Laboratorio de Felicidad

Sobre el blog

En el laboratorio de la felicidad analizamos experiencias, recogemos investigaciones y aportamos claves para vivir de un modo más saludable y optimista. Ponemos un microscopio para entendernos un poco mejor a nosotros mismos en nuestra relaciones personales y profesionales y ofrecemos fórmulas prácticas para incrementar nuestras dosis de felicidad en el día a día.

Sobre la autora

Pilar Jericó

Pilar Jericó. Curiosa del ser humano, de las emociones y de las relaciones personales. Es socia de la consultora Be-Up, coach y doctora en organización de empresas. Escritora de ensayos y novela y conferenciante internacional desde 2001. www.pilarjerico.com.

Claves para convertir tu trabajo en tu vocación

Por: | 21 de febrero de 2016

Hands-1139098-Web

¿Sabes que puedes convertir tu trabajo en una vocación? Para conseguirlo no hace falta ser artista o religioso; haber soñado siempre con ello o dedicarse eternamente a dicha profesión. Se puede conseguir haciendo lo que haces y con una actitud determinada que depende fundamentalmente de ti mismo (aunque hay circunstancias, equipos y jefes que ayudan más que otros). Cuando uno vive el trabajo como una vocación disfruta más, le encuentra un sentido y cree que aporta positivamente a la vida de otros (aunque sea haciendo tornillos o limpiando casas). Y repito, todo esto es por ti, ni por la empresa ni por el jefe, sino porque nos pasamos demasiado tiempo en el trabajo para vivirlo como una condena, para ir “a currar” solo por dinero o para que la felicidad quede relegada a las aficiones o a los amigos. Es posible que pienses “sí, está muy bien, pero hay mejores empleos que cobran más”… De acuerdo, siempre hay mejores trabajos y también peores. Pero mientras tengas lo que tienes, conviértelo en algo más que solo una fuente de dinero. E insisto, no por tu jefe, sino por ti. Veamos cómo conseguirlo.

  1. Una mayor visión del para qué hacemos lo que hacemos

Hay un relato que refleja muy bien esta idea. En la época de la construcción de las catedrales, un hombre se encontró con tres picapedreros y les preguntó qué hacían. El primero respondió que picar piedra; el segundo, construir un capitel; y el tercero, construir una catedral. Los tres hacían exactamente lo mismo, pero el sentido era bien distinto. Y todo ello se logra ampliando la visión de lo que hacemos, como se demostró en el estudio de la Yale School of Management. Después de estudiar la motivación de limpiadoras de hospital, peluqueros o empleados de restaurante, se observó que aquellos que lo vivían como una vocación, tenían una visión más amplia: las limpiadoras eran conscientes de que ellas también ayudaban a la mejora de la salud de los enfermos; los peluqueros, que contribuían a que sus clientes ganaran más autoestima… Así pues, si quieres aportarle un poquito más de sentido a tu trabajo, pregúntate el para qué haces lo que haces, más allá de las tareas concretas. Amplía tu visión. Si tuvieras un jefe que te ayudara a ello, mejor; pero si no tienes esa suerte, date tú mismo tu respuesta.

  1. Crear relaciones personales más amplías en el trabajo

La vocación se puede producir de dos maneras: porque es un trabajo creativo que te permite expresarte; o porque tienes la capacidad de contribuir a la vida de otros. Lo primero no siempre es fácil, por lo que muchas veces resulta más práctico centrarse en las relaciones personales, es decir, ayudar a las personas de nuestro entorno, como clientes, compañeros, proveedores… no porque esperemos que ellos hagan lo mismo (que a veces el retorno brilla por su ausencia), sino por uno mismo. Eso significa tener un interés sincero sobre las personas, no una apariencia o como instrumento para conseguir más éxito.

  1. Incrementa el número de tareas que haces y que te aporten sentido

El sentido de contribución puede ocurrir cuando no te ciñes solo y exclusivamente a lo que se indica en tu contrato de trabajo. Las limpiadoras del estudio anterior, por ejemplo, también ayudaban al cuidado de las plantas que traían algunos pacientes. No estaba en su descripción del puesto, pero ellas lo hacían gustosamente. Por ello, amplía lo que haces dentro de los márgenes posibles para disfrutar más de lo que haces y encontrarle un mayor sentido.

