Manolo Gandía (1955-1990)
El pintor bilbaíno Manolo Gandía murió a los 35 años. Tuvo una mano muy bien dotada para el dibujo. Había cursado la carrera de Bellas Artes. Presentaré seis ilustraciones suyas sobre un cuento mío. Pese a la endeble definición de las imágnes, en los seis dibujos coloreados (30 x 40 cents.), el artista despliega su atesorada fantasía, superando con creces cuanto la narración informa. Esta es la primera entrega de tres. El cuento lleva por título, El Guardián de las Moscas :
Montado en un caballo del color del viento, el Guardián de las Moscas recorría el poblado de la Región Redonda. Acudía a recoger de los contribuyentes del lugar las moscas de la última cosecha. Era la exigencia anual del jamás visto y temido siempre Príncipe Raal. Poco a poco, las bamboleantes alforjas con tapas de buidos pomos del Guardián rebosaban de aleteos.
Terminado el trabajo de forzada recolección, y una vez que los contribuyentes se iban perdiendo en la oscuridad de sus casas, el Guardián se acercó hasta la vivienda de su amigo Toppopo. Tras largos y ceremoniosos abrazos, los dos amigos hablaron de aquello que había transcurrido por sus vidas desde la anterior visita del Guardián a la Región Redonda:
-Un año entero de nieves, soles y moscas bellas, como todo- dice sentencioso el Guardián.
-Como todo- asiente Toppopo, con notable poco entusiasmo.
Después de estas últimas palabras, Toppopo depositó en una de las alforjas del Guardián su porción anual de moscas. Luego indicó que lo dejaría solo un momento, poque debería ir en busca de provisones y cerezas de mar para celebrar el encuentro.
El Guardián aguardó la ausencia de Toppopo entreteniéndose en sacar de las alforjas las más recientes moscas conquistadas en la Región Redonda. Las pinzas de sus labios se entreabrieron codiciosas ante la visión de múltiples aleteos.
En esos movimientos estaba, cuando de pronto apareció en la estancia una mujer envuelta en una túnica blanca o casi blanca. Su larga melena le caía sobre los hombros como una bandera movida en una danza. La mujer pasó por delante del Guardián, dirigiéndose hasta un espejo que colgaba en una de las paredes de la estancia. La imagen reflejada en el espejo representó a una mujer que se miraba el cuerpo como si quisiera hacerlo variar con la mirada. El Guardián no acertó a conocer si aquella mujer era la mujer de su amigo Toppopo. Debido a esa instantánea duda, trató de pasar desapercibido, porque la principal virtud de todo huésped radica en la discreción. Así que volvió a ocupar su tiempo en sacar las moscas de las alforjas una y otra vez. Volvió a meterlas. Seguido volvió a sacarlas, volvió a meterlas y a sacarlas, una y otra vez...
(continuará)
[siguiente personaje Manolo Gandía (II): 22-7-2013]
Hay 3 Comentarios
Donde hay moscas, hay materia orgánica, o sea vida. Y donde hay movimiento de alas, hay voluntad de ponerlas en funcionamiento y eso implica recorrer distancias, viajar. Eso hace Merino con este cuento, nos condena al viaje exótico de un lugar con costumbres familiares que sin embargo nos resulta extraño. Y juega malabares con el sentido de la maravilla que destila su fantasía ficcionada. Las fantasías son verdades aumentadas con la lupa de la imaginación libre. Yo quiero saber qué esconde ese Guardián de las Moscas, de lo inalcanzable…
Publicado por: Cristina Jurado | 16/07/2013 15:36:08
Preciosos los dibujos y encantador el cuento (¿seguro que era discreción ese poco interés?). De momento todos nos quedamos con la mosca. Espero que cuente muchas
Publicado por: Belén Mtnez. Oliete | 14/07/2013 21:52:57
http://nelygarcia.wordpress.com. Bonito cuento que anuncia metáforas, o moralejas: me pregunto, ¿cómo las moscas no recobraban su libertar, volando al abrir la alforja? ¿Estaban en cajas?. Saludos y sincero deseo de que obtenga éxito
Publicado por: Nely García | 13/07/2013 10:18:19