Sobre el autor

Jose Luis Merino

Jose Luis Merino nació en Bilbao. Vive en esa ciudad. Es autor de 14 libros de arte y literatura. Trabaja en la actualidad en cuatro más, asimismo de arte y literatura. Ha tenido muchas edades. Ahora tiene la edad que representan sus palabras.

Sobre el blog

Como lo haría un fotógrafo de palabras, en este blog aparecerán retratos o semblanzas de gentes de la cultura. La mayoría de ellos son ladrones de fuego, en el sentido rimbaudiano del término. También se hablará de arte y poesía (el único ángel vivo sobre la tierra), en tanto se descubre cuánto hay de auténtico y de falso en esos dos universos.

Ladrones de fuego

María Zambrano y el saber del alma

Por: | 29 de diciembre de 2011

MARÍA ZAMBRANO   (1907-1991)

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     Uno empieza a conocer algunas partes ocultas de sí mismo por el juicio que de él hacen los demás. Algo de esto me pasó con la filósofa María Zambrano. Recibí una carta suya, en la que contestaba a mi proposición de entrevista, al tiempo que aludía al artículo mío sobre nuestro común amigo el poeta José Lezama Lima, escrito a raíz de su muerte. Así fue cómo alcancé el inmerecido honor de que hablara de mí en su carta del uno de marzo de 1980: 
     “...le escribo como si ya le hubiese escrito, como si hubiera ya recibido las palabras que solo de pensamiento me ha estado dirigiendo desde hace tanto tiempo”.
     “Han debido ser ciertas, de amistad verdadera, desde ese lugar ‘cósmico’ –que bien dice usted–, de José Lezama Lima, un lugar fijo, su centro, su origen, su paralelo, una secreta constelación. Y usted viene hacia mí desde ‘allá’. Gracias pues. Gracias, sintiendo que no haya llegado antes. Pero esa clase de encuentros tiene su hora”.
     “Gracias por la carta hermosísima de Lezama a usted –él no se equivocaba–, por su artículo serio, justo, en la firmeza”... “Me parece ser usted de esas raras avis que leen lo que les interesa, aunque a veces algo se le escape”.
     “En cuanto al cuestionario, acepto lo que usted me ofrece: contestaré solo a aquellas cuestiones que para mí tengan específica resonancia. Teniendo en cuenta lo que usted no sabía: mis poquísimas fuerzas, la mudanza próxima, y otras fatigas”... “La imagen que recibo de su vivir y la vibración, que es lo que decide, es muy buena y estimulante. Un equilibrio ese que a mi parecer solamente brota cuando los límites entre el trabajo y el afán creador no se advierten, cuando no hay casillero, sin que se caiga en la confusión”.
     “Usted ha de saber mejor que yo, pero yo desde afuera también lo sé y muy dolorosamente, cómo se agostan las plantas de eso que llamamos actividades culturales y que para mí son vida, cómo se encienden las hogueras que antes de que se forme alguna brasa, se extinguen, cómo se disipa el pensamiento, la pasión de crear. ¡Ay! Es mal antiguo de España, ahora agudizado. Veo en lo que me llega de usted, que no es así, que la tensión es continua, sin caer en la monotonía, que la corriente tiene cauce. Que así siga siendo”.
     Pasado el tiempo, María Zambrano volvió del exilio y empezaron a reeditarse sus libros. Quienes no la conocían percibieron que escribía de filosofía, pero no sólo es filosofía lo que se escucha. Su discurso deriva hacia el hecho estético. Es como si la búsqueda del sentido de la poesía fuera la culminación del ser. Cada frase suya posee un detersivo fulgor. Su prosa es clara, luminosa, toda ella se vuelve inmanente. La fuerza interior de esta mujer extraordinaria se dirigió con temblor fervoroso hacia el saber del alma. 
     Pese a que en algunos de sus libros observemos que no desea tratar el tiempo histórico con el mismo rasero que lo hiciera antes del exilio –ya que todo se torna para ella como más abstracto–, debemos tener en cuenta y recordar cuán difícil es encontrar a alguien que sepa dar una definición sobre el tiempo y la inteligencia o sobre el alma con tan profunda y densa originalidad... 
    Ese alguien es mi admirada y querida María Zambrano; quien por saber más, sabía que en el conocimiento y en la pasión activa inevitablemente se encuentra el punto absoluto.

