Sylvester Stallone quería ser actor, pero no lo tenía nada fácil. Cuando nació, su madre sufrió un problema en el parto que le paralizó el nervio facial, por lo que no es un derroche de expresividad y hace que hable un poco “rarito”. Tampoco es demasiado alto. Aunque en internet se diga que mide 1,77m., parece que su estatura real es 1,62 (algún community manager le habrá ayudado a maquillar el dato). Por todo ello, no encajaba con el supuesto físico de héroe hollywoodiense de los años 70. Pero él tenía una determinación de hierro. Comenzó en el cine porno, lo que tampoco le catapultó a la fama que buscaba. Actuó también como extra en películas en las que ponía cara de matón y poco más. Y como provenía de una familia humilde y no quería trabajar en otra cosa que no fuera el cine, se quedó sin dinero. Así que acabó vendiendo hasta el ajuar de boda de su mujer e incluso, su propio perro por 25 dólares. Nadie estaba dispuesto a pagarle los 100 dólares que pedía. En fin, una pena.
Un buen día vio por la televisión una pelea de boxeo y se inspiró para escribir el guión de Rocky donde, lógicamente, él pensaba ser el protagonista. Se pateó un sinfín de estudios por si alguno quisiera comprarlo. No hubo suerte. Uno, por fin, le ofreció 15.000 dólares siempre y cuando él no lo interpretara. Stallone estaba en la ruina, pero dijo que no. Su objetivo era ser actor. Así que arregló varias cosas del texto y volvió a mandarlo por correo a los estudios. En total, envió unas 1.000 cartas (es de suponer que muchas de ellas a un mismo sitio, porque no hay tantos estudios en Hollywood).
Le llamó de nuevo el estudio anterior, al que le había hecho gracia el guión. Esta vez le ofrecieron 100.000 dólares, pero el actor tendría que ser Ryan O'Neil (¡socorro!). Silvester, tenaz como nadie, dijo que no. Y finalmente, el estudio aceptó sus condiciones por 30.000 dólares y un 2 por ciento de los ingresos que se recaudaran. ¿Y qué fue lo primero que hizo? Localizó a quien le había comprado su perro. Le ofreció dinero. 100, 200, 300 dólares…. El dueño debía ser también terco como una mula. Hasta que con la suma de 15.000 dólares, reconsideró su negación.
La película se rodó en 28 días. Tenía un presupuesto de poco más de un millón de euros y consiguió recaudar más de 117 millones de dólares. Ganó tres premios Oscar, además de dos nominaciones a Stallone como mejor actor y mejor guionista (casi nada) y hubo una saga de cinco películas más. Sylvester se convirtió en una estrella mundial. Por cierto, el perro que sale en la primera película es el suyo, el que recuperó, que también figuraba en el guión. No cabe duda de que este hombre es un ejemplo de determinación.
La tenacidad no consiste en darse cabezazos contra un muro, sino en tener la persistencia de encontrar la puerta.
A lo largo de la historia los auténticos líderes, deportistas o artistas han sido profundamente determinados, como lo pudieron ser Nelson Mandela, Clara Campoamor o el mismo Stallone, salvando las diferencias evidentes de fondo. Sencillamente, porque la determinación es una fuerza que no se para ante nada ni ante lo que tu entorno te diga (me imagino las críticas del entorno de Stallone ante su sueño y las espaldas que tuvo que desarrollar en todos los sentidos para aguantarlas). Cuando la determinación se convierte en tu actitud, trabajas mucho, te dejas la piel, pero las caídas no son un freno. Te dices a ti mismo: “Vale, esto no me ha salido bien, pero yo sigo adelante”. Por eso, la determinación no se mueve por corriente alterna: “Ahora, sí; ahora, no”. Es corriente continua. Si quieres estar con alguien (trabajo, sueño…), pues estás y no abres la caja de Pandora de las dudas cada vez que te enfrentas a un obstáculo. Es como el embarazo, no se está embarazada al 20 por ciento: O sí o no. Y cuando la determinación es sí, eres tenaz como nadie y nada te frena.
La determinación es como el embarazo: O sí o no. Y cuando es sí, nada te frena.
Cuando tu actitud es determinada te centras en un objetivo, te conviertes en el ser más persistente de la tierra y te buscas la vida para conseguirlo: quiero ser actor, cambio el guión cuantas veces haga falta, mando mil cartas y me da igual que piensen que soy un pesado. De hecho, la palabra etimológicamente contiene tres conceptos: Dirección (prefijo, de), terminación y acción; es decir, me dirijo a lo que deseo y termino con situaciones que parecían un imposible, como matón de películas de tercera categoría. Y esta es la magia que te está esperando en tu vida aunque tu intención no sea la de subirte a un ring. Pero, recuerda, tienes un primer paso: identificar tu deseo genuino y entrar en contacto con la esencia de la fuerza, tu instinto.
Fragmento del libro que acabo de publicar: ¿Y si realmente pudieras? La fuerza de tu determinación.
Fuente imagen: Outnow.ch
Hay 2 Comentarios
Muchas gracia a ti Cynthia por tu reflexión :)
Publicado por: Pilar Jericó | 12/04/2016 9:52:02
Definitivamente, seguirse dirigiendo con el gozo de saberse fiel a uno mismo y a nuestros deseos. Muchas gracias por el post. Saludos
Publicado por: Cynthia Martinez | 10/04/2016 15:30:00