Sobre el autor

Jose Luis Merino

Jose Luis Merino nació en Bilbao. Vive en esa ciudad. Es autor de 14 libros de arte y literatura. Trabaja en la actualidad en cuatro más, asimismo de arte y literatura. Ha tenido muchas edades. Ahora tiene la edad que representan sus palabras.

Sobre el blog

Como lo haría un fotógrafo de palabras, en este blog aparecerán retratos o semblanzas de gentes de la cultura. La mayoría de ellos son ladrones de fuego, en el sentido rimbaudiano del término. También se hablará de arte y poesía (el único ángel vivo sobre la tierra), en tanto se descubre cuánto hay de auténtico y de falso en esos dos universos.

Ladrones de fuego

¡Sonreid, malditos! (Alfredo Bryce Echenique)

Por: | 25 de junio de 2012

ALFREDO BRYCE ECHENIQUE   (1939)

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     La fama del peruano Alfredo Bryce Echenique le viene especialmente por sus novelas, Un mundo para Julius y La vida exagerada de Martín Romaña, traducidas a 15 idiomas. En 1993 se publicó Permiso para vivir, una especie de antimemorias. [Su primera intención fue titularlo Confieso que he bebido, pero temió que la ortodoxia militante lo tomara como una ofensa-burla al Confieso que he vivido de Pablo Neruda]. En ese documento autobiográfico Bryce Echenique se muestra como un tierno, satírico, dulce y humorístico hombre de letras. El libro se presentó en Bilbao en la librería donde yo trabajaba. Por las páginas piruetean carcajadas como mariposas alegres entre dos ríos (según los estructuralistas, las mariposas son los pequeños anuncios sin palabras del Paraíso). Me gustó tanto el libro como para llegar a vender un elevado número de ejemplares. Valía la pena recomendarlo, en la seguridad de que los lectores lo iban a pasar estupendamente.

         A partir de la presentación de su libro nos cruzamos media docena de cartas. Transcribo dos de ellas y la posdata de una tercera. De la primera solo se muestran un par de trazos. La segunda va entera (si la recortara perdería sentido). La posdata la escribió en la parte de atrás del sobre (hacía referencia a una crónica taurina mía sobre la actuación del torero José María Manzanares).

     [Madrid, 4 junio 1993: Muchas gracias por todo lo que sucedió en Bilbao, pues sé muy bien que “ese todo” se debió fundamentalmente a tu generoso interés y a tu entusiasmo... / Oye, ni qué decir que Pilar y yo te agradecemos mucho por trasladarnos a la infancia de la humanidad con ese estupendo relato tuyo El hombrecillo y el pájaro].

    [Madrid, 19 septiembre 1993: Regreso de unas excelentes vacaciones conyugales (quiero decir con Pilar y no como dirían otros: “sin mi mujer”, o sea que léaseme bien) y encuentro tu carta y mientras la leo me llama Jordi Herralde y me cuenta que está por salir la quinta edición y que el libro sigue de bestseller en las listas de ABC, El Mundo, Diario de Navarra...

    Entonces lo interrumpo y le digo que yo sé más que él y tú tienes más que ver tan bien que yo y que él con lo de esas listas pues has vendido...

    Entonces él me interrumpe y me dice que en Perú deberían hacerte un monumento...

    Entonces yo le interrumpo y le digo que si en Perú te hicieran un monumento por primera vez mi país se adelantaría a la Argentina, México, Francia, Inglaterra, Portugal...

    Entonces él me interrumpe y dice “no te entiendo, Alfredo”.

    Entonces yo le aclaro y le digo que antes que a mí les hiciste el bien leyendo y vendiendo a Gombrowicz, Pessoa, Vallejo, Monterroso, Huidobro, Canetti, etc.

    Jordi, muy serio, confirma: “Sí, ese Merino es cojonudo”.

    Mil gracias y hasta pronto, querido amigo, Alfredo (te abraza)].