                                                            [el personajes siguiente Michael Ende]

Poeta víctima de Castro

Por: | 26 de diciembre de 2011

HEBERTO PADILLA   (1932-2000)

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     A finales de los años sesenta, un jurado cubano de poesía, en el que se encontraba José Lezama Lima, concedió un importante premio nacional a Heberto Padilla por su libro Fuera de juego. El libro no fue del agrado del régimen de Fidel Castro. Acusaron a Padilla de verter en sus páginas una severa crítica a la Cuba postrevolucionaria. Fue encarcelado e instado a retractarse, y los miembros del jurado obligados a entonar públicamente un oneroso mea culpa. Todos sus miembros accedieron a ello, excepto Lezama Lima, quien se negó a pasar por aquella situación vergonzante. 
     Ante lo que se dio en llamar “el caso Padilla”, no pocas de las gentes del mundo de las letras, salvo los dogmáticos o los ciegos, quisieron saber: ¿¡QUÉ PASABA EN CUBA PARA QUE ENCARCELARAN A UN POETA Y SUS METÁFORAS!?
    En 1980 Padilla fue autorizado a abandonar territorio cubano. A partir de ese momento quise ponerme en contacto con él. Logré localizarlo impartiendo clases en la New York University. Le escribí para proponerle una entrevista por escrito. Me contestó sin apenas dilación. Llegaron las respuestas con una carta al frente de ellas. Tanto en la misiva como en las respuestas se notaban unas ganas inmensas por ser amable con quien se dirigía a él. 
    Así la carta: 
    “Te escribo rápidamente a vuelta de correo para enviarte las respuestas a tu cuestionario. Son las únicas preguntas saludables que he recibido en tiempos. Si tus cuentos están escritos con la misma fuerza imaginativa, y lo cierto es que no puedo concebirlos de otro modo, deben ser buenísimos. Espero leerlos algún día”... “Gracias por tu carta”... “Envíame tus otras entrevistas para disfrutar, sobre todo, con las preguntas”.
     Esta es una breve selección de sus respuestas:
     ¿La histeria lleva ropa interior?
     Generalmente dicen que usa braguitas de mujer, pero no quieras tú verle la cara cuando se pone los calzoncillos rojos de ciertos militares.
     Belleza, lo que se dice “belleza”, ¿puede ser pájaro, nube baja, ganas de seguir viviendo, instinto lúdico, mil kilos de rosas, hierba colorada, fresa loca, beso... ¿todo eso puede ser lo que es sin necesidad de ser Belleza?
     ¿No has pensado que esa enumeración podría competir con muchos poemas que por ahí presumen? Yo, sobre todo, la siento como un inventario de cosas que se ofuscan buscando sus rumbos naturales. Es la Belleza la que los necesita.
     ¿Sabías que los guerrilleros megalómanos llaman al fuego de sus metralletas poesía militar?
     ¡Que si lo sé! Esa imagen cautivó al parroquiano, al buen obispo y hasta al inteligente Cardenal.
     ¿Cualquiera puede ser Humphrey Bogart alguna vez?
     Tendría el mismo éxito de alguien que quisiera imitar tus preguntas, aunque, como están las cosas, no me sorprendería que cualquier crítico encontrase más encanto en la parodia, por aquello de que es la revelación y la codificación de sus virtudes.

    En el año 2000 dieron la noticia de la muerte de Heberto Padilla. Pero no era verdad. Los poetas no mueren. Quedan E-N-C-A-N-T-A-D-O-S.

