Sobre el autor

Jose Luis Merino

Jose Luis Merino nació en Bilbao. Vive en esa ciudad. Es autor de 14 libros de arte y literatura. Trabaja en la actualidad en cuatro más, asimismo de arte y literatura. Ha tenido muchas edades. Ahora tiene la edad que representan sus palabras.

Sobre el blog

Como lo haría un fotógrafo de palabras, en este blog aparecerán retratos o semblanzas de gentes de la cultura. La mayoría de ellos son ladrones de fuego, en el sentido rimbaudiano del término. También se hablará de arte y poesía (el único ángel vivo sobre la tierra), en tanto se descubre cuánto hay de auténtico y de falso en esos dos universos.

Ladrones de fuego

José-Miguel Ullán se dejó la mejor

Por: | 31 de marzo de 2014

JOSÉ-MIGUEL ULLÁN (1944-2009)

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     Entrevisté al poeta José-Miguel Ullán en su casa de las afueras de París (Chaville), a principios de los años setenta, para un proyectado libro de conversaciones con creadores españoles. Nada más recibir la transcripción de lo grabado, me escribió una carta, fechada el 26/7/1971, donde decía: “quisiera que de aquel encuentro sólo guardaras lo adivinable y borraras lo explícito”. Lo cumplí. Diez años después le propuse una entrevista por escrito. He ahí la entrevista. Lo lamenté en su momento, y lo lamento ahora. El contenido de la primera entrevista era muy superior al de la segunda. Mas nunca pensemos que es mala la verdad.
    ¿A la belleza de la exultante juventud, el hombre maduro pone el conocimiento del canon?
    
El canon suele llamarse también Pigalle o Casablanca. Lo restante se compone de sucedáneos o cuentos chinos, de Salamanca a Bilbao. Elegir otra orilla, negarse, al mismo tiempo, a la exultación y al canon es lo único que vale la pena: es decir, cuesta mucho y son pocos los operarios.
    ¿Los proyectos literarios son teclas vivas para el que los tiene, y alambre inservible para los demás?
    
Los demás son alambre inservible para cualquier proyecto literario. O, lo que es igual, el enrejado necesario.
    ¿Llamarías lúdica a aquella parte del poema que produce asombro y / o desmesura? ¿Y por qué no dulcedumbre?
    
El poema, con perdón, no tiene partes ni es productivo. Esa es su carencia más lúdica, asombrosa, desmesurada y dulce, aunque nunca lo entiendan así ni Carmen Conde ni Castilla del Pino.
    Si uno cree de verdad, ¿para qué le hace falta Dios?
    
A: Para, a la vista pajarera de las cosas, ponerlo en duda, aún a sabiendas de que la duda puede ser el más diabólico de sus inventos preunamunianos. B: Para pedirle un crédito a Xavier Zubiri. C: Para no caer en el realismo socialista. D: Para no creer de verdad.
    ¿Lo bello proviene de aquella vez en que lo bello se hizo auténtico?
    
Digno homenaje, el tuyo, al venezolano Andrés Bello en el bicentenario de su nacimiento. Y una manera galaico-vasca de reinventar aquello del huevo castellano y la gallina catalana. Ese maridaje entre hermosura y verdad, tan andaluz, me trae al recuerdo una canción de Raquel Meller: “Un soldado, en Tetuán, / se encaprichó con una mora / y a su amor correspondió / con inocencia encantadora...”. No te cuento el final, porque tú sólo me preguntas por el principio. Sin embargo, te añadiré que, por lo general, lo auténtico siempre es bello, aunque la excepción individual no acabe, ni mucho menos, con Fraga.
    ¿Groucho Marx y Marilyn Monroe han sido una necesidad del siglo XX creada por la mente?
    
El primero, ya ves, puede que fuese una creación de la mente. Pero la segunda fue una forma cuajada de ir directamente al grano.
    Cuando muerdes una manzana, ¿no te da impresión de que ha sido mordida antes?
    
Esa es una impresión digna de una manzana paranoica y celosa de Newton. Yo prefiero no hacerle el juego, que da reuma en el antebrazo y altera el pulso.

