Ladrones de fuego

Thomas Bernhard y las estrellas de Grinzing

Por: | 24 de marzo de 2014

THOMAS BERNHARD   (1931-1989)

  Bernhard-1

    Un amigo poeta, Manu Ertzilla, me contó un viaje que realizó a Viena, en el verano de 1989, para visitar la tumba de su admirado escritor Thomas Bernhard, quien había fallecido en la primavera de ese año. Me conmovió la historia. Mucho tiempo después escribí, a mi manera, sobre aquel viaje. Esta es la historia dos veces contada:
    Mi amigo visitaba Grinzing, antigua villa de viñedos, catalogado hoy como distrito XIX, al norte de Viena. En Grinzing se encuentra el cementerio de los vieneses.
   En la entrada del cementerio un cartelito en letra impresa, donde aparecían los nombres de quienes allí moraban para siempre, hacía la función de guía mortuoria. Un nombre destacaba entre todos, el del compositor Gustav Mahler. Otros muchos nombres se unían al del compositor, pero nada decía sobre Thomas Bernhard, salvo lo que alguien dejó pegado en uno de los márgenes, escrito a mano en un papelucho donde databa la calle y el número correspondiente a la tumba de Thomas Bernhard...
    El amigo mío se encaminó hacia el punto indicado. Una emoción íntima lo envolvía. Para su sorpresa, en el lugar señalado tan sólo existía una tumba sin nombre. Todas las demás tumbas llevaban cada una sus respectivos nombres.
    Deambuló por el cementerio un buen rato, recorriendo varias veces aquellas avenidas de la Nada. Volvió al lugar, alertado por quien escribió aquellas letras a mano. En ese momento vio a un hombre de mediana edad, sentado al borde de una tumba cercana a la supuesta tumba de Bernhard. Leía o rezaba, a la vez que levantaba los ojos cada cierto tiempo en dirección a la tumba que tenía enfrente. Esa tumba era la que no tenía nombre y que el papelucho aseguraba datar como la de Bernhard. No quiso interrumpir las plegarias o lo que fuera del desconocido, porque el diálogo entre los vivos y los muertos aspira a lo íntimo, que es como decir a lo sagrado. Se limitó a esperar.
    Cuando el hombre se levantó e inició unos pasos hacia la salida del cementerio, mi amigo le preguntó si sabía dónde se encontraba la tumba de Thomas Bernhard. Das ist (Ésta es), contestó lacónico el hombre, apuntando hacia la tumba a la que sus ojos miraban cuando leía o rezaba. Le dio las gracias, mientras sus miradas cruzadas más que mirar parecían evocar fugazmente a un mismo ser...
    En la tumba señalada había una cruz y junto a ella una cajita cerrada por dos hojas, que asemejaban las solapas de un libro. En la cajita se hallaban unos cuantos folios disparejos con escritos de trazos oscuros a mano. Eran palabras en papel como recuerdo admirativo de quienes amaban todavía a Bernhard...
    Mi amigo sintió dentro de sí un chasquido de infinita soledad (un tiempo sin tiempo). Llegó a llorar al saberse tan cerca y tan lejos del propio Thomas Bernhard. Tal vez rezó sin darse cuenta.
    Cuando se dirigía hacia la salida, reparó en la tumba de Gustav Mahler. No pudo dejar de recordar aquel juicio acerbo de Bernhard sobre Mahler, que lo tildaba de ser un músico practicante del más puro kitsch. Sonrió al pensar en lo paradójico de la situación: tan distante el escritor del músico en términos estéticos, en tanto la eternidad los quería cercanos. Al fin salió del cementerio.
    El atardecer empezaba a cubrir Grinzing. Mi amigo dirigió sus pasos hacia el centro de Viena. Luego, como un hombre entre muchos, se difuminó en la multitud. Más tarde la noche lo fue todo. Nada nos impide imaginar que en ese momento el alma o aquello de lo que estuvo hecho Thomas Bernhard, indiferente a todo y a todos, como en los mejores tiempos, sentiría un inconsolable hastío frente a la obligación de contar cada noche un indeterminado número de estrellas...