    [Madrid, 9 septiembre 1994: PS. Despachada ésta y recibo la otra, la de la reseña. Totalmente de acuerdo en lo de Manzanares que, además, es mi amigo. No sabes cuánto discutí todo esto en el veraneo mallorquín. Y ahora vienes tú y me das toda la razón por escrito y ya sabes que eso impresiona. O sea que para el próximo encuentro (fin de semana en Madrid) con esos amigos, agitaré tu nota como autorizada y magistral lección. Y a callar, señores!!!].

                          

                                              [siguiente personaje Rosa Chacel]

 

 

Michaux no era gilipollas

Por: | 18 de junio de 2012

ARTURO PÉREZ REVERTE   (1951)

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     Nadie puede decir a nadie lo que debe o no debe hacer con su vida, con sus palabras, con sus filias y fobias o con sus camisas de rayas multicolores. A quienes escriben, lo único que les está permitido es compartir alguna determinada historia con los lectores, como se comparte un trozo de pan. Lo que voy a contar tiene como protagonista a Arturo Pérez Reverte, en una historia de palabras escritas.
     Conocí a Pérez Reverte en Bilbao cuando estaba en pleno lanzamiento como escritor de éxito. Le propuse la realización de una entrevista por escrito. Me ocuparía de mandarle a su casa madrileña un buen racimo de preguntas. Aceptó. Me dio su dirección. A los pocos días le envié el manojo de preguntas. Llegaron las respuestas. En la antepenúltima pregunta le decía yo: “Era tremendo lo que expresaba el poeta Henri Michaux: ‘escribo para que lo que era verdad ya no lo sea’. ¿Conoces mayor sinceridad? ¿O quizá sean ganas de epatar?”.
     Esta fue su respuesta seca, como un balazo en el páncreas: “Eran ganas de epatar. Michaux era un perfecto gilipollas”.
     No sé si lo decía en serio o en broma. No le culpo a él. Me culpo a mí por haber deslizado sobre el papel la palabra epatar. Eso dio pie, al parecer, para que Pérez Reverte contestara lo que contestó. 
    La evidencia de mi error me obliga a demostrar que Michaux no se proponía epatar. Pongo los siguientes ejemplos sobre la verdad y la mentira (mentira-y-verdad) en boca de otros escritores. Recuerdo el verso de la poeta Alejandra Pizarnik: “Todo lo que se puede decir es mentira”. Pienso en el aforismo de Kafka: “La verdad es indivisible, no puede por tanto conocerse a sí misma; quien la quiera conocer tiene que ser la mentira”. Reparo en la ambigüedad de Demócrito: “Palabra: sombra de obra”. Por último apunto la reflexión de R. P. Malagrida: “La palabra ha sido dada al hombre para ocultar su pensamiento”. Ah, me olvidaba de aquella creencia de Chaucer respecto a la imposibilidad de que escritor alguno fuera capaz de atrapar la verdad en el lenguaje...
     En cuanto a la figura de Henri Michaux (1899-1984), ahí van unos breves trazos de quien fuera pintor y poeta belga de expresión francesa. 1º, como poeta se dio a conocer en 1927; muy influido por la filosofía oriental e hindú y por el iluminismo místico, concebía la actividad poética como higiene física y como vía de conocimiento; en términos literarios le importaba la aventura del instante vivido, la exorcización del mal en el momento; decían de él que, por carecer de preocupación por su obra, sin importarle el éxito lo más mínimo, una vez alcanzada una cima literaria, se comportaba al día siguiente como si no hubiera descubierto tal o cual forma de expresión poética. 2º, como pintor consignemos únicamente, lo que no es poco, dos retrospectivas suyas en el Stedelik Museum de Amsterdam (1964) y en el Museo Nacional de Arte Moderno de País (1965). 
     Unas palabras del filósofo E. M. Cioran, amigo personal de Henri Michaux, dejan unos destellos de luz en esta historia: “Michaux era un tipo expansivo e increíblemente directo. Era brillante, lleno de ingenio y ... muy malvado. Michaux tal vez fuera el escritor más inteligente que he conocido. Es curioso cómo esa persona de una inteligencia superior podía tener impulsos ingenuos”.
     Si hacemos caso a Cioran, Michaux podía ser muy malvado y hasta ingenuo, pero no parece que fuera lo que asegura Pérez Reverte. Mas esto no me exculpa de haberla pifiado en esta malhadada historia. 
                                      

