Sobre el autor

Jose Luis Merino

Jose Luis Merino nació en Bilbao. Vive en esa ciudad. Es autor de 14 libros de arte y literatura. Trabaja en la actualidad en cuatro más, asimismo de arte y literatura. Ha tenido muchas edades. Ahora tiene la edad que representan sus palabras.

Sobre el blog

Como lo haría un fotógrafo de palabras, en este blog aparecerán retratos o semblanzas de gentes de la cultura. La mayoría de ellos son ladrones de fuego, en el sentido rimbaudiano del término. También se hablará de arte y poesía (el único ángel vivo sobre la tierra), en tanto se descubre cuánto hay de auténtico y de falso en esos dos universos.

Ladrones de fuego

Ernestina de Champourcín: la mujer del 27

Por: | 27 de febrero de 2012

ERNESTINA DE CHAMPOURCÍN   (1905-1999)

 Ernestina

     En 1989, la editora madrileña Torremozas presentó al Premio Euskadi de Literatura el libro de Ernestina de Champourcin, “Antología poética”, sin que lo supiera la propia autora. 
    Entre los miembros del jurado del citado premio estábamos Andrés Sorel y yo, junto a otros, cuyos nombres no consigo recordar en este momento. Fue Andrés Sorel quien primero y mejor defendió el libro y la figura de Ernestina de Champourcin. Tras meditadas deliberaciones, al final le otorgamos el Premio a la poeta octogenaria. 
    Ernestina de Champourcin había nacido en Vitoria (País Vasco), en 1905. Estudio y vivió en Madrid. Su primer libro de poesía, “En silencio”, lo publicó en 1926, el segundo, “Ahora”, dos años después, y el tercero, “La voz en el viento (1928-1931)”, en 1931. En 1934, Gerardo Diego incluyó poemas de Ernestina de Champourcin en la Antología española, por lo que desde ese momento se la consideró perteneciente a la Generación del 27. 
    Se casó en 1936 con Juan José Domenchina, poeta de la citada generación y secretario durante la guerra civil del presidente Manuel Azaña. El matrimonio vivió exiliado en México. Ernestina trabajó como traductora y siguió escribiendo poesía. Su marido murió en 1959. 
    En 1972 volvió a España. Se instaló en Madrid. A efectos literarios vivió como una perfecta desconocida, que ella lo definiría como una rebanada de pan olvidada en el tostador. Nunca pareció importarle el relativo olvido o la falta de lectores de su poesía. Tenía por sabido que la poesía es una vocación, y lo ratificaba con estas palabras: “si uno tiene la suerte de tener esa vocación, posee una cosa inestimable en su haber: escribir sinceramente lo que siente y piensa, nada más”. Ernestina de Champourcin murió el 27 de marzo de 1999. 
    Diez años antes, el 26 de octubre de 1989, recibí una cariñosa carta de la poeta, escrita con tremulante mano. La letra era grande, en trazos de color sepia.
    “Querido amigo:
     mil gracias por su afectuosa carta y sobre todo por haber contribuido a esa gran sorpresa del Premio, que ha venido a alegrar mi otoño-invierno, ya avanzado.
     Le adjunto una lista de mis obras, incluyendo el libro en prosa, sobre mi amistad con Juan Ramón y Zenobia, que después de la guerra siguió por carta y algún encuentro en Estados Unidos.
     Como verá, 'Pared transparente' no es mi último libro. La 'Antología' (cuyo mérito corresponde a la seleccionadora y prologuista) y 'Huyeron todas las islas', publicado en la colección Pentesilea, vinieron después. 
     Todo eso fue en el 88; ahora colaboro en 'Cuaderno de Zenobia y Juan Ramón', que edita Arturo del Villar en sus Libros de Fausto.
     Gracias de nuevo por todo y un muy cordial saludo”.
     Ernestina de Champourcín
 
    Según sus cuentas, Ernestina firmó catorce los libros de poesía. La mayoría de los temas versan sobre dos de las muchas declinaciones del amor (estrella germinal): el humano y el divino. Con más o menos intensidad, en todos sus poemas se percibe un tenue bisbiseo, un suave tic-tac de belleza dormida.

                                                  [siguiente personaje Carlos Barral]

Elena Asins: artista, escritora, conferenciante, crítica de arte...

