Sobre el autor

Jose Luis Merino

Jose Luis Merino nació en Bilbao. Vive en esa ciudad. Es autor de 14 libros de arte y literatura. Trabaja en la actualidad en cuatro más, asimismo de arte y literatura. Ha tenido muchas edades. Ahora tiene la edad que representan sus palabras.

Sobre el blog

Como lo haría un fotógrafo de palabras, en este blog aparecerán retratos o semblanzas de gentes de la cultura. La mayoría de ellos son ladrones de fuego, en el sentido rimbaudiano del término. También se hablará de arte y poesía (el único ángel vivo sobre la tierra), en tanto se descubre cuánto hay de auténtico y de falso en esos dos universos.

Ladrones de fuego

Asunción Balaguer, enamorada del amor

Por: | 27 de mayo de 2013

ASUNCIÓN BALAGUER   (1925-    )

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    La actriz Asunción Balaguer (viuda del actor  Paco Rabal) fue galardonada, el pasado 12 de mayo, con el Premio Max de Teatro, como la mejor actriz de reparto, por su interpretación en el espectáculo musical Follies. La actriz recibió el premio muy emocionada, y el auditorio -formado por profesionales de las artes escénicas- corespondió con una densa-prolongada ovación. 

    Mantuve un encuentro con Asunción Balaguer, varios meses atrás. Fue en Bilbao, en un café cercano al teatro Arriaga.  Una hora después su compañía estrenaba en la capital bilbaína la obra El pisito, de Rafael Azcona, dirigida por Pedro Olea. 
    En ese encuentro le llevé un par de ejemplares de un periódico local, donde aparecía la entrevista realizada por escrito un mes antes. Añadí como presente un libro mío sobre pintores y escultores vascos. “Lo mejor del libro son las citas que van en los frontis de cada artista estudiado”, dije con modestia algo fingida o, cuando menos, poco sentida [la falsa modestia es la más inocente de las mentiras, recordaba Nietzsche]. El acttor, José María Álvarez, que nos acompañaba, se aprestó a leer algunas de esas citas. Con buena y modulada voz leyó las de Emily Dickinson, Joseph Joubert, Witold Gombrowicz, entre otras. Cuando llegó la de Lope de Vega, “más vale pobreza en paz, que en guerra mísera riqueza”, Asunción Balaguer, señaló: “es lo que digo yo siempre, lo que importa es el amor, querer y que te quieran, aunque seas pobre”. 
                                                                        ***
    Actriz de cine y teatro, Asunción Balaguer estuvo casada con Paco Rabal, desde 1950 hasta 2001, año de la muerte del  actor murciano. Ha sido intérprete de 28 películas y un gran número de obras teatrales. Interrumpió su carrera interpretativa unos cuantos años para dedicarse enteramente al cuidado de su familia.

     Muestro  algunas de sus respuestas a preguntas mías:
     Siempre me han gustado los personajes de personas mayores en las obras de teatro. García Lorca creó en algunas de sus obras personajes inolvidables, que contrastan con los cantos de la juventud. 
    Todos mis compañeros en
El pisito te contestarán lo mismo que yo ahora. Los aplausos del público nos emocionan tanto que, a veces, nos duele hasta el corazón, y nos ponemos a bailar de contento como si fuéramos niños.
    Cuando el actor trabaja con sinceridad y sin artificios, el público se conmueve y responde lo mismo tanto con la gracia que con el sentimiento.
    Ahora los actores aprenden a respirar en las escuelas de arte dramático. En mi época teníamos que aprenderlo nosotros mismos, para defendernos. Recuerdo con horror las afonías que tuve de joven cuando hacíamos dos o tres funciones diarias... y dramáticas.
    Siendo joven sufría mucho del dolor de muelas, pero cuando entraba en escena se me quitaba.
    Yo trabajo en el teatro porque es lo que más feliz me ha hecho en mi vida –es mi discoteca–. He tenido la suerte de que al final de mis largos años sigo en él. Me considero una mujer libre y eso me da felicidad.   
     Siento que mientras le recuerde, Paco vive en mí y en todos los amigos que le siguen queriendo.   
    Todos los recuerdos se irán. Aunque recuerdo lo bueno y lo malo, estoy segura que me iré con todo lo bueno, que es mucho
.

