Laboratorio de Felicidad

Sobre el blog

En el laboratorio de la felicidad analizamos experiencias, recogemos investigaciones y aportamos claves para vivir de un modo más saludable y optimista. Ponemos un microscopio para entendernos un poco mejor a nosotros mismos en nuestra relaciones personales y profesionales y ofrecemos fórmulas prácticas para incrementar nuestras dosis de felicidad en el día a día.

Sobre la autora

Pilar Jericó

Pilar Jericó. Curiosa del ser humano, de las emociones y de las relaciones personales. Es socia de la consultora Be-Up, coach y doctora en organización de empresas. Escritora de ensayos y novela y conferenciante internacional desde 2001. www.pilarjerico.com.

Si algo te cuesta, ponte una trampa a ti mismo

Por: | 26 de octubre de 2015

Tiempo

Seguro que conoces personas que afirman muy convencidos: un día haré un viaje a Asia, escribiré una novela o montaré una empresa. Pasa el tiempo y no se ponen con ello. A todos nos ocurre y si no, echa un vistazo a los maravillosos planes que escribimos en Navidad o en septiembre. El día a día nos va distrayendo y nuestros queridos objetivos acaban quedando en el fondo de la memoria. Si así somos, aceptémoslo y busquemos alguna técnica creativa para despertarnos de la fantasía del futuro. Los hermanos Heath en su libro Decídete (muy recomendable, por cierto) proponen un truco muy efectivo: ponernos cable trampa a nosotros mismos para conseguir nuestros objetivos. De ese modo, despertamos del piloto automático, que nos tiene muchas veces hipnotizados.

Hay dos tipos de cables trampa: las fechas límite y las particiones. Las fechas límites las sufrimos todos con los plazos que nos ponen los clientes o los jefes o con la entrega de la declaración de la renta, sin ir más lejos. Parece que las que vienen de fuera y de alguien que tiene poder nos ponen las pilas. El reto está en ponernos las fechas límites a nosotros mismos “de verdad”, no como si fueran una arena movediza, que va descendiendo por el calendario. Si no lo hacemos, tenemos muchas probabilidades de dormimos en los laureles, como han demostrado los psicólogos Tversky y Shafir. A un grupo de estudiantes se les solicitó hacer una encuesta, por la que cobrarían cinco dólares. Cuando se les dio una fecha límite, el cable trampa, el 66 por ciento lo hicieron. Sin fecha límite, solo el 25 por ciento… Y eso que la cantidad no era muy generosa, pero algo es algo.

El Consejo de Investigaciones Económicas y Sociales de Reino Unido sufrió también el impacto de la ausencia de fecha límite. Eliminó las fechas de entrega de solicitudes para las becas en investigación y dio la flexibilidad de entregarse cuando los docentes lo consideraran. La idea era buena, desde el punto de vista racional, pero como somos como somos, la solicitud de becas cayó el primer año un 20 por ciento.

Los hermanos Heath proponen otro cable trampa, la partición, es decir, dividir lo que quieres evitar gastar en partes más pequeñas. Un ejemplo. Los investigadores Soman y Cheema repartieron a unas personas veinticuatro galletas, que tenían que degustar dentro de una caja herméticamente cerrada. A unos se les dio las galletas sin más y a otros galletas envueltas en papel de aluminio individualmente, otro cable trampa. Pues bien, los que tuvieron las galletas sin envolver tardaron una media de seis días en acabárselas. Los que tenían que ir quitando cada envoltorio, veinticuatro días (cuando leí esto entendí la magia de envolver los regalos: ¡Aparentan más!).

Los investigadores comprobaron que las personas se gastan menos dinero en máquinas tragaperras cuando sus fondos estaban divididos en diez sobres y no solo en uno. Y aún hay más: también descubrieron que los jornaleros que cobraban en efectivo ahorraban más (o gastaban menos) cuando repartían sus salarios en diversos sobres. En definitiva, una partición es un límite para no entregarnos a la alegría del gasto.

