Laboratorio de Felicidad

Sobre el blog

En el laboratorio de la felicidad analizamos experiencias, recogemos investigaciones y aportamos claves para vivir de un modo más saludable y optimista. Ponemos un microscopio para entendernos un poco mejor a nosotros mismos en nuestra relaciones personales y profesionales y ofrecemos fórmulas prácticas para incrementar nuestras dosis de felicidad en el día a día.

Sobre la autora

Pilar Jericó

Pilar Jericó. Curiosa del ser humano, de las emociones y de las relaciones personales. Es socia de la consultora Be-Up, coach y doctora en organización de empresas. Escritora de ensayos y novela y conferenciante internacional desde 2001. www.pilarjerico.com.

Qué hacer cuando a tu trabajo no le encuentras sentido

Por: | 27 de junio de 2016

Verywell.com

Imagina que consigues tu trabajo ideal. Siempre soñaste con ser pintor y te contratan en un estudio, donde puedes pintar lo que te gusta, te rodeas de los mejores, ganas una pasta y se te reconoce lo maravilloso que eres. Todo perfecto, excepto un “pequeño detalle”. Cada noche, cuando te vas a casa, tu obra se destruye y al día siguiente, has de comenzar una nueva. Pregunta: ¿te motivaría ese trabajo? Difícilmente. Y el motivo es muy simple: todos necesitamos encontrar un sentido a lo que hacemos y si este no existe, la desmotivación campa a sus anchas. No es de extrañar que la principal tortura de las supervivientes de los campos de concentración en Siberia fuera precisamente esta. Más allá de la hambruna o el frío atroz, era construir un muro para al día siguiente deshacerlo, volver a construirlo de nuevo y así sucesivamente, como si estuvieran atrapadas en la película “El día de la marmota”, donde el protagonista un día tras otro vive exactamente lo mismo sin posibilidad de cambiarlo. Salvando las “kilométricas distancias”, la sensación de estar atrapados nos puede suceder a cualquiera de nosotros cuando nos enfrentamos a trabajos que creemos que no sirven absolutamente para nada. Pero la buena noticia es que no está todo perdido. Vamos a ver qué tres claves están en nuestras manos para salir de esta sensación incómoda.

  • Primero, el sentido depende de ti. No es algo que esté escondido y que una persona desde fuera te lo tenga que desvelar como si fuera un oráculo (un jefe normalmente). Está en tus manos. Por supuesto que sería más fácil si tuviéramos un jefe majo, que nos explicara con detalle el por qué hacemos lo que tenemos que hacer; o que el departamento de al lado, que nuestro cliente o quien fuera, valorara nuestro esfuerzo y nunca lo tiraran por la borda. Pero esto no siempre ocurre. Y cuando no sabes el para qué haces lo que haces, has de ser tú quien le des la respuesta. O como resume Xavier Guix, no tenemos que buscar el sentido “de” la vida, sino el sentido “en” la vida o en el trabajo, podríamos añadir.
  • Segundo, encuentra tus puntos fuertes y aplícalos en tu trabajo (hasta en los rutinarios). Así lo explica Martin Seligman, psicólogo y profesor en la Universidad de Pensilvania. Seligman trabajó con una persona que estaba frustrada con su empleo. Se trataba de una profesional de un supermercado cuya función era introducir en bolsas las compras de los clientes. Un trabajo un tanto aburrido, sin duda. Pero Seligman le ayudó a entenderlo de un modo distinto. Primero, identificó cuáles eran sus puntos fuertes como persona. En este caso, su capacidad para las relaciones sociales. Y segundo, los aplicó a su puesto de trabajo. De esta forma, la mujer se puso como objetivo lograr que sus clientes tuvieran una magnífica experiencia social cuando interaccionaran con ella. Su motivación cambió y su satisfacción en el trabajo, también.
  • Y una última clave: piensa en terceros. El sentido más poderoso es cuando afecta a otros: familia, amigos o clientes, como el ejemplo de la anterior profesional. Cuando uno se ancla en el impacto positivo de lo que va a hacer (a veces es mostrar una cara amable a personas queridas en situaciones difíciles), encuentra más recursos en sí mismo. Cuando uno piensa: “cuando todo esto pase, contaré a terceros cómo lo viví con dignidad”, también encuentra fuerzas de flaqueza, como recomienda Viktor Frankl, psiquiatría judío superviviente de Auschwitz.

