UMBERTO ECO (1932)
Mi comunicación con el profesor Umberto Eco coincidió con la fulgurante aparición de su novela El nombre de la rosa. Mi interés por entrevistarlo venía de mucho antes; fue a partir de la publicación de su libro ensayístico Obra abierta (editado en 1962, y
traducido al español tres años más tarde). En esos ensayos Eco aplicaba
diversos estilos de investigación, desde el análisis del lenguaje a la teoría
de la información, donde pretendía identificar una serie de comportamientos
observables en muy distintas zonas del arte contemporáneo: pintura, música,
narrativa, poesía, cine y en ciertas manifestaciones de televisión.
Junto
a las preguntas enviadas, incluí el recorte fotocopiado de un periódico de
tirada nacional –en el que yo colaboraba–, donde daban cuenta de su exitosa
novela; al lado, iba un artículo mío sobre un narrador latinoamericano
(concretamente, el mexicano Juan Rulfo). La coincidencia me pareció una buena manera
de presentarme.
Al
parecer acerté, puesto que unas semanas más tarde recibí una carta de Umberto
Eco. En la carta manifestaba cómo su secretaria estaba dirigiendo en esos días una
circular a “decenas y decenas de periodistas”, advirtiéndoles la imposibilidad
de que el profesor Umberto Eco concediera entrevistas. Para dar más crédito,
adjuntaba la circular, donde se recordaba que la novela se había traducido o
estaba en vías de hacerlo a una veintena de idiomas.
Al pasarme
copia de la circular, Eco quería hacer patente que a mí me escribía una carta
personal, lo que era un modo de distinguirme entre las “decenas y decenas de
periodistas”. Terminaba su carta con un cordiali saluti y una
aclaración: Tengo da parte le Sue demande e può darsi che tra qualche mese
riesca a trovare qualche momento libero, ma devo onestamente dirLe che ho
tenuto da parte altre liste di domande e non so proprio se riuscirò a
rispondere a tutte.
Carta y
circular al margen, me resultaba difícil comprender cómo alguien que ha elegido
encaminar sus pasos por la senda del pensamiento ensayístico, se dedicara a escribir
novelas comerciales, o sea, la pretensión de ofrecer la máxima legibilidad para
así conseguir ser quien más libros venda. Por otro lado, aseguran los centinelas del canon que quienes saben mucho de literatura raras veces sus escritos de creación alcanzan la excelencia.
Las
palabras del propio Eco, en entrevista concedida a Vicente Verdú, El País Semanal, 25-4-2010, son harto significativas: “...dejé de ser sólo un profesor y
empecé a ser un novelista, a ganar más dinero, y mi vida cambió.” / "...mis ensayos vendían 10.000 copias, y las novelas, 1.000.000". Así fue cómo entró de golpe en
la escurridera del éxito literario bajo la oriflama de los best-seller.
El ensayista italiano será el
primero en no querer que califiquen su obra de ese modo. Sabe que la mayoría de
los best-sellers están hechos para gente que mueve los labios cuando
lee. Y sabrá, asimismo, que quienes escriben best-sellers no escriben
para la gente que cree que escribir es un arte, sino que lo hacen para aquellos
que quieren comprender sin prestar especial atención en lo leído.
Viva inmerso
en el mismísimo tuétano de los best-sellers o fuera de ellos, los días
de gloria han alcanzado de lleno al profesor Eco. Ha pasado de ser un apocalíptico
a trasformarse en un integrado, para decirlo en una terminología que él
mismo utilizó para dar vida a uno de sus libros de ensayo, Apocalípticos e
integrados, de 1965.
Se comprende
así la renuncia a participar en entrevistas ajenas a su espectacular exitismo.
Queda el testimonio de su carta, escrita en el idioma de los admirados Pavese,
Quasimodo, Montale, Ungaretti, Gadda, Bufalino y otros...
[siguiente personaje Bárbara Jacobs: 4-11-2013]