Laboratorio de Felicidad

Sobre el blog

En el laboratorio de la felicidad analizamos experiencias, recogemos investigaciones y aportamos claves para vivir de un modo más saludable y optimista. Ponemos un microscopio para entendernos un poco mejor a nosotros mismos en nuestra relaciones personales y profesionales y ofrecemos fórmulas prácticas para incrementar nuestras dosis de felicidad en el día a día.

Sobre la autora

Pilar Jericó

Pilar Jericó. Curiosa del ser humano, de las emociones y de las relaciones personales. Es socia de la consultora Be-Up, coach y doctora en organización de empresas. Escritora de ensayos y novela y conferenciante internacional desde 2001. www.pilarjerico.com.

Nuestros queridos autoboicots: Cómo identificarlos

Por: | 29 de abril de 2016

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Comer de manera compulsiva, comprarse muchos bolsos o ropa sin necesitarla o hacer un exceso de deporte.
Todos los casos anteriores son ejemplos de comportamientos de compensación, en términos refinados; o de la ley de la venganza, en términos de andar por casa. Es decir, como no me gusta lo que vivo, pues intento equilibrarlo a mi manera, con bolsos, bollos o machacando mi cuerpo, sin duda. Y todo ello son señales de que algo no va bien, aunque no sepamos el qué.

Tenemos grabado a fuego el concepto de justicia, que nos lleva a medir lo que yo hago y lo que yo recibo en comparación con otros. Y si no, piensa en los niños que están continuamente comparándose con el hermano o recuerda al resto de primates de un zoo y sus discusiones sobre quién tiene el juguete. El motivo también es biológico, según Sapolsky, profesor de Stanford.

Nuestros ojos tienen células en la retina que no responden a un solo color, sino a un color en relación con los otros que lo rodean (como el rojo contrapuesto al verde y si no, que se lo digan a los daltónicos). Eso significa que no buscamos ser solo listos e inteligentes o lo que sea, sino ser más listos e inteligentes que el vecino. Es decir, comparación, comparación y más comparación. Y esto ha sido crucial para la supervivencia: ¿Cuán rápido he de correr para librarme de un león? Como dice Sapolsky, “la respuesta es siempre la misma: Más que la persona que está a mi lado”. Pues bien, tenemos internamente un radar que está continuamente escaneando lo que yo hago versus lo que las otras personas hacen por mí. Y si por cualquier motivo creemos que es injusto, compensamos, y esa es la señal de que algo no va bien. Así ocurre a veces con el alcohol o con el tabaco. Paso un mal día, pero tengo mi copita o mi cigarrito de descanso.

 Sospecha de comportamientos tuyos repetidos que te hacen un agujero en la cuenta económica, emocional o en la báscula.

Además de la compensación, existen otros comportamientos “sospechosos” de autoboicots. Para decir “no” o, mejor dicho, para que nuestra cabeza racional se entere de que estamos hartos de algo, a veces necesitamos traspasar nuestros límites. Por eso, hay personas que para dejar un trabajo necesitan quemarse mucho, mucho y contar a todo el mundo y a sí mismo: “¿Ves cómo tengo razón?”. Buscan enfadarse por cualquier nimiedad y con ello construyen la catedral de la queja. O se quedan trabajando hasta el infinito y mucho más en la empresa aunque sea innecesario. En el fondo, el problema no es el email ni las horas, sino que están acumulando “quesitos” del trivial para completar el juego y decir: ¡Necesito un cambio! Así se animan a ir a Recursos Humanos o a actualizar el perfil de LinkedIn y buscar trabajo. También sucede en el plano personal: Personas que, inconscientemente, buscan bronca tras bronca para dejar o para ser abandonados por la pareja y decir a todos: “¿Ves cómo tengo razón? No se podía convivir con él o con ella”. De algún modo, parece que en determinadas situaciones necesitamos llegar al límite de lo que no queremos para identificar lo que sí deseamos.

 En determinadas situaciones necesitamos llegar al límite de lo que no queremos para identificar lo que sí deseamos.

