Pilar Bonet

Sobre el autor

, corresponsal en Rusia y países postsoviéticos desde 2001 y testigo de la "perestroika" durante su primera estancia como corresponsal en Moscú (1984-1997). Fue corresponsal en Alemania (1997-2001). Trabajó para la agencia Efe en Viena (1980-82).

Eskup

El Kremlin, a la zaga

Por: | 26 de diciembre de 2011

La vida política rusa se acelera por días. En Moscú, el mitin del 24 de diciembre contra el fraude en las recientes elecciones legislativas ha concentrado a más decenas de miles de ciudadanos que la protesta anterior, el 10 de diciembre.

Los rusos indignados insisten en el cese de jefe de la Comisión Electoral Central (CEC), Vladímir Chúrov, alias “el mago”, y la celebración de nuevos comicios, y, de seguir la propuesta del escritor Vladímir Akunin, dedicarán la pausa de la Navidad ortodoxa (que se prolonga hasta la segunda década de enero) a reflexionar sobre posibles fórmulas para enviar a Vladímir Putin a la jubilación. Además, estas gentes variopintas que forman la Rusia actual planean organizarse como asociación de electores con el objetivo común de controlar las irregularidades en todos los comicios del país.

El Kremlin oye las protestas con creciente alarma, pero ni dialoga con los ciudadanos ni cede en los puntos esenciales para Vladímir Putin y los “altos cargos-oligarcas” a él asociados. Y lo esencial para esta casta preocupada por su futuro y el futuro de los consejos de administración donde prosperan sus hijos es proteger,-- blindar incluso—el diseño de la campaña que, según lo previsto, ha de culminar el 4 de marzo con la reelección de Putin como presidente hasta 2018.A lo sumo, parece que está dispuesto a admitir una segunda vuelta electoral (en lugar de un éxito apabullante en primera vuelta), donde se vuelva a plantear, como en tiempos de Boris Yeltsin, la dicotomía entre el candidato en el poder y una alternativa difícil de aceptar para el sector liberal del electorado (el comunista Ziugánov o el populista Zhirinovski).

Tal como están las cosas, para el Kremlin las presidenciales de marzo son sagradas, mientras todo lo demás es negociable, si contribuye a aplacar a la sociedad reivindicativa. De ahí, que el presidente saliente, Dmitri Medvédev, en su último mensaje a la nación prometiera una reforma política y, con ese efecto, enviara ya dos proyectos de ley a la Duma, el viernes por la noche en vísperas del último mitin.

Una de las leyes liberaliza el procedimiento de registro de partidos, que había sido endurecido tras la llegada de Putin al poder en 2000, y la otra, simplifica los requisitos para participar en las elecciones (parlamentarias, municipales, regionales y presidenciales). Según el primer proyecto de ley, desde el primero de enero de 2013 para legalizar un partido bastará un mínimo de 500 afiliados en un territorio de no menos del 50% de las regiones de Rusia (de las 83 que tiene en total). En la actualidad, para registrar un partido se necesitan 45.000 afiliados con secciones de un mínimo de 450 personas en un 50% de las regiones del país y 200 afiliados como mínimo en cada una de las regiones restantes.

El segundo proyecto de ley permitirá a los partidos sin representación en la Duma Estatal participar en elecciones parlamentarias sin las 150.000 firmas que actualmente se les exige. También facilitará la competición por la presidencia a los candidatos de partidos sin representación en el parlamento federal, que hoy necesitan dos millones de firmas para presentarse a las presidenciales. Con la nueva legislación, estos candidatos necesitarán 100.000 firmas para aspirar a la jefatura del Estado, mientras que quienes lo hacen en nombre propio, requerirán 300.000 firmas.

La nueva legislación de partidos políticos comenzaría a emplearse para registrar nuevas formaciones cuando el documento haya sido aprobado por la Duma Federal y el Consejo de la Federación y firmado por el presidente, cosa que su jefa de prensa, Natalia Timakova, prometió para el “futuro próximo”. En cambio, la liberalización de las elecciones presidenciales se introduciría en 2018.