 En definitiva, el trabajo no tiene por qué ser un castigo, por muchos mensajes que nos hayan querido decir. El trabajo puede ser un lugar de aprendizaje, de superación personal, de encontrar personas interesantes y cómo no, de aportarle un poquito de sentido a nuestras vidas. En otras palabras, el trabajo puedes convertirlo en una vocación y esto, una vez más, depende fundamentalmente de ti mismo.

Fuente de la foto: Pixabay

Amar es un arte

Por: | 14 de febrero de 2016

Bride-323334_960_720

Uno de los estudios más intrigantes sobre el amor que conozco fue el que se publicó en 1982 sobre las diferencias entre matrimonios concertados en la India y matrimonios de libre elección en Estados Unidos. A ambos grupos se les preguntó antes de casarse sobre su nivel de pasión y de compasión hacia la pareja, es decir, la empatía profunda hacia el otro. Como era de esperar (o lo que yo esperaba, al menos), los que habían podido elegir estaban la mar de contentos con su boda, mostraban una altísima pasión, aunque quizá no tanta compasión. Sin embargo, los matrimonios concertados por las familias mostraban baja pasión y compasión inicial. Hasta aquí, ninguna sorpresa.

Lo curioso vino tiempo después. Los investigadores, con una paciencia admirable, volvieron a encuestar a los mismos matrimonios que ya habían convivido cinco años y curiosamente, las puntuaciones sobre el amor a su pareja eran similares tanto para los concertados en la India como para los elegidos libremente en Estados Unidos. Pero lo más impactante vino más tarde. Los investigadores volvieron a hacer la famosa encuesta y diez años después de casados, los matrimonios concertados mostraban incluso el doble de compasión hacia su pareja que los que habían escogido libremente (¡!). Este estudio se repitió en 2005, también se realizaron otras investigaciones sobre matrimonios de judíos ortodoxos y japoneses y los resultados fueron similares… Ya decía al principio que era uno de los estudios más intrigantes, porque todo lo que suene a matrimonio concertado se da de bruces con nuestra mentalidad y nuestro concepto de libertad occidental (más de uno o una diríamos “socorro”). Pero dejando al margen las cuestiones culturales, quizá haya una reflexión más profunda: Amar es un proceso que podemos vivir independientemente de nuestro punto de partida.

Erich Fromm allá por 1959 decía que el amor es un arte y que como buen arte que se precie, requiere esfuerzo, disciplina, tiempo… y no solo placer. Él escribía que el problema del amor consiste en ser amado, encontrar esa pareja que me entienda, me ayude… (añadamos la lista de deseos a los Reyes Magos) y no en amar. Cuando uno desea ser amado, trabaja para ser digno de ello: tiene mucho poder o éxito o busca ser muy atractivo. Trabajas duro en ti, creas las oportunidades y esperas que el “amor” te reconozca por tu valía. Aquí es donde surge el problema. Así entendido, el amor se vive como un objeto mientras que amar es una facultad que vamos entrenando con el tiempo. Al amor lo llenamos de exigencias sobre la pareja (los hijos, la familia…), mientras que amar es reconocer al otro y reconocerte a ti mismo en tu vulnerabilidad y no solo en tu éxito.

Hollywood nos ha hecho soñar muchas veces con “perfectas” relaciones, que terminan en momentos bellísimos y que, sin embargo, son de cartón piedra. Nos quedamos prendados del enamoramiento y cuando las cosas se tuercen (porque todos somos humanos, que no perfectos), podemos pensar que nos hemos equivocado y que habrá alguien allí esperando a descubrirnos. Lo importante por tanto no es enamorarse, que las hormonas ya se encargan, sino mantener dicho enamoramiento que solo se logra aprendiendo a amar (y no solo porque la otra persona cambie como a ti te gustaría).

Sabemos que el enamoramiento es intenso, pero que es mucho más mágico amar (a pareja, familia, amigos…). Amar es un proceso muy personal, alejado de recetas fáciles, pero si lo has vivido sabrás que penetra más profundamente el alma, te lleva a espacios donde puedes descansar de tus vulnerabilidades y te ayuda a disolver el miedo más terrible, el de la soledad. Y lo más importante, el amor es por lo que vale la pena vivir. Por ello, dejemos de anhelar el amor “perfecto” y aprendamos a entrenarnos en el arte de amar.