Por: | 20 de febrero de 2012

ELENA ASINS (1940)

 asins

    La entrevista (incompleta) con Elena Asins es una de las 100 que conforman el libro, de próxima aparición, Hablan los artistas. Elena Asins, nació en Madrid y vive en Aspiroz (Navarra). Ha estudiado en París, Stuttgart y Nueva York. Contabiliza más de 40 exposiciones individuales, la última celebrada meses atrás en el Museo Reina Sofía. Le han concedido varios premios, entre ellos el Nacional de Artes Plásticas (2011). Al pedirle que se presentara a sí misma en cuatro trazos, lo hizo así: "Artista, escritora, conferenciante y crítica de arte".  En uno de los intercambios de correos de esta última semana, la entrevistada me pasó un artículo inédito suyo en defensa del disidente chino Ai Weiwei. El texto rezumaba solidaridad, inteligencia y compromiso ético.

     ¿El arte es el presentimiento de la verdad?
     Más que un presentimiento (el presentir es el acto de anticiparse al suceso de un hecho real), el arte tiene una función reveladora. Es un visión sensible (suceso de los sentidos) que posibilita la realización de la existencia. La existencia que trasciende, paradójicamente, los sentidos.
     ¿La originalidad de un artista depende menos de su estilo que de su manera de pensar?
     En perspectiva antropológica, el estilo y la forma de pensar son consecuentes con la postura existencial, total del artista. No pueden separarse. La forma de reflejar plenamente la estructura es la estructura misma.
     ¿Por qué con una estética en su apoyo, cualquier desatino se nos figura repleto de altos valores espirituales?
     De aquí se deriva una profunda devaluación de la limpidez originaria del arte. Los intereses que formulan la crítica no siempre obedecen a la verdad del quehacer artístico.
     ¿El amante del arte suele ser a la vez amante del gueto del arte?
     No. Todo el gueto del arte pasa a un segundo plano. En un sentido estricto, esto nada tiene que ver con el arte, sino que obedece, en ocasiones, a su disolución.
     A propósito, ¿el arte es el artículo de lujo de los ricos y para los ricos?
     El acceso al arte es una cuestión de sensibilidad. Naturalmente, la sensibilidad debe estar educada, y esto es más factible cuando las necesidades cotidianas y ordinarias están cubiertas; pero creo que también existe la posibilidad de ascesis que radica menos en el entorno, que en la postura de la persona frente a la institucionalización de la cultura.
     ¿La sabiduría es gris, en tanto la ignorancia petulante es multicolorística?
     La sabiduría es la posibilidad de andar en la luz y abandonar las tinieblas. Nada tiene que ver con el color, ya que el color es un aparecer de la luminosidad y, por tanto, un efecto secundario.
     ¿Por qué lo que sueñan hombres y mujeres casi nunca se cumple?
     Los sueños pueden cumplirse. Aunque su forma no obedezca exactamente a los sucesos. Aquí sí que tiene lugar el presentimiento y el subconsciente. Buscamos objetivar, dando método y sentido a lo sorpresivo de la presencia inusitada de un sueño.
     ¿En qué momento una banal pregunta puede convertirse en un pregunta profunda?
     Es un hecho que no puede objetivarse. Dependerá del individuo al que se le formule, de sus circunstancias, es decir, de su momento existencial. Una pregunta, por nimia que sea, puede constituirse en trascendente, en un trascender, sobrepasar el ser y convertirse en un proceso de pensamiento.
     ¿Qué sería del arte sin las prohibiciones?
     ¿Qué clase de prohibiciones?

                                                            [siguiente personaje Fernando Arrabal]

ANDREU MARTÍN   (1949)

  Andreu martin

 

 

  