Sin embargo, la calle y los representantes de los partidos políticos no legalizados están pidiendo ya otra cosa, en concreto que la Duma Estatal surgida de las elecciones de diciembre, se limite a ser un órgano interino para elaborar las bases de una reforma política de aplicación inmediata. El ex jefe de gobierno, Mijaíl Kasiánov, que dirige un partido al que le fue denegado el registro, ha pedido que se retrasen las elecciones presidenciales hasta abril y que esos comicios tengan lugar ya con la participación de todas las fuerzas políticas hasta ahora vetadas. El ex presidente de la URSS, Mijaíl Gorbachov, ha aconsejado a Putin que renuncie a competir por la presidencia con el fin de preservar todo lo positivo que hizo.

Putin calla, pero en su entorno han comenzado ya los “cambios de chaquetas”, las “operaciones de camuflaje” o ambas cosas a la vez. Vladislav Surkov, vicejefe de la administración presidencial, y maquiavélico ejecutor de las órdenes de sus jefes, ha dicho que en los mítines de protesta participa “lo mejor” de la sociedad rusa y el nuevo jefe de la Administración, el ex ministro de Defensa, Serguéi Ivanov, un hombre próximo a Putin, considera que las protestas son la evidencia de la libertad de expresión vigente.

Dmitri Medvédev hubiera figurado como el gran reformador del sistema político ruso, si hubiera efectuado hace solo unos meses las concesiones que ahora presenta y que, de entrada, van mucho más allá de lo que esperaba la oposición. Pero, los anuncios de reforma aparecen hoy como forzados, grotescos y hasta irritantes, teniendo en cuenta la gran energía, dramatismo e intensidad persuasiva que el régimen de Vladímir Putin empleó durante más de una década para justificar la “vertical de poder” como eje ideológico para la conservación del Estado.

Inevitablemente surgen las preguntas: Y si toda esta liberalización es posible ahora tan deprisa, ¿Por qué no lo fue antes? ¿Qué justificaba la dura represión, los palos y los encarcelamientos de centenares de personas empeñadas en manifestarse el 31 de cada mes a favor de las libertades cívicas?

Medvédev se va, dejándole las preguntas y los problemas a Putin y éste político no es de los que admiten errores y está poco acostumbrado a que los manifestantes le vituperen, se mofen de su imagen y la decoren con preservativos.Ya sería tragedia para Rusia que los dirigentes actuales estuvieran dispuestos a defender a cualquier precio sus posiciones y las de quienes se han enriquecido gracias a su gestión. Pero tragedia es también que hayan llegado a creerse que las protestas de los ciudadanos son el producto pagado de una confabulación extranjera contra Rusia.

En este contexto, es fundamental tender puentes a algún tipo de entendimiento entre el Kremlin y la calle, encontrar un consenso para la reforma política y cuanto más pronto mejor, antes de que las instituciones débiles e instrumentalizadas se hayan deslegitimado totalmente y antes de que el espíritu de unidad de la plaza, llámese Bolótnaia o Sájarov, pueda fragmentarse en múltiples opciones concretas sin haber establecido antes las reglas de juego para asegurar una representación de la Rusia plural.

 Rusia necesita nuevas reglas de juego para concluir su transición postsoviética o, para ser más exactos, para superar el marco institucional que inauguró Boris Yeltsin en 1993 tras cañonear al parlamento, ese marco que fue cortado a la medida del presidente, pero que no fue pensado para organizar la representación de los diferentes sectores de intereses de una sociedad plural. fin

"En marcha"

Por: | 12 de diciembre de 2011

“El proceso se ha puesto en marcha” ( “prozess poshol”). Estas eran las palabras que Mijaíl Gorbachov empleaba en época de la “perestroika” a finales de los ochenta del pasado siglo para afirmar que algo comenzaba a resquebrajarse en la URSS a consecuencia de sus reformas. Los acontecimientos no fueron por donde el primer y último presidente de la Unión Soviética quería, pero eso es otra historia.

