Sobre el autor

Jose Luis Merino

Jose Luis Merino nació en Bilbao. Vive en esa ciudad. Es autor de 14 libros de arte y literatura. Trabaja en la actualidad en cuatro más, asimismo de arte y literatura. Ha tenido muchas edades. Ahora tiene la edad que representan sus palabras.

Sobre el blog

Como lo haría un fotógrafo de palabras, en este blog aparecerán retratos o semblanzas de gentes de la cultura. La mayoría de ellos son ladrones de fuego, en el sentido rimbaudiano del término. También se hablará de arte y poesía (el único ángel vivo sobre la tierra), en tanto se descubre cuánto hay de auténtico y de falso en esos dos universos.

Ladrones de fuego

Javier Marias, sobre gatos y catedrales

Por: | 29 de octubre de 2012

JAVIER MARÍAS   (1951-    )

Javier Marias 4
 
     Recibí una carta de Javier Marías, fechada en Madrid (21.6.1993), en la que decía: “Le contesto en seguida para que no pierda el tiempo a la espera. Me resulta imposible contestar a su cuestionario por las siguientes razones:
     1) Ando agobiado de trabajo. Responder por escrito a quince preguntas me supone una tarea más y no otra cosa.
     2) A diferencia de Valente, yo no comprendo la mayoría de sus preguntas, demasiado originales.
     3) En la lista de entrevistados hay autores magníficos a los que admiro, pero también personajes con los que prefiero no coincidir entre las tapas de un libro.
     Lamentándolo mucho y esperando que me comprenda, le envía un saludo cordial”.
                                                                    ***
     Volví a recibir otra carta suya, fechada en Madrid (11.1.1995), donde se podía leer:
     “Veo con horror que nunca contesté a tu carta del pasado junio y lo hago ahora con mis disculpas y mi bochorno.
     El problema es que el tipo de preguntas que incluyes en tu cuestionario es justamente el tipo de preguntas que no soporto y que me hacen no contestar nada sino simplemente negar la pregunta. ‘¿Un gato es una noche que duerme sobre las catedrales?’, algo poético, que me impelería, si acaso, a hacer alguna chanza al respecto.
     Me temo que como entrevistador y entrevistado no estamos hechos el uno para el otro.
     Me alegra, en cambio, que vendas más o menos mis libros en tu librería, y eso te lo agradezco siempre. Saludos cordiales”. 
                                                                        ***
     Sobre la primera carta conviene advertir: la diferencia entre Valente (se trata del poeta José Ángel Valente) y el autor de la carta viene porque mientras él no comprende la mayoría de las preguntas,   Valente me aseguraba: “Sus preguntas son como respuestas a preguntas que uno hubiera querido formular”.  
    Respecto a que le parezcan las preguntas "demasiado originales”, desconocemos si Javier Marías tiene alguna cuenta pendiente con la originalidad o si llama original a todo aquello que no acaba de entender.  
                                                                        ***
     En relación con la segunda carta, resulta difícil discernir si la pregunta del gato y las catedrales no le gusta, porque no le gustan los gatos o porque no le gustan las catedrales o por su alergia ante cualquier barrunte poético.
     En cuanto a que el entrevistador y entrevistado tengan que estar hechos el uno para el otro para alcanzar una buena entrevista eso es una falacia, de la familia de las macanitas. Las mejores entrevistas son aquellas fabricadas como sesiones de tiro al plato y un ruido de fondo de maletas arrastradas. Aunque tarde, me doy cuenta: debí enviarle preguntas facilitas, puro suflé de tópicos tontorrones. 
     ALGUIEN DEBERÍA DECIRLE A JAVIER MARÍAS QUE LA POESÍA ES EL ÚNICO ÁNGEL VIVO SOBRE LA TIERRA, INCONTAMINADO Y FUERA DEL NEGOCIO. 

                                       [siguiente personaje Agustín García Calvo: 5-11-2012]

Vizinczey en brazos de la mujer madura

Por: | 22 de octubre de 2012

STEPHEN VIZINCZEY   (1933)