    “Mil excusas por el retraso provocado a partes iguales por mi exposición al sol Mediterráneo, la pesca de ostras, las borracheras, las resacas y el voyeurismo de cachas inalcanzables. El verano, ya se sabe, la sangre inflama”.
     “Ahí van mis respuestas a tus malditas preguntas. Uf, creo que me salvé por los pelos. Esta vez han tirado a dar, Flanagan”. [Carta fechada en Cadaqués, el 8 de Agosto 1981].
     Esto lo escribía el escritor barcelonés Andreu Martín. Con la carta llegaban las respuestas a la entrevista que le propuse. Con el paso de los años, Andreu Martín, ha sido considerado como uno de los maestros de la novela negra española. Estas son algunas de sus contumeliosas respuestas cuando todavía no era maestro de nada ni de nadie.
     ¿Cuántos proyectiles de Parabellum caben en una cabeza recién peinada?
     Los mismo que en una cabeza despeinada.
     ¿Conociste a aquel atracador de bancos que llevaba dos bombas atómicas en los bolsillos?
     No. Pero conocí al otro que asaltaba bancos con una lata de tomate en conserva. Asaltó dos con éxito, y lo pillaron a tercera intentona, porque al salir del banco se topó con un desfile de la banda de Tambores y Trompetas de la Guardia Civil. Te lo juro.
     ¿La porra es un policía que no habla?
     Una porra es más expresiva que 1.000 palabras.
     ¿La violencia es un salivazo del siglo XX?
     Y del siglo XIX, y del XIII, y del XVII... La violencia es un esputo (que suena peor) que nos echan en la cara cuando nacemos. Y ay del que se lo limpie. Está perdido.
     ¿Has reparado en esa gente tan “razonable” como son los políticos, quienes están listos para empezar a los tiros con la intención de imponer sus peregrinas ideas?
     Claro que sí. El espíritu de ese tipo de políticos impregna mis novelas, las inspira, les da sentido. Mis personajes principales (gánsteres, navajeros, locos, asesinos, macarras y obsesos sexuales) se comportarían exactamente igual que si fueran políticos.
     ¿Sabes si Bogart hacía de Bogart con Lauren Bacall en la intimidad?
     Creo que los únicos que hacen de Bogart en la intimidad son los fans de Woody Allen que se lo creen demasiado.
     ¿Qué es más peligroso: un ciego con una pistola, apuntándote a los ojos, sin él saberlo, o tener que soportar un nuevo plan económico del ministro de turno?
     La pistola del ciego solo puede romper un cristal o desconchar la pared si te apartas a tiempo. En el caso del político, no te puedes apartar.
     A propósito, las manos de algunos políticos no las quisiera tener alrededor del cuello. ¿Y tú?
     Yo no quisiera tener alrededor del cuello las manos de ningún político. Nunca se sabe.
     ¿La venda que tapa los ojos de la Justicia es de tela transparente?
     No hay tal venda. Se trata de una tirita que protege una pequeña herida que la Justicia se hizo al afeitarse. Porque la Justicia es macho.
     Dime algo tan negro como el cañón de un revólver.
     Frase popular norteamericana, citada por Dash Hammett: “No me había reído tanto desde que los cerdos se comieron a mi hermanito”.

                                               [siguiente personaje Elena Asins]

Miguel Delibes y el idioma español

Por: | 13 de febrero de 2012

MIGUEL DELIBES   (1920-2010)

Delibes   Apunto  criterios contrapuestos de dos narradores españoles respecto a la literatura hispanoamericana. José María Gironella, autor de Los cipreses creen en Dios, aseguraba no encontrar placer alguno cuando leía a Vargas Llosa y García Márquez, al igual que a Cortázar y demás componentes del llamado boom de la literatura del otro lado del charco. [En esto coincidía con Camilo José Cela, quien había dicho que Jorge Luis Borges era un producto híbrido y sin excesivo interés]. Por el contrario, Miguel Delibes, autor de La sombra del ciprés es alargada, confesaba haber probado poner en castellano corriente una página de Vargas Llosa, para constatar que carecía de la gracia impostada por el peruano.
    No es que Gironella quisiera alzarse en defensor de la buena literatura. No. Presuntamente veía en la literatura hispanoamericana una seria competidora de cara a las ventas de su propios libros. De ahí provenía, al parecer, su gran sofoco: el miedo a perder mercado. 
    Opuestamente, Delibes parecía interesarse por la vida de la literatura en sí misma. No tenía inconveniente en reconocer que los buenos autores hispanoamericanos habían oxigenado el castellano, haciéndolo un idioma respirable. Esto ha sido así por el tratamiento dado según fueran las necesidades narrativas en cada caso, más las exuberantes geografías de sus países que provocan incidencias en el corazón mismo del lenguaje. 
    La literatura hispanoamericana no surge como rechazo a la literatura española, pese a las insinuaciones de la turba aduladora en derredor de Rubén Darío, quienes aducían que hasta la llegada del nicaragüense no existía un idioma tan rudo y maloliente como el español. Nace de las raíces mismas de los hombres y mujeres que quieren expresar sus vivencias existenciales a su manera. Por cierto, maneras muy distintas y diferenciadas entre sí en la mayoría de ellos.
     Cuando tuve ocasión de elegir entre un ciprés y otro, a la hora de las entrevistas, me incliné por el de la sombra. Así que le escribí a Delibes y le envié una cuantas preguntas, con tintes lúdicos-distendidos y hasta alógicos, por si tenía a bien contestarlas. Y tuvo a bien...
     Para darme sus respuestas no necesitó fingir. Vio en el manojo de preguntas mundos ajenos al suyo. Quizá compartía alguno de los pasajes. Mas su habitual sensatez le aconsejaba –o así me lo pareció–, no entrar en ese juego que le proponía. Se limitaba a darme la razón en casi todo. En el fondo no quería ofenderme ni incomodarme. Si acaso me daba la razón como se la concede al que desvaría, para no alterarlo demasiado...
     ...y lo que es más significativo y digno de resaltar: no intentó corregirme ni darme lecciones de nada. Sabía que nadie posee la verdad entera. Solo nos es dado poseer unos céntimos de verdad. Con toda seguridad los años enseñan muchas cosas que los días desconocen.
     Tras el cruce de palabras escritas –una manera de hablar sin ser interrumpidos– Miguel Delibes se haría una idea más o menos certera de cómo era el preguntador, y yo me hice una idea aproximada de cómo era él. Lo veía como un tipo abierto y franco, natural y sencillo como un pitillo; un escritor para quien la novela nunca dejará de ser un intento de exploración del corazón humano, a partir de una idea... casi siempre la misma en todo tiempo y lugar.