                                 [siguiente personaje Alfredo Bryce Echenique]  

Desencuentro con Doris Lessing

Por: | 11 de junio de 2012

DORIS LESSING   (1919)

 Doris lessing

        Al conocer la noticia de la concesión del último Premio Nobel de Literatura a Doris Lessing me vino a la memoria un pequeño cruce de encuentro o, más bien, desencuentro que tuve con ella. Esto ocurrió en la época en la que me dedicaba a entrevistar por escrito a gentes de las letras. Conseguí contactar con escritores en lengua española: Sábato, Cela, Mujica Lainez, Roa Bastos, Valente, Cabrera Infante, Delibes, Severo Sarduy, Marsé, Uslar Pietri, Caballero Bonald, Brossa y un largo etcétera. Quise extender el horizonte y pasé a entrevistar a autores en lenguas extranjeras. A través de un amigo –en su condición de acreditado traductor de idiomas–, contacté con escritores en lengua portuguesa, alemana e inglesa. De ese modo conseguí la participación de José Saramago, Ernst Jünger, Michael Ende, Stephen Vizinczey, Sten Nadolny, W. Anna Mitgutsch y otros. 
     Envié a Doris Lessing un manojo de preguntas a su domicilio londinense. En aquel tiempo, mi afán entrevistador consistía en entreverar las preguntas profundas con las preguntas lúdicas, teniendo para mí que en ocasiones las preguntas lúdicas se constituían en las más profundas. 
     No tardando mucho recibí una bellísima tarjeta-postal de la escritora. Se trataba de una pintura japonesa del siglo XIX, del autor Ikatura Ran’ei, de título Gato entre plantas de verano. Detrás, y enviada a mi dirección -en la Librería Herriak (Bilbao), donde trabajaba-, había escrito con su puño y letra las siguientes palabras: “Lo siento, pero yo realmente no veo el valor de este tipo de cuestionario”. Firmado: Doris Lessing.
     Deduje por su respuesta que a la escritora británica no le gustaban las preguntas fuera de lo normal. Quizá encontró en ellas demasiado contenido lúdico. Sea lo que fuere, le contesté agradeciéndole su tarjeta-postal, al tiempo que le enviaba nuevas preguntas, aduciendo que las de ahora eran más fáciles y atemperadas. Le adjunté el recorte de un comentario mío sobre uno de sus libros aparecido en un periódico de mi ciudad. 
     Doris Lessing ya no perdió su tiempo conmigo. Nunca más supe de ella, hasta la noticia del Premio Nobel conseguido. Por un momento, llegué a pensar que los ganadores del premio instaurado por la academia sueca son señorías muy serias. Sus preferencias deambulan por las grandes avenidas de lo grave y profundo, lejos de los senderuelos de la sonrisa distendida. 
     La negativa de la escritora británica ni me provocó una grave cefalea ni fue un cataclismo en mi vida de preguntador. Uno tiene que acostumbrarse a estar a gusto consigo mismo y con la indiferencia de los demás. Echar algo de menos no es una forma suficiente de desesperación, sobre todo con la llegada de otras buenas noticias, compensadoras de los malos momentos. El portador de las buenas nuevas fue el poeta José Ángel Valente. Contestaba desde Ginebra a preguntas que le propuse, al tiempo de opinar sobre ellas: “Sus preguntas son como respuestas a preguntas que uno hubiera querido formular”. 
    Su definición compensaba cualquier negativa o desencuentro, ya presente como futuro, relacionado con mi mundo entrevistador. Lo cual venía a ser un consuelo o una dulce manera de conformarme.