Puedes creer que tienes el trabajo que quieres, la pareja que quieres… y, sin embargo, no paras de comprarte bolsos o necesitas comer todos los bollos de chocolate que se ponen en tu camino o llegas a situaciones límites. Por eso, ante rutinas que son un agujero en la cuenta económica, emocional o en la báscula, es bueno preguntarse con calma ¿qué estoy viviendo que no quiero? (y no respondas ¡me encantan los bolsos o los bollos!… nos estaríamos engañando). El cuerpo expresa muchas de las cosas que te están ocurriendo aunque ni tu cabeza sea consciente. Es bueno prestarle atención, ser muy honestos con nosotros mismos y tomar una determinación para vivir un cambio.

Fuente de la imagen: Pexels.

¿Sufres el síntoma de la rana hervida?

Por: | 20 de abril de 2016

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¿Alguna vez has aguantado una situación hasta un límite que ni tan siquiera tú te imaginabas que podías ser capaz, como un estrés inmenso o una relación muy desgastante? Si lo has vivido, tranquilo, tranquila. No eres el único y simplemente has sido presa del síndrome de la rana hervida.

Si se pone una rana en una olla con agua, que se va calentando poco a poco, a razón de 0,02 grados por minuto, la pobre se queda tan tranquila y muere achicharrada. Sin embargo, si la rana entra en el agua hirviendo, directamente salta. Este es el denominado síndrome de la rana hervida y el que, inconscientemente, sufrimos las personas. Somos capaces de aguantar y aguantar más y más bajo mil excusas ante situaciones que nos hacen daño, que nos vacían de fuerza y luego, con el tiempo, cuando hemos salido de la olla caliente, miramos atrás y nos preguntamos: ¿Cómo he podido soportar tal tormento? Pues porque tu capacidad de aguante puede llegar a ser inmensa, aunque ni tan siquiera lo sepas. El miedo y la comodidad es el agua que nos va hirviendo por dentro. Pensamos que es lo “normal”. “Es normal que me haga esperar una hora”, “es normal trabajar todos los fines de semana” “es normal…”. Y mientras nos decimos todo ello, vamos quemándonos por dentro. La buena noticia es que existe otro modo de afrontar la vida: La determinación de ser uno mismo y decir basta a aquello que no nos conviene. Veamos algunas ideas para conseguirlo:

  1. Identifica cuando algo te está quemando. Parece fácil decirlo pero, recuerda, la mente es muy traicionera y se busca muchas excusas para seguir enredada en lo mismo. Una buena manera es a través del cuerpo: dolores de cabeza continuados, malestar en general o agendas imposibles que no te dejan descansar y, por tanto, pensar. Cuando algo de lo anterior sucede, vives una situación que quizá te esté superando y necesitas ser sincero contigo mismo.
  2. Analiza qué ventajas te aporta la situación que “te quema”. Todo, absolutamente todo cuanto hacemos nos aporta un beneficio. Hasta el dolor. Lo que es importante es hacerse la pregunta y responder con sinceridad: ¿Qué me aporta de positivo esta relación que me desgasta o este estrés? A veces, los beneficios ocultos son difíciles de identificar, pero si lo consigues, es un gran paso para librarte de ellos.
  3. Pon límites. Un buen truco son los cables trampas, es decir, límites que no estás dispuesto a tolerar sobrepasarlos. “Como me haga otra vez esto, rompo con nuestra relación...”; “como tenga que volver a quedarme otra noche trabajando hasta las mil, digo que no continúo con el proyecto”. Y una vez que lo definas, cúmplelo… No valen las excusas. El agua seguirá ardiendo y si tú no reaccionas te acabarás achicharrando.
  4. Despierta la determinación. Comienza a acariciar el deseo de vivir de otro modo. ¿Qué pasaría si trabajara en otro sitio?, por ejemplo. Cuando uno está muy enfrascado en una situación que le duele se le olvida que existen otras maneras de vida. A veces, nuestro único margen de maniobra es la actitud, tomarnos las cosas de otro modo. En la medida que comencemos a acariciar la alternativa, tendremos más fuerza para parar la situación que nos desgasta.

Y recuerda, una vez que has tomado la decisión de ser tu mismo, salta porque aunque no tengamos mapas de la vida, sí podemos entrenar nuestras brújulas.