                                                    [el siguiente personaje Andreu Martín]

Él no quiso herir a Bilbao

Por: | 09 de febrero de 2012


FRANK GEHRY   (1929)

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       Lo que el arquitecto Frank Gehry me advertía en su carta del 9 de agosto de 1993, desde su estudio de Los Ángeles, destilaba modestia por los cuatro costados. Lo confirmaba en este pasaje: “Descuide, que yo no voy a herir a Bilbao con mi proyecto”.
     Gehry se refería al proyecto del Museo Guggenheim bilbaíno en el que trabajaba en ese momento. En otro pasaje de la carta, y en alusión a las preguntas que le hacía para que contestara a vuelta de correo, señalaba su preferencia por la palabra hablada antes que por escrito. Cuando fuera él a Bilbao celebraríamos el encuentro.
     Y así sucedió. A los pocos días de la colocación de la primera piedra del edificio museístico, conversamos largo y tendido frente al magnetófono. El arquitecto fue explicando cómo gestó su proyecto. Transcribo algunas de sus palabras, sin emitir comentario alguno. Solo diré que mis preguntas van por dentro, sin ser vistas, al modo del anónimo viento que hace mover las hojas del pensamiento hablado:
     “El Guggenheim bilbaíno está diseñado para que se articule con la entrada de la ciudad, a la vez que debe tener relación con la ría, con el puente, con los montes y con el tipo de arte que se encuentra en la colección Guggenheim”.
     “No espero que mi propuesta tenga que ser aceptada por todos, ni pretende ser un manifiesto para todos los arquitectos del mundo. Es algo para esta ciudad y este lugar. Confío que cuando se lleve a cabo sea respetado y no algo que pasa desapercibido”.
     “Mi forma de entender la belleza es cuando veo que (el museo) está conectado con la realidad, con el tejido de la ciudad, de la cultura, de la gente, y que no se trata de una belleza falseada”.
     “El museo de Bilbao lo he diseñado pensando que va a tener una presencia icónica en su envoltura escultural a través de las formas exteriores, que es lo que dará la sensación real de permanencia; pero su interior está abocado a vivir la aventura de lo flexible a base, fundamentalmente, del juego de espacios, grandes espacios en determinados puntos, y a mantener un enfoque del edificio que lo convierta no como un tesoro sino como un edificio que se use”.
     "Es verdad, como dices, que Frank Lloyd Wright evocaba su diseño del Guggenheim neoyorquino como ‘la ola tranquila antes de romper’. Por mi parte, concibo el Guggenheim bilbaíno como ‘un barco de arte’, para definirlo metafóricamente en la línea de Wright”.
    “Una de las razones por las que la fachada será de acero es con objeto de realizar un edificio que tenga una calidad escultórica. Y digo que para mí es importante establecer una especie de relación entre la artesanía del edificio y el mundo exterior".