Todo lo anterior se puede aplicar a las inversiones: en vez de hacerla de golpe se puede hacer en distintas tandas verificando si se está cumpliendo con los objetivos parciales, por ejemplo. También se puede aplicar a las relaciones: ¿Hasta dónde estás dispuesto a aguantar? ¿cuál es el cable trampa que estás dispuesto a poner en tu trabajo? Y si tu pareja quiere hacer algo que te suena a locura (ese viaje a la otra punta del mundo o inversión en un negocio que no acabas de ver) y no quieres decirle un no rotundo, negocia un cable trampa en formato de fechas o de partición del dinero que os podéis gastar. Al menos, seguro que los dos estaréis más contentos.

¿Somatizas para llamar la atención?

Por: | 19 de octubre de 2015

Dolor01

En Nigeria hay una enfermedad que se llama Ode-Ori, que consiste en cansancio mental y en dificultades para conciliar el sueño. Según los que lo padecen, se debe a un insecto sobrenatural que se adentra por el cerebro y que causa todos estos trastornos. En China hay hombres que padecen otra curiosa enfermedad denominada El koro, cuyo síntoma consiste en el miedo de que los genitales se retraigan hasta el abdomen y desaparezcan… En Occidente diríamos que todo eso es imposible y que son somatizaciones, es decir, invenciones. La somatización es la capacidad de convertir nuestros problemas en molestias físicas, que pueden llegar a angustiar (y si no, que se lo preguntemos a algunos de los que sufren las anteriores enfermedades). Pues bien, en este lado del mundo también somatizamos y mucho y lo peor, no nos damos ni cuenta, porque la somatización es en sí misma una enfermedad.

Te duele la cabeza con mucha frecuencia, caes acatarrado un mes y otro también o tu estómago no parece que sea tu mejor amigo. ¿Quizá puedas tener la enfermedad de la somatización? Vamos a las cifras. Según Javier García Campayo, profesor de medicina de la Universidad de Zaragoza  y autor del libro “Dicen que no tengo nada”, el 75 por ciento de las personas sanas tienen un dolor o una molestia en una semana y el 25 por ciento de los que acuden al médico de Atención Primaria es por una somatización. En otras palabras, la enfermedad es una expresión de algo más que algún problema de salud.

La somatización se ha considerado como enfermedad desde hace muy poco. A pesar de que en el papiro egipcio de Kahun del 1900 a.C. ya se hablaba de ella, tuvimos que esperar unos cuantos siglos más, y no fue hasta 1980 cuando la somatización se consideró como una enfermedad. ¿Y por qué somatizamos? Las causas son múltiples y muy escurridizas. Se estudian motivos genéticos y biológicos, pero parece que tiene mucho que ver con nuestras experiencias infantiles. Si de pequeños no teníamos el cariño que nosotros deseábamos y cuando caímos enfermos nos hacían más caso, tenemos más papeletas para convertirnos en somatizadores. De ese modo, desarrollamos una estrategia inconsciente ante padres que tenían dificultad para expresar el cariño o que estaban ausentes o eran demasiado autoritarios y cuando enfermábamos, conseguíamos un respiro. Ya sabemos: ningún padre es perfecto, pero de pequeño no tenemos ese nivel de comprensión y nos inventamos mil y una tácticas para llamar una atención maravillosa. El problema es que esa técnica se incrusta como una agujeta al músculo y ya de adultos, repetimos el mismo patrón y somatizamos lo que nos ocurre para ser el centro de atención, para saltarnos obligaciones que nos superan o para huir de situaciones que no queremos evidenciar. La cabeza no es capaz de encontrar respuestas a lo que el cuerpo se encarga de gritar.  Y aún hay un dato más curioso: si de pequeños nuestros padres eran somatizadores, también hay más posibilidades de que lo seamos (de hecho, el 80 por ciento de los somatizadores reconocen que también lo son sus padres). Aprendemos observando, incluso la enfermedad.

