cierra cada vez más”.

Miremos hacia dentro porque ya ni siquiera el marco que fija nuestra convivencia, la Constitución de 1978, aborda la felicidad como un fin, como un propósito. Es algo que hemos perdido porque la famosa ‘Pepa’, la Constitución de 1812, en su artículo 13 fijaba el objeto del Gobierno en “la felicidad de la nación, puesto que el fin de toda sociedad política es el bienestar de sus individuos”.

Visto que ni la ONU ni la Constitución pueden hacer gran cosa por nuestra felicidad, hagámoslo nosotros. Es complicado definir la felicidad, y sino haced la prueba con esta pregunta: ¿qué necesitamos para ser felices? Si obtenemos una respuesta clara, vayamos a por ello, pero es probable que cuando consigamos ese objetivo, con el tiempo necesitemos algo más. Ese inconformismo está en la condición humana, así que probemos a cambiar de plan y cultivemos el corto plazo, la pequeña felicidad cotidiana. Y para ello, acudimos de nuevo a la ciencia.

Varios estudios sobre felicidad publicados por el Journal of Happiness Studies y por el Journal of Resarch in Personality ofrecen algunas formas de alcanzar esa felicidad más real, esa que no quiere huir de los malos sentimientos sino que pretende dar valor y abrazar momentos o situaciones concretas. Veamos algunas claves, de las que ya hemos hablado en otras ocasiones: 

1. Las personas materialistas tienden a ser menos felices

Benjamin Franklin decía que “la felicidad generalmente no se logra con grandes golpes de suerte, sino con pequeñas cosas que ocurren todos los días”.

Franklin tiene razón. Si nuestra felicidad depende de que nos toque la lotería seguramente seremos infelices porque, entre otras cosas, es complicado que ocurra. Cambiemos el chip puesto que según un reciente estudio que recordamos hace pocos meses, las personas que se consideran más felices son las que viven en África, curiosamente el continente más pobre, así que quizá algo estemos haciendo mal en nuestro camino hacia la felicidad.

2. Fomentemos ser extrovertidos

Vivimos en comunidad y la felicidad tiene mucho que ver con la forma en la que nos relacionamos. Hacer frente a la vergüenza nos proporciona alivio y bienestar pero no se trata de ponerse a cantar en la plaza del pueblo, se trata de luchar contra el individualismo con pequeños gestos. Una simple llamada inesperada a alguien querido o un encuentro propiciado por nosotros nos hace sentir bien.

3. En las redes sociales, fomenta lo positivo

Somos lo que transmitimos a los demás. Dejemos la negatividad para otro momento y enviemos señales positivas también a través de las redes sociales. La felicidad es contagiosa.

4. Son aquellas pequeñas cosas

Según estos estudios los mayores son los que más valoran las reuniones familiares o las actividades cotidianas. No esperemos a viejos para saborear esos momentos.

5. Sonríe y haz sonreír

La risa como terapia, la risa como estado de ánimo, la risa como actitud… La sonrisa nos acerca a ese sentimiento al que llamamos felicidad. Es gratis. Riamos y hagamos reír.

El concepto de felicidad varía en cada persona y depende también de factores como el amor, la satisfacción laboral o en hacer lo correcto, pero todos los puntos que la rodean tienen algo en común y es que felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace.

Ser vulnerable te hará más fuerte (incluso en el trabajo)

Por: | 15 de marzo de 2015

Vulnerabilidad01[2]

Parece una total contradicción pero no lo es. Todos, sin excepción, tenemos carencias, debilidades, miedos o inseguridades, y quien niegue esta frase está queriendo creerse una imagen de sí mismo poco acertada. Desconfiamos de aquellos que se nos presentan como “un seguro a todo riesgo” que cubren cualquier situación sin fisuras, o de los que tienen respuestas para todo y viven a golpe de certezas. Hoy en la sociedad impera dar una “imagen de escaparate perfecto”, lo que nos ha llevado a un callejón extraño en el que aceptar una debilidad personal o laboral es una señal de derrota, decepción, o motivo de mofa por los demás. Es imposible cambiar la sociedad de repente, pero sí podemos hacerlo dentro de nosotros, modificar esos parámetros y sobrevolar ese paisaje ficticio en el que nos movemos siempre con una coraza. Solo así podremos aprender, unir lazos y hacernos más fuertes gracias, quién lo diría, a nuestros puntos débiles o, más bien, a la aceptación sin complejos de ellos, de lo que nos hace vulnerables.

