Sobre el autor

Jose Luis Merino

Jose Luis Merino nació en Bilbao. Vive en esa ciudad. Es autor de 14 libros de arte y literatura. Trabaja en la actualidad en cuatro más, asimismo de arte y literatura. Ha tenido muchas edades. Ahora tiene la edad que representan sus palabras.

Sobre el blog

Como lo haría un fotógrafo de palabras, en este blog aparecerán retratos o semblanzas de gentes de la cultura. La mayoría de ellos son ladrones de fuego, en el sentido rimbaudiano del término. También se hablará de arte y poesía (el único ángel vivo sobre la tierra), en tanto se descubre cuánto hay de auténtico y de falso en esos dos universos.

Ladrones de fuego

El gentilhombre Julian Barnes

Por: | 29 de abril de 2013

JULIAN BARNES   (1946-    )

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     El escritor inglés Julian Barnes se disculpó en una carta manuscrita –de letra bella y puntiaguda, semejante a la de un gentilhombre de Stratford–, con estas palabras: “Lo siento, pero he sido entrevistado tanto en estos últimos doce meses, que no puedo ni ver ninguna pregunta más”. 
     Me puse a pensar si su negativa obedecía a un hastío real o si el verdadero motivo de su renuncia a responder sería porque mis preguntas no tenían nada que ver con los temas de sus novelas. También era probable que, como me ocurriera con Doris Lessing, las preguntas le podían haber parecido absurdas y sin sentido...
     Esa simetría de silencio puede llevarnos al mundo egolátrico del creador. Todo lo ajeno a la propia creación es prescindible. En sus obras se ve como el único habitante del planeta. En cada pasaje, la precisión será tal que hará pensar en los secretos de la naturaleza...
     La escritura produce no pocas patologías, sobre todo durante la gestación de las obras. No importa que se trate de grandes logros o de ínfimos resultados. Si el creador es artista de verdad se verá impulsado por demonios. Cuando sus ideas sean dulces, lo serán más allá de la mermelada. En tanto sus sentimientos bajen hasta lo más abyecto, conseguirá ponernos en disposición de aceptarlo por bueno o, por el contrario, pasaremos rápidamente la página para librarnos de su efecto repulsivo. Transitará de la idiolalia a la afasia sin apenas darse cuenta.
     Julian Barnes es uno de los siete novísimos novelistas británicos de la llamada Generación Granta, junto a Martin Amis, Ian McEwan, William Boyd, Kazuo Ishiguro, Graham Swift y Salman Rushdie. Las dos novelas de mayor éxito de Barnes son El loro de Flaubert (1984) y Una historia del mundo en diez capítulos y medio (1989). Le siguieron otras, Hablando del asunto (1991), El puercoespín (1992), junto a dos novelas, finalistas del Premio Booker, Inglaterra, Inglaterra (1998) y Arthur & George (2005), además del libro ganador del Premio Booker, El sentido de un final (2011).  
     Este racimo de autores podrían ser los primeros en asegurar que la vida de las palabras y la de los que viven de ellas es un respirar continuo, mientras el mundo va fabricando sus días sin fin. Todos estamos inmersos en ese barro. 
     De todo ese barro, distingo la figura del poeta, como alguien que inspira más compasión que la del novelista y, aún mayor, que la del filósofo. Al poeta le importa, por encima de todo, sentir que expresa por medio de palabras todos los movimientos que no puede realizar. Sabe, o cree saber, que en el arte de escribir hay un objeto que solo se encuentra en el escrito mismo. Y por saber todavía más, él –que se mueve dentro del no saber–, sabe que a nadie se le obliga escribir. Se escribe porque está en la sangre de cada cual o porque no se vale para otra cosa...
     Alejé de mí la evocadora ausencia de Julian Barnes, reafirmándome en que su negativa a contestar las preguntas que le envié a su casa de Londres –debidamente traducidas al inglés–, era por no haberle preguntado sobre sus novelas o por las obsesiones vividas en ellas... 
    La mayoría de los novelistas o aquellos adscritos al yo-me-amo-a-mí literario piensan que fuera de su universo de ideas y proyectos lo demás no existe. Toman la novela como el cetro máximo de la literatura. No siendo así, me cuesta creer que Barnes haya pensado que si accediera contestar iba a notarse que tiene los pies planos o cosa parecida.