Así pues, el sentido depende de ti. Hay trabajos y momentos donde es más fácil vivirlo, pero el desafío surge cuando te enfrentas a la rutina, a la frustración de partida o al desánimo. Es entonces cuando has de recordar que el sentido de trascendencia está en tus manos y en la manera en la que vives lo que te ha tocado vivir. Ahí está tu margen de libertad y tu capacidad para encontrarle el sentido.

  “El hombre no necesita vivir sin tensiones, sino esforzarse y luchar por una meta o misión que merezca la pena”

 Viktor Frankl

 Fuente: verywell.com

 

¡Socorro, me ataca el narcisismo!

Por: | 19 de junio de 2016

Codigonuevo.com

Hace quince años descubrí unos personajes curiosos en las discotecas de Los Ángeles. Eran los “paparazzi aficionados”, personas apostadas a las salidas de los clubs para tomar fotos de los famosos. No eras periodistas ni fotógrafos del corazón. Sencillamente, chavales que tenían ese deporte nocturno y coleccionaban fotos de sus perseguidos famosos. Y no hablo de cuatro que no tuvieran otra cosa que hacer, sino de más de treinta o cincuenta, que huían de los porteros de discotecas, siempre tan simpáticos en cualquier parte del mundo. Pues bien, años después, hay personas que llegan a contratar a unos cuantos de estos paparazzi con el simple objetivo de aparentar ser famosos. Con eso no se libran de los porteros de discotecas, sino que se convierten en la mirada de los que están haciendo la fila. Es la moda en Los Ángeles y otras ciudades que refleja un síntoma de nuestra sociedad: el narcisismo ha aumentado y los datos así lo avalan.

Existe un test que evalúa el nivel de narcisismo en nuestra personalidad y este se ha duplicado entre los estudiantes universitarios desde 2002 hasta 2009, en comparación con la media de entre 1982 y 2006, según Jean Twenge y Joshua Foster. Curiosamente, los hombres suelen ser más narcisistas, pero parece que las mujeres estamos “trabajando duro” para alcanzarles y nos estamos aproximando a ellos, en opinión de estos profesores de las universidades de San Diego y de Alabama.

El narcisista está encantado de conocerse. Le preocupa su imagen, su prestigio y tiene una alta desconexión con las emociones del resto. Vamos, la empatía no es precisamente su fuerte. Y el narcisista se esconde detrás de muchas caras: desde una persona muy agradable que cae bien a todos, el que siempre cuenta chistes o el que “yo, yo, primero yo y nadie me entiende”.

Posiblemente, todos tengamos algo de narcisistas y eso no significa que debamos irnos corriendo a terapia. De hecho, como explican Twenge y Foster, la edad lima este impulso: en el famoso test solo el 3 por ciento de las personas mayores de 65 años tenían rasgos acentuados narcisistas frente al 10 por ciento que ocurre en los veinte. Por tanto, es algo que se va sanando. El problema surge cuando se convierte en algo enfermizo o cuando tenemos que soportarlo en otros.

Muchos políticos parecen narcisistas (en campaña electoral tenemos material muy interesante de análisis y me temo que es independiente del partido político en cuestión); al igual que unos cuantos jefes y directivos que he conocido, tan preocupados por su poder y muy poco por lo que les ocurría al resto. Y quizá tengas algún amigo o pareja (o ex) que también lo fuera.