No se trata de vivir cada día con el pañuelo e ir contando nuestras penas al primero que se cruza. Se trata de encontrar un equilibrio. Sacar pecho y mostrarse segura o seguro cuando dominamos algo, cuando navegamos entre fortalezas es también positivo, por supuesto que lo es. Si somos buenos en algo, demostrémoslo. Aunque no nos engañemos, no somos buenos en todo (¡y menos mal!). No hay nadie que no haya tenido miedo de no estar a la altura en un momento determinado de su vida o a ser rechazado, solo que nos da mucha vergüenza reconocerlo por pavor a ser atacados por esa zona... incluso a veces nos cuesta aceptarlo a nosotros mismos. En ocasiones, la imagen de escaparate perfecto también se vive hacia dentro.

¿Cuántas veces no nos hemos atrevido a levantar la mano en clase o en el trabajo para decir que no entendíamos algo y, cuando un compañero lo ha hecho, lo hemos agradecido en silencio? Pensar que esa persona ha sabido gestionar su vulnerabilidad, por pequeña que sea, no le hace más débil, sino todo lo contrario. Porque no lo olvidemos, lo contrario de vulnerabilidad no es fortaleza, sino dureza… incluida de alma y de emociones, como demostró Brené Brown, investigadora de la Universidad de Houston y de la que hemos hablado en alguna ocasión. Si nos endurecemos para no sentir el dolor, también lo hacemos para no sentir el amor y la parte amable de la vida.

Ser vulnerable es aplicable incluso a un aspecto laboral que parecía estar en las antípodas: el liderazgo. A este respecto, el CEO de Starbucks, Howard Schultz asume que “lo más difícil de ser un líder es mostrar vulnerabilidad. Cuando el líder demuestra vulnerabilidad y sensibilidad y une a las personas, el equipo gana". Y esto sucede no solo en entornos laborales, sino en situaciones bien difíciles, como describe  Ori Brafman.

Brafman narra la historia de un negociador de rehenes en una situación límite. El secuestrador, rodeado y sin salida, mostraba un pánico absoluto a ser capturado, por lo que la escena era tan complicada que parecía abocada a una masacre. El negociador, lejos de mostrar su cara más dura o su seguridad aplastante a lo Clint Eastwood, habló durante 15 horas con el secuestrador. Y encontró un punto de encuentro sorprendente. Ambos acabaron compartiendo el dolor que les producía la reciente muerte de sus madres, lograron conectar a través de una debilidad, lo que les unió y consiguió desenredar una situación límite que acabó en un abrazo entre ambos. Eso ocurrió antes de ser detenido, eso sí, porque la vulnerabilidad te puede ayudar, pero no te libra de la cárcel.

En definitiva, aunque la sociedad nos venda la imagen de imbatibles, nuestro camino para la felicidad consiste en aceptarnos y abrazarnos a nosotros mismos en la totalidad de lo que somos: Fuertes y vulnerables, al mismo tiempo

¿Quieres triunfar? Vive como un salmón

Por: | 06 de marzo de 2015

Salmón

Existen dos tipos de personas: las que siguen el recorrido marcado y no abandonan nunca los usos y costumbres del grupo, y las que deciden explorar una nueva senda. También hay dos tipos de empresas que siguen estos mismos patrones, y a las que uno de los más influyentes estudiosos del mundo empresarial, Gary Hamel, enmarca como empresas rezagadas y empresas atrevidas. Ambas formas de afrontar la vida y los negocios son respetables y susceptibles de ser exitosas, pero suele ser el segundo grupo el que consigue romper más barreras y convertirse en referente.