                                [siguiente personaje Augusto Roa Bastos: 6-5-2013]

Caballero Bonald y los Cervantes

Por: | 22 de abril de 2013

JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD (1925-    )

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     El Premio Cervantes (premio anual de literatura en lengua española), otorgado en noviembre de 2012 a JM Caballero Bonald, se lo entregarán mañana, 23 de abril, día de la muerte de Miguel de Cervantes. Según me informa un pajarito radiofónico, el discurso del escritor jerezano en el acto de Alcalá de Henares, versará sobre “Miguel de Cervantes perdedor”. La palabra perdedor invita-obliga a recordar, entre otros, a tres “perdedores” del Premio Cervantes. Pienso en José Bergamín, excluido del premio, en tanto se lo concedían a otros de su misma generación, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Rafael Alberti. Me acuerdo de Jorge Luis Borges, a quien le concedieron el Premio en 1979, pero rebajado a  compartirlo con alguien (Gerardo Diego) de menor entidad. Sin olvidarnos de la flagrante injusticia por haber dejado sin premio a Juan Rulfo, autor de Pedro Páramo, una de las mejores piezas de la novelística en lengua española, de Cervantes a nuestros días. ¡Ay, jurados indoctos-magancieros-inquisidores-fierabrases y peores cosas!
     No es el caso referido a Caballero Bonald. Con este premio vienen a la memoria aquellos poetas de su generación, quienes, además de amigos, estuvieron unidos por afinidad ideológica. Ellos son (todos desaparecidos): Carlos Barral, José Agustín Goytisolo, Claudio Rodríguez, Jaime Gil de Biedma, Ángel González, Blas de Otero. Este 23 de abril, Caballero Bonald los recordará y vivificará, con amor infinito, a todos ellos. Estoy seguro.
     Aprovecho la ocasión para mostrar un breve cruce de palabras con JMCB:
    ¿Por qué no basta tener razón, si la cara es de malicia?
     Los que alardean de tener razón son con toda probabilidad los más necios. Y si además pretenden poner cara de malicia, resultan ya unos marmolillos.
     En una jaula vacía iban tres pájaros libres. ¿La viste?
     La vi. Fue algo muy parecido a una cabeza a pájaros. Las cabezas a pájaros y las jaulas vacías suelen ser episodios consecutivos.
     ¿El auténtico escritor sería aquel a quien le da vergüenza llamarse hombre de letras?
     El escritor y el hombre de letras no tienen por qué coincidir en la misma persona. Las vergüenzas del escritor van por otros caminos.
     ¿La locura es ese exiguo territorio que nos queda para poder alcanzar la libertad suprema?
     La locura es un estado de inocencia, o eso dicen. Pero a veces también puede ser un estado de necesidad. 
     Quien dice encontrarse a gusto en plena naturaleza, ¿será porque la naturaleza no tiene opinión ni puede tenerla acerca de él?
     La armonía del hombre con la naturaleza no depende de la naturaleza. Lo que pasa es que el hombre nunca bebe dos veces en el mismo río.
     ¿Por qué el que oye mal, por lo general oye siempre demasiado?
     Será porque los sordos pueden hacer su propia selección de sonidos, lo que no deja de ser una falta de delicadeza.
     ¿Es verdad que cada respuesta es lo malo de toda pregunta?
     Lo malo de toda pregunta es tener que contestar con otra pregunta. Nunca es del todo cierto lo que admite dudas.
     ¿Las canas son las condecoraciones del tiempo?
     El tiempo no merece un trato tan grosero. Claro que todo depende de lo que se haya bebido entre cana y cana.

