Laboratorio de Felicidad

Sobre el blog

En el laboratorio de la felicidad analizamos experiencias, recogemos investigaciones y aportamos claves para vivir de un modo más saludable y optimista. Ponemos un microscopio para entendernos un poco mejor a nosotros mismos en nuestra relaciones personales y profesionales y ofrecemos fórmulas prácticas para incrementar nuestras dosis de felicidad en el día a día.

Sobre la autora

Pilar Jericó

Pilar Jericó. Curiosa del ser humano, de las emociones y de las relaciones personales. Es socia de la consultora Be-Up, coach y doctora en organización de empresas. Escritora de ensayos y novela y conferenciante internacional desde 2001. www.pilarjerico.com.

 

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Es un buen momento para hacer un balance del Laboratorio de la Felicidad del 2015 y repasar los post que más han gustado medidos por el número de “likes” por Facebook. También vamos a repasar los que menos se han valorado porque, ya se sabe, todo siempre tiene dos caras. Veámoslos a continuación:

 

Los cinco artículos más valorados del año (de más a menos):

  1. El peligro de la comodidad emocional

Gracias por el impacto que sigue teniendo (más de 42.000 "me gusta"). Y el mensaje es muy claro: si buscamos la comodidad emocional en todo cuanto sentimos, tenemos un problema. Las emociones "incómodas" también tienen un por qué y anularlas en nuestra vida nos vacían por dentro. Me reí mucho escribiéndolo y recordando la experiencia de mi primer viaje a Estados Unidos.

  1. ¡Gracias!

El agradecimiento es una de las actitudes que más felicidad nos da. Es lo que permite que veamos la vida desde la abundancia y no desde lo que nos falta. Una buena recomendación también para el 2016. Y gracias por leer el Laboratorio.

  1. ¿Por qué ante los problemas de una mujer el hombre da soluciones y pone cara de póquer?        

Basado en un libro que me encantó: El cerebro masculino. Ayuda a comprender cómo son nuestros procesos mentales tanto de hombres y de mujeres. Y la comprensión es el primer paso para una convivencia en armonía.

  1. Cuatro trucos para frenar la rumia mental

Supongo que todos sufrimos la rumia mental, pero la buena noticia es que puede reducirse con algunas pequeñas claves como abandonar la bola de cristal y asumir que todos sufrimos el mismo síndrome… más que nada para no llevar a la espalda a un pesado que nos está diciendo continuamente lo mal que hemos hecho algo. 

  1. Un día sin reír es un día perdido

El sentido del humor como otra recomendación muy muy saludable. El sentido del humor nos hace más longevos, nos permite tener una mejor salud y le da sentido a los días que no son buenos. Así que mucho un buen consejo para el 2016.

 

Y ahora los cinco menos valorados (de menos a más):

  1. Prepárate para una santa desconexión en vacaciones

Cómo desconectar en unas vacaciones… El que menos éxito ha tenido.

  1. Los celos, ese incómodo compañero de viaje

Tema que hemos sufrido de niños y algunas veces de adultos.

  1. Objetivo deseado de los gobiernos: La felicidad interior bruta                

¿Y si los gobiernos lo pusieran como algo importante en sus agendas?

  1. La mayor verdad es que todos mentimos

Otro tema feo del cual no nos gusta hablar: la mentira y eso que todos mentimos, aunque sean “mentirijillas”.

  1. Cuál es la materia de nuestros sueños

Quizá no fue un buen título pero se centra en la naturaleza de nuestros sueños que nos hacen grandes.

 

Y ya no me queda más que desearte un Feliz 2016. Nos vemos a la vuelta de la Navidades con más investigaciones y reflexiones para que nuestra vida sea un poquito más amable. 