                                    [el siguiente personaje María Zambrano]

"Escribí para no morirme" (Ernesto Sábato)

Por: | 22 de diciembre de 2011

ERNESTO SÁBATO   (1911-2011)

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     Con el testimonio de las cinco cartas que me escribiera Ernesto Sábato se presentaba como un escritor tierno, desvalido, con unas ganas inmensas de que lo quisieran y admirasen. Ya en la primera de ellas empezaba descubriéndose enfermo. “Últimamente no respondo reportajes, porque ando mal del sistema nervioso. Pero la carta me ha gustado mucho y espero esta vez hacer una excepción, en cuanto pase un poco de tiempo y mi estado mejore”. 
    Luego, a tenor por la entrevista que le mandé de Severo Sarduy, como prueba de por dónde iban mis inclinaciones preguntadoras, añadía: “Claro que mis respuestas no tendrán la gracia de las de Severo”.
     La segunda carta suya llegó meses después: “Cada vez que en mi cajón de cosas a responder encuentro su cuestionario me avergüenzo. ¿Hay todavía tiempo de responderlo?”.
    En la tercera carta se sentía más expansivo y comunicativo: “Su carta me ha conmovido por su generosidad, por no haberse sentido agraviado por no haber respondido antes a sus preguntas, por su nobleza. Gracias, muchas gracias”. 
    “Es que mi vida se ha ido haciendo de más en más difícil, dolorosa, por la larga enfermedad de Matilde (lleva ya cuatro años) y por las calamidades de mi país, que parece hundirse en sus desdichas”. 
    “Sí, a pesar de todo –ando sufriendo del corazón, como consecuencia de las tensiones nerviosas de estos años duros para todos los argentinos–, a pesar de todo trataré esta vez de responderlas, en forma coloquial, para que no parezca ni sea un mero cuestionario. Sabe, José Luis, que no me considero un escritor profesional, que escribí para no morirme, así como ahora, en estos diez últimos años, desde que la vista me impide la lectura y la escritura, pinto, con intensidad, con la misma vehemencia con que escribí. No para vender –me ofrecen grandes sumas...– sino para sobrevivir. La única muestra que acepté fue en el homenaje que me hicieron en mayo en el centro Pompidou”...
    La carta continuaba con otras consideraciones y me pedía que le mandara más preguntas. Cosa que hice a vuelta de correo.
    Al poco tiempo llegaron sus respuestas. En cada una de ellas ofrecía su miga de pan para pájaros libres: 
    “Todo corazón tiene en germen lo que esconde el de un gran artista, pero éste tiene el don de desentrañar lo que está como dormido en el alma de los demás, de oír los rumores más dudosos y ambiguos del inconsciente, y de expresarlos en su música, en su pintura o en su poesía, de modo que esas oscuras verdades produzcan la resonancia en los espíritus que apenas las entrevén”...
    “Un artista nunca es un afortunado sino un perpetuo atormentado. Empieza por ser un chiquillo tímido e introvertido, para el que la realidad es atroz, y termina siendo, si tiene éxito, en el ser más extrovertido del mundo, que se exhibe desnudo en la vitrina de una calle comercial ¿Y qué más horrible que eso?”.
    El autor argentino publicó tres novelas, El túnel (1948), Sobre héroes y tumbas (1961) y Abaddón el exterminador (1974), además de numerosos ensayos, entre ellos Nunca más, el impresionante informe de la Comisión Nacional sobre la desaparición de personas (1985). 

    Ernesto  Sábato era uno de esos escritores que obedecen a la oscura condena de testimoniar su drama, su perplejidad ante un universo angustioso.

                                                  [el siguiente personaje Heberto Padilla]

La pícara mirada de Italia (Ugo Tognazzi)

Por: | 19 de diciembre de 2011

UGO TOGNAZZI  (1920-1990)