                                        [siguiente personaje: Julian Barnes: 29-4-2013]

José Bergamin en 1-2-3 latidos

Por: | 15 de abril de 2013

JOSÉ BERGAMÍN (1895-1983)

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     Conocí a José Bergamín, poeta de la generación del 27, tres meses antes de su muerte. Fui a entrevistarle a su casa de San Sebastián. El poeta quería que habláramos sin magnetófono. Y hablamos sobre todo de poesía y de toros. Sus 88 años de lucidez me regalaron una tarde inolvidable. Estampó en tres libros suyos unas dedicatorias divertidísimas, acompañadas con dibujos de golondrinas de Jerez y musarañitas. Me despedí de Bergamín con un abrazo de los buenos, de esos que se guardan como recuerdo para toda la vida. 
    José Bergamín desparramó talento y gracia a lo largo de su dilatada existencia. Destacan sus cualidades como poeta, pensador y prosista: tres latidos de un mismo corazón. Siento correr en su poesía la sangre caliente de las palabras. Fluyen a su través los ecos silentes de su pensamiento hondo. Limpio el verso, el decir dulcemente recio, llama viva su personal visión del tiempo...
     En sus aforismos se descubre al hombre profundo y culto, pero sin dejar de lado el habla popular y el refranero. Viene a ser el campeón del retruécano, la paradoja y el trabalenguas. En esa práctica aforística hay sorpresiva sabiduría, porque estamos ante un pensador a contrapelo, con su punto de sofista, derivado de su amor al equívoco y al juego. El ejercicio de esa escritura le acerca a la órbita de los grandes cultivadores del aforismo en los cuatro últimos siglos, como Gracián, La Rochefoucauld, Pascal, Chamfort, Lichtenberg, Joubert, Schlegel, Nietzsche, Valéry, entre otros.
 Con relación a sus ensayos, no solo resulta magistral el tratamiento de los clásicos, Cervantes, Góngora, Lope de Vega, Calderón, sino que en otros temas, todos de muy variada y rica condición, prevalece siempre su refinado gusto, la buena música de las palabras, lo mismo la callada como la sonora. Son escritos tejidos al modo de un diálogo sin preámbulos. Son volapiés certeros, lacónicas banderillas de fuego.
     Aludo al mundo de los toros, porque es una parte indisoluble del corpus general de su escritura. Todo el discurrir en torno al toreo es una escritura elaborada desde una elevación original, mágica, emblemática. Son lecciones magistrales de cabalidad máxima en forma de símbolos, que tal vez tuvieran un paralelo con el vivir existencial y social de la época que le tocó vivir. Lo que a primera vista no pasaba de ser un espectáculo de sol y moscas, gracias a su intercesión escrituraria, se transformó por arte de birlibirloque en un trasunto de duendístico y grave deleite.
     Murió José Bergamín aferrado a la máxima culminación del ideal republicano. Antes de que acudiera a visitarle la mano de nieve (blanca por fuera, negra por dentro), quiso afincarse y esperar el momento de su muerte en Hondarribia, un extremo de la piel de toro. Sería una muerte republicana y en puro exilio imaginario, de parecido corte y compás a la de sus admirados Antonio Machado, Manuel de Falla, Juan Ramón Jiménez y Pablo Picasso, muertos en el exilio real... 
    Tal vez era ese un modo lopesco de sucederse a sí mismo, al tiempo que reforzaba la imagen suya de haber sido un rebelde, a quien solo las piedras rebeldes fueron capaces de edificar.

                                 [siguiente personaje JM Caballero Bonald II: 22-4-2013]

Mariví Bilbao: hacedora de risas y sonrisas

Por: | 08 de abril de 2013

MARVÍ BILBAO   (1930-2013)