 

Entrena al jinete de tu cerebro

Por: | 17 de diciembre de 2015

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Nuestro cerebro es como un jinete a lomos de un elefante. El jinete es nuestra parte racional, serena y comedida… esa que te dice, “me viene bien comenzar una dieta” o “mejor no le digo cuatro cositas al que tengo delante”. Sin embargo, nuestro querido jinete está sobre un elefante gigante que representa nuestra parte emocional e instintiva y que “se entrega a la causa” de la bandeja de postres o al momento “decirle las cuatro cosillas y alguna más al que tienes enfrente”. El jinete planifica, mira a largo plazo mientras que el elefante se mueve por el capricho y por el aquí y el ahora. Y si los dos entran en conflicto, como por ejemplo “todo el mundo pide postre y yo no…” o “se está pasando y me estoy cabreando”, adivina ¿quién va a ganar? Pues sí, el elefante, es más fuerte y más rápido. Necesitamos asumirlo para no frustrarnos en exceso y, sobre todo, para actuar. Así que la solución para sentirnos bien con nosotros mismos es sencilla: evitemos el conflicto entre nuestra parte racional y nuestra parte emocional, lo que solo conseguiremos si entrenamos los hábitos o “amaestrando” al elefante, como nos explica Mago More en su práctico libro “Superpoderes del éxito para gente normal”. Veamos dos claves para ello.

Para entrenar los hábitos el primer paso consiste en saber qué queremos. "En lugar de lo importante y lo urgente, necesitamos distinguir entre nuestras metas o sueños y el infinito", es decir, todo aquello que nos absorbe el tiempo y que nos distancia de nuestros objetivos. Si te das cuenta, cuando nos despertamos por las mañanas muchos tenemos la manía de sumergimos desde el minuto uno en el infinito: emails, redes sociales, el recuerdo de nuestros problemas… Nos entretenemos en comidas interminables, conversaciones muy agradables pero poco productivas. El elefante está contento pero nuestros objetivos se quedan completamente relegados. Por ello, lo primero es saber qué queremos y antes de adentrarnos en el infinito, dediquemos un tiempo a nosotros mismos. Por ejemplo, antes de comenzar a contestar los emails de la bandeja primero invirtamos un tiempo en aquello que realmente nos ayude a conseguir nuestros objetivos como ese proyecto, ese viaje o lo que tú decidas.

Una vez que hayas decidido qué quieres necesitas crear el hábito para lograrlo y una de las claves cruciales es la repetición. Cuando el jinete elucubra, es posible que el elefante le gane la delantera y se entregue al placer del corto plazo. La repetición es una manera de amaestrarle, lo que requiere de mucha fuerza de voluntad. Todos sabemos que nos conviene practicar diez minutos al día ese nuevo idioma que estamos aprendiendo, pero al principio puede ser tremendamente aburrido. Cualquier hábito tiene dos fases, como los edificios: la primera es de construcción, donde pones cimientos y el resto de la estructura; la segunda es la de mantenimiento, lo que permite que no se deteriore. Pues bien, cuando estamos creando un nuevo hábito en la fase de construcción debemos ser muy exigentes. No se puede fallar ni un solo día porque de lo contrario se puede echar todo a perder. Si quieres aprender un idioma nuevo y sabes que es bueno practicar diariamente, no valen las excusas. Si un día fallas porque no te apetece, hazte a la idea de que el elefante tomará el control y encontrarás mil y un argumentos para abandonar el objetivo. A todos nos pasa, por lo que esta fase aunque sea tediosa, es crucial. La fase de mantenimiento dura toda la vida, pero aquí se puede ser un poco más flexible. Si un día fallas, seguramente al siguiente podrás desear volver a hacerlo.

En definitiva, los hábitos hacen al monje, al médico, al estudiante… y a cualquiera de nosotros. Lo que hacemos es lo que nos define y recordemos algo, la excelencia no es un acto, sino un hábito y está en tus manos alcanzarla, como dice More en su libro.

Fuente Foto: Flickr

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Ahora que se acercan las fechas navideñas vamos desempolvando nuestras máscaras de personas “superfelices”, de que nos va “genial” en nuestra vida. La perfeccionamos cuando nos reunimos con nuestras familias políticas o cuando estamos con amigos que hace tiempo que no vemos. No es de extrañar que ciertas reuniones o que algunos encuentros navideños nos motiven tanto como tirarnos a un río congelado. El motivo es sencillo: mentir agota. Mentir estresa una barbaridad porque implica dos esfuerzos: uno el de la propia mentira (a ver si no me pillan…) y otro, el de suprimir las emociones. Por eso, cuando uno se quita de encima una mentira se siente profundamente aliviado. Pero nuestra mentira no solo habita en Navidades, sino en nuestra vida en general e, incluso, en nuestro trabajo.

Tal Ben-Sharar, profesor de pensamiento positivo de Harvard, menciona en su libro La búsqueda de la felicidad un estudio en Alemania en el que se comprueba que aquellos profesionales obligados a sonreír frecuentemente, como azafatas o vendedores, son más propensos a sufrir depresión, estrés, problemas cardiovasculares o tensión alta. Personalmente, he conocido además brillantes directivos que dirigían grandes empresas y que lo dejaron precisamente por la necesidad de tener que aparentar demasiadas veces. Y el motivo es el mismo: la máscara cansa… aunque tenga un sentido social. Tampoco es cuestión de ir contando a todo el mundo nuestros problemas, de sentarnos con la suegra como si estuviéramos en un confesionario o de decirle cuatro cosillas a ese cliente incómodo (aunque a más de uno seguro que le encantaría). Si queremos ser corteses, necesitamos disimular ciertas emociones, pero no suprimirlas de nuestras vidas. Por ello, la solución pasa por encontrar un “nicho reparador”.

El nicho reparador es un espacio en el que realmente podamos ser sinceros con nosotros mismos y en el que reconozcamos que no nos gustan ciertas cosas, que tenemos miedo, que nos sentimos superados o cualquier otra emoción genuina con poco marketing para las fechas que se aproximan. El nicho reparador puede ser un amigo, un diario, un dibujo… todo aquello que te dé pie a expresarte y a reconocer tu vulnerabilidad, aunque parezca que vaya en contra de los cánones de la “autoayuda”.

Se ha escrito mucho sobre las excelencias de darnos mensajes positivos como “soy fantástico”, “soy el rey del mundo” o cosas así. Hay un sinfín de libros y de conferencias que tienen como objetivo que nos creamos que somos superman o superwoman. Y es posible que después de escucharlo, tengamos un subidón importante, pero este no dura mucho, porque es una media verdad. Porque es cierto que somos grandes, pero también somos temerosos. Lo que más nos ayuda y perdura en el tiempo es la sinceridad con nosotros mismos, abrazar esa parte que no nos hace mucha gracia, que tiene miedo o que lo pasa mal. Porque por mucho que pensemos que somos los reyes del mambo, si no aceptamos el dolor, no salimos de él. Así de simple. Y si lo hacemos, además, conseguiremos que el resto se sienta mejor consigo mismo.

Cuando estamos en un entorno de confianza y somos sinceros con lo que nos ocurre, hacemos que el otro no piense que es un bicho raro porque él es el único que sufre mientras el resto está tan contento. Y si no, recuerda cómo te sientes después de estar con una persona que te ha vendido lo maravilloso que le va en todos, absolutamente todos los ámbitos de su vida. Insisto: tampoco es cuestión de ser sinceros con el primero que nos encontremos ni desnudar nuestra alma hasta el infinito y mucho más, sino en no cerrarnos a cal y canto ni ir cargando con una máscara que nos debilita profundamente por dentro. Por eso, las mejores conferencias y los mejores libros son los sinceros, aquellos que nos acarician internamente y en los que nos sentimos reflejados con lo que escuchamos o leemos.

En definitiva, para afrontar con éxito las fiestas navideñas y no morir emocionalmente en el intento, construyamos un nicho reparador. Pongámonos las máscaras en nuestro trabajo, en nuestro entorno o en las cenas familiares o de amigos para ser amables y encontremos nuestros espacios para expresarnos realmente nosotros mismos.