                               [siguiente personaje Blas de Otero: 3-6-2013]             

Vicente Ameztoy: una isla entre artistas

Por: | 20 de mayo de 2013

VICENTE AMEZTOY   (1946-2001)

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     Con motivo de la reciente aparición del libro Hablan los artistas (son cien los entrevistados:  alaveses-guipuzcoanos-navarros-vizcaínos), traigo al recuerdo  a uno de ellos, Vicente Ameztoy, muerto varios años atrás. Lo hago a través del obituario publicado en El Paìs, al día seguiente  de su desaparición. Así lo sentí entonces y sigo sintiéndolo ahora: "El seis de noviembre de 2001 murió Vicente Ameztoy, poeta del sueño y la infancia perdida. Ni en lo estrictamente creativo ni en lo personal es posible encontrar parecido alguno con el resto de los artistas del País Vasco, tanto en el presente como en el pasado. Él era una isla entre artistas".
     "Fue un artista precoz. Poseía una mano muy dotada para la pintura. En sus jóvenes años vivió la vida con un vendalavesco frenesí. En ese tiempo probó la experiencia de pintar bajo la influencia de alucinógenos, opiáceos y toda clase de drogas. Hizo cuadros enteros con ácidos lisérgicos. Todo le servía para colmar su arrebatadora pasión por el arte, a la vez que le ayudaba a explorar en derredor de su geografía interior. Pero por encima de todo le importaba el hecho artístico".
     "No aspiró nunca a estar dentro de los circuitos comerciales, como tampoco movió un dedo por convertirse en un pintor de éxito. Por esa razón realizó pocas exposiciones individuales en su vida". 
     "En los últimos veinte años, tan sólo expuso de manera individual en dos ocasiones: la antológica de Arteleku (San Sebastián), bajo el título Karne & Klorofila (recopilación 1976-1990), y la celebrada en el centro Koldo Mitxelena, en octubre de 2000, donde se pudo contemplar el encargo que le hicieran siete años antes los propietarios de la Bodega Remelluri (Rioja Alavesa), para que pintara varios retratos de santos y un Paraíso ubicados en el interior de la ermita de esa heredad".
     "Hay dos efemérides sustantivas en el arte de Ameztoy. Destaca en la primera el esplendor de su certera mano, sobre todo en las obras fechadas en 1977. En esos trabajos surge una suerte de éxtasis, hasta el punto de que su alada mano le impele a querer desaparecer como persona para convertirse y llegar a ser la totalidad del lienzo, repleto de formas y colores. En esas obras, vividas en un estado de latencia extática, ahí es donde Ameztoy era incomparable e insuperable. En la segunda, y en referencia a las obras de Remelluri, se nota que el artista había perdido parte del dominio y seguridad de su mano, sin embargo, continuaba en posesión de una sutil e inteligente sensibilidad que atesoraba desde muy temprana edad. Mas continuaba siendo el artista isla". 
     "Mientras vemos pasar de manera regular y velocísimamente a no pocas generaciones de jóvenes artistas vascos camino de la gloria del talonario y la ubicación apoltronada en museos localistas, cobra un valor especial la actitud que mantuvo en vida Vicente Ameztoy, ajeno al deseo de medrar a costa de perder independencia. La voluntad de querer ser pintor, por encima de todo lo demás, le llevó a alzarse a mucha distancia de la mayoría pululante y populosa".
     "Su arte fue su refugio recurrente. Allí se palpa lo más parecido a una búsqueda hacia la cueva o fondo primigenio, que viene a ser simbólicamente el útero materno. Años atrás se lo indiqué al propio Ameztoy, y él dijo estar completamente de acuerdo. De igual modo aceptó sentirse poseído por la abundancia de la flora, para refugiarse en la hierba, en los cloroplastos de los órganos de las plantas, en una imperiosa necesidad de volver a la infancia como quien busca con ansiedad una protección irrestañable. Todo su arte estuvo preñado de verdad. Era su imperiosa verdad".
    "En mi fervorosa despedida hacia él, encuentro un breve epitafio tejido por un poeta del sueño, el mexicano Jaime Sabines (1926-1999), semejante a lo que fue en vida Vicente Ameztoy: Madre generosa / de todos los muertos, / madre tierra, madre, / vagina del frío, / brazos de intemperie, / regazo del viento, / nido de la noche, / madre de la muerte, / recógelo, abrígalo, / desnúdalo, tómalo, / guárdalo, acábalo".