                            [siguiente personaje Michel Tournier: 7-4-2014]

Thomas Bernhard y las estrellas de Grinzing

Por: | 24 de marzo de 2014

THOMAS BERNHARD   (1931-1989)

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    Un amigo poeta, Manu Ertzilla, me contó un viaje que realizó a Viena, en el verano de 1989, para visitar la tumba de su admirado escritor Thomas Bernhard, quien había fallecido en la primavera de ese año. Me conmovió la historia. Mucho tiempo después escribí, a mi manera, sobre aquel viaje. Esta es la historia dos veces contada:
    Mi amigo visitaba Grinzing, antigua villa de viñedos, catalogado hoy como distrito XIX, al norte de Viena. En Grinzing se encuentra el cementerio de los vieneses.
   En la entrada del cementerio un cartelito en letra impresa, donde aparecían los nombres de quienes allí moraban para siempre, hacía la función de guía mortuoria. Un nombre destacaba entre todos, el del compositor Gustav Mahler. Otros muchos nombres se unían al del compositor, pero nada decía sobre Thomas Bernhard, salvo lo que alguien dejó pegado en uno de los márgenes, escrito a mano en un papelucho donde databa la calle y el número correspondiente a la tumba de Thomas Bernhard...
    El amigo mío se encaminó hacia el punto indicado. Una emoción íntima lo envolvía. Para su sorpresa, en el lugar señalado tan sólo existía una tumba sin nombre. Todas las demás tumbas llevaban cada una sus respectivos nombres.
    Deambuló por el cementerio un buen rato, recorriendo varias veces aquellas avenidas de la Nada. Volvió al lugar, alertado por quien escribió aquellas letras a mano. En ese momento vio a un hombre de mediana edad, sentado al borde de una tumba cercana a la supuesta tumba de Bernhard. Leía o rezaba, a la vez que levantaba los ojos cada cierto tiempo en dirección a la tumba que tenía enfrente. Esa tumba era la que no tenía nombre y que el papelucho aseguraba datar como la de Bernhard. No quiso interrumpir las plegarias o lo que fuera del desconocido, porque el diálogo entre los vivos y los muertos aspira a lo íntimo, que es como decir a lo sagrado. Se limitó a esperar.
    Cuando el hombre se levantó e inició unos pasos hacia la salida del cementerio, mi amigo le preguntó si sabía dónde se encontraba la tumba de Thomas Bernhard. Das ist (Ésta es), contestó lacónico el hombre, apuntando hacia la tumba a la que sus ojos miraban cuando leía o rezaba. Le dio las gracias, mientras sus miradas cruzadas más que mirar parecían evocar fugazmente a un mismo ser...
    En la tumba señalada había una cruz y junto a ella una cajita cerrada por dos hojas, que asemejaban las solapas de un libro. En la cajita se hallaban unos cuantos folios disparejos con escritos de trazos oscuros a mano. Eran palabras en papel como recuerdo admirativo de quienes amaban todavía a Bernhard...
    Mi amigo sintió dentro de sí un chasquido de infinita soledad (un tiempo sin tiempo). Llegó a llorar al saberse tan cerca y tan lejos del propio Thomas Bernhard. Tal vez rezó sin darse cuenta.
    Cuando se dirigía hacia la salida, reparó en la tumba de Gustav Mahler. No pudo dejar de recordar aquel juicio acerbo de Bernhard sobre Mahler, que lo tildaba de ser un músico practicante del más puro kitsch. Sonrió al pensar en lo paradójico de la situación: tan distante el escritor del músico en términos estéticos, en tanto la eternidad los quería cercanos. Al fin salió del cementerio.
    El atardecer empezaba a cubrir Grinzing. Mi amigo dirigió sus pasos hacia el centro de Viena. Luego, como un hombre entre muchos, se difuminó en la multitud. Más tarde la noche lo fue todo. Nada nos impide imaginar que en ese momento el alma o aquello de lo que estuvo hecho Thomas Bernhard, indiferente a todo y a todos, como en los mejores tiempos, sentiría un inconsolable hastío frente a la obligación de contar cada noche un indeterminado número de estrellas...

                                     [siguiente personaje José-Miguel Ullán: 31-3-2014]

Un tigre de ternura en México

Por: | 17 de marzo de 2014

FERNANDO GONZÁLEZ GORTÁZAR (1942)