Pensamos también con las tripas

Por: | 11 de abril de 2016

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“Si le digo a mi jefe lo que pienso, seguramente tendré que echar algún curriculum”, “si le digo algo agradable a mi pareja, me sonreirá” y “si me pongo hecho un basilisco con el guardia de tráfico, me pondrá más de una multa”. Los anteriores son ejemplos de cómo construimos nuestra propia sabiduría personal en base a nuestra experiencia. Según Larry Squire, de la Universidad de San Diego, toda esa información se almacena en los ganglios basales, una red nerviosa muy primitiva de nuestro cerebro, de tamaño de una bola de golf. Pues bien, para saber qué deseamos realmente, necesitamos que los ganglios basales se expresen y estos, curiosamente, tienen un teléfono rojo con nuestras tripas. Por eso, cuando conocemos a alguien y nos da “mala espina” lo sentimos en el estómago, porque es una expresión de nuestros ganglios basales que nos avisan. Las tripas no son oradores profesionales que hablen con palabras encima de un escenario, pero se expresan a su modo y lo interesante es escucharles. Pero aún hay más. 

Nuestro sistema digestivo es el segundo cerebro, según Michael Gershon, profesor de Anatomía de la Universidad de Columbia. Alrededor de nuestro aparato digestivo está el sistema nervioso entérico, que contiene 100 millones de neuronas, una milésima parte de las del cerebro (por cierto, el corazón es otro órgano “pensante” más pequeñajo con solo 40.000 neuronas). El 90 por ciento de nuestra serotonina, el famoso neurotransmisor de la felicidad y del bienestar, se produce y se almacena en el mismo sitio, el intestino. Y otro dato más curioso: en la medicina tradicional china el vientre se considera el gran océano de energía y en las artes marciales japonesas es el centro vital del hombre. Es decir, fuerza, fuerza y más fuerza (¿y qué es lo que necesitamos para conseguir nuestros sueños más que fuerza?). 

En definitiva, en Occidente hemos pensado que el ser humano es un inmenso cabezón y que el cuerpo, simplemente, es el soporte para sostenerle, además de para estar guapos y demás funciones “menores”. Ya es hora de cambiar este punto de vista, escuchar cada vez más lo que nos dice nuestro cuerpo y ser honestos con nuestro deseo genuino. O dicho de otro modo, date el permiso de decirte a ti mismo: “Lo quiero porque me sale de las tripas”.

La determinación la encontramos cuando somos capaces de alinear nuestros tres ejes: nuestra mente, nuestras emociones y nuestros instintos (que se expresan muchas veces en las tripas). Pero es en este último donde habita la fuerza; de ahí que tengamos que prestarle atención. Y si alguno de los tres falla, nos sentimos sin esa energía para conseguir nuestros sueños o hacemos cosas que luego nos arrepentimos (si siguiéramos solo al instinto posiblemente seguiríamos viviendo en los árboles). Por ello, la clave para saber qué queremos está en el equilibrio de los tres ejes y sobre todo en invitar a nuestro olvidado instinto al terreno de juego. Él también tiene que opinar.

Escucha tus tripas. También ahí hay neuronas que rugen.

 Basado en el libro: “¿Y si realmente pudieras? La fuerza de tu determinación”

 

Stallone y su determinación

Por: | 04 de abril de 2016

Outnow.ch
Sylvester Stallone quería ser actor, pero no lo tenía nada fácil. Cuando nació, su madre sufrió un problema en el parto que le paralizó el nervio facial, por lo que no es un derroche de expresividad y hace que hable un poco “rarito”. Tampoco es demasiado alto. Aunque en internet se diga que mide 1,77m., parece que su estatura real es 1,62 (algún community manager le habrá ayudado a maquillar el dato). Por todo ello, no encajaba con el supuesto físico de héroe hollywoodiense de los años 70. Pero él tenía una determinación de hierro. Comenzó en el cine porno, lo que tampoco le catapultó a la fama que buscaba. Actuó también como extra en películas en las que ponía cara de matón y poco más. Y como provenía de una familia humilde y no quería trabajar en otra cosa que no fuera el cine, se quedó sin dinero. Así que acabó vendiendo hasta el ajuar de boda de su mujer e incluso, su propio perro por 25 dólares. Nadie estaba dispuesto a pagarle los 100 dólares que pedía. En fin, una pena.