 

Fuente de la foto: Pixabay

Para cambiar tu mundo, cambia tu conversación

Por: | 07 de febrero de 2016

Pareja conversando

Tenemos un problema y no paramos de hablar de él con amigos o con la almohada. Podemos llegar a ser obsesivos y repetir una y otra vez la misma cantinela. El hecho de hablar de ello nos alivia (cuidado que es peor tragárselo todo y no compartirlo con nadie). Pero quizá la solución pase porque una vez hayamos hablado de nuestros problemas, comencemos a transformar los temas de nuestras conversaciones. Las conversaciones que mantenemos nos definen. Todos tenemos personas en nuestro entorno que sabemos que si quedamos con ellas nos hablarán de lo mismo: que si sus hijos, que si el fútbol, que si las enfermedades… Son parte de sus pasiones o de sus obsesiones porque lo que hablamos nos atrapa. Nuestras palabras configuran nuestro mundo de realidades. Si pensamos que nuestro jefe es una pesadilla y lo repetimos a sol y sombra, será muy difícil observar algo distinto de él o de ella. Como hemos dicho en alguna ocasión: el objetivo para la felicidad no es tener la razón, sino ser prácticos con nuestras propias emociones. Y nuestras conversaciones nos encienden ciertas emociones. O si no, piensa cómo te quedas después de hablar de lo mal que va el país, la empresa, la pareja o lo que sea… Por ello, si quieres sentirte bien contigo mismo necesitas revisar cuáles son las conversaciones que mantienes. Veamos tres claves para ello:

  1. Hablar no es conversar. Hablar es solo una parte. Hablar no cambia necesariamente los sentimientos, las ideas propias o de los demás; sin embargo, la conversación nos ayuda a transformar nuestra forma de entender el mundo, como sostiene Theodore Zeldin, en su libro “Conversación”. La conversación es más permeable. Implica escucha, tener la curiosidad sobre el otro y estar dispuesto a cambiar nuestras propias ideas iniciales (por eso, quizá las conversaciones más estériles entre conocidos son las políticas… es difícil que alguien varíe el punto de vista, por otros motivos que no son conversacionales). Por ello, ¿qué porcentaje del tiempo hablas y cuánto conversas?
  2. ¡Necesitamos amigos conversadores! A veces cuando vivimos un problema con la pareja, las mujeres solemos llamar a amigas (y los hombres a amigos) para contar lo mal que nos va y los errores que cometen “siempre” los hombres (o las mujeres). Esas conversaciones nos alivian. Total, todos estamos en el mismo barco… pero no necesariamente nos ayudan a crecer. Una conversación te reta internamente. Cuando tengamos un problema, sea cual sea, necesitamos que no nos den continuamente la razón y escuchemos otros puntos de vista para ampliar nuestro enfoque. ¿Con qué personas tienes la posibilidad para compartir buenas conversaciones?
  3. Abramos nuestros temas de conversación. En la China antigua había asociaciones poéticas que reunían a mujeres para conversar de otros temas diferentes a las tareas domésticas. Es un buen ejemplo para comprender que hagamos lo que hagamos, necesitamos incluir temas de conversación más allá de nuestros problemas u obsesiones, que nos alivien de lo que nos duele o simplemente, para comenzar a contemplar la vida de una manera más amable. Piensa, por ejemplo, en la última semana de qué has estado conversando con la pareja, familia o amigos…

Recordemos: los cambios se producen con nuevas conversaciones y aunque tengamos la tendencia o la necesidad de insistir en algo una y otra vez, tomemos conciencia de si eso nos ayuda o no. Tengamos la fuerza para “obligarnos” a abrirnos a conversaciones diferentes y más amplias primero con otras personas y segundo, con nosotros mismos. La conversación crea nuestro mundo y a pesar de lo que nos suceda, tenemos la capacidad de construir realidades más agradables si somos capaces de cambiarlas.

 Fuente de la foto: Pixabay

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal