Laboratorio de Felicidad

Sobre el blog

En el laboratorio de la felicidad analizamos experiencias, recogemos investigaciones y aportamos claves para vivir de un modo más saludable y optimista. Ponemos un microscopio para entendernos un poco mejor a nosotros mismos en nuestra relaciones personales y profesionales y ofrecemos fórmulas prácticas para incrementar nuestras dosis de felicidad en el día a día.

Sobre la autora

Pilar Jericó

Pilar Jericó. Curiosa del ser humano, de las emociones y de las relaciones personales. Es socia de la consultora Be-Up, coach y doctora en organización de empresas. Escritora de ensayos y novela y conferenciante internacional desde 2001. www.pilarjerico.com.

Tener salud es sexy

Por: | 31 de mayo de 2016

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En Asia las mujeres se cubren la cara para no tomar el sol mientras que en Europa nos tostamos en la playa en cuanto podemos. Está claro: los cánones de belleza varían con la cultura, pero también con el tiempo. Si no, contemplemos el cuadro de las Gracias de Rubens lo lejos que queda de lo que ahora anhelaríamos por un cuerpo 10. Sin embargo, la ciencia nos aporta un nuevo enfoque y nos dice que más allá de los gustos, los hombres y las mujeres con salud resultan más sexys que aquellos que no gozan de una salud de hierro. Y aún más, según un reciente artículo publicado por los psicólogos canadienses Daniel Re y Nicholas Rule, la salud la llevamos escrita en la cara. Como concluyen los investigadores, cualquier observador no experimentado (léase, cualquier mortal) podemos identificar tres rasgos faciales que nos dan pistas sobre la salud del que tenemos enfrente: dos de ellos están relacionados con el color de la piel y el tercero, con la adiposidad o grasa acumulada.

El primer rasgo es el enrojecimiento de la piel. Si tenemos una piel oxigenada gozamos de un color rojizo, bien diferente a la palidez o a la piel azulada que se nos pone cuando estamos enfermos. El rojo es un color sexy en la naturaleza y no solo para los humanos, sino para nuestros primos, el resto de primates. ¿Motivos? Varios. Como apuntan distintos primatólogos, el rojo está relacionado con la receptividad sexual de las hembras, con la fruta madura o con el color saludable de la cara de los chimpancés o bononos, por ejemplo. En cualquier caso, los humanos hemos heredado este color como algo sexy y no es de extrañar que el rojo sea el “rey del mambo” en los colores preferidos en sus distintas versiones para los lápices de labios y colorete. Pero más allá de los maquillajes y de una manera mucho más saludable, según los psicólogos Re y Rule, podemos lograr un mayor enrojecimiento si dedicáramos al menos una hora a la semana de ejercicio aeróbico.

El segundo rasgo que identificamos de manera innata de una persona sana es el brillo amarillo de la piel, distinto una vez más a la palidez. Lo que otorga este brillo son los carotenoides de las frutas y de las verduras, que son antioxidantes y que ayudan al sistema inmune y a frenar el envejecimiento. Ambos rasgos, el color rojizo y el brillo amarillo han de tener una medida adecuada, porque un exceso deja de gustar y se convierte en enfermedad, como quemaduras del sol o problemas hepáticos. Por eso, Re y Rule recomiendan (y como era de esperar), que comamos tres piezas de fruta al día para tener una piel sana y resultar más sexys a los ojos del resto.

Y el último rasgo es la grasa acumulada. Si tenemos obesidad se refleja en nuestra cara y los demás lo perciben de manera innata. La obesidad implica problemas de hipertensión, coronarios…, más allá de cuestiones atractivas, por lo que no es de extrañar que una persona se considere más sexy si no tiene un índice de obesidad preocupante (otra cosa es caer en cuerpos anoréxicos, que parece que es una de las tendencias de los últimos años y que resultan igualmente preocupantes en términos de salud física y psicológica).

En definitiva, cuidar nuestro cuerpo nos hace resultar sexys y eso lo percibimos de una manera innata, porque tenemos una piel más oxigenada, porque contamos con un sistema inmunitarios más poderoso y porque no tenemos problemas de hipertensión o coronarios. Por ello, aprender a cuidarnos es también aprender a ganar belleza, independientemente de la edad que tengamos.

No creas todo lo que recuerdas

Por: | 22 de mayo de 2016

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Quizá te has pasado toda la vida recordando que de pequeño te pasó tal cosa y un buen día, pasado el tiempo, en una conversación con un hermano, te das cuenta de que no era cierto, de que tu memoria quizá te había fallado.  Motivo: nuestra colección de archivos del pasado está llena de defectos. Y esto es una mala y una buena noticia al mismo tiempo. Veamos qué le pasa a nuestra memoria para no ser tan fiable, como explica la psicóloga Julia Shaw.

  1.  Podemos evocar recuerdos que nunca ocurrieron. Los investigadores hicieron el siguiente experimento con estudiantes universitarios: les indujeron a imaginar una infracción que no habían cometido, como un robo o un asalto. Durante dicha persuasión, además, mezclaron hechos reales de alta carga emocional que habían obtenido de sus propios familiares con sucesos que nunca sucedieron. Y después de crear ese cóctel, les entrevistaron a ver qué recordaban. Pues bien, el 70 por ciento de los estudiantes dieron detalles del incidente que nunca habían vivido. Parece que así funciona nuestra mente… y lo que consigue, por cierto, la persuasión social (como la publicidad o mensajes subliminales)
  2. Nuestra memoria es selectiva. En los años 60 se hizo una encuesta entre hombres y mujeres acerca del porcentaje de las tareas domésticas que hacía cada uno. El resultado fue curiosamente el mismo para ambos sexos. Tanto las mujeres como los hombres consideraban que hacían el 70 por ciento de las tareas de la casa. Como las matemáticas no engañan, no cabe duda de que somos expertos en organizar los armarios de la memoria conforme a unos criterios previos y que recordamos aquello que más nos interesa (aunque sea en detrimento de otras personas).
  3.  Diferenciar los recuerdos verdaderos de los inventados a veces es difícil. Científicos de la Universidad de Northwestern en Chicago han descubierto que lo que imaginamos se superpone a aquello que realmente hemos vivido, lo que hace que nuestro cerebro no sea capaz de diferenciar entre lo que ha vivido y lo que ha imaginado. Eso significa que si visualizamos algo con muchísima intensidad podemos confundirlo con algo que realmente haya existido. Esta investigación publicada en la revista Psychological Science levantó un debate interesante en la comunidad científica entre partidarios y detractores, que todavía sigue abierto… pero lo que parece que hay consenso es que podemos llegar a confundir la realidad con la imaginación.

En definitiva, los resultados anteriores podemos leerlo como una mala o una buena noticia. La “mala”: nuestra memoria no es tan fiable como nos imaginamos, por lo que posiblemente necesitemos revisar ciertas cosas que “recordamos” con datos, fotografías u opiniones de otros, aunque sean tan subjetivas como las nuestras. Y la “buena noticia”: si nuestra memoria es un tanto caprichosa eso significa que podemos adaptarla a entender la vida de un modo más amable. Podemos seguir machacándonos con aquello que vivimos en nuestra infancia o bien, enmarcarlo en un contexto más favorable para nosotros. En la medida que podamos reescribir nuestra memoria, podemos reescribir nuestra vida. Como resume, Milton Erickson:

 “Nunca es tarde para una infancia feliz”

 Así que atrevámonos a revisar los armarios de nuestra memoria.

Hablemos de nuestros errores

Por: | 15 de mayo de 2016

Everythingonbusiness.com

- ¿Cuántas veces has fracasado en tu empresa? – le preguntó un posible inversor a un emprendedor, que se afanaba en hablar de las excelencias de su producto.

- He montado antes dos empresas que no funcionaron. Esta es la tercera – respondió, serenamente.

El inversor le sonrió y le dijo: “Está bien, sigamos hablando”.

Esta conversación la escuché en una ronda de inversores en Silicon Valley, uno de los lugares más innovadores del mundo. Es la cuna de las empresas más punteras de Internet, como Google, Facebook o Airbnb, entre las más conocidas; además de otras más entradas en años, como Visa, Levi´s o Häagen-Dazs. Allí el fracaso se vive como algo inherente al aprendizaje y está tan asumido, que los emprendedores tienen a gala sus anteriores errores. De hecho, se calcula que en Silicon Valley fracasan el 78 por ciento de las start-ups (o empresas jóvenes digitales). No está mal. El fracaso está a la orden del día de la realidad empresarial, pero también de la personal y de la propia naturaleza.

En los famosos documentales donde vemos cómo la leona caza a la gacela en una carrera, la estadística demuestra que la leona solo acierta en el 10 por ciento de las ocasiones (precisamente, lo que se ve en el documental). Y la leona no deja de intentarlo aunque le suponga fracasar el 90 por ciento de las veces. Sería absurdo. Moriría, como nos pasa a cualquiera de los mamíferos que vamos vestidos. Si el error nos impide volver a intentarlo, “morimos”, quizá no físicamente, pero sí nuestro espíritu de aprendizaje o de exploradores. Por eso, no es de extrañar que cualquier iniciativa que ponga de manifiesto que detrás de nuestros aciertos hay un sinfín de errores, tiene un éxito increíble. Así ha ocurrido con Johannes Haushofer, un profesor de Princeton, universidad de gran prestigio. Ha publicado su curriculum vitae de errores, donde recoge las universidades donde no fue aceptado como docente, los artículos que escribió que le rechazaron las revistas científicas y las becas o los fondos de investigación que le fueron denegados. En fin… lo habitual que contiene un curriculum que no solo mostrara los éxitos, sino también los esfuerzos y los errores. Y curiosamente, su CV de fallos ha tenido muchísimo más impacto en las redes sociales que todo su trabajo durante años. Y es que quizá, estamos cansados de mostrar una máscara sobre el éxito que nos cuesta mucho de mantener.

Todos nos equivocamos, porque somos mamíferos, porque la vida no se somete a las hojas de Excel o a lo que debería ser. La vida es y punto. Podemos dejarnos la piel y no conseguir nuestros objetivos, pero quizá lo importante sea otra cosa, sea avanzar, atrevernos, aprender y saber que nuestros resultados también están sujetos a un porcentaje de azar o de decisión de otros. Y esto nos pasa absolutamente a todos. A mí incluida. Yo tampoco conseguí trabajos a los que optaba, he fracaso en dos empresas anteriores que monté, he perdido dinero en inversiones que han sido un desastre, he escrito algún libro que ha pasado sin pena ni gloria (por no hablar de algún post de este Laboratorio que no gustó demasiado aunque a mí me entusiasmara) y me he equivocado en conferencias, en las que no he sabido llegar al público. Sí, he vivido muchos errores y confío en vivir muchos más, porque significará que estoy viva. Dejemos de dar una imagen de éxito a toda costa, porque es falsa, porque es cansina y porque, además, es mentira. Somos eternos aprendices de un proyecto que se llama vida. Así que atrevámonos a experimentar y a aprender, en vez de obsesionarnos con el éxito y con el fracaso en nuestra vida profesional y personal.

Cuidado con los momentos de la verdad

Por: | 08 de mayo de 2016

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Cuidado cuando estés con alguien que esté atravesando un periodo delicado. Puede que sea un momento de la verdad y conforme tú actúes, él o ella te lo recordará durante mucho tiempo. Veamos un ejemplo.

Hace años realicé un estudio sobre el compromiso de los profesionales. Tuve la oportunidad de entrevistar a una persona que trabajaba en un banco. Había sido un buen trabajador, pero llevaba un tiempo “decepcionado con la empresa”, como él me dijo. En aquella entrevista me explicó el porqué: era director de una oficina bancaria y, un buen día, entró un ladrón. Les amenazó a los clientes y a los empleados y aunque no ocurrió nada grave, lo pasó realmente mal. Cuando llamó a su jefe para contarle lo ocurrido, lo primero que escuchó fue: “¿Cuánto se ha llevado? ¿Lo sigue la policía?”. Su jefe no preguntó nada sobre ellos, si estaban bien, si les había pasado algo o cómo estaban recuperándose del susto. Sin duda, fue una metedura de pata, pero este profesional se lo tomó tan a pecho, que estaba realmente decepcionado. Y el motivo era porque para él había sido un momento de la verdad.

Vivimos un momento de la verdad cuando estamos especialmente vulnerables y esperamos que el otro tenga una respuesta a la altura de nuestras circunstancias. Puede ser que estemos muy fastidiados con algo, una enfermedad, una ruptura o que hayamos pasado un día muy aciago, y nuestro jefe, amigo o pareja nos diga algo realmente desafortunado. No ha de ser enfrentarnos a un ladrón, como el caso del ejemplo. Pueden ser cosas menos importantes, pero que a nosotros se nos hagan un mundo. Son momentos muy sensibles y que además se nos pueden quedar grabados en la memoria por “los siglos de los siglos”. Así que veamos algunas claves para saber gestionarlos adecuadamente:

  • Identifica los momentos de la verdad de quienes nos rodean. Lógicamente, necesitamos tener algo de empatía y ponernos en el lugar del otro. Un momento de la verdad, no es un periodo de tiempo. Es un momento puntual, de alta intensidad emocional, como un funeral, que nos cuente que se está divorciando o que haya recibido una notificación de Hacienda que le haya caído como una losa.
  • Muestra afecto en un momento de la verdad. Lo que la otra persona espera es comprensión y apoyo, no exigencia. Por ello, es bueno dejar espacio a que el otro se exprese y nos cuente lo que le está pasando hasta donde quiera explicar. En el caso del jefe del director de la oficina hubiera sido mejor si se hubiera interesado por cómo estaban… y al final de la conversación, muy al final, preguntar por el dinero. Por ello, si alguien está en un momento de la verdad y necesitamos pedirle algo, es mejor posponerlo o dejarlo para el final de la diálogo.
  • Si has metido la pata, discúlpate. Todos recordamos qué estábamos haciendo cuando nos enteramos del 11S y del 11M. Motivo: la memoria emocional. Recordamos fuertemente las experiencias de alto impacto emocional. Pues bien, nuestros momentos de la verdad son experiencias que se quedan grabadas en la memoria sean positivas o no. Por ello, si no has sabido reconocer en el otro su momento de la verdad, es bueno una conversación de disculpas. Al menos, le otorgas un reconocimiento de la situación vivida.
  • Y relativiza lo vivido. Y si eres tú quien has vivido un momento de la verdad y la otra persona no ha sabido estar a la altura de las circunstancias, relativízalo. Todos somos humanos, nos equivocamos y quizá andamos demasiado despistados con lo nuestro. La memoria es selectiva y de nosotros depende guardar un recuerdo más amable o no.

El País

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