El problema del narcisista es que va a lo suyo. Como le ocurrió al actor Alec Baldwin en 2011. Le expulsaron de un avión porque se negó a apagar su iPad antes de despegar. Motivo: estaba en pleno videojuego y acabó encerrado en el baño para no perderse la partida, como si nadie se fuera a dar cuenta. Las celebrities son carne de narcisismo (no todas, pero muchas). Y las redes sociales en las que mostramos nuestra mejor cara y nuestra imagen siempre maravillosa, para que nos den muchos likes, nos refuerzan esta conducta.

El gran Woody Allen lo resume así: “Yo me crié en la confesión israelita, pero al hacerme adulto me convertí al narcisismo”. Así pues, como el narcisismo nos puede “atacar” a cualquiera, ¿qué debemos hacer? (para no convertirnos en insoportables y desarrollar un poquito más la empatía).

  1. No te tomes tan serio. Estamos de paso. El éxito y la fama son pasajeras. Incluso nuestro cuerpo. Si nos obsesionamos con ello, dejamos de perder el contacto con el resto de personas y con valores mucho más profundos, lo que sí que es un síntoma de fracaso.
  2. Humildad, siempre. Rafa Nadal es y será uno de los deportistas más apreciados en España, precisamente por su humildad y por su respeto hacia los otros.
  3. Actitud abierta al aprendizaje. El eterno aprendiz no es narcisista. No mira hacia sí mismo, sino hacia lo que puede alcanzar.
  4. Un poco de sentido del humor con uno mismo. Reírnos de nosotros, de nuestros fracasos, sin esperar que el resto nos aplauda, es una manera de aterrizar nuestras tendencias a ser el epicentro del mundo.

 “Quien sólo vive para sí, está muerto para los demás.”

Publio Siro

Foto: Código nuevo. 

Cuatro claves para romper con una amistad tóxica

Por: | 12 de junio de 2016

Kampaii.com

 

Cada vez que quedas con un cierto amigo o amiga (o hablas por whatsapp), te quedas con sabor amargo. Puede que sea por sus comentarios sutiles, bromas pesadas que no te hacen ni pizca de gracia o porque abre el muro de las lamentaciones que te dejan agotado. Sea lo que sea, te hace sentirte mal. Pues bien, ha llegado el momento de darte cuenta de que quizá te estés enfrentando a una relación tóxica, aquella que te desgasta de energía y que no aporta en ambos sentidos. Las personas cambiamos y aquella amiga o amigo del alma, con el que compartías penas y glorias, ya no es el mismo y se ha convertido en alguien que es mejor evitar. Veamos cuáles pueden ser los motivos para que una amistad se haya convertido en “tóxica”:

  1. Porque tu “amigo” te tiene envidia. Puede que sea la principal causa. Es una emoción profundamente escurridiza. Quizá ni hayas sido consciente de que esa persona a lo largo del tiempo ha ido labrando una envidia hacia a ti, que le lleva a darte malos consejos en tu relación con hombres o mujeres, que se alegra de que hayas fracasado en algo o que critica cualquier cosa que te haya ido bien.
  2. Porque te coge de chivo expiatorio para hacerse el gracioso. Le gusta el poder en el grupo y se aprovecha todo el tiempo de ti para quedar por encima de todos. Te puede hacer comentarios, que te dejan en un mal lugar o llega a ridiculizarte bajo la excusa: “son bromas, no te lo tomes así”. Normalmente, ese tipo de personas van con su séquito, que le ríen las gracias aunque sea a costa de ti. Y, cuidado, tanto su séquito como él son tóxicos.
  3. Porque tiene una gran rigidez mental y no para de cuestionarte. Esto ocurre si tu “amigo” es de los que se sienten jueces del mundo y carecen de autocrítica para ellos mismos. Puede que en el pasado los dos estuvierais más alineados en gustos o en formas de ver la vida (de pequeños todos somos más parecidos). Sin embargo, uno ha cambiado profundamente y la diferencia con el otro es abrumadora. En vez de entenderlo tu “amigo” o “amiga” como respeto o aprendizaje, la diferencia la convierte en una crítica constante. ¿Motivo? Puede ser de nuevo envidia, nostalgia o inseguridad. En cualquier caso, los comentarios y los constantes juicios vuelven a ser tóxicos.
  4. Porque es cansino con sus problemas. Se apoya en ti para contar lo mal que va su vida y no para de hablar de sus desgracias, no escucha, su vida siempre es peor que la tuya y etc., etc., etc. Normalmente, las personas que refuerzan su autoestima en dar pena a otros necesitan de alguien que les escuche. Si te ha escogido a ti y tú no compartes esta tendencia, las conversaciones te pueden agotar profundamente.

 Todo lo anterior puede que no sea ni la primera ni la segunda vez pero tú sigues viéndole, por diversos motivos. Pues bien, veamos qué podemos hacer para comenzar a cuidarte un poco más:

  1. Deja de fantasear con que tu “amiga” vaya a cambiar. Las personas somos lo que somos y, con el tiempo, vamos acentuando una de nuestras facetas. Es posible que tu “amiga” o “amigo” sea muy simpático, te rías mucho pero te tiene envidia, por ejemplo. Esto último no lo puedes tú cambiar y es lo que te lleva a aguantar muchos comentarios incómodos. Por lo tanto, acepta que él es así y acepta también que esa parte te hace daño.
  2. Pon límites. Aunque compartáis una misma pandilla, quizá sea el momento de decir basta. Tienes derecho a que se te respete. Ni aceptes bromas que no te gustan ni comentarios a tus espaldas. Confróntale. Puedes quedar un día con él o con ella, se lo dices y le das una oportunidad. Si no lo reconoce o si persiste, es mejor buscar otros amigos que aguantar el dolor de no ser respetado (y al fin y al cabo, a los amigos los escogemos, ¿no?).
  3. Desahógate y agradece. Escríbele una carta aunque no se la mandes para agradecer el pasado, desearle suerte en el futuro y comenzar una vida separados. La rabia tampoco es una buena emoción para ti y no vale la pena mantenerla hacia nadie.
  4. Y sé firme en tu decisión. Puede que te hayas dicho muchas veces que no querías volver a verlo o verla, pero por influencia de otros o porque te da pena la situación, tiendes un puente y pasado un tiempo vuelves a las andadas. En ese momento te enfadas con él y contigo mismo por haber recaído. Por ello, y si ya te ha ocurrido más veces, sé firme. Nada es eterno, ni la amistad. Y esa persona perteneció a tu pasado y muy probablemente, el futuro te aguarde mejores amigos para crear relaciones mucho más saludables si eres capaz de romper con las tóxicas.

 

La amistad duplica las alegrías y divide las angustias por la mitad.

Sir Francis Bacon

Fuente: Kampaii.com

Cuidado con el amor ciego hacia nuestros hijos (o padres)

Por: | 05 de junio de 2016

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No todos las formas de amar son sanas. Cuando los dos crecemos, es saludable. El problema surge cuando quieres y quieres, pero es a costa de perder una parte de ti mismo importante. Ese es un amor ciego, que nos lleva a espirales que pueden llegar a ser autodestructivas para ti o para la otra persona. En el caso de la pareja, lo reconocemos fácilmente cuando uno está tan “coladito” por alguien que le lleva a perder la cabeza (menos mal que el enamoramiento tiene sus hormonas oscilantes que pasado un tiempo nos hacen recuperar la razón). El problema surge en espacios mucho más sutiles, más controvertidos, como son la relación entre padres e hijos. Hay padres que quieren a sus hijos profundamente, con toda la buena fe del mundo, pero sin embargo, están creando relaciones que no son positivas para ninguno de los protagonistas. Querer y querer pero sacrificando todo cuanto tenemos, es un flaco favor que nos hacemos como padres y que le hacemos a nuestro hijo. Es un tipo de amor ciego, muy difícil de reconocer en uno mismo y, como siempre, muy fácil de ver en otros y sobre todo en quien se ha separado o al que no le va bien la relación con su pareja. Veamos cuándo vivimos el riesgo de caer en el amor ciego:

  1. Cuando te va mal en la pareja y proyectas de manera inconsciente la falta de cariño en uno de tus hijos. Se genera un vínculo muy especial, pero hay dos riesgos: no dejas espacio a reconstruir tu vida con una nueva pareja (el espacio que no le corresponde lo ocupa tu hijo) y segundo, se corre el riesgo de que ese hijo crea que sus futuras parejas no están a la altura del cariño que le dio su papá o su mamá (lo que llamamos vulgarmente enmadrado o empadrado, solo que ya con pelo en pecho). Y seguro que conocemos a más de uno con un vínculo excesivo a sus padres y posiblemente sea por un amor ciego entre su progenitor y él o ella. Si alguien está muy empadrado o enmadrada o “hijodrado e hijadrada” (perdón por el vocablo inventado) es difícil que tenga espacio para una relación de pareja saludable.
  2. Cuando vives una separación y por culpa o por soledad, colocas a tu hijo en el absoluto epicentro de tu vida a costa de sacrificar cualquier proyecto personal y profesional. Es una variante de la anterior, que ocurre muchísimo en las separaciones y, en especial, en el progenitor que ha perdido la custodia (normalmente, el padre). Los hijos se convierten en una obsesión, muy superior a cuando incluso vivían juntos en familia, y vuelven a colocar en ellos un amor ciego que no les corresponde con un altísimo sacrificio personal.
  3. Cuando como padre le recuerdas una y otra vez lo durísimo que fue haberle tenido, la cantidad de sacrificio que te supuso, las renuncias que tuviste que hacer y etc… Se busca un constante reconocimiento absurdo. Seamos sinceros: la decisión es personal. Si tenemos un hijo no es porque él nos haya escrito una carta pidiéndonos nacer o ser adoptados. Lo hemos decidido (o hemos asumido un riesgo sabiendo cuál podría ser la consecuencia). ¿Cuál es el precio desde esta actitud que le hacemos pagar a nuestro hijo? La culpa. Desde la culpa hacemos muchas tonterías, como rechazar al padre que te repite la misma cantilena de lo mucho que sufrió o evitar tener hijos o tantas otras decisiones inconscientes, que pueden ser también igualmente absurdas.
  4. Cuando esperas que tu hijo cumpla con tus sueños no conquistados por ti mismo. Otra tontería inconsciente que nos lleva a sobredimensionar la agenda extraescolar de los niños y a hacerles vivir una vida que ellos no han escogido. No olvidemos que los hijos, sobre todo de pequeños, buscan agradar a sus padres y pueden estar dispuestos a sacrificar sus propios deseos en aras de sus progenitores… y esa decisión de adultos les puede pasar factura a la relación.

En definitiva, el amor hacia los hijos es posiblemente el más intenso y el más puro que podamos sentir. Llegaríamos a dar la vida por ellos, pero dicho esto, reconozcamos algo políticamente incorrecto: además de padres, somos algo más, somos personas que tienen parejas, familia, amigos, proyectos profesionales, aficiones…, aunque podamos pensar que esa parte de nosotros no sea tan importante. Hacer girar absolutamente toda nuestra vida en torno a nuestros hijos (al igual que toda nuestra atención), tiene consecuencias negativas para ellos y para nosotros mismos como hemos visto. Si queremos tener hijos autónomos y libres en sus decisiones, aprendamos a controlar nuestros amores ciegos, porque les hacemos un flaco favor a ellos y también a nosotros mismos.

El País

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