Imagen Fuente: SplitShire - Mosaic

Cuatro trucos para frenar la rumia mental

Por: | 01 de diciembre de 2015

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Le tenía que haber dicho aquello, por qué no fui a esa cita, le diré esto cuando le vea… ¿Te suenan estas frases? ¿Te las repites una y otra vez en silencio? Si es así, bienvenido a la rumia mental o dicho de otro modo, al arte de comerse la cabeza sin ningún sentido. Nos estrujamos la sesera para aprender, para planificar el futuro o para no volver a cometer errores. Hasta aquí todo bien. El problema surge cuando confundimos ocuparse con preocuparse. Lo primero es necesario y gracias a ello, hemos conseguido evolucionar como especie. Sin embargo, la preocupación constante, la rumia mental, no solo no ayuda, sino que nos debilita por dentro. Nos hace claramente infelices, porque ¿quién podría sentirse bien con alguien recordándole todo el rato que se ha equivocado, que es un inútil, que mira lo que el otro ha pensado de ti, etc., etc.? El problema es que ese “alguien” está en nuestra cabeza y no siempre es fácil darle esquinazo. Así que seamos prácticos. Asumamos que tenemos esta “habilidad” de auto amargarnos y busquemos algunas claves que nos alivien para llevarnos un poco mejor con nosotros mismos.

1. Contempla las emociones, no te embarres en ellas

Una cosa es sentirse mal por haberse equivocado y otra es regodearse en el lodo del error. O pensar que algo puede ir mal a estar agobiado por un futuro que no sabemos si va a existir. ¿Solución? Volver al momento presente. ¿Cómo? Con el cuerpo, el mejor de los presentes que hay.

Cuando uno se concentra en la respiración, en bailar, en el deporte… en todas las sensaciones corporales posibles deja la cabeza de dar vueltas por el pasado y por el futuro. El motivo es fácil: el cuerpo está solo en el presente. Cuando nos fijamos en lo que hay en el presente no hay miedo ni estrés. Por eso, una de las técnicas que más éxito está teniendo en los últimos tiempos es el mindfulness, del que ya hemos hablado, y que consigue reducir la rumia mental en un 30 por ciento y el malestar en un 35 por ciento después de ocho semanas de entrenamiento, según la investigación realizada por Andrés Martín Asuero y que recoge en su libro  Plena mente o el arte de estar presente.

Ahora bien, la contemplación de las emociones requiere entrenamiento y es la mejor alternativa, pero si te cuesta, busca otros cortafuegos, como pensar en tu respiración, hacer trabajos manuales que te distraigan poniendo la atención en ellos (claro, no consiste en construir aviones o tejer punto y seguir con la cabeza dándole vueltas), hacer deporte y centrarte en los pasos que das y toda aquella actividad que te requiera movimiento y que te haga estar en el presente.

2. Tranquilízate. Nuestra cabeza suele agrandar los errores

Solemos agrandar el impacto de lo que hemos hecho a otros (no todo el mundo, de acuerdo. Hay gente profundamente narcisista, pero son la minoría). Nos repetimos mil veces lo mal que hemos quedado en un momento dado delante de la gente y nos olvidamos que el resto tienen la misma habilidad de torturarse a sí mismos, por lo que van a dedicar un tiempo maravilloso en recordarse sus propios errores y no tanto criticar los nuestros. Además, la memoria es selectiva. Recordamos aquello que queremos recordar. Y mientras tú lo puedes ver muy oscuro, el resto lo puede recordar como gris. Por ello, ante un error del pasado, por ejemplo, acéptalo (no te pelees en justificarte, que eso crea más rumia mental), saca aprendizajes y no magnifiques lo que los demás han pensado de ti. Muy probablemente estés equivocado. 

3. Deja la bola de cristal

Atención al dato: se estima que el 92 por ciento de nuestros miedos son inventados, como recogí en el libro de NoMiedo. Cuando pensamos en el futuro subestimamos nuestras capacidades de rehacernos de los posibles golpes. Por eso, nos llenamos de miedos, que no son otra cosa que rumia mental. Por ello, confía más en ti y ten previsto otras alternativas ante un error posible. Si has salido en el pasado de momentos difíciles, ¿quién te dice que no lo vas a lograr en el futuro? Así que deja la bola de cristal que solo ve cosas oscuras y vuelve al presente y a tus posibilidades reales.

4. Crea un espacio amable dentro de ti

Y por último, trátate un poco mejor. Sé consciente cuando te dices perlas tipo “mira que soy idiota” o cosas así (o peores) y no consientas que nadie ni tú mismo te trate mal. No lo necesitas para mejorar. Presta atención y siente un poco de compasión por ti mismo. Al fin y al cabo, todos somos humanos, que no superman ni superwoman.

Fuente de la foto: Splitshire - Mosaic.

El País

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