Y, ¿qué podemos hacer para saber si estamos somatizando un dolor o una enfermedad? (Estamos hablando, lógicamente, de enfermedades leves o muy leves):

  1. Lo primero, tranquilizarse. Como escribe el doctor García Campayo, la somatización en sí misma es una enfermedad. El problema no es el dolor de cabeza, de estómago o de lo que sea (que, por supuesto duele), sino los problemas que hay detrás. Por ello, además de abordar el problema físico, se ha de pedir otro tipo de ayuda con especialistas que traten emociones y ayuden a ver cuáles son los beneficios ocultos que favorece la enfermedad.
  2. Ser muy honesto con uno mismo. ¿Cuántas veces vas al médico o consumes medicamentos con respecto a la media de amigos sanos? No hace falta llenarse de argumentos explicatorios.  Lo importante es la sinceridad, porque solo desde ahí podremos estar bien con nosotros mismos.
  3. No utilices la enfermedad para ser el centro de atención. Puedes estar enfermo, pero no abuses de ella para que el resto de la familia se sienta culpable. Lógicamente, la somatización es un proceso inconsciente, pero los familiares también se llegan a quejar. Identifica dichas quejas y reflexiona sobre ellos.
  4. Pon límites a tu enfermedad. No hables a todas horas de ella (además, porque es muy cargante para el resto) y disfruta de las múltiples cosas amables que ofrece la vida.

En definitiva, el cuerpo es una parte de nosotros que resulta más sabia que nuestra propia cabeza. Por ello, prestarle atención a sus señales es un buen método para saber qué nos ocurre en nuestras emociones, preocupaciones o anhelos.

 Porque quiero tu cuerpo ciegamente.

Porque deseo tu belleza plena.

Blas de Otero

Escuchar03

Imagina una escena de pareja. A ella le va mal en el trabajo, no ha tenido el reconocimiento de su jefe en un proyecto en el que se ha dejado la piel. Se lo está contando a su novio o marido, muy triste y frustrada. Él la escucha al principio, pero en seguida, la interrumpe con frases tipo: “Pues habla con él y díselo”, “pide que te cambien de departamento” o “la próxima vez no trabajes tanto”… Ella transforma su tristeza en cabreo y le ruge: “¿Por qué no me escuchas antes de decir lo que tengo que hacer?”. Él también se enfada porque no aprecia su ayuda. Ella decide no contarle nada y prefiere llamar a una amiga a explicarle lo que le ha pasado.

¿Una escena atípica? No creo. Todos sabemos que las mujeres y los hombres procesamos las emociones de modo diferente, aunque haya excepciones. Y la buena noticia es que la ciencia ha encontrado los motivos (al menos, tenemos un alivio para no enfadarnos entre nosotros, que algo es algo). Todos somos emocionales. Es más, incluso los bebés varones son más emotivos que las niñas, según explica Louann Brizendine en su libro “El cerebro masculino”. La diferencia radica en nuestras preferencias a la hora de procesar lo que nos ocurre. Los estudios indican que tenemos dos sistemas emocionales que funcionan simultáneamente: el que nos hace ser empáticos emocionalmente y sentir el dolor de la otra persona (llamado el sistema neuronal especular o SNE) o el que nos hace ser empáticos cognitivamente y ofrecer soluciones ante los problemas que nos cuentan (también conocido como el sistema de la unión témporo-pariental o UTP). Y como es de imaginar, las mujeres somos las reinas de la empatía emocional, mientras que los hombres lo son de la empatía cognitiva, lo que les permite no contagiarse de las emociones del otro y tener la distancia suficiente para salir de los problemas. Y esa es la forma que el hombre entiende la ayuda, aunque esta preferencia no viene de serie en el nacimiento.

Según Brizendine, los varones al final de su infancia comienzan a desarrollar la empatía cognitiva, pero en la adolescencia, con la bomba hormonal a la que se ven sometidos, su cerebro prefiere conmutar rápidamente al UTP. Es decir, que el hombre en cuanto ve una emoción, su tendencia es a encontrar soluciones y no a sostener lo que a la otra persona le pasa. Por eso, no es de extrañar que cuando una mujer se aflige por cualquier motivo, su pareja le diga: “No llores”. No tanto por acompañarle, sino para pasar rápidamente al estado de búsqueda de alternativas. Pero aún hay más.