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     El actor italiano Ugo Tognazzi, cuyo currículo abona 150 películas, vino a Bilbao invitado a un simposio sobre gastronomía. Fui a entrevistarle. Vestía un traje oscuro, gabardina clara, camisa azul cobalto en la pechera y blancos –como sorbos de leche– el cuello y los puños, corbata negra. Lucía un rostro bronceado, ojos chispeantes, un leve bigote a juego con su burlona sonrisa. Como la traductora era joven y guapa, el actor parecía peinarle los cabellos rubios con la mirada. Todo esto con la mayor cortesía y disimulo imaginables. 
     Sus primeras palabras estuvieron dedicadas al apartado gastronómico. Tognazzi aseguraba que para el hombre cocinar es una novedad. “En las cocinas de las casas hay aditamentos nuevos que al hombre le gusta descubrir. Es más, si me pidieran opinión, propondría que la mujer estuviera trabajando fuera de casa todo el día, y los hombres cocinando e incluso limpiando la cocina". 
     Al hablar de su infancia, no podía referirse a platos exquisitos, porque su familia era muy pobre. En aquel tiempo su bocado favorito eran las anchoas. Como cocinero, en ese momento se veía como un diletante, un experimentador que hacía todo aquello que le resultara nuevo y excitante. “Para mí –subrayó–, el único refugio para salir de un fracaso amoroso es meterme en la cocina y cocinar”.
     Vivía con su familia en el campo. Poseía una pequeña granja junto a la casa, donde cultivaba personalmente todo, con la ayuda de un empleado. Tenía su propio vino, 120 cabras, legumbres y hasta el agua la obtenía de manera particular. Cocinaba-comía del cultivo proporcionado según las estaciones.
     La conversación derivó hacia el cine, aunque sin salirnos al principio de la estela gastronómica. Habló de la película La grande bouffe, donde los actores comían de verdad. Cuando tuvo que comer paté con cuchara le fue imposible hacerlo. Y en vez de paté le prepararon una mousse de chocolate, de aspecto parecido, para poder así comer durante el rodaje, porque si no se hubiera muerto de verdad.
     Del mundo de los cómicos, prefería a Chaplin, contemplando su obra completa, aunque como cómico creía que el mejor era Buster Keaton. Cuando le pregunté sobre Totó, Aldo Fabrizzi y Vittorio de Sica, contestó: “Son tres tipos completamente distintos. Totó, como mimo, es insuperable, como máscara es diferente a todos. Fabrizzi, físico aparte, está más cerca de mí (yo de él); es un actor que podía hacer películas cómicas y dramáticas; y es también un gastrónomo. Sica es un gran director y un buen actor”.
     Le pedí que se juzgara a sí mismo como actor. “El público de Italia, más que como actor, me ve como uno de ellos. Es un proceso de identificación. Para mí es más difícil ser natural en la vida que en el cine. En el cine no actúo, y en la vida en cualquier instante y situación estoy actuando”. 
     En el momento de despedirnos, el actor suministró a la traductora un gentilísimo besamanos. La joven sonrió tras el carmín. Acto seguido, Tognazzi se puso unas gafas oscuras que le hicieron invisible por unos momentos, y se fue, como un fauno pagano, con su pícara sonrisa hacia no se sabe dónde.

 

                                                 [el siguiente personaje Ernesto Sábato]

 

Gil de Biedma: directo al corazón de las sensaciones

Por: | 15 de diciembre de 2011

JAIME GIL DE BIEDMA   (1929-1990)