                                     [siguiente personaje José-Miguel Ullán: 31-3-2014]

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Un día
un sol
una tarde
las cejas alpinas del águila
las nocturnas páginas
de la prostitutas
la ceguera
el viento

Resulta igualmente irritante comprobar como las demasiado veneradas redes sociales ignoran tanto el delicioso relato de la búsqueda fetichista y espiritual de la tumba por el cementerio vienés como la figura hercúlea de Thomas Bernhard.
Y es que, no nos engañemos, vivimos en un tiempo y un país que dan la espalda a la cultura, enturbiados por falsos profetas vendedores de bestsellers, troqueladores de música basura y demás sesgos perversos. Pasó la época en la que se anhelaba más cultura, como vehículo para la libertad y compañera insustituible del pensamiento independiente.
Y así vamos, a la deriva, pero con gran orgullo, despreciando aquellos que podrían hacernos mejores. ¿Por qué resignarse a formar parte de tal vagón embrutecido y ciego? El último reducto del hombre es su capacidad de lucha, aún cuando, parafraseando a Confucio, sepa que es inútil. O tal vez no tan inútil, justamente por luchar. Merece la pena intentarlo. Comencemos esta misma semana. Tras la lectura del ígneo ladrón de Merino, atrevámonos con Bernhard. Que se aleje el vagón, quedémonos en la cuneta, ¡hay tantas estrellas que contemplar!


Me ha impresionado esa búsqueda del gran escritor por el cementerio vienés. Esas frases tan bien engarzadas de José Luis dejan constancia de la soledad infinita que habita en esos lugares de descanso final.
Los que le conocían dicen de Bernhard que era un ser solitario que odiaba las masas y que gozaba de su soledad. No es verdad, en una de sus últimas entrevistas concedida a Suddeutsche Zeitung, contradice el mito de soledad y desamor. "Un hombre que siempre está solo toca fondo en poco tiempo. Muere. Para cada ser humano existen personas decisivas en su vida. Yo tuve dos: mi abuelo materno y una persona a la que conocí el año que murió mi madre".
Su cuerpo enfermo durante mucho tiempo le situó ante una realidad única, como muy bien refleja uno de sus poemas:
…………….
La flor de mi cólera crece salvaje
Y cada espiga
Perfora el cielo
De modo que la sangre gotea de mi sol
Aumentando la flor de mi amargura
De esta hierba
Se lavan mis pies
Mi pan
Oh caballero
Flor inútil
En la rueda de la noche se estrangula
La flor de mi caballero del trigo
La flor de mi alma
Mi dios me desprecia
Estoy enfermo de esta flor
Que crece roja en mi cerebro
Sobre mi dolor.
…………………

Un saludo
Santi

Bernhard es una de mis asignaturas pendientes literarias, una de las infinitas. En mi cementerio de lo pendiente no tiene una tumba anónima, está identificado, pero soy culpable de no haber encontrado tiempo para sentarme a su lado. Quizá me he escudado en su oscuridad, en ese dramatismo centroeuropeo tan falto de la luz y la vida que hay sólo un poquito más al sur.

Es curioso, pues se suelen perdonar a los muertos lo que no se les perdonaría en vida. Quizás los vieneses volcando sus preferencias en el arte musical, no perdonan la sinceridad de Thomas, al criticar abiertamente a las academias en su obra EL MALOGRADO.

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Sobre el autor

Jose Luis Merino

Jose Luis Merino nació en Bilbao. Vive en esa ciudad. Es autor de 14 libros de arte y literatura. Trabaja en la actualidad en cuatro más, asimismo de arte y literatura. Ha tenido muchas edades. Ahora tiene la edad que representan sus palabras.

Sobre el blog

Como lo haría un fotógrafo de palabras, en este blog aparecerán retratos o semblanzas de gentes de la cultura. La mayoría de ellos son ladrones de fuego, en el sentido rimbaudiano del término. También se hablará de arte y poesía (el único ángel vivo sobre la tierra), en tanto se descubre cuánto hay de auténtico y de falso en esos dos universos.

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