Esperemos que el nombramiento en el último consejo de ministros de un nuevo embajador de España en Rusia ponga fin a un año de provisionalidad en la diplomacia española en este país y de parálisis institucional en otros cuatro Estados del entorno postsoviético (Bielorrusia, Armenia, Uzbekistán y Turkmenistán) asignados a la embajada de España en Moscú. Durante un año la gestión diplomática de los intereses españoles en estos cinco países ha sido rehén de intereses personales y del relevo de partidos al frente del Estado. En julio de 2011, en el ecuador del Año Dual entre Rusia y España, el embajador de nuestro país en Moscú, Juan Antonio March, fue relevado por Luís Felipe Fernández de la Peña, mientras el embajador especialmente nombrado para el Año, Juan José Herrera de la Muela, abandonaba su puesto para sorpresa de sus interlocutores rusos.
Fernández de la Peña llegó a Rusia en agosto de 2011. Sin embargo, al asumir el poder, el Partido Popular revisó los últimos nombramientos del PSOE y el pasado febrero pidió el plácet para José Ignacio Carbajal como nuevo embajador en Moscú. De este modo, el embajador Fernández de la Peña quedó en una situación de interinato ante las autoridades rusas y no llegó a presentar credenciales-- y ni siquiera copias de estilo-- en los otros Estados donde también debería haber sido embajador. Para no regresar a Madrid, Fernández de la Peña se postuló para un alto puesto en la diplomacia comunitaria en Bruselas, la dirección general para Europa del Este y Asia Central. Para apuntalar esta candidatura, el ministro de Exteriores José Manuel García-Margallo demoró incluso el relevo de Fernández de la Peña, pese a que desde febrero estaba designado su sustituto. “No es lo mismo presentar como candidato a tu embajador en Moscú que a un diplomático que hace pasillos en Madrid”, alegan fuentes diplomáticas.
Sea cual fuera la secuencia de la candidatura, el hecho es que durante un año España ha mantenido una representación permanente precaria en Rusia y prácticamente ninguna representación diplomática en países que no deberían ser descuidados, ya sea por su potencialidad como emergentes o por ser zonas delicadas de la diplomacia conjunta europea, en las que deberíamos tener nuestro propio criterio. En Uzbekistán, el único representante permanente de España es un cónsul honorario, nombramiento que recayó en el delegado de la firma de explosivos para minería Maxam, que cuenta con 11.000 empleados y factura 180 millones de euros al año. Es obvio que ante un régimen tan tenebroso como el de Islam Karímov los representantes empresariales españoles en aquel fascinante país no están en disposición para defender simultáneamente sus negocios y al mismo tiempo otros intereses del Estado, entre ellos la acreditación de corresponsales.
En Uzbekistán está INITEC, que construye una central eléctrica de ciclo combinado por más de 300 millones de Euros, y Técnicas Reunidas, que construye una planta de producción y procesamiento de gas por valor de 800 millones de dólares. Además, la empresa Talgo ha firmado un contrato con los ferrocarriles locales para el mantenimiento de los dos trenes T-250 comprados en 2009 y está negociando la venta de dos nuevos trenes del mismo modelo además de crear un taller de mantenimiento. A la vista de la crisis y de las oportunidades que existen en Asia Central, cabría esperar nuevos planteamientos diplomáticos en Madrid, que permitieran representaciones ágiles, flexibles y con costes más económicos de lo que suele ser tradicional.
En Turkmenistán, país muy rico en gas, la ausencia española frena la posibilidad de abrir mercados que podrían ser rentables, sobre todo para la industria de la construcción, como pone de manifiesto el ejemplo de Francia. La falta de presencia española nos deja fuera de la estrategia europea en países como Armenia (enfrentada con el Estado petrolero de Azerbaiyán por la región del Alto Karabaj) y Bielorrusia, con su autoritario líder Alexandr Lukashenko, enquistado en el corazón del continente.
Por si fuera poco, la práctica desaparición de los lectores de español en el entorno postsoviético ha privado a nuestro país de importantes antenas y observatorios, además de vías de penetración y de creación de lobbies en los que apoyar las futuras actividades económicas, culturales y políticas. Eliminar los lectores españoles en un país emergente y rico como Kazajistán es algo, a mi juicio, imperdonable. Una administración más sensible a los verdaderos intereses del Estado hubiera evaluado los lectorados caso por caso y hubiera debido arbitrar fórmulas individuales para salvarlos, aliándose con empresarios, instituciones y universidades concretas para mantenerlos.
La crisis obliga a ser imaginativos y a estar mejor preparados. No sería demasiado pedir que en este entorno emergente plagado de incógnitas y también de oportunidades se ejerciera una política más racional, enfocada como servicio público y apertura de nuevos horizontes.Existen posibilidades que se ignoran por inercias, rutinas, enfoques estereotipados y mentalidad burocrática. A los diplomáticos destinados a estas regiones hay que exigirles también que, por lo menos, dominen --o se esfuercen realmente por dominar-- el idioma ruso, que sigue siendo la lengua franca en el área postsoviética.fin
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