      **  Fotografió a Ameztoy  la pintora Rosa Valverde, interviniente en el libro Hablan los artistas (quienes me concedieron el inmerecido honor -como diría Borges- de ser el preguntador de todos ellos)

                              [siguiente personaje Asunción Balaguer: 27-5-2013]

         

Krystian Zimerman: pianísimo

Por: | 13 de mayo de 2013

KRYSTIAN ZIMERMAN   (1956)

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     Entrevisté al pianista polaco Krystian Zimerman en la Sociedad Filarmónica de Bilbao, donde iba a dar un concierto. Estábamos en una sala reducida con las paredes llenas de fotografías de un sinnúmero de intérpretes, solistas famosos como Pau Casals, Rubinstein, Zabaleta, Rostropovich, entre otros, quienes habían dejaron huella indeleble en aquel ámbito musical. 
     En uno de los pasajes de nuestra conversación, dijo Zimerman: “Para afrontar conciertos duros como puedan ser los de Rachmaninov, Bartok o Tchaikovski hay que estar dotado de gran fondo físico, además de talento. Aunque es verdad que también depende de la acústica del local, como depende del piano y de cuántas veces hayas tocado cada pieza. Si la has tocado pocas veces, necesitas invertir más energía que si la has tocado muchas veces. En los primeros conciertos de cada pieza siempre se hacen muchos movimientos innecesarios, que luego van desapareciendo”.
     Casi seguido añadió la siguiente confesión: “Los miedos, las dudas, las vacilaciones pueden darse antes del concierto, dentro del propio concierto y aún después de haberlo realizado. No creo que el artista exista sin esas dudas, vacilaciones y miedos. Si estuviésemos seguros de cuanto hacemos, sería cosa de repetirse, serían fotocopias de lo mismo”.
    Parecía que el entrevistado, en vez de dirigirse a quien le preguntaba, se estaba dirigiendo a aquellos grandes intérpretes que lo miraban –en blanco y negro–, con ojos atentos, fijos, expectantemente petrificados por encima del tiempo y del espacio. 
    Su imagen, recordó Zimerman, en algunos países puede verse como alguien que interpreta dando más valor a la mente que al corazón. Sin embargo, es todo lo contrario: “cuando estoy absorbiendo la música nunca utilizo el cerebro, sino el corazón; cuando tengo bien estudiada y preparada la interpretación, entonces es cuando empiezo a utilizar la cabeza”.
    Le pregunté si al tocar obras de sus compatriotas Chopin, Lutoslawski y Szymanowski eso suponía para él rozar su infancia, la tierra polaca, la familia, los amigos, el lugar de la memoria y hasta de los sueños. Contestó así: “Para mí todo eso surge con naturalidad. No le preguntemos al pez qué es nadar o por qué nada”.
    Creía firmemente que la música puede convertirse en un órgano del conocimiento de nosotros mismos, un documento indispensable para construir nuestro universo humano.
Antes de terminar, Zimerman tuvo tiempo de emitir un par de respuestas más en torno a la música y su íntima relación con ella: 
    “Podría decir que cuando estoy sentado ante el teclado es mi manera más plena de estar en el mundo. No obstante, la cuestión no es el teclado, o para decirlo de manera más filosófica, no sé dónde acaban mis dedos y empieza el teclado”.
    “Lo que es fascinante, y lo que diferencia a la música de las otras artes, es el factor tiempo. La gente que está en un concierto se da cuenta de lo frágil que es aquello que está escuchando”.
    Nada más despedirnos, mientras yo enfilaba la puerta de salida, él se trasladó al escenario. Volví la cabeza. Le vi sentarse frente al piano y empezar a ensayar sobre el concierto que iba a desarrollar horas más tarde. Las notas del piano lo eran todo en ese momento. La música brotaba como viento dormido que vagara por el espacio de los sentidos.