Los hombres a los trece años de edad se llenan literalmente de testosterona. De hecho, esta hormona aumenta de uno a veinte, que si fuera cerveza supondría pasar de consumir una cerveza diaria a beber ocho litros todos los días. De ahí la bomba hormonal a la que se ven sometidos. Pues bien, la testosterona es la responsable de que desde la adolescencia los varones aprendan a controlar sus músculos faciales para no expresar miedo, como ha demostrado un experimento realizado por Ekman, el padre del lenguaje no verbal.

Colocaron diversas imágenes emocionalmente provocativas a hombres y mujeres y ¡oh, sorpresa! los hombres eran más sensibles a las caras emotivas que las mujeres pero solo durante veinte centésimas de segundo. A los dos segundos y medio los hombres habían hecho desaparecer la expresión de las emociones en sus caras, mientras que, curiosamente, las mujeres la habían exagerado, pasando de una sonrisa a una gran sonrisa, o de un ceño sutil a un mohín. Es decir, inconscientemente, los hombres expresan las emociones como las mujeres en las microexpresiones que se detectan en laboratorio, pero tanto los hombres como las mujeres hemos entrenado respuestas opuestas y puede que esperemos de los otros que hagan lo mismo. Pues bien, error del sistema: los hombres han aprendido a inhibir lo que sienten y nosotras, a exagerarlo para el tipo de socialización que tanto nos importa.

En conclusión, el cerebro del hombre y el de la mujer son diferentes y ahí reside su riqueza y la atracción que sentimos mutuamente. Ahora bien, también necesitamos aprender del otro género algunas de sus claves para sentirnos mejor: los caballeros han de entender que una buena estrategia ante un problema emocional de una mujer consiste en compartir algunas palabras tipo “sé cómo te sientes”, en escuchar un rato sin proponer alternativas. Y las mujeres, por nuestra parte, necesitamos comprender que detrás de la búsqueda de soluciones o de una posible cara de póquer existe preocupación y cariño… porque en la comprensión mutua surge la magia para sentimos mejor entre nosotros.

Decálogo para superar el miedo

Por: | 05 de octubre de 2015

Miedo03

Todos tenemos miedo y es una gran noticia porque significa que estamos vivos. Hay dos tipos de miedo: el sano o la prudencia y el tóxico o el que nos hace daño, como hemos comentado en alguna ocasión. Vamos a ver a continuación algunas claves para superarlo.