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     Se podía aventurar que el poeta barcelonés Jaime Gil de Biedma cifró el valor de su existencia en el hecho mismo de vivir, sin importarle todo lo demás, incluida la necesidad de escribir. Más tarde, cuando se dio cuenta que mediante la escritura podía volver a vivir aquello que vivió, entonces nació el poeta que habitaba dentro de sí.
     Para construir su mundo personal de poeta quiso dar mucha importancia al oído, al punto de llegar a decir: “He escrito de oído, pero el oído de cualquier poeta, no sólo el mío, es un producto que se adquiere, se consolida, se enriquece, se endurece y se pierde”. El oído debe alcanzar, según su criterio, la más ajustada adecuación del ritmo, las alternancias de tensión y modulaciones tonales.
     Llevaba hasta sus más radicales consecuencias no entregarse del todo a nada, porque ésa era la esencia de ser del poeta. Aducía que limitarse era una de las cosas más importantes para el poeta. “El arte es hijo de la limitación”, aseguraba, para afirmar a continuación: “el arte es una manera de intentar ir más allá de la influencia de la vida”. 
     No daba importancia al hecho de entender o no entender un poema, y lo subrayaba así: “Entender un poema es una actitud absolutamente secundaria, porque si a uno le gusta el poema, a la larga acabará entendiéndolo”. Se propuso escribir sin imágenes ni retórica ni esteticismo, solo ateniéndose a un único cuidado: “En poesía, el único error es escribir malos poemas”, proclamaba en voz alta.
     Tuve ocasión de entrevistarle en tres ocasiones. Una de ellas por escrito. Las otras dos en persona. La primera de ellas se llevó a cabo en su casa de Barcelona. Fue una entrevista larga y profunda, que él calificó como una grave conversación, según la dedicatoria estampada en uno de sus libros. En la otra se comportó de diferente manera. Sacó a relucir aquel hombre que le acompañaba en los momentos malos, displicente, arrogante y áspero como un salivazo de taberna. Quería hacer ver al entrevistador que él lo sabía todo de su poesía y de la literatura universal. 
     Cuando transcribí la cinta de la primera entrevista, comprobé la gran afinidad que existía entre sus poemas, sus libros de prosa y las palabras que confió a mi magnetófono. Aunque poseía una vasta cultura literaria, no usaba palabras rebuscadas ni se escudaba en los fulgores de las metáforas. Deseaba que su poesía constara de palabras sencillas, cada una en su lugar. Iba directamente al corazón de las sensaciones.
     Gil de Biedma en tiempos franquistas cultivó el malditismo, lo cual constituía una actitud provocadora y enormemente irónica. Por mi parte, juzgo sus poemas por su creativa y vitalista capacidad de convertir un tugurio en una alcoba regia. 
     Respecto a su propio mundo, dejó señalado cómo le gustaría vivir: “En un viejo país ineficiente, / algo así como España entre dos guerras / civiles, en un pueblo junto al mar, / poseer una casa y poca hacienda / y memoria ninguna. No leer, / no sufrir, no escribir, no pagar cuentas, / y vivir, como un noble arruinado, / entre las ruinas de mi inteligencia”. 
    Cuando murió Jaime Gil de Biedma, la tierra sabía que recibía a un huésped de honor: al buen poeta que, fuera del desprecio que le infundían los malos poetas, nunca creyó poseer verdades, sino que vivió poseído por ellas.

                                                    [el siguiente personaje Ugo Tognazzi]

Claude Simon o la aventura de escribir

Por: | 12 de diciembre de 2011

CLAUDE SIMON   (1913-2005)

 

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     Entrevisté a Claude Simon cinco años después de serle concedido el Nobel de Literatura. Viéndole de cerca, nadie diría que pudiera sentirse tan angustiado con la elección de palabras a la hora de componer sus creaciones. Era un hombre de rostro dulce, con una voz grave que parecía dar credibilidad a todo cuanto decía. 
     Sus palabras dejaban en el aire nombres como Ricardeau, Lacan y, veladamente, los formalistas rusos. Confesaba que se ponía todos los días a escribir, como un trabajador de la palabra. Aseguraba que la aventura de escribir es tan grande o más que la mayor aventura que pueda jamás imaginarse. Ésa era su vida diaria: su aventura cotidiana.
     Para el más proustiano de los novelistas contemporáneos, tal Claude Simon, la idea de las composiciones de sus novelas no ha variado a lo largo de los años. Quizá hayan cambiado algunos aspectos formales, pero no el tono de las composiciones, porque siemre le ha parecido que cada palabra suscita-reclama otras palabras, no solamente por la fuerza de las imágenes, que atraen como un imán, sino a veces por su sola morfología. Tómese la palabra como nudo de significaciones (según sugerencia lacaniana) y conoceremos el itinerario recorrido por Claude Simon cada día, durante años, para tejer su universo novelístico. Luego entran en juego otros factores: la rememoración retrospectiva a través de la yuxtaposición de escenas según se suceden en la memoria... visiones disociadas y fragmentadas de la realidad... con la palabra siempre como maestra de ceremonias...
     Sin ningún miramiento, el autor francés obvió todas aquellas preguntas que no hacían referencia a la escritura. Prefería que le preguntara sobre la indagación del empleo del tiempo o sobre la relación que existe entre la palabra justa y la música de esa palabra.
     Sus contestaciones estaban cargadas de trascendencia. Parecía como si en algún momento de su existencia creyera llevar sobre sus hombros el peso del mundo (ese mundo imaginario que pesa menos que la mano de un niño). Eran como confesiones trenzadas unas detrás de otras: “escribir es descubrirse en todos los sentidos del término”: “lo que decimos se parece a nosotros mismos, a pesar nuestro”: “lo primero que cuenta es lo que se ha escrito”: “lo que se ‘entredice’ es menos importante que lo que se ha escrito”. 
     Durante la entrevista hizo un alto para quitarse las gafas. Las limpió cuidadosamente con un pañuelo blanco de pequeñas iniciales bordadas en azul claro, para después volver a sus reflexiones sobre el hecho de escribir: “la escritura está esencialmente basada en la naturaleza metafórica de la lengua”: “no conozco otros senderos de la creación que aquellos abiertos paso a paso, es decir, palabra a palabra, por el camino mismo de la escritura”. 
    La entrevista la dio por terminada con las mismas palabras fabricadas en el inicio de nuestro encuentro (lo que venía a ser una de sus sentencias favoritas): “la aventura de escribir es tan grande como la aventura que pueda jamás imaginarse y aún desarrollarse”. Luego guardó silencio, porque sabía que el silencio es el edificio más reputado del alma.