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     Stephen Vizinczey es un escritor húngaro educado en la Universidad de Budapest y en la Academia Húngara de Teatro y Cinematografía. Tres de sus obras teatrales fueron prohibidas por el régimen comunista. Luchó en la revolución de 1956, se exilió en Canadá, y más tarde en Londres, donde reside. 
     En los primeros días de enero de 1990 le escribí a su casa de Londres para proponerle una entrevista por escrito. Me contestó a vuelta de correo. Agradecía las preguntas (“The interviews are all very fascinating, and I ‘m honoured to answer your questions”) y agradecía, asimismo, mi comentario publicado en la prensa bilbaína sobre su libro Verdad y mentiras en la literatura.
     Como Conrad y Nabokov, sus dos ilustres antecedentes, Vizinczey escribe en un envidiable inglés. Su primera novela, En brazos de la mujer madura, se publicó en 1965. Dieciocho años después salió su segunda novela, Un millonario inocente. La edición de Verdad y mentiras en la literatura apareció en 1986, y tres años más tarde, en noviembre, la primera edición en español. 
     Sus respuestas a mis preguntas fueron un poco decepcionantes. Distaban mucho de la brillantez analítica y emocional reflejadas en el libro de las verdades y mentiras literarias. En ese libro se insertan amplios estudios de sus tres autores predilectos, Stendhal, Balzac y Heinrich von Kleist. Son lecciones magistrales. Llega hasta el fondo de cada uno de ellos. Mas no deben olvidarse la puesta en valor de autores como Tolstoi, Dostoyevsky, Gógol, Thomas Mann, Koestler y muchos otros, sin excluir los feroces dardos contra la mentira política y mafias afines, además de poner en solfa a algunos “santones” de la literatura, entre ellos Sainte-Beuve y André Malraux, por citar sólo dos nombres.
    En cada página escrita por este experto en diagnosticar los males de la literatura vive un vasto repertorio de ideas en torno al hecho estético. Trazado todo ello con suma energía, una energía que se parece mucho al humor, un humor que se parece mucho al deseo de caminar próximo a la verdad y a diez mil kilómetros de la mentira. 
    Una de las cualidades de Vizinczey es la atención prestada hacia los lectores, poniendo el acento en las mayorías: “La mayoría de los lectores son incapaces de ver mérito artístico en los escritos que contradicen sus opiniones” / “Frente a los buenos escritores contemporáneos está la inmensa mayoría de malos lectores contemporáneos” / “La mayoría de los lectores necesita mucho tiempo para interesarse y para imaginar una escena, para compartir los sentimientos de un personaje; de ahí la popularidad de los libros gruesos...”. 
    Después de recordarles que la mitad de los libros que se publican nos hablan de lo que está escrito en otros libros, pone especial énfasis en salvaguardar los intereses de aquellos lectores de privilegiado temple: “sólo los lectores de sensibilidad indestructible pueden sobrevivir a la educación sobre literatura”.
    En una de las pocas respuestas a mis preguntas con cierto interés, alude a los lectores, cuando éstos se hallan en disposición de alcanzar la perspicaz imparcialidad de la gran literatura: “Pienso en la escritura como un diálogo imaginario con el lector; y a menudo me interrumpo para consultar al lector imaginario y responderle”.
   Tanto piensa en la escritura como para proponer diez consejos prácticos, dirigidos a aquellos novatos en la ocupación de escribir, a través de un retrato-robot de sí mismo. Esos diez mandamientos de un escritor son diez latidos de inteligente y jocosa introspección.

                            [siguiente personaje Javier Marías: 29-10-2012]

"... murales ganados con las armas en la mano" (Siqueiros)

Por: | 15 de octubre de 2012

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DAVID ALFARO SIQUEIROS  (1898-1974)

 