Un buen día vio por la televisión una pelea de boxeo y se inspiró para escribir el guión de Rocky donde, lógicamente, él pensaba ser el protagonista. Se pateó un sinfín de estudios por si alguno quisiera comprarlo. No hubo suerte. Uno, por fin, le ofreció 15.000 dólares siempre y cuando él no lo interpretara. Stallone estaba en la ruina, pero dijo que no. Su objetivo era ser actor. Así que arregló varias cosas del texto y volvió a mandarlo por correo a los estudios. En total, envió unas 1.000 cartas (es de suponer que muchas de ellas a un mismo sitio, porque no hay tantos estudios en Hollywood).

Le llamó de nuevo el estudio anterior, al que le había hecho gracia el guión. Esta vez le ofrecieron 100.000 dólares, pero el actor tendría que ser Ryan O'Neil (¡socorro!). Silvester, tenaz como nadie, dijo que no. Y finalmente, el estudio aceptó sus condiciones por 30.000 dólares y un 2 por ciento de los ingresos que se recaudaran. ¿Y qué fue lo primero que hizo? Localizó a quien le había comprado su perro. Le ofreció dinero. 100, 200, 300 dólares…. El dueño debía ser también terco como una mula. Hasta que con la suma de 15.000 dólares, reconsideró su negación.

La película se rodó en 28 días. Tenía un presupuesto de poco más de un millón de euros y consiguió recaudar más de 117 millones de dólares. Ganó tres premios Oscar, además de dos nominaciones a Stallone como mejor actor y mejor guionista (casi nada) y hubo una saga de cinco películas más. Sylvester se convirtió en una estrella mundial. Por cierto, el perro que sale en la primera película es el suyo, el que recuperó, que también figuraba en el guión. No cabe duda de que este hombre es un ejemplo de determinación.

 La tenacidad no consiste en darse cabezazos contra un muro, sino en tener la persistencia de encontrar la puerta.

A lo largo de la historia los auténticos líderes, deportistas o artistas han sido profundamente determinados, como lo pudieron ser Nelson Mandela, Clara Campoamor o el mismo Stallone, salvando las diferencias evidentes de fondo. Sencillamente, porque la determinación es una fuerza que no se para ante nada ni ante lo que tu entorno te diga (me imagino las críticas del entorno de Stallone ante su sueño y las espaldas que tuvo que desarrollar en todos los sentidos para aguantarlas). Cuando la determinación se convierte en tu actitud, trabajas mucho, te dejas la piel, pero las caídas no son un freno. Te dices a ti mismo: “Vale, esto no me ha salido bien, pero yo sigo adelante”. Por eso, la determinación no se mueve por corriente alterna: “Ahora, sí; ahora, no”. Es corriente continua. Si quieres estar con alguien (trabajo, sueño…), pues estás y no abres la caja de Pandora de las dudas cada vez que te enfrentas a un obstáculo. Es como el embarazo, no se está embarazada al 20 por ciento: O sí o no. Y cuando la determinación es sí, eres tenaz como nadie y nada te frena.

 La determinación es como el embarazo: O sí o no. Y cuando es sí, nada te frena.

Cuando tu actitud es determinada te centras en un objetivo, te conviertes en el ser más persistente de la tierra y te buscas la vida para conseguirlo: quiero ser actor, cambio el guión cuantas veces haga falta, mando mil cartas y me da igual que piensen que soy un pesado. De hecho, la palabra etimológicamente contiene tres conceptos: Dirección (prefijo, de), terminación y acción; es decir, me dirijo a lo que deseo y termino con situaciones que parecían un imposible, como matón de películas de tercera categoría. Y esta es la magia que te está esperando en tu vida aunque tu intención no sea la de subirte a un ring. Pero, recuerda, tienes un primer paso: identificar tu deseo genuino y entrar en contacto con la esencia de la fuerza, tu instinto.

Fragmento del libro que acabo de publicar: ¿Y si realmente pudieras? La fuerza de tu determinación.

Fuente imagen: Outnow.ch

El País

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