Más de veinte años más tarde, Rusia vuelve a ponerse en marcha y entre el proceso de hoy y los de la “perestroika” hay paralelismos, pero también divergencias. Ni Rusia es la URSS, aunque haya heredado muchos de sus problemas, ni la ciudadanía rusa de hoy es la ciudadanía soviética. En el multitudinario mitin del 10 de diciembre en Moscú había muchísimos jóvenes, profesionales con educación superior y estudiantes, y también veteranos de la “perestroika” y hasta del “deshielo” de Nikita Jruschov.

“Habría que saber si esto tiene más dosis de las manifestaciones de 1989 cargadas de esperanza o de las de 1991, en las que la gente ya no quería ni ver a Gorbachov y que presagiaban el fin de la URSS, afirmaba una experimentada ejecutiva rusa que en el 91 era una jóven comentarista política. El presidente del Tribunal Constitucional, Valeri Zorkin, en un artículo publicado el lunes en el diario gubernamental “Rossískaya Gazeta”, invoca el fantasma de la sangre de 1993, cuando los dirigentes rusos que se habían impuesto juntos a los golpistas de 1991 se enfrentaron violentamente entre ellos y Yeltsin acabó cañoneando el parlamento.

Las analogías con el pasado ayudan en un país que tiene pendientes reformas democratizadoras y liberalizadoras básicas. Sin embargo, las transferencias mecánicas pueden confundir y por eso hay que tratar de analizar sobriamente los acontecimientos que están marcando ya una nueva página en la historia de Rusia. Los que salieron a la calle el sábado en Moscú eran en parte miembros de la nueva burguesía o de la nueva clase media con cierto poder adquisitivo, y no desesperados en la pobreza ni marginales. Sus razones para manifestarse, siendo muchas y variopintas, tenían un componente moral y de autoestima y constituían una reacción al sentimiento de haberse sentido ignorados y ninguneados por las autoridades en las urnas y ya antes.

El detonante de la conciencia ciudadana puede situarse en el 24 de septiembre, fecha en la que el presidente Dmitri Medvédev y el primer ministro Vladímir Putin, realizaron un “enroque” que conmovió a Rusia. Al proponer la vuelta de Putin a la presidencia, Medvédev no solo se hizo el harakiri político sino que dejó desnortados a todos aquellos que habían confiado en él para modernizar-democratizar el país.

A partir del 24 de septiembre a los rusos de buena voluntad ya no les fue posible autoengañarse, pues Medvédev apareció ante todos como la sombra de Putin que es. Los rusos vieron al “tandem” con otros ojos, como dos individuos dispuestos a decidir el futuro de la sociedad entre ellos por mucho tiempo sin consultar a nadie y desdeñando incluso las formas rituales de la democracia. “He estado callado durante años porque me sentía solo y tenía miedo, hasta que descubrí que había muchos como yo, que callaban y temían, y decidí que no tenía nada que perder. La farsa electoral ha sido la gota que ha colmado mi paciencia”, decía un ingeniero en paro.

“Tal vez lo máximo que consigamos sea unas elecciones presidenciales algo más limpias, aunque seguramente ganará Putin, no por sus méritos, sino porque no tenemos líderes”, señalaba una joven que ha colocado videos de falsificaciones electorales en Internet. “En nombre de la estabilidad hemos dejado que Putin permitiera a sus amigos robar a mansalva, pero ya basta, porque esta gente no asegura ninguna estabilidad sino que están degradando el país”, afirmaba un político liberal.