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     El pasado jueves se inauguró en el Museo de Arte Moderno de México (D.F.), una muestra antológica del arquitecto-escultor mexicano Fernando González Gortázar, bajo el título Resumen del Fuego. La muestra había pasado meses atrás por el Museo de las Artes, de la Universidad de Guadalajara (Jalisco).
      Mucho y esplendoroso fuego puede percibirse en la obra creativa de Fernando. Todo viene por la asimilación del mexicano con la máxima de Plutarco, “la mente no es un recipiente que debe llenarse, sino un fuego que hay que encender”. En efecto, el encendido es constante, lo mismo en lo arquitectónico y urbanístico, como en lo escultórico y en sus escritos y actividades diversas (viajero por el mundo en busca de territorios inexplorados, investigador-divulgador del folclore autóctono)...
    Quienes tengan la fortuna de poder pasearse por el espacio expositivo, entenderán el sentido metafórico alusivo al fuego. Lo palparán, e incluso podrán felizmente “quemarse en presencia viva”. En este momento, escribo para los menos afortunados. Y lo hago a través de otra suerte de muestra, como es la traslación del ideario estético-ético del autor. He aquí el resumen de su fuego en palabras: “No acepto que la conciliación de civilización y naturaleza sea imposible” (1975) /  “Tenemos que ser de nuevo capaces de soñar utopías y partirnos el alma para lograrlo” (1988) /  “La naturaleza sigue siendo la gran maestra de la vida y el arte” (1993) /  “Tenemos que concebir el trabajo, el arte, la arquitectura, la ciudad y el urbanismo como una promesa de felicidad” (1993) / “Sólo aquello que propicie la felicidad es moralmente válido” (1999)  / “La estructura, la forma y el espacio están supeditados a un acto poético” (1999) / “ Hay que establecer entre ciudad y ciudadanos un vínculo de amor”(1999) /  “Mis obras son públicas, no yo; y mis obras provocan las polémicas, no yo; es decir, estoy en sus manos, no ellas en las mías” (2011) / “Me he mantenido, y lo sigo haciendo, estrictamente alejado del poder” (2012).
    Saliendo de las palabras a los hechos, el muestrario de los trabajos de arte arquitectural y  arte escultural atrae e imanta. Toda su vida creativa ha consistido en abrir caminos y proyectar futuros sobre los cimientos del presente...
    Llegado a este punto, añado un hecho insólito, como es la presencia de un tigre paseándose por la exposición. ¿Un tigre? Sí, un tigre de ternura, trazado por la imaginación de un rebelde con un lápiz de miel en sus manos. Véanlo en los numerosos  proyectos arquitectónicos no construidos (dice, n-o c-o-n-s-t-r-u-i-d-o-s). Extraordinarios e imaginativos proyectos perdidos...
    ... mas no perdidos para lo real imaginario. Y así viene, desde muchos siglos atrás, un tal Pitágoras, fresco y pimpante como un helado de chocolate: “El hombre es mortal por sus temores e inmortal por sus deseos”. Intercambien deseos, por anhelos, proyectos.....
    En el capítulo de las relaciones humanas, me fío de Fernando González Gortázar, como me fío de sus compatriotas, reales o de ficción, Joaquín Murrieta, Arnulfo González, Luis Barragán, José Clemente Orozco, López Velarde, Alfonso Reyes, Juan Rulfo, Jaime Sabines, Bárbara Jacobs, Vicente Rojo, Montes de Oca, José Emilio Pacheco, entre otros... Me fío, porque le conozco y sé que lleva en su interior un tigre de ternura.

    * En la imagen, FGG junto a una escultura suya de la serie Sombras del bosque

    [siguiente personaje Thomas Bernhard: 24-3-2014]

 

 

Gamoneda, legislador de la negación

Por: | 10 de marzo de 2014

ANTONIO GAMONEDA   (1931)

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      En una carta de marzo de 1990, el poeta Antonio Gamoneda me decía que era “un maníaco del pudor”. Contestaba así a mi propuesta para entrevistarlo  en un periódico madrileño. Ese mismo medio le había dedicado por aquellos días tres páginas en el suplemento cultural. Por si fuera poco, le habían pedido que escribiera tres artículos para ellos “el tercero aún sin enviar, aún no escrito”. No quería el poeta que “pareciese una ‘plataforma’ para mi lanzamiento”.
     Para terminar me preguntaba: “¿Te importa colocarme en esa hermosa lista en lugar prudentemente tardío? Llegado el momento, me das un aviso y yo cumplo. ¿Qué te parece?”.
     No llegó el momento propuesto, porque el periódico desapareció de la circulación. Queda la carta y las buenas intenciones. Lo demás está en la vida del poeta y en su personalísimo universo creativo.
     Gamoneda es un poeta de difícil clasificación. Se puede clasificar a otros, esa “infame turba” de mediocres poetas que inundan la tierra, esos falsos usurpadores de las mejores palabras (la mediocridad puede conducir al crimen).
    Veo a Gamoneda como un legislador de la negación. Hay un animal lento que sangra dentro de su alma. Todo lo que piensa y siente le parece impuro. Mira la página en blanco y empieza a vivir su desvarío anímico. Afronta una lucha consigo mismo. El demonio de la escritura entró en sus venas, tras un aquelarre de imágenes. Mortaja sin cadáver, carga con una culpa corrosiva. Cancerbero de la desesperanza, escribe para defenderse.
    Su cabeza está repleta de fantasmas y recuerdos como ruinas. Es un suplicio para él ponerse a escribir. En ese momento deja de ser humano para volverse insecto azul o pata zanca de roedor o mano amarilla o ave sin alas.
    Todo ocurre detrás de las cuencas de sus ojos; ahí es atacado con imágenes e ideas que se superponen y lo “laceran” cada vez que trata de escribir. Aunque suele dialogar con su otro yo que le mira, el poder de lo escrito está marcado por el silencio, la verdadera madre de todos nosotros. Olvido y memoria, y mucho silencio, todo el silencio: verdad y antesala de la muerte cierta. El silencio es una historia horrible.
    Cada una de las sesiones del acto de escribir puede semejarse a una suerte de ruleta rusa con seis vasos llenos de cicuta menos uno. Antes interroga constantemente a la verdad. Quiere hacerla hablar. No habla por ella. Espera.
    El conductor de su espíritu lo traslada hacia la vejez, hasta que la mentira le hierva dentro de la boca. Lo veréis presto a acudir allí donde su madre envejece más allá de su propia vejez. Apenas le llega un respiro placentero en el olor a mercados y un clamor de palomas como sonido de su infancia. La única morada propia es la infancia.
    Éste es Antonio Gamoneda, autor, entre otros poemarios, del extraordinario libro Descripción de la mentira, escrito de diciembre de 1975 a diciembre de 1976. Premio Cervantes en el año 2006.
    Habrá lectores que sientan admiración por sus poemas, y no faltará quienes se apiaden de él. Cada lector abre o cierra el diafragma del leer según los dictados estimativos de su propio corazón.

                        [siguiente personaje Fernando González Gortázar: 17-3-2014]

A Marguerite Yourcenar, con admiración

Por: | 03 de marzo de 2014

MARGUERITE YOURCENAR    (1903-1987)

Marguerite Yourcenar 4       Aunque seamos impenitentes admiradores de Jorge Luis Borges, o quizá por eso, no podemos perdonarle que haya cometido el solecismo intelectual de olvidarse de la escritora belga Marguerite Yourcenar (1903-1987).
    Resulta extraño que no nos informara nunca de esta talentosa mujer, cuyos múltiples ensayos resultan lacónicas obras maestras. En su libro ensayístico El tiempo, gran escultor, abarca muy diferentes siglos y temas. Como en los ensayos del propio Borges, los escritos de Marguerite están poblados de referencias cultas. Si en Borges la actitud del escritor es más distante, en cuanto a los temas, en Marguerite se vive con especial pasión. Se pone a favor de una parte determinada, y se empeña en que esa parte acabe por interesarnos vivamente a nosotros, lectores atentos.
     Los temas son variados: Buda, Durero, Miguel Ángel, Andalucía o las Hespérides, Mishima y un sinnúmero de entrecruzamientos, a cual más cautivadores.
     Quien lea estos ensayos se verá bañado de una esplendorosa experiencia. Será testigo de una lucidez asombrosa, unida a unas preciosas gotas de poesía de máxima calidad. Lo recibirá al modo de simples confidencias, como si se lo contaran de manera conversacional. Como si lo que Yourcenar sabe no fuera otra cosa ya sabida por el lector.
      De los muchos autores que Borges ha hecho referencia en sus libros y entrevistas, parece inconcebible que no mencionara nunca, siquiera de pasada –y lo digo por segunda vez–, a esta extraordinaria creadora.
     Otro libro del que Borges no ha querido dar señales de apreciarlo es el libro de ensayos A beneficio de inventario. Libro en el que Yourcenar habla de Thomas Mann y de Kavafis, explicándonos parte de sus obras, con acentos personales de ambos. También nos cuenta la historia de un castillo en Francia, llamado Chenonceaux. A su través vamos enterándonos de trozos de historia (Diana de Poitiers, Enrique II, Catalina de Médicis...). Es un contar ameno, profundo, hermosamente narrado.
     Para algunos será un descubrimiento cuando les hable del grabador italiano Piranesi (siglo XVIII, el de las prisiones imaginarias). Artista que fue todo un símbolo admirativo para Víctor Hugo, Coleridge, de Quincey, Goethe, Keats, Byron, entre otros...
    En un momento dado se vuelca cariñosa y lúcidamente para mostrar el genio de la sueca Selma Lagerlöf, adentrándose en su obra como pocas veces hemos visto hasta entonces. Por otro lado, hay que mencionar especialmente el ensayo corto, pero intenso, sobre los biógrafos de veintiocho retratos de emperadores romanos. A la cabeza de todos, Adriano, tan caro a la propia Marguerite, autora memorable de su libro Memorias de Adriano. Con el recuerdo del poeta francés, Agrippa d’Aubirné –“uno de los poetas más grandes, pero también uno de los menos leídos entre los poetas franceses del Renacimiento”–, Yourcenar despliega sus amplísimos conocimientos de la historia, poniendo ante nuestros ojos su prosa admirable.

                               [siguiente personaje Antonio Gamoneda: 10-3-2014]

El País

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