                                                            [el siguiente personaje Jaime Gil de Biedma]

JOSÉ LUIS SAMPEDRO   (1917)

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     Se ha calificado a José Luis Sampedro como escritor, humanista y economista. Luchó en los dos lados de la Guerra Civil, movilizado por ambos bandos. Antes de dedicarse a escribir trabajó alrededor de 30 años en el Banco Exterior de España, llegando al puesto de Subdirector General. Es autor de una decena de novelas, entre las que destacan Octubre, octubre (1981), La sonrisa etrusca (1985), La vieja sirena (1990), entre otras, y media docena de obras sobre temas económicos, como Realidad económica y análisis estructural (1959), Conciencia y subdesarrollo (1973), El mercado y la globalización (2002), Sobre política, mercado y convivencia (2006).
     El profesor José Luis Sampedro aboga por una economía más humana, más solidaria, capaz de contribuir a desarrollar la dignidad de los pueblos. Asegura que nuestro sistema económico está descompuesto y cree que ese sistema ha organizado un casino para que ganen siempre los mismos.
     A punto de cumplir 94 años, ha llegado a esa edad, lúcido, vital, con sentido crítico. Sabe, como aseguraba Cervantes, que no se escribe con las canas, sino con el entendimiento, el cual suele mejorarse con los años. He aquí una prueba de ello:
     ¿Hoy tememos decir la verdad por temor a ser creído?
     No creo que tememos decir la verdad. Hoy simplemente conceptos como verdad han sido olvidados y borrados. Creemos en las recetas, no en la verdad. En un mundo descreído, sin valores, la verdad es una máquina con cables que sale en la televisión y que previo pago de unos milloncejos al listillo de turno permite a todo el mundo morbosearse con las supuestas verdades de un personajillo de cuarta.
     ¿El éxito es el azote del género humano?
     El éxito hoy suele también tener que con el número de veces que sale uno en la caja tonta o en las revistas de colorines. Es muy difícil saber en la actualidad quién tiene éxito por ser genial y quién por puro montaje comercial.
    ¿Es cierto que la poesía es el subsuelo de la literatura?
     La poesía es el grado más alto, por más profundo e irracional de la literatura.
     ¿Escribir es espiar sin ser visto, salvo por la sombra de uno mismo?
     Escribir es espiar en uno mismo, a veces sin querer ni siquiera admitir eso que descubrimos dentro.
     ¿Cuando rozamos la perfección de una frase, es cuando más ansiamos poder crear una sintaxis nunca creada por nadie?
     No soy escritor que busque la frase perfecta. Pero cuando un párrafo se acerca a lo que quería decir me siento como un pequeño dios. En todo caso, más que crear una sintaxis propia me gustaría conseguir que mis personajes alcanzasen una riqueza de matices no alcanzada jamás por ningún escritor.
     ¿La belleza siempre es el fragmento mejor de lo perdido? ¿De ahí la búsqueda a ciegas de los creadores?
     La belleza, como la verdad, son horizontes inalcanzables pero a los que todo creador debe aspirar.