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      El pasado miércoles murió la actriz bilbaína Mariví Bilbao. Un ser con una gracia natural y divertida como pocos. Nos conocimos a raíz de la creación del grupo de teatro independiente Akelarre, del que fuimos fundadores, junto a Luis Iturri, Jesús Luis Jimeno, Luis García, José Andrés Zalduegui, Gregorio San Juan, entre otros. Esto ocurría a mediados de los años sesenta. El grupo Akelarre inició su andadura con el estreno mundial de la obra de Valle Inclán, Luces de bohemia. Tras frecuentar otros grupos independientes, como Karraka y Geroa, Mariví Bilbao Goyoaga –como la conocíamos entonces–, pasó a la escena profesional. Intervino en un gran número de otras de teatro, además de cine y series televisivas. El reconocimiento popular le llego a través de las series de televisión Aquí no hay quien viva y La que se avecina (en el chispeante e inteligente papel de vecina cotilla).  
     Memoro las palabras de la actriz desaparecida, en respuestas a preguntas mías, pronunciadas en los momentos de su mayor esplendor interpretativo. Esta es su voz:   
     “No sé si se hace teatro para escapar de la realidad, y me moriré sin saberlo, porque nunca me ha importado saberlo”.
     “Por ser madura, no por eso eres más artista. Quien es artista por dentro lo puede ser a los doce años, a los veinte y a los setenta. Y si eres estúpido, a lo mejor a la vejez eres mucho más estúpido”.
     “Las lágrimas en escena no son el refugio de feas o de guapas ni de nadie. Las lágrimas son lágrimas. Como el aire es el aire. El tiempo pone todo lo demás”.
     “La vanidad está en cada cosa de la vida. La vanidad no la podemos retirar, porque sería como retirar la sangre. Es el motor del mundo. En el mismo amor, entra la vanidad, también”.
     “En el cine y la televisión estás mucho más cómoda, porque sabes que si algo no ha salido bien, lo pueden quitar y volver a hacerlo. En el teatro, una vez que se ha levantado el telón no te salva ni la caridad”.
     “Nosotros no estamos programados como una lavadora, que le das al botón y lo hace todo a las mil maravillas. Sube el telón y alguno sale con su padre muerto en casa; otro que ha reñido con su mujer; tú que tienes un dolor de tripas que no te lames o que tienes un fiebrazo por lo que te han puesto dos inyecciones para que vayas chutando. O sea, nunca salen las obras exactamente idénticas todos los días”.
     “No le echo teatro en casa a la hora de las discusiones familiares. Lo que le echo es una mala leche,... pero mortal” (risas).
     “No se hace teatro para que te miren a ti, sino para realizar aquello acordado entre el director y los actores”.
     “Tienes conciencia de que lo que estás diciendo es la gran mentira. Y, además estás encantada, porque te pagan y entonces esa mentira se convierte en verdad”...
     “El que se refleje en un espejo o no, eso depende de la agilidad mental que posea cada espectador. Tú lo haces para ellos. Hasta en los ensayos te acuerdas del público, porque sin ellos no hacemos nada ni somos nada. Vuelvo a recordarlo: al final de todo, depende de la inteligencia o pirueta mental que tenga cada espectador”.
     “Me hubiera gustado, y me moriré sin llevarlo a efecto, actuar en un teatro de variedades y salir de starlet y bajar las escaleras llena de plumas, ¡Ay, madre, qué frivolité!”.

    Adiós, Mariví. Te recordaremos siempre tal como eras: alegre como un puñado de pajarillos en primavera.

    * Fotografía: Santos Cirilo

                            [siguiente personaje José Bergamín: 15-4-2013]
 

"El viejo poeta es un vagabundo"

Por: | 01 de abril de 2013

JAVIER AGUIRRE GANDARIAS    (1941)

