Se amplian las distancias entre Vladímir Putin y los sectores sociales que rechazan al máximo representante y artífice del régimen. El Kremlin y los espacios públicos donde se expresan los insatisfechos no son mundos paralelos, sino mundos divergentes. Por los canales de comunicación que aún existen aún entre ellos no cruzan mensajeros para dialogar, sino fuerzas antidisturbios para detener y reprimir (en dirección a la calle) y señales y gestos creativos y humorísticos (en dirección al Kremlin).
La última alusión artística hacia el Kremlin ha sido el estreno el pasado viernes en el teatro Marinsky de San Petersburgo de una nueva versión de la ópera “Boris Godunov”, de Modest Mussorgski, en una puesta en escena del director británico Grahan Vick. Mantenido en secreto hasta el último momento por sus connotaciones actuales, el espectáculo ha causado sensación entre sus primeros espectadores. Los comentaristas se preguntan cuál será la reacción del Kremlin y de la susceptible Iglesia Ortodoxa Rusa y se hacen cábalas sobre el atrevimiento del director del Marinsky, el maestro Valeri Guérguiev, que ha sido persona de confianza de Putin.
En la opera, que inaugura el festival “Estrellas de las Noches Blancas”, el personaje de Godunov (regente de hecho de Rusia desde 1585 a 1598 y zar, hasta su muerte en 1605) se coloca los símbolos del poder, gorro y manto adornados con pedrería y ricas pieles, sobre un traje italiano de exquisito corte. El escenario representa la Duma Estatal (cámara baja del parlamento actual) y en él pueden verse el escudo soviético primero y el ruso después. Frente a los espectadores aparecen agentes antidisturbios uniformados que obligan a los súbditos mostrar su lealtad al zar. Los súbitos piden “pan” y también “cambio”. El recurso a símbolos religiosos como iconos en combinación con elementos frívolos, como un club de alterne, y otros detalles auguran escándalo.
Desde el 6 de mayo, vísperas de la tercera toma de posesión de Putin como presidente, la oposición ha mantenido la protesta en Moscú. A la manifestación de la plaza de Bolótnaia, que sorprendió a los organizadores por su magnitud, siguieron paseos por los bulevares y una sentada de una semana que acabó siendo disuelta por la policía junto a la estatua del poeta kazajo Abái Kunanbáyev. Después, pequeños grupos han seguido llevando el testigo ora frente a un edificio estalinista ora frente a la estatua de un bardo en el barrio del Arbat.
La protesta tiene como símbolo el color blanco y su “leit-motiv” es “reconocer” el terreno, lo que para los escritores quiere decir averiguar si pueden salir a la calle con sus libros, para los pintores, con sus lienzos, y para el ciudadano en general, si pueden pasearse por la plaza Roja vestidos de blanco como proyectan hacer esta tarde. El objetivo de la oposición es que las protestas, grandes o pequeñas, continúen de forma ininterrumpida hasta el 12 de junio, el “día de Rusia”, fecha en la que se celebra la declaración de soberanía, aprobada en 1990, cuando este Estado era todavía una de las 15 repúblicas de la URSS. El blanco se ha convertido en un color tan temible que esta semana Serguéi Cherniajovski, doctor en politología invitado a un debate organizado por Rusia Unida (RU, el partido del Gobierno), propuso considerar las cintas blancas como símbolo de “golpe de Estado” equivalente a la “svastika” nazi.
El Kremlin quiere incrementar su capacidad de disuasión en la calle antes del 12. Por eso la Duma está tramitando de forma precipitada una ley que prevé multas de hasta 1,5 millones de rublos para las infracciones en mítines y manifestaciones. La alta cuantía de las multas previstas incita al enfrentamiento con la policía, ya que el desacato a la autoridad se castiga con arrestos administrativos más fáciles de llevar que las penalizaciones pecuniarias, afirma la oposición. Los representantes oficiales hablan de “provocaciones” en el mitin del 6 de mayo, pero ningún “provocador” ha sido juzgado, y en cambio los funcionarios antidisturbios heridos en aquellos enfrentamientos han recibido apartamentos gratuitos, lo que puede ser motivo suplementario para que los antidisturbios no escatimen palos al enfrentarse a los manifestantes. La oposición también ve elementos provocativos en el nombramiento por parte de Putin de Igor Jolmanskij, un ingeniero de una fábrica de tanques de los Urales, como representante presidencial en aquella región industrial. Jolmanskij se ofreció a acudir a Moscú en compañía de sus obreros para acabar con las protestas callejeras, en caso de que la policía no se bastara por si sola. El régimen presenta a Jolmanskij como el símbolo de los trabajadores con los pies en el suelo que apoyan a Putin frente a los jóvenes con ipad y tabletas que se oponen a él.
Del Kremlin no surgen signos de reforma, pero sí mensajes propagandísticos. El sábado, en un congreso de Rusia Unida, el jefe del Gobierno, Dmitri Medvédev, fue confirmado como líder de este partido, tras ingresar en él unos días antes. Medvédev, que se convirtió así formalmente en el primer jefe de Gabinete que al mismo tiempo preside un partido, abogó por estimular el debate público y la democracia interna.
El Kremlin ha presentado la remodelación del gabinete como una renovación, pero los nombramientos son más bien una redistribución de puestos en los órganos de Poder,-- administración presidencial y gobierno--. Así por ejemplo, el ministro del Interior, Rashid Nurgáliev, emergió como vicesecretario en el Consejo de Seguridad y varios viceministros se han transformado en ministros, con un par de excepciones, entre ellas un responsable para Siberia Oriental y Extremo Oriente, región que por su potencial de desintegración preocupa a las autoridades tanto como el Cáucaso. El llamado “zar de la energía”, Igor Sechin, el vicepresidente del Gobierno con Putin, dejó el gabinete para ponerse al frente de Rosneft, la petrolera controlada por el Estado y convertida en un peso pesado del sector gracias a los activos que en el pasado pertenecieron a Yukos.
Más allá de unos lemas generales, entre ellos la lucha contra la corrupción y las elecciones limpias, la protesta callejera no tiene un programa político estructurado. Los líderes de las protestas, como Alexéi Navalni, Serguéi Udaltsov, e Iliá Yashin, van de multa en multa y de arresto en arresto. La novedad respecto a los anteriores mandatos de Putin es que una parte de la sociedad rusa ha perdido el miedo, y para ella, el Kremlin ha dejado de ser objeto de temor y se ha convertido en blanco de críticas y también de bromas y mofas.
Vick ha dicho que su versión de Boris Gudonov busca un idioma teatral que tenga sentido en la actualidad, “un diálogo que muestre que somos al mismo tiempo iguales y diferentes a aquellos tiempos distantes”.¿Qué va a pasar ahora con el Marinsky? ¿Acaso, Guérguiev, que dirige la orquesta en la ópera, ha pasado a engrosar las filas de otros intelectuales cansados de un régimen anacrónico instalado en el siglo XXI?
fin