                                                                    ***
     Premio Nacional de las Letras Españolas en 2011, José Luis Sampedro ha sido un referente moral para los indignados del 15-M.

                                            [el siguiente personaje Claude Simon]

Un encuentro con Juan Rulfo en México

Por: | 05 de diciembre de 2011

Juan Rulfo (1918 - 1986)

  Escanear0002            Una tarde de otoño de 1970 mantuve en México un encuentro con Juan Rulfo. El autor de adoloridos relatos como El llano en llamas (1953), y la impresionante novela corta Pedro Páramo (1955), me recibió en el Instituto Indigenista del Distrito Federal de la capital azteca. Pasamos a la sala de juntas. La conversación discurrió por cauces normales, hasta que llegó la última pregunta. En ese momento, mi interlocutor dijo de improviso, “me llaman por teléfono”, y salió precipitadamente...

            Quedé desconcertado, sin comprender la razón de su intempestiva marcha. En aquella sala no había teléfono alguno a la vista. La pregunta que provocó su salida fue la siguiente: “perdóneme que sea algo brusco y no sé si entrometido, pero le aseguro que somos muchos los que admiramos su obra y nos preguntamos por qué lleva tantos años sin escribir ni publicar”.

            Pasados quince minutos, contados uno a uno, volvió Rulfo. Mientras daba cuerpo a su respuesta iba derramando ceniza sobre su realidad escrituraria: “Yo creo que en mi caso lo tratado hasta ahora es un principio. Es tal vez verdad aquello de que una obra no sea más que un fragmento de lo que un autor quiso decir. Claro, si los demás dicen que en esa obra se completó un ciclo, una determinada etapa, tal vez el autor se puede desorientar. Esto le puede llevar a seguir rodando por esas sendas, como a intentar buscar otras. Ya he dicho que en mi caso lo tratado hasta ahora es un principio; sin embargo, me detuvieron allí, y me dijeron: ‘bueno, hasta allí éste quedó liquidado; acabó una fase, tiene que seguir la siguiente’... Desgraciadamente, hay personas que nos dejamos influir mucho por lo que se dice, por lo que dicen los demás. Aunque no soy de esas personas, porque casi no me oriento por las opiniones ajenas, sino por mis propias convicciones. Trato, simplemente, como es natural, de ver que yo no he agotado todo lo que quería decir. Yo siento que todavía tengo cosas que decir; quiero que no me dejen con la palabra en la boca o hablando solo. También puede suceder, en caso de que yo insistiera en tratar los temas rurales, que son los que he tocado hasta ahorita, puede suceder que digan por ahí que la literatura urbana ha desplazado a la literatura rural, porque está liquidado el problema de lo rural. En América Latina, y en especial en México, el problema rural es uno de los difíciles de resolver, justamente porque es donde están las causas más grandes de la miseria y subdesarrollo. Yo no estoy planteando soluciones ni denunciando hechos. Lo que puedo hacer es dar testimonio de que existen esos hechos. Tengo algunas cosas que todavía no he publicado, porque no trata de esos mismos temas de mi obra anterior, pero sí están ubicados en esos mismos ambientes, se desarrollan lejos de la ciudad. Y están sin publicar, tal vez, por ese temor a que digan: ese señor nos está dando la misma cosa, nada más que con otra forma”.

     Lo dijo un hombre triste como una pared de adobe, en apretada y flébil defensa de sí mismo. Luego se ofreció para llevarme en su automóvil hasta mi hotel. Invirtió más de una hora de volante. Tras la despedida, sentí que con él iba lo más parecido al desgarrón de una estrella.

    A partir de su muerte, se supo que no había dejado nada escrito, con la excepción del prodigio de lo ya publicado. Para Jorge Luis Borges, Pedro Paramo es una de las mejores novelas de la literatura en lengua hispánica, y aún de la literatura.

                                               [el próximo personaje José Luis Sampedro]

El País

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