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     “No escribiré más poesías en lo que me resta de vida”. Esto vino a anunciarme el poeta bilbaíno Javier Aguirre Gandarias, la última semana de marzo (2002). No lo podía creer. Durante muchos años me había convertido en confidente asiduo de sus poesías. Con cierta frecuencia llegaba hasta la librería donde yo trabajaba para darme noticia de su último poema. Me lo recitaba de memoria, envuelto con su voz contenida-pausada-grave. 
     Poseo todos sus libros. He escrito sobre ellos con inequívoca admiración. En 1991, la Universidad del País Vasco editó una antología de sus poemas. Soles era su escueto título. En esos poemas se perfilaba como paisajista del espíritu, que va poniendo sobre el papel oraciones laicas. El poeta mira cuanto le rodea (naturaleza, vida de los demás y todo lo que sucede fuera de él), desde el hombre interior. Luego procura desaparecer para colocarse en la propia naturaleza (en lo que habita fuera de él, vida de los demás incluida) y desde allí se mira a sí mismo. Cuando la poesía-cada-poema culmina, en ese momento se funden todas las miradas conformando una sola manera de ver.
     Sabida su decisión de no escribir más poesías en lo sucesivo, un editor donostiarra le publicó un libro último, titulado Sumar y restar, con más de cien poemas escritos desde 1993 a 2007. Tras la lectura de esos cien poemas volvemos a encontrarnos con la tierna mirada de Aguirre Gandarias, esa mirada en todo momento limpia, llena de evocaciones infantiles y una inmarcesible e inocente ilusión. 
    El lector de sus libros siente que lo quieren. Percibe que el poeta le habla al oído, invitándole a viajar donde el viento le lleve –ya sea al cielo o aún más lejos– y le sugiere, si lo desea, aplicarse a la experiencia de saber morir, “sin alma, sin recuerdos, sin hazañas”. 
     En lo personal, Aguirre Gandarias nunca ha aspirado a nada. No ha deseado ser reconocido como alguien fuera de lo normal. Le basta trasformarse en “el imprevisto fulgor que pasa”. Tanto no aspira a nada en lo personal, que decidió, para asombro de quienes le admiramos, dejar de escribir para siempre. Su posición era irrevocable. 
    En algunos pasajes del libro Sumar y restar se intuye esa decisión de licenciarse de la poesía. Para este poeta –mago de la inseguridad– las palabras no eran ya sino un ruido de silencio. De ahí su compulsiva e imperiosa innecesidad de escribir cuando le podía bastar con mirar. “Sólo los ojos son todavía capaces de emitir un grito”, recordaba el poeta René Char. 
    Si Aguirre Gandarias es un desconocido para el gran público, lo es porque se busca a sí mismo dentro de la poesía, ajeno al éxito y al reconocimiento popular. No admite “paños calientes”. Lo prueba a través de la parte final de un poema suyo y en la anécdota posterior. El poema lleva por título i de Libe,  de su libro Música del río. Este nombre, Libe, es el de su hija. El poeta habla con ella –sin dar a conocer al lector que Libe es su hija–, para decirle íntimamente, amorosamente: “No pienses que ya no estaré aquí. / Un día, aunque oculto, también mi corazón / latirá, cuando tus ojos se iluminen / y en tus labios salte la risa del amor, / porque yo estaré allí, aguardando tu risa / y sin dejar nunca de amarte, aunque oculto, / en lo claro de la piedra”. 
     La anécdota sobrevino cuando quise advertirle: “si el lector supiera que Libe es tu hija el poema cobraría un sentido más profundo y una mayor resonancia”. El poeta se limitó a esbozar una suave y no sé si enigmática sonrisa. En ese momento comprendí que solo a él le importaba saber quién era Libe. 
                                                                        ***
    Tras once años sin escribir poesía (salvo un poena trazado a la muerte de un amigo en 2007), de súbito rompe el silencio y entrega a los editores un breve racimo de poemas. Editado y presentado, lleva por título Nube y Cuchara (Ediciones El Gallo de Oro). ¿Qué ha pasado? ¿Sería lícito preguntarse por los motivos del cambio? Lo sería si no fuera porque escribir y dejar de escribir poesía son  actos de suprema libertad, como lo deberían ser todos los actos humanos...  
    Nos queda el recurso imaginario de verlo  convertido en su vuelta en un vagabundo. (Dicho entre paréntesis, la figura vagabundeana lleva para la ocasión el sello de Wallace Stevens: "El poeta es un dios. El joven poeta es un dios. El viejo poeta es un vagabundo"). Seguimos. Ya no rasca con febril obsesiuón las palabras e imágenes que dieran vida a sus poemas. Ahora todo le llega sin esfuerzo alguno y sin buscarlo. Cada objeto mirado y situación vivida, e incluso cada pensamiento nacido en tal o cual momento, aguardan entrar en el poema a la mínima insinuación. Ahí están esos soplos de ternura y humor, más realidades soñadas y verdaderas, junto a emociones contenidas, retratos de hombres-perros-nubes-flores-cucharas-golondrinas-relojes más todo lo que vuela y no vuela. Ha vuelto a la rueca de la vida el paisajista del espíritu. 

    * En la imagen, Javier Aguirre Gandarias (derecha) y JL Merino, en la presentación del poemario Nube y Cuchara, en la librería Casa del Libro (Bilbao). Fotografía: Leonardo Lumbreras.

                             [siguiente personaje Mariví Bilbao Goyoaga: 8-4-2013]

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