     El Poliforum es un edificio ubicado en una zona céntrica de la ciudad de México (Distrito Federal), con ocho mil metros cuadrados de superficie pintada. Fui a entrevistar a su autor, el muralista David Alfaro Siqueiros. Nos sentamos en las escalinatas de entrada al edificio. Con sus ojos de pájaro en reposo, Siqueiros se cubría la cabeza con una gorra de la época bolchevique. Parecía un tipo recién salido de una reunión clandestina. Fumaba sin parar, a la manera de los artistas de la Paramount de los años cuarenta. Mientras conversábamos pasó un ciego tanteando las paredes con un bastón rústico de puño corvo, como surgido de una película de Buñuel. Fue verlo y no verlo.
    Más que entrevista, Siqueiros convirtió nuestro encuentro en una batería de monólogos. No necesitaba preguntas, porque lo que él quería era dictar doctrina política. Quiso dejar bien claro que el derecho a la pintura mural, lo arrancaron por la fuerza gracias al prestigio alcanzado con su participación directa como soldados y oficiales en el ejército de la Revolución Mexicana. 
    En muchos de sus murales repartidos por el Distrito Federal, como el mismo Poliforum, aparecen Marx, Lenin y Zapata. Para Siqueiros esas tres personalidades eran las que representaron un movimiento trascendente durante la primera época. Y remachó: “esos murales nosotros los hemos pintado, porque ganamos la batalla con las armas en la mano”.
    Cuando le mandé la transcripción de la cinta magnetofónica, me la devolvió con algunas correcciones. Se trataba de aquellos pasajes en los que había adulado en exceso a Stalin. Posiblemente se dio cuenta que no se puede comer el pastel y conservarlo. 
    Más tarde descubrí, documentalmente, cómo en algunos puntos de los discursos que fabricó para mí pareció olvidarse de los estimulantes meses de 1936, época en la que tuvo abierto un taller de pintura en Union Square de Nueva York. El contacto mantenido entonces con los jóvenes admiradores suyos, entre ellos Jackson Pollock –quien fuera más tarde adalid del experimentalismo gestual o action painting–, fue determinante para moderar su manera de pensar. En un discurso del Congreso de Artistas –dictado en suelo estadounidense–, Siqueiros reconoció que la más moderna generación de pintores mexicanos había abandonado la tradición reciente del mural y se había dedicado a “problemas formales independientes del contenido social”. Otra vez el verbo goloso volvía a ponerle en situación comprometida. 
    El mundo del arte tiene esos vaivenes. Se pasa de la pintura por decreto –“con las armas en la mano”, para decirlo a lo Siqueiros–, al juego de ponerle bigotes a la Mona Lisa, sin ningún pudor. Algunos artistas, en vez de darse loción de afeitar, se pasan por la cara un paño con vinagre, y eso les impide, al parecer, notar que existe diferencia entre arte y documento.
    Pero nadie le puede quitar al artista mexicano el mérito de haber pintado miles de metros cuadrados de mural. Ahí quedan para la posteridad sus formidables-potentes-e-inmensas oraciones laicas. No es lo mismo un centímetro cuadrado de verde, que un metro cuadrado de verde, según puntualizaba Paul Gauguin. Puede parecer una obviedad y, sin embargo, no lo es. 
     En cuanto a lo que quiera decirnos fuera del hecho mismo de pintar, no veo razón alguna para creerle a pies juntillas, aunque lo vaya a jurar por el barro de sus zapatos. Prefiero el olor a pintura, en la seguridad de que los colores no saben mentir.

* En la imagen: autorretrato de Siqueiros

                                    [siguiente personaje Sthepen Vizinczey: 22-10-2012]

Ética y simpatía

Por: | 08 de octubre de 2012

JOSÉ LUIS LÖPEZ ARANGUREN   (1909-1996)

  aranguren 2    Mantuve con el profesor José Luis L. Aranguren un diálogo distendido. Desde su cátedra de Ética en la Universidad Complutense de Madrid, Aranguren se esforzó por recordar los peligros de la sociedad tecno-científica, ante la escasez oponente de solidaridad y valores humanistas. El abulense publicó media docena de libros, sobre temas de filosofía (ética-moral), religión, sociológía y política.

P.- ¿Cuándo seremos del tamaño de lo que vemos?
R.- Nos hacemos realmente del tamaño de todo cuanto vemos siempre y cuando realmente veamos.
P.- ¿Amar es la más grande inocencia?
R.- Amar, de ida es, en efecto, la más grande inocencia e incluso inocentada. De vuelta, la más grande picardía.
P.- ¿Por qué el pensar para muchos no va más allá de estar enfermos de los ojos?
R.- Pseudo pensar, sí: el que no es capaz de ver, pseudopiensa. Pero el verdadero pensar es pensar con los ojos.
P.- ¿La indiferencia pública por la filosofía y la literatura es tanta, que eso nos permite, afortunadamente, escribir lo que queremos?
R.- Sí, y también que nadie nos lea.
P.- Al paso que vamos, ¿la próxima semana será la Edad Media?
R.- No, tendrán que pasar por lo menos dos semanas. Antes tenemos que pasar de nuevo por la cultura de la piedra tallada.
P.- Si continuamente negamos el sentido de las cosas, ¿por qué lo buscamos afanosamente?
R.- Precisamente por eso.
P.- ¿La memoria es la creadora universal?
R.- Probablemente, sí.
P.- ¿Cuándo las cosas buscan su curso, encuentran su vacío? ¿Cabe decir lo contrario?
R.- Supongo que sí.
P.- El chiste de quien cree ser Napoleón siempre me recuerda, de manera invertida, que el mundo no nos deja ser nosotros mismos. Aunque, a veces, tengo mis dudas sobre si Napoleón existió alguna vez. ¿No será que Napoleón fue una invención de las paredes de un psiquiátrico?
R.- Ser nosotros mismos es muy difícil. Por eso, nos pasamos la vida queriendo ser Julio César, Cleopatra, Napoleón Bonaparte o Liz Taylor. Los psiquiatras no inventan nada, pero cada uno de nosotros, encerrado en su psiquiátrico particular, asume uno u otro de esos estereotipos.
P.- ¿Si uno está loco es por las cosas que nadie sabe?
R.- O por las cosas que se saben demasiado bien.
P.- ¿Las emociones son la fuerte musculatura de los débiles?
R.- Las emociones son los nervios de los débiles, pero los débiles somos sostenidos por nuestros nervios.
P.- ¿Por qué un mundo sin arte ni literatura iba a ser peor que el de ahora?
R.- Porque a qué nos íbamos a dedicar nosotros en él...
P.- Conozco a muchos que son marxistas en sueños, anarquistas por teléfono y conservadores en su vida cotidiana.
R.- Ya lo dice el refrán navarro: “Por la mañana, mi misica; por la tarde, mi copica; por la noche, mi putica”.