    “Vengo aquí con un sentimiento de máximo respeto hacia los valores tradicionales de las gentes de aquí y de la ciudad y del país mismo. Confío en que este sentimiento quede reflejado en mi diseño, y que cuando me vaya prevalezca esto por encima de todo, y que nadie lo tome como que he impuesto algo americano”.
    

   Han pasado los años y el Museo Guggenheim se ha erigido, plancha a plancha de titanio, en un edificio espectacular, potente, emblemático y cuanto se quiera añadir en su haber, al punto de poner de buen humor a cualquier ciudad, así se tratara de la más fea del mundo. 
    Frank Gehry no sólo no hirió a Bilbao con su proyecto; ha conseguido poner esta ciudad en un lugar destacado de la arquitectura mundial.

    * Foto. Santos Cirilo

                                              [el siguiente personaje Miguel Delibes]

Severo Sarduy miraba las estrellas

Por: | 06 de febrero de 2012

SEVERO SARDUY   (1937-1993)

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      Se dijo de Severo Sarduy, escritor cubano afincado en París desde varias décadas, que era el más representativo, el más dotado y también el más raro de los nuevos novelistas. Daba fe de ello uno de los críticos literarios del periódico Le Monde, F. Wagener, a primeros de los años setenta. El punto de referencia se cernía sobre sus novelas De donde son los cantantes y Cobra, en las que pulula una mórbida mezcolanza de sones camagüeyenses, travestismo, parábolas budistas y una interminable sucesión de imágenes a cual más caprichosamente extrañas. 
     Entrevisté a Sarduy en París (junio de 1971). Diez años después le propuse una entrevista por escrito. Le pasé las preguntas. Me contestó y nos carteamos en varias ocasiones. Éstos son algunos pasajes extraídos de sus cartas:
     Una (13.6.1980): “te escribo, como ves, enseguida, para festejar lo que bien puedo llamar tu resurrección. Gracias por la carta polícroma, por Lezama –ante todo–, por las preguntas y, como dice Carlos Fuentes en su dedicatoria a Shirley MacLaine, ‘por tantas cosas’. Respondo a todo. Un perro tibetano, Sikkim, dormita a mis pies”.
     “Encadenaremos las centellas del bloody-mary, o las de la glacial sangría, cuando nos veamos, añoro aquellas noches felices que son ya pasadas para mí. No excluyo que este verano, es decir, ya, atraviese la península rumbo a las morismas, como decía la Santa, y que en ella me reconstituya, a priori, de los severos rigores del Ramadán, que de seguro caerán sobre mí al borde de alguna piscina con inscripciones coránicas en el fondo”. 
     “Mi biografía: allí va. Aunque te confieso que, como le sucede a todos los fans del mundo, a veces la confundo un poco con la de mi amigo Rudolf Nureyev, que es también mi ídolo. Después de todo, nadie es Jackie Kennedy, ni siquiera ella misma. Dime qué te parece este ejercicio zen, ya que las preguntas son los koen de cualquier monasterio japonés, después del segundo saké y frente a los cerezos de un lago de invierno”. 
     Dos (3.9.1980): “Gracias por la entrevista, que recibo al llegar del otro extremo de España, o de la otra escena, como dirían por acá: esa escena fue un tablao flamenco, con insistentes taconazos y voz de anís. Un mes, en esa antesala de las morismas, comiendo frenéticas angulas”.
     “Tiene tanto guapachá la cosa de las entrevistas paranoico-críticas –o lo que sea, es un decir–, que habría que publicarlas en una antología con fotos un poco más cachondas que las que mandé, como dándole a la cosa algo de Vogue bilbaíno”. 
     Tres (20.2.1990): “Nuestro diálogo no admite medias tintas. O nos sentamos ante unas angulas –en un plato de barro y con tenedores de madera–, y un tinto, y hablamos largo y tendido, o bien van unas líneas como éstas, rápidas, escuetas, severas casi, para decirte que estoy enteramente de acuerdo en que utilices lo mío una vez más, no creo que con la edad y la amargura obtenga nada mejor”.