    1. Sueña o define un objetivo de futuro. El miedo mira hacia atrás, a aquello que tenemos y no queremos perder. Por ello, en la medida que nos imaginemos en un objetivo de futuro comenzaremos a tener fuerza (verme en otro trabajo, dando esa conferencia o con una nueva relación de pareja). Y algo importante, cuando lo hagamos debe ser imágenes positivas, no pensar: “A ver si no suspendo”. La mente se queda con el verbo suspender, no con la palabra “no”, según el neurocientífico Antonio Damasio. Por ello, comienza a verte en el futuro con imágenes agradables: ¿Qué harías si no tuvieras miedo?
    2. Pon pasión en lo que haces. Un gran antídoto ante el miedo es la pasión. Si te ilusionas con lo que haces o incluso, te apasionas no tendrás miedo. Sentirás incertidumbre, pero el circuito del miedo se neutraliza cuando el de la recompensa entra en juego. Así que encuentra algo que te guste en lo que te da temor y apóyate en ello: contar una broma en una conferencia que vas a dar o en una reunión que te abruma un poco.
    3. A ti el sentido del humor. Cuando eras pequeño y si viste alguna vez películas de terror, ¿cómo las veías? Seguramente, estaríamos con amigos o con algún hermano para “comentar la jugada”. El motivo es sencillo: el sentido del humor neutraliza el miedo y le quita la sábana al fantasma. Así pues, apréndete a reír de ti mismo o de las circunstancias que te dan miedo.
    4. Aprender, aprender. Cuando las cosas se automatizan no se tiene miedo. Seguramente, cuando aprendiste a montar en bici estarías nervioso o tendrías miedo a una posible caída. Sin embargo, cuando lo interiorizaste, ya no lo viviste de esa forma. El motivo son los hábitos. Cuando creamos rutinas, no tenemos miedo. Por ello, si algo te cuesta, divídelo en pequeños objetivos y practica, practica. Es la mejor manera de que lo llegues a automatizar.
    5. Toma distancia. El miedo es una creación de nuestra mente. La mayor parte son invenciones, cosas que ya pasaron o que nunca ocurrirán. De hecho, se estima que cerca del 92 por ciento de nuestros temores son de ese tipo. Por ello, una buena manera de neutralizarlos es tomando distancia. ¿Cómo? Ponte en la peor de las situaciones y desde ahí construye un plan de acción. Es decir, ¿qué sería lo peor que te podría ocurrir si eso que temes sucede, si te echan de ese trabajo, si te dan una mala crítica…? Y crea un plan de acción para superarlo. Ya verás que no es para tanto.
    6. Busca referentes. Somos mamíferos y aprendemos observando, y si no, que se lo digan a los padres. Los hijos hacen lo que ven, no lo que escuchan. Si somos así y algo te cuesta, pégate a alguien que ya lo haya conseguido y obsérvalo. Si te resulta difícil desarrollar ciertas habilidades sociales, busca al mejor de tu entorno y observa qué hace. Si quieres superar el miedo al fracaso, lee biografías de las personas de mucho éxito que también se equivocaron. La idea es no hacer un mundo de lo que nos ocurre y buscar la inspiración para superarnos a nosotros mismos.
    7. Apóyate en otros. El miedo es una emoción muy incómoda. Es bueno hablar de ello porque te das cuenta de que no eres único, que todos tenemos temor a que nos rechacen o a equivocarnos, por ejemplo. Por ello, apóyate en personas que aprecias y comparte tus incertidumbres. Lo peor es guardarlo en la cabeza y alimentarlo con pensamientos casi siempre oscuros. Además, estar cerca de otras personas nos da fuerzas, por eso no es de extrañar que un buen trabajo en equipo reduzca los miedos individuales.
    8. Comprométete. Seguro que harías cosas por tus seres queridos que por ti no tendrías fuerzas. Una forma de superar el miedo es comprometiéndote por alguien más que por ti mismo. Puede ser un familiar, hacerlo por un cliente o por unos valores. Por lo que tú desees, pero que sea algo que te trascienda.
    9. Sí a las fortalezas. La educación ha puesto mucho foco en las áreas de mejora. En cambio, si tienes que superar algo, encontrarás más energía si lo haces desde donde te sientes cómodo, es decir, tus fortalezas. Quiero seducir a esa persona que me parece un reto, por ejemplo, pues hazlo desde donde tú te sientes más seguro o segura: sentido del humor, habilidades intelectuales… No pretendas ser de un modo distinto. Y todo ello se aplica en otros ámbitos: tengo que dirigir una reunión que me cuesta o lanzarme a un nuevo proyecto. Piensa en qué se te da bien y desde ahí, anímate a hacerlo.
    10. Confía en ti. Echa un vistazo atrás. Recuérdate en algún examen que viviste y que ahora, con perspectiva, te das cuenta de que no era para tanto. Seguramente, tienes mucha más capacidad de salir hacia adelante de lo que muchas veces puedas creerte. Si lo has conseguido en el pasado, ¿por qué no vas a poder ahora? Además, ahora tienes muchos más aprendizajes y más recursos que antes. Confía en ti, porque en la confianza está la magia.

“No es valiente quien no tiene miedo, sino quien sabe conquistarlo”

Nelson Mandela

Para saber más: Jericó (2006): NoMiedo, Alienta.  

El País

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