                           [siguiente personaje David Alfaro Siqueiros: 15-10-2012]

Julio Cortázar, admirado cronopio

Por: | 01 de octubre de 2012

JULIO CORTÁZAR   (1914-1984)

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    Julio Cortázar fue el escritor más admirado por los jóvenes, y no tan jóvenes, lectores en lengua española en los años sesenta. Se le consideró como uno de los principales adalides del llamado boom de la literatura latinoamericana. Sus relatos y, muy en especial, su novela Rayuela poseían una atracción inmensa. En esas obras su autor no distinguía diferencia alguna entre la realidad y lo fantástico. Suscribía esa simbiosis unitaria del dos en uno, en cada una de las entrevistas en las que tomaba parte. “Para mí lo fantástico procede siempre de lo cotidiano”, remarcaba. 
    Junto a lo real y lo fantástico, Cortázar incluía el juego, lo lúdico, la perenne diversión. Hay en sus líneas un deseo incontenible por hacer de la vida un puro juego. Sobre Rayuela, novela de la metafísica moderna, trazada con plenitud a saltos, nos dice: “El juego consistía en recobrar lo insignificante, lo inostentoso, lo perecido”. 
    Pero no siempre fue así. A partir de su novela El libro de Manuel se inició su declive lúdico. Las obras de relatos como Bestiario, Final de juego, Las armas secretas, Todos los fuegos el fuego o la citada Rayuela, sus obras principales, e incluso obras de tipo menor, sean Historias de cronopios y famas, La vuelta al día en ochenta mundos y Último round, todas ellas están impregnadas de una dilatada diversión vital. Con la publicación de El libro de Manuel surge un Cortázar cambiado, roído por la crispación; aparece el escritor empeñado en querer denunciar, al punto de politizarse mediante la acción de escribir... 
    Lo curioso es que antes de ese libro, su compromiso se hallaba al margen de lo creativo. Siendo un hombre comprometido, sabía distinguir entre creación y compromiso. Eso es lo que olvidó más tarde. En El libro de Manuel intentó fusionar lo creativo con el compromiso político, sin llegar a cumplimentarlo debidamente. Lejos quedaba la magia divertida de Rayuela y los memorables relatos La autopista del sur, El perseguidor, La señorita Cora y tantos otros inolvidables. 
    Los que le admirábamos seguíamos fieles a su nombre. Por eso, cuando aparecieron sus nuevos libros, como Octaedro, Alguien que anda por ahí, Queremos tanto a Glenda, rescatábamos gozosos un relato aquí y otro allá. Pero nos dábamos cuenta que nuestro querido cronopio se repetía. Ya no nos sorprendía, aunque nos conformábamos con tomar una línea acertada o una imagen sugerente como ese rayo de sol que se le escapó a la sombra, y volábamos con todo ello al gabinete freudiano del recuerdo...
    Tengo en mi poder tres cartas suyas que me escribió. Las dos primeras llevan el sello lúdico de sus mejores momentos creativos. En la tercera aparece un Cortázar distinto, más grave y tenso. Las primeras están fechadas en enero y junio de 1970, en tanto la última la escribió en marzo de 1980. Unas pocas líneas de esa última carta refrendan la deriva política-social tomada a raíz de El libro de Manuel, lejos de los esplendorosos días como creador. Dice: “vuelvo de Cuba y Nicaragua, más Italia. Me voy a Estados Unidos, vuelvo y me voy a México, más California... sólo tengo tiempo para ocuparme de problemas latinoamericanos...”.
    Años después a Julio Cortázar se le paró el tiempo para siempre. A nosotros nos ha llegado la vez de recordar su mejor literatura, la que permanecerá, y la que hará lectores admirables. Digo admirables y no halago por halagar, porque no debe olvidarse que una de las más altas aspiraciones de la obra cortazariana consiste en hacer cómplice al lector en cada uno de sus mejores ejercicios literarios.

                                [siguiente personaje José Luis L. Aranguren: 8-10-2012]

El País

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