                             [siguiente personaje Arturo Pérez Reverte: 18-6-2012]

Nº 44904 de Büchenwald (Jorge Semprún)

Por: | 04 de junio de 2012

JORGE SEMPRÚN   (1923-2011)

Jorge

     El próximo jueves, 7 de junio, se cumplirá un año de la muerte de Jorge Semprún. Voy a recordar los dos breves encuentros, pero muy gratos, que mantuve con él. El primero cuando se presentó el Premio Planeta, Autobiografía de Federico Sánchez (1977), en nuestra librería. Al acabar el acto charlamos en un aparte con el escritor. Le comentamos los nombres de algunos autores que habían presentado sus libros en aquel ámbito, entre ellos Fernando Savater. No más oyó ese nombre, Semprún mostró su asombro admirativo por la ingente cantidad de libros que había leído el escritor donostiarra. Eran las palabras enjundiosas de un colega de profesión, cosa poco frecuente en un territorio (República de las Letras) tan hostil-envidioso-y-cainita. 
     Se sabía que algunos colegas de la piel de toro la emprendieron con Jorge Semprún, motejándolo de afrancesado. Eso fue años más tarde, a partir de ser nombrado ministro de Cultura del gobierno de Felipe González (cargo ejercido de 1988 a 1991). No le perdonaban haber escrito en el idioma de Flaubert guiones de cine para directores como Alain Resnais, La guerra ha terminado (1966), Stavisky... (1974) o Costa-Gavras, Z (1969), La confesión (1970), Sección especial (1975) o Joseph Losey, Las rutas del sur (1978). El escritor nacido en Madrid, y muerto en su residencia de París, en ningún momento quiso polemizar sobre ello. Lo imagino con la natural preferencia de querer ser tanto más un escritor afrancesado que un escritor garbancero, por muy español que luciera en el carné de identidad. Solamente si se eligen seis autores franceses de los años cuarenta a nuestros días, como por ejemplo Artaud, Gide, Sartre, Camus, René Char y Genet, y se los compara con otros seis escritores españoles de ese mismo período, los resultados se inclinan a favor de la lengua francesa. 
     Mi segundo encuentro con Semprún ocurrió cuando vino a Bilbao como ministro de Cultura. Fue en un acto informal en torno a amigos comunes. En él tuvo palabras de elogio para dos escritores bilbaínos, Luciano Rincón y Jon Juaristi. Lo dijo con todo primor y atildadura, lo mismo en el habla como en el vestir. Volvió a mostrar otro rasgo de generosidad intelectual.

    Referida en dos trazos, la biografía de Jorge Semprún empieza con el exilio a Francia, junto a su padre y hermanos, hacia el final de la guerra civil española. Cuatro años más tarde intervino como miembro de la Resistencia francesa antinazi. Es apresado, torturado y deportado al campo de concentración de Büchenwald, con el número 44904. Liberado al acabar la Segunda Guerra Mundial, vuelve algunos años después a Madrid, para formar parte en la clandestinidad del Partido Comunista de España. En 1964 es expulsado del partido, junto a Fernando Claudín, porque no se someten a dogmatismos estalinistas y semejanzas. Dos décadas más tarde es nombrado ministro de Cultura. Se las tuvo tiesas con sectores de la vida sindical, cultural y política. Le reprochaban su apoyo a la primera guerra del Golfo Pérsico. Luego se enfrentó a Camilo José Cela, quien, recrecido por haber ganado el Premio Nobel de Literatura, exige apremiantemente que le otorguen el Premio Cervantes. No lo logrará mientras Semprún permaneció en el ministerio de Cultura. Se despide como ministro, sin un atisbo de rencor, antes de finalizar la legislatura.
    Veinte años después muere el novelista-memorialista-guionista. Se fue el rebelde a quien solo las piedras rebeldes fueron capaces de edificar, un pensador comprometido con el ideal europeo. Francia le rinde honores póstumos. España no lo ha hecho todavía. ¿Lo hará algún día? 

     Ha sido cosa del puro azar el encuentro en este espacio de dos Premio Nobel de Literatura. Por arriba, Camilo José Cela, y por abajo, Doris Lessing, como siguiente personaje para el próximo lunes. Frente a ese  azar, introduzco en estas líneas la presencia de una mujer, Herta Müller, Premio Nobel de Literatura de 2009. Tras sus mejillas de leche y de carmín, Herta Müller ha reconocido sentir especial admiración por Jorge Semprún, describiéndolo como un gran hombre. Nadie  definiría mejor a aquel a quien los nazis marcaron en Büchenwald con el número 44904. Solo los números son inocentes.

                                     [siguiente personaje Doris Lessing: 11-6-2012]

El País

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