MARÍA ZAMBRANO (1907-1991)
Uno empieza a conocer algunas partes ocultas de sí mismo por el juicio que de él hacen los demás. Algo de esto me pasó con la filósofa María Zambrano. Recibí una carta suya, en la que contestaba a mi proposición de entrevista, al tiempo que aludía al artículo mío sobre nuestro común amigo el poeta José Lezama Lima, escrito a raíz de su muerte. Así fue cómo alcancé el inmerecido honor de que hablara de mí en su carta del uno de marzo de 1980:
“...le escribo como si ya le hubiese escrito, como si hubiera ya recibido las palabras que solo de pensamiento me ha estado dirigiendo desde hace tanto tiempo”.
“Han debido ser ciertas, de amistad verdadera, desde ese lugar ‘cósmico’ –que bien dice usted–, de José Lezama Lima, un lugar fijo, su centro, su origen, su paralelo, una secreta constelación. Y usted viene hacia mí desde ‘allá’. Gracias pues. Gracias, sintiendo que no haya llegado antes. Pero esa clase de encuentros tiene su hora”.
“Gracias por la carta hermosísima de Lezama a usted –él no se equivocaba–, por su artículo serio, justo, en la firmeza”... “Me parece ser usted de esas raras avis que leen lo que les interesa, aunque a veces algo se le escape”.
“En cuanto al cuestionario, acepto lo que usted me ofrece: contestaré solo a aquellas cuestiones que para mí tengan específica resonancia. Teniendo en cuenta lo que usted no sabía: mis poquísimas fuerzas, la mudanza próxima, y otras fatigas”... “La imagen que recibo de su vivir y la vibración, que es lo que decide, es muy buena y estimulante. Un equilibrio ese que a mi parecer solamente brota cuando los límites entre el trabajo y el afán creador no se advierten, cuando no hay casillero, sin que se caiga en la confusión”.
“Usted ha de saber mejor que yo, pero yo desde afuera también lo sé y muy dolorosamente, cómo se agostan las plantas de eso que llamamos actividades culturales y que para mí son vida, cómo se encienden las hogueras que antes de que se forme alguna brasa, se extinguen, cómo se disipa el pensamiento, la pasión de crear. ¡Ay! Es mal antiguo de España, ahora agudizado. Veo en lo que me llega de usted, que no es así, que la tensión es continua, sin caer en la monotonía, que la corriente tiene cauce. Que así siga siendo”.
Pasado el tiempo, María Zambrano volvió del exilio y empezaron a reeditarse sus libros. Quienes no la conocían percibieron que escribía de filosofía, pero no sólo es filosofía lo que se escucha. Su discurso deriva hacia el hecho estético. Es como si la búsqueda del sentido de la poesía fuera la culminación del ser. Cada frase suya posee un detersivo fulgor. Su prosa es clara, luminosa, toda ella se vuelve inmanente. La fuerza interior de esta mujer extraordinaria se dirigió con temblor fervoroso hacia el saber del alma.
Pese a que en algunos de sus libros observemos que no desea tratar el tiempo histórico con el mismo rasero que lo hiciera antes del exilio –ya que todo se torna para ella como más abstracto–, debemos tener en cuenta y recordar cuán difícil es encontrar a alguien que sepa dar una definición sobre el tiempo y la inteligencia o sobre el alma con tan profunda y densa originalidad...
Ese alguien es mi admirada y querida María Zambrano; quien por saber más, sabía que en el conocimiento y en la pasión activa inevitablemente se encuentra el punto absoluto.
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