                                   [siguiente personaje Vicente Ameztoy: 20-5-2013]

El supremo saber de Roa Bastos

Por: | 06 de mayo de 2013

AUGUSTO ROA BASTOS   (1917-2004)

Bastos

     “Siento que se escribe por compulsiones hondas que vienen de lejos o que uno empieza a sentir a partir de ciertas mutaciones del espíritu y del cuerpo, pues de alguna manera todos los seres vivos somos mutantes mucho antes de que se inventara la ingeniería genética. El dolor físico, la locura, los grandes sufrimientos morales, al menos no impiden y muchas veces exasperan paroxísticamente –sin que se note–, la necesidad de escribir. Dante (el exiliado perpetuo), Cervantes, Dostoiesvski, Céline (el desollado vivo). Una robusta mala salud es siempre un poderoso estimulante. ‘Llevar la vida sobre el deseo que tiene uno de vivir’. La frase es de Cervantes, escrita dos días antes de su muerte. Podrían haberla escrito Stevenson, Kafka, Musil”.
     “Cada línea que escribimos pretende resumir los grandes libros de la humanidad, esos que escriben los pueblos para que los particulares lean. No es en modo alguno una pretensión maximalista”. 
    “Respecto a qué sería la literatura sin su condición de desmesura, diría que tal vez nada si la desmesura no está condensada en la naturaleza de los mitos y los símbolos que expresa; o sea, en el ‘arte bien temperado’ de un Cervantes, de un Kafka. En un arte de perfección semejante, la desmesura dominada es la materia misma de su trama, de su incandescencia, de su desdicha soterrada, de la felicidad que entraña el arte de la palabra cuando expresa las aspiraciones y necesidades más profundas del espíritu y se confunde con ellas restaurando el equilibrio entre arte y vida”.
     Estas contestaciones son pequeñas muestras de las respuestas a preguntas que le formulé al escritor paraguayo Augusto Roa Bastos.
     La represión de la dictadura militar de Paraguay obligó a Augusto Roa Bastos a iniciar un largo exilio. Dijo años después: “No me quejo, al contrario, a pesar de las tristezas que me causó, sin el exilio nunca hubiera sido escritor”.
     La mayor parte de ese irredimible exilio transcurrió en Argentina, para más tarde, cuando la dictadura militar hizo presencia en ese país de acogida, trasladarse a Europa, concretamente a Toulouse.
     Cuando contacté con él, Roa Bastos era ya un autor consagrado. En 1989 recibió el Premio Cervantes. Sus tres principales libros son El trueno entre las hojas (1953), Hijo de hombre (1960) y Yo, el Supremo (1974). Ha cultivado la poesía, el cuento, la novela y ha ejercido como guionista de cine.
     Releo muy a menudo sus contestaciones. Me gustan todas y, muy en especial, su respuesta a mi pregunta sobre si el auténtico escritor es aquel que trata de romper una y otra vez toda convención artística. “El auténtico escritor (la autenticidad es una cuestión de grados; no existe en estado puro) es aquel que escribe no para romper inacabablemente toda convención artística (la escritura misma, es una convención) sino para decir lo suyo con la mayor profundidad posible; es aquel que escribe –como lo sabía Kafka–, viendo el rayo de luz donde estuvo siempre sin que los demás lo vieran antes que él. Si logra esto, las convenciones se deshacen solas”.

                                    [siguiente personaje Krystian Zimerman: 13-5-2013]

El País

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