¿Te has dado cuenta de que muchas de las consideradas ‘raritas’ o ‘raritos’ en el colegio, años después, han conseguido destacar excepcionalmente en alguna disciplina? Este tipo de personas son muy reconocibles porque suelen seguir un patrón diferente al resto, con gustos supuestamente extraños… además de soportar durante años el rechazo del gran grupo que sigue modas y patrones de conducta similares. Raritos, o excéntricos, como Benjamin Franklin, Frida Kahlo, Dalí, María Montesori, Einstein, Darwing o Galileo, entre otros, marcaron hitos extraordinarios en la historia y serán recordados para siempre, pero en su época también sufrieron el estigma social y fueron señalados por vivir a contracorriente.

Una investigación del Royal Edinburg Hospital concluía que una persona occidental de cada 10.000 puede considerarse rara, y una de cada 15.000, totalmente excéntrica. Este mismo estudio constata que estas personas siguen un patrón de inconformismo, idealismo y obsesión por sus aficiones, así como una tolerancia mayor a la frustración y al fracaso que el resto de los ‘normales’, cualidades que les hace destacar sobre los demás cuando se proponen un objetivo.

Pero ser un excéntrico o un rarito no es un requisito necesario para ser exitoso o abrir camino. Lo puede hacer cualquiera que se salga de la fila. Quizá el nombre de Dick Fosbury no sea muy conocido, tampoco hace falta ser recordado por todos, pero fue el primer deportista en la historia que decidió realizar la disciplina de salto de altura, de espaldas. Hoy es normal, pero hasta entonces no se había hecho nunca. Logró el oro en México ‘68 saltando de esa manera ante la sorpresa del mundo, y desde ese momento todos los saltadores lo hacen como lo hizo Fosbury por primera vez.

La innovación se basa en factores como el esfuerzo, el riesgo, la aventura de creer y apostar por uno mismo y sobre todo, de la transgresión. Es una fórmula que aprende del fracaso y que escapa de la dictadura de lo aceptado o de los comportamientos comunes, aunque eso suponga llevar la contraria y ser fiel a uno mismo… algo que nos cuesta mucho, como ha demostrado la ciencia.

El prestigioso psicólogo Solomon Asch realizó dos famosos experimentos que demuestran lo difícil que es contradecir al grupo, lo complicado de asumir la esencia del salmón, e ir a contracorriente a pesar de tener la razón. Solomon pidió a varios estudiantes que participaran en una prueba de visión donde había que señalar en un papel qué línea era más larga en una sencilla sucesión con diferentes tamaños claramente diferenciados. Lo curioso del experimento es que todos, salvo una persona eran cómplices, y comenzaron a señalar las líneas cortas como la más larga en cada imagen. Los sujetos que no eran ganchos, a pesar del desconcierto, en un porcentaje elevado dieron respuestas iguales al grupo, a sabiendas de que era incorrecta, por no contradecir la visión general.

En otro famoso experimento, de nuevo varios ganchos que subieron en un ascensor con un sujeto ‘inocente’, comenzaron a darse la vuelta y mirar hacia el lado opuesto a la salida durante el trayecto. De nuevo, a pesar de ser extraño, muchos adoptaron la misma postura y dirección corporal que los ganchos. Una vez más el comportamiento general, pese a ser poco racional, contagiaba al sujeto solitario.

Los casos anteriores sirven para darnos cuenta de lo vulnerables que somos a la presión social y el miedo que nos da mostrar una conducta diferente a los demás. Por ello, si tienes una buena idea, una pasión o un sueño, no lo dudes y sigue al salmón, porque como dijo Walter Bagehot, el editor que hiciera grande la publicación de The Economist, “el gran placer de la vida es hacer lo que la gente dice que no puedes”

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal