Pilar Bonet

Sobre el autor

, corresponsal en Rusia y países postsoviéticos desde 2001 y testigo de la "perestroika" durante su primera estancia como corresponsal en Moscú (1984-1997). Fue corresponsal en Alemania (1997-2001). Trabajó para la agencia Efe en Viena (1980-82).

Eskup

Yanukóvich, Rusia y fantasías

Por: | 25 de febrero de 2014

Lo que escribo a continuación son solo fantasías que, por una vez, quisiera compartir con ustedes. Los activistas militarizados que han estado luchando en el “Maidán” (en Kiev y en otras regiones de Ucrania) buscan con ahínco a Víctor Yanukóvich. No me queda ninguna duda y es más, mis fuentes confirman que el “Sector de Derechas” ya ha estado en un monasterio ortodoxo que a mi juicio podría haber sido un buen escondrijo para él. Conociendo la voluntad y disciplina de esos activistas, cabe suponer que han estado también en otros y que revuelven bajo las piedras en su busca.

Está claro que la vida de Yanukóvich peligra y está claro también que una buena parte de sus compatriotas, (desde luego de una forma poco cristiana pese a esos sacerdotes del Maidán), se alegraría, si el ex presidente desapareciera.

¿Imagínese que usted fuera Yanukóvich y estuviera en Crimea? Es más, que estuviera en Sebastópol o en Balaklava, la antigua base de submarinos soviéticos, que ahora es un museo, pero que está a 10 kilómetros de Sebastópol, la base principal de la Flota Rusa del Mar Negro y la ciudad más rusa de toda Ucrania.

La flota rusa del Mar Negro debería haberse marchado de Crimea en 2010, pero Yanukóvich prolongó el acuerdo para su estacionamiento hasta 2042 con la opción a quedarse hasta 2047. Aquel gesto, pocos meses después de llegar a la presidencia, tuvo como contrapartida concesiones en los precios del gas que, sin embargo, no lograron arreglar el desaguisado organizado por Yulia Timoshenko en 2009, cuando firmó gravosos contratos porque esperaba granjearse el apoyo de Vladímir Putin para las elecciones presidenciales que al final acabó perdiendo ante Yanukóvich en enero de 2010.
Asi pues, ¿no sería razonable pensar que Yanukóvich hubiera intentado refugiarse en un buque de guerra o en alguna de las instalaciones rusas en Crimea? Y si así fuera, ¿acaso eso no produciría una situación extremadamente delicada y poco deseable para el presidente Vladímir Putin, que se vería obligado a optar entre entregar a su antiguo amigo a las nuevas autoridades de facto de Ucrania o ponerlo a salvo (ahora que su valor de cambio en este mundo de la política pragmática es negativo) y afrontar las consecuencias, a saber, constituirse en cómplice real de la chapuza que el oriundo de Donetsk ha dejado en su país.

Me atrevo a decir que desde luego ese no es un escenario que Vladímir Putin quisiera. El Yanukóvich que él necesitaba era un dirigente complaciente y estable y al mando de la situación. Lo que no necesita de ninguna manera es que el perdedor le involucre en su derrota de una forma tan patética.

Suponiendo que Yanukóvich se hubiera refugiado en un barco ruso, ¿Acaso los activistas radicales del Maidán no iban a atreverse a asaltar una nave rusa de la misma manera que han asaltado los edificios gubernamentales en Kiev y otras ciudades, e incluso con más saña, porque se sentirían “patriotas” y tendrían motivo para opinar que Rusia respaldaba a su dictador y lo protegía en su hora de la verdad.
Y de ahí se podría pensar que, a tenor de tal protección, los nuevos dirigentes de Ucrania habrían encontrado una buena razón para intentar librarse de la Flota rusa del mar Negro. Y además, todo este conflicto podría tener algunas ventajas (digamos que pírricas) para los nuevos dirigentes ucranianos. Refiriéndose a los problemas que supone desarmar al Sector de Derechas, uno de los grupos más aguerridos del Maidán (que según sus dirigentes cuenta con varios miles de personas), un alto mando subordinado a la nueva dirección ucraniana, suspiró y me dijo: "como son muy buenos luchadores, tal vez podrían dirigir sus energías contra Rusia y así nos libraríamos de ellos". ¿Bromas? ¿Ingenua esperanza de solucionar un problema menor creando un problema mayor? Ciencia ficción, claro.

Sochi, la fiesta en Paz

Por: | 05 de febrero de 2014

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Sochi el pasado noviembre/Foto Pilar Bonet

Desearía estar en Sochi, pero mi realidad hoy es Ucrania. Estas líneas dedicadas a la ciudad que acogerá las Olimpiadas de Invierno a partir del viernes están escritas desde la imposibilidad de ser ubicua y la necesidad de establecer prioridades en los temas en función de sus probabilidades de tener un impacto negativo.
Ucrania me ha engullido y me ha impedido formular las preguntas que yo había querido hacer a los responsables de estas Olimpiada. Tiempo habrá, espero, después de las competiciones para que se defiendan, si quieren, de la andanada de acusaciones que se les ha venido encima a causa de Sochi.
Como un potente imán, la Olimpiada ha concentrado las críticas a todos los aspectos de la política del presidente Vladímir Putin, desde la legislación para prohibir la propaganda de la homosexualidad entre los menores, a las limitaciones para las manifestaciones públicas pasando por los problemas de la lucha contra el terrorismo en el norte del Cáucaso, a los desmanes ecológicos y los onerosos sobrecostes. A lo largo de varios años a mi buzón electrónico han ido llegando denuncias múltiples en relación a Sochi, algunas esporádicas y otras sistemáticamente recogidas por “servicios informativos” que no han podido o no han querido encontrar ni solo episodio positivo en relación a los juegos de Sochi.


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Sochi el pasado noviembre/Foto Pilar Bonet


¿Me pregunto si Vladímir Putin no se habrá arrepentido alguna vez de haber propuesto la candidatura de la ciudad donde reside buena parte del año? Veo muchos motivos para criticar la política rusa, pero ¿acaso ese municipio encajonado entre las montañas del Cáucaso y el mar Negro tiene la culpa de todo? Personalmente, no soy una entusiasta de esa ciudad, en gran parte, lo confieso, porque algunos de sus males me recuerdan (a menudo en versión más benigna) a los que ha sufrido y sufre mi costa natal del Mediterráneo.
Honestamente, a mí, que suelo protestar por muchas cosas, me parece inmerecida tanta “demonización” de Sochi como quintaesencia de todos los males de Rusia. Estuve en Sochi por última vez en noviembre y puedo recomendar algunas cosas. Si quieren comprender cómo evolucionó la costa del mar Negro, dése una vuelta por el Museo de Historia de la Ciudad Balneario (calle Vorovskovo 54/11) y mire los mapas, las fotos y los objetos que ilustran la conquista rusa del siglo XIX y la aparición de los primeros turistas a principios del siglo XX y luego, en los años treinta, el desarrollo del sistema de balnearios de la Unión Soviética, donde descansaban Stalin y Jruschov, y los revolucionarios internacionales se recuperaban para su causa mantenidos a pan y cuchillo. En ese museo mismo, no se pierdan la exposición del antiguo oro del Kubán (de los fondos de la ciudad de Krasnodar), abierta hasta octubre, que presenta una bellísima colección de joyas, ornamentos y piezas de filigrana procedentes de las excavaciones en el litoral del mar Negro y pertenecientes a los pueblos que residieron ahí desde el siglo 3 antes de Cristo hasta la desaparición del reino de los escitas de Crimea, a mediados del siglo II de nuestra era ">(http://www.zolotosochi.com/v-sochi/muzei/muzej-istorii-goroda-kurorta-soch). También pueden pasear por alguno de los estupendos parques de la ciudad, o asistir a algún concierto del programa cultural que desde el otoño alegra la vida de la intelectualidad local.


Dado que ese tren “golondrina” que va de Adler a las montañas ha costado tan caro, disfrútenlo por lo menos, y asciendan desde la costa hasta las cimas contemplando cómo el río Mzymta corre veloz a sus pies. Desde Krásnaya Poliana, admiren el formidable paisaje del Cáucaso, ese horizonte de 360 grados de montañas nevadas que corta la respiración. En la playa de Adler, hay una sucesión abigarrada de pequeños restaurantes y chiringuitos (condenados a desaparecer con el tiempo) donde pueden encontrarse con abjazos, armenios, georgianos, griegos, todas esas gentes del Cáucaso que dieron color a la ciudad y que tienen fascinantes sagas familiares que contar. Sepa también que la huella de los pobladores autóctonos del Cáucaso se conserva aún en la toponimia de estos lugares.

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El viejo Sochi/Foto Pilar Bonet

Para este texto, le pedí a Natalia, amante de los deportes de invierno, que me dijera lo que Sochi significa para ella. Creo no traicionarla si cito aquí lo que escribió esta rusa aficionada desde la infancia al patinaje artístico, al esquí y al hockey sobre hielo: “Las Olimpiadas, ante todo, son una gran fiesta que espero con mucha ilusión. Desde niña junto a mi padre veía todos los partidos de hockey y toda la familia seguía las competiciones del patinaje y esquí. En la escuela nos permitían no asistir a clase para ver las principales competiciones de las Olimpiadas”.
Natalia dice tener “muchísimo respeto al trabajo que hacen los deportistas. Especialmente a los que siguen trabajando duro a pesar de que ganan más lesiones y problemas de salud que dinero o reconocimiento”. “Las Olimpiadas”, dice, “son el pico de su carera deportiva, donde pueden mostrar todo lo aprendido y acumulado a lo largo de los cuatro últimos años, y en ocasiones lo aprendido durante toda la vida “.
Natalia, a quien le encanta “seguir estos momentos de máxima concentración de un ser humano”, no estuvo “entre los que gritaban de alegría en el año 2007 cuando Sochi ganó el derecho de celebrar los Juegos Olímpicos”. “Sabía que todo esto se convertía en un robo legalizado, que habría mucha gente que una vez desalojada de sus casas nunca recuperaría su forma de vida habitual”. “Hemos pasado seis años contando cuanto nos costaron los Juegos, cuánto robaron y preguntándonos qué vamos a hacer después con tantos palacios y hoteles. Son preguntas justas y correctas. Y necesitamos respuestas. Pero si los griegos eran capaces de parar las guerras durante las Olimpiadas, tal vez también nosotros podríamos hacer un alto en los comentarios críticos”, afirma.
Ojalá que la Olimpiada pueda servir para que los políticos internacionales invitados adquieran perspectivas más