    En sus cartas Severo Sarduy parecía impostar fragmentos de su novelar. Lo vemos -tanto en las cartas como en las novelas-, vagabundo y disperso como el humo. Siempre confitado de esnobismo y movido por la sal de sus pestañas, podía hacer suya la frase wildeana: “todos estamos en la cuneta, pero algunos miramos las estrellas”. Así recuerdo al grácil escritor de Camagüey.

                                                   [el siguiente personaje Frank Gehry]

Las madres de Kipling y Berger

Por: | 02 de febrero de 2012

JOHN BERGER   (1926)

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      En un momento de la conversación con John Berger, crítico de arte y escritor, mitad y mitad, le pregunté si sabía aquello que le dijo la madre de Ruyard Kipling a Ruyard Kipling: “Hijo mío, en poesía no hay madres que valgan”. 
    Berger respondió con una sonora carcajada. Quiere decir que desconocía la anécdota, pero le sirvió para contar que cuando él tenía ya 40 años, y no antes, su madre le dijo: “Cuando estuviste en mi seno, tenía la esperanza de que este hijo que llevaba en mi vientre fuera escritor de mayor”. Recordó que ahí fue donde empezó todo y añadió: “Pero debo decir que mi madre nunca me influyó, sino que eso me lo contó cuando yo ya era escritor”. 
     El escritor-crítico británico vino a Bilbao para pronunciar una conferencia, a propósito de la exposición presentada en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, bajo el título El bodegón español. De Zurbarán a Picasso. Tanto la conferencia como la exposición se habían  llevado a cabo con anterioridad en el Museo del Prado.
     Tras ver la exposición con detenimiento, le pregunté a Berger si no le daba a él la impresión de que faltaba un bodegón de Cézanne para que comprendiéramos cómo se había gestado el verdadero nacimiento del arte contemporáneo. Mi interlocutor señalo que para él Cézanne nunca podría haber sido español. “Cézanne no puede ser español porque él tiene capacidad para dar órdenes a la naturaleza. Y ésta es una idea muy francesa o italiana, nunca española”. A continuación expresó una creencia suya especialmente particular: “Para los artistas españoles la naturaleza es algo cruel, fuera de orden. Ahora bien, el rol de Cézanne podía estar representado aquí por Juan Gris”.
     El nombre de Cézanne se convirtió de pronto en el centro de la entrevista. Hablamos sobre él como el artista que se propuso asumir el mundo únicamente como objeto. Entendíamos su deseo por crear una manera de entender el arte que correspondiera al orden de la naturaleza. Dudaba del valor de las sensaciones. Solo perseguía concentrarse en la búsqueda y en la experiencia de pintar. En esa búsqueda, Cézanne encontró la razón de ser de su arte, su máxima motivación: el modelo y todo lo que contiene ese modelo se reduce a tres elementos, la esfera, el cilindro y el cono. Lo que sus ojos veían lo resumía en esos tres elementos, y el resto sobraba. Geometrizó la naturaleza, no para hacerla fría y glacial, sino para poder dominarla con ardor. De esa manera, Cézanne puso cada modelo, sea figura, bodegón o paisaje al servicio de esos tres elementos. 
      Como amantes del arte de Cézanne, ambos sabíamos que la utilidad y el concepto mismo del objeto representado desaparecen ante la seducción de la forma coloreada. Como sabíamos que al ver una manzana pintada por un pintor cualquiera, cabe llegar a decirse, “me la comería”, en tanto que al tratarse de una manzana de Cézanne, solo vale proferir, “¡qué hermosa!”. Nadie se atrevería a pelarla; preferiría copiarla o contemplarla extasiado. Ahí reside el espiritualismo del artista de Aix-en-Provence...
     Al concluir la entrevista, me dedicó uno de sus libros, transcribiendo en la dedicatoria, letra por letra, la anécdota familiar de la madre de Kipling. Nos despedimos hasta otra de las magistrales manzanas de Cézanne, no sin dejar de prometerle que en un nuevo encuentro hablaríamos exclusivamente de su labor literaria y ensayística. Por algo el futuro es la anticipación del pasado.

                                                                            ***

    John Berger nació en Londres, en 1926. Desde mediados de los setenta vive en una localidad rural de los Alpes franceses. Es autor de una treintena de libros, repartidos entre ficción y no-ficción. Está considerado como uno de los novelistas y ensayistas más originales del mundo anglosajón. Hay alrededor de una decena de libros suyos editados en Alfaguara.

                                                       [el siguiente personaje Severo Sarduy]

El País

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