No presento en esta edición de Ladrones de fuego personaje alguno. Hago una excepción para dar noticia de un coloso de hormigón armado, de nombre Intempo. Se trata del edificio residencial más alto de Europa. Situado en Benidorm, en la playa de Poniente, y construido por el Grupo Arcentales, su finalización culminará en octubre del año en curso. Está compuesto por dos esbeltas torres filiformes, en cuyo remate alto va insertado-ubicado un cono invertido, de 40 metros de altura por otros 40 metros de diámetro. La altura total del edificio se cifra en 200 metros, superando en 14 metros al Gran Hotel Bali, el que era hasta ahora el campeón de los rascacielos de Benidorm, pese a lo cual sigue siendo el hotel de mayor altitud del continente europeo.
La visión de Intempo es impresionante. Los rascacielos próximos a él parecen minúsculos rebaños de albañilería a su lado. Solo la presencia del Gran Hotel Bali –ubicado relativamente cerca– admite una cierta comparación. No obstante, una sutil diferencia los distingue. Mientras el complejo hotelero presenta la fachada de cara al nacimiento del sol (llámenlo amanecer), el edificio residencial presenta la suya mirando hacia la puesta de sol (esa hora de desuncir los bueyes, como la describiera metafóricamente Homero).
En el capítulo económico, los precios de los pisos van desde los más baratos, de 358.000 euros, de una sola habitación, hasta los tres millones de euros, los más caros. La mayoría son los de bajo costo (es un decir). Una pequeña parte corresponde a los de precio más alto.
El promotor de ese espectacular edificio y su mareante-apabullante baile de precios –obscenísimo en estos tiempos de penuria para muchos españoles– es un vizcaíno, nacido en Arcentales y residente en Benidorm desde hace muchos años en un edificio creado por él, de nombre Negurigane, de 145 metros de altitud, considerado, durante una década, como el edificio residencial más alto de Europa. [Dicho en un aparte, no hará falta significar la relación empática de José Ignacio de la Serna hacia su tierra de origen, ejemplificado por esos nombres, Arcentales y Negurigane, tan familiares para quienes vivimos en tierras vizcaínas].
Vuelvo a Intempo. Fui a visitar los pisos piloto. Comprobé cómo estaban decorados. Predominaba una asepsia fría. La luz del sol levantino impregna los ámbitos con luminosidad cegadora. Los cuadros, de filustres trazos –repartidos por habitaciones y salones–, los firmaba un artista de Bilbao, Alberto Labad, quien lleva muchos años domiciliado en tierras alicantinas.
Mas dentro del espectacular conjunto, una idea adicional parece querer devaluar el proyecto. Se trataría de impostar un adorno marino decorativo, consistente en la colocación de unas gaviotas artificiales –presumiblemente de madera pintada–, a través de unos tirantes metálicos, fijados-tensados entre los lados interiores de las dos torres. Semejante disparate haría llorar a un ojo de cristal.
Cualquiera puede darse cuenta que en ese esplendente edificio no tienen cabida gaviotas artificiales de ningún tipo. Sería contranatural. En esos estupendos diálogos de formas geométricas formuladas en Intempo solo pueden estar presentes las gaviotas de verdad, si así lo quisieran las propias gaviotas. Verlas gaviotar de gozo en derredor de ese preciosísimo espacio es lo que cuenta. Háganselo saber, por favor, al arquitecto del edificio, Roberto Pérez Guerras.
Finalizo con el sabio-suave-sugerente apunte de Santayana: “hasta el aire es arquitectura”.
[siguiente personaje José Tomás: 6-8-2012]
* A modo de despedida del croniqueo taurino y similares, presentaré durante el mes de agosto cuatro personajes notables del mundo de los toros. Ellos son los toreros José Tomás (único vivo de los cuatro) y Antonio Chenel, Antoñete, más los críticos Joaquín Vidal y Alfonso Navalón. Atrás quedan treinta años de actividad táurica y un libro publicado, Las palabras del toro.