“En realidad, nosotros somos los culpables de lo que está pasando, porque fuimos nosotros quienes comenzamos a falsificar elecciones en 1996, cuando había que conseguir que Borís Yeltsin ganara al comunista Guenadi Ziugánov”, me decía un veterano del equipo yeltsinista, según el cual, “una de las grandes diferencias entre nuestra época y la de ahora es que entonces nos enfrentábamos a Gorbachov, que no estaba corrupto y que entendía en el fondo el proceso democrático. Ahora, nos enfrentamos a una élite corrupta y sin escrúpulos que no entregará el poder porque tiene miedo a lo que le pueda pasar si lo hace”. La disyuntiva que pintaba mi interlocutor era más bien preocupante: “Si el Kremlin no entrega el poder, el país puede entrar en una larga fase de convulsiones y desintegrarse. Si lo entrega, el poder puede acabar en la calle porque la oposición no está unida ni organizada”, señalaba.

 Efectivamente, en el mitin han convergido ideologías varias que durante los noventa se perfilaron incluso como irreconciliables. ¿Pueden los izquierdistas, nacionalistas, liberales y grupos de intereses y bloggeros que se manifestaron articular una plataforma común de reforma política con el objetivo de celebrar elecciones libres y transparentes sobre una nueva base electoral respetada por todos? ¿Sería esta plataforma capaz de articular un proceso de diálogo y transición con los actuales dirigentes rusos? Estas son cuestiones básicas para el futuro.

Los tres partidos que acompañarán a Rusia Unida en la nueva Duma han aceptado los resultados de las elecciones y en ese sentido, institucionalmente aceptan el juego del Kremlin y los porcentajes que les han sido atribuidos. Sin embargo, en el interior dos formaciones (Rusia Justa de carácter socialdemócrata y el Partido Comunista) hay militantes e incluso diputados que apoyan la anulación de las elecciones del 4 de diciembre y la celebración de nuevas elecciones, tal como decidió el mitin del 10 de diciembre.

El Kremlin juega hoy a ganar tiempo y no ha cedido un ápice. El viernes la Comisión Electoral Central selló y ratificó los resultados definitivos de las elecciones legislativas, y lo hizo-- de forma demostrativa-- en vísperas del mitin de la oposición, y sin agotar el plazo de quince días disponible para anunciar los resultados. Con ese gesto indicaba que no iba a tomarse muy en serio la revisión de las votaciones en los colegios más escandalosos (donde las actas del recuento en la noche electoral no coinciden con las actas fijadas definitivamente). Medvédev ya ha hecho saber que no está de acuerdo con las reivindicaciones del mitin y pocos se toman en serio su frase sobre la necesidad de investigar las irregularidades. Vladímir Chúrov, el jefe de la CEC, está desprestigiado en la opinión pública rusa, pero la CEC ha rechazado la petición de uno de sus miembros, (uno de los dos comunistas integrados en la institución), para discutir sobre el posible cese de Chúrov. Tampoco la televisión oficial se ha hecho eco del contenido de la manifestación.

Así que de momento las autoridades hacen como si no hubiera pasado nada y esperan a que las fiestas de Año Nuevo y la Navidad ortodoxa calmen los ánimos. El peso de la oposición dependerá de su capacidad para unirse y elaborar una estrategia atractiva para los ciudadanos indignados.

El proceso puede ser largo o puede ser corto. Nadie lo sabe, pero algo está cambiando en Rusia, incluidas las mismas modas. En ciertos ambientes de “glamour” ya no es de buen tono exaltar la figura de Putin como sucedía hace cuatro años y una de las canciones de moda hoy es "Nuestro manicomio vota por Putin". El diario “Moskovski Komsomóletz” ha informado sobre el cambio de bando de una parte de los jóvenes de provincias que fueron traídos a la capital en la noche electoral para manifestarse a favor del Kremlin y que, sintiéndose instrumentalizados, acabaron sumándose a los mitines en contra de las elecciones. fin

Existimos

Por: | 06 de diciembre de 2011

Dijo llamarse Anastasía y ser médico de profesión. Era joven y tenía un aspecto sereno. La encontré el domingo frente a la escuela donde estaban instalados los colegios electorales 2433 y 2434, cuando conducía a una observadora en dirección a un cartel de propaganda de Rusia Unida que no debería haber estado en los accesos al local.

“No estoy segura de que mi voto cambie nada, pero ya no soporto a esta gente. Quiero demostrar que los que votamos en contra de Rusia Unida también existimos”, dijo.

Efectivamente, existen los ciudadanos rusos que comienzan a demostrar su hartazgo ante un partido de tácticas arcaicas (no encuentro una definición global mejor) que pretende con métodos dignos del caciquismo español del siglo XIX llevar a Rusia al complejo mundo del siglo XXI.

Existen, vaya si existen, los rusos que ya no se dejan pisar. Lo ví en el colegio 2433, donde dos damas maduras, actuando como observadoras del partido comunista aunque sin ser filiadas, evitaban con ágiles reflejos que varios jóvenes fornidos depositaran unas papeletas a las que no tenían derecho por no estar empadronados. Una de las damas dijo ser presidente de una asociación de protección de los animales y experta en felinos. La otra, Liudmila, resultó una vecina con la que debatimos los problemas del céntrico barrio donde está la corresponsalía de EL PAIS. Liudmila me informó que los vecinos se han organizado y han formulado quejas al ayuntamiento por la desaparición de las tiendas de comestibles (los kioskos clausurados por orden del alcalde) y en prevención al cierre del mercado, el principal centro de abastecimiento del barrio, está sometido ahora a las presiones de la especulación inmobiliaria.

Existen los rusos que no se dejan pisar. El lunes por la noche, varios miles de personas salieron a la calle en Moscú para protestar por la falsificación electoral. Había gente madura, que recuerda las manifestaciones que sacaron a la calle a centenares de miles de personas en Moscú durante el apogeo de la “perestroika”, y jóvenes que nunca habían visto una concentración como la del lunes.

Varios miles de personas son muchos hoy y aquí en una sociedad supuestamente atontada por los esterilizados canales de televisión estatales. Su protesta fue multiplicada por medios de comunicación como El Eco de Moscú que emitió las intervenciones de los oradores y los videos del mitin.

Artiom Troitski, prestigioso crítico musical, afirmaba que las elecciones del domingo fueron un ensayo para las presidenciales del próximo marzo, en las que Vladímir Putin espera ser consagrado como presidente para los próximos seis años. Ahora se elegía la “shestiorka” y en marzo se elije el “paján”, dijo Troitski, empleando dos palabras del argot carcelario que significan algo así como “lacayos” y “jefe”.

“No supimos aprovechar la libertad de los noventa, pero ahora nos hemos transformado en una verdadera sociedad civil”, exclamó el escritor Dmitri Vykov, que exhortó a los manifestantes a estar en guardia para la prueba de marzo. “El partido de los bandidos y ladrones no tiene derecho a decir que son la autoridad”, exclamó Alexéi Navalni, el abogado y bloggero, que fue uno de los trescientos detenidos por la policía. “Deben temernos y deben entender que les odiamos”, continuó. “No olvidamos. No perdonamos”, coreo la manifestación. “Existimos. Tenemos nuestros votos”, gritaron.

Todo indica que Vladímir Putin va a tener algunos baches suplementarios en la ruta de retorno a la presidencia. No está claro cómo reaccionará el tandem dirigente ante los problemas que se les vienen encima si toda la oposición que se expresa en Internet sale a la calle. En la noche electoral, el presidente actual Dmitri Medvédev manifestaba su satisfacción por la victoria de RU y afirmaba que ésta contribuía a la democracia. A su lado, Putin mostraba una expresión preocupada y alerta que contrastaba con el optimismo y ligereza de Medvédev.

 ¿Y ahora, ¿qué van a hacer esos dos personajes que han creído poder decidir ya entre ellos el destino de Rusia para los próximos doce años ? ¿Liberalizar? ¿Incrementar la represión? Existe una sociedad civil que no les va a dar tregua en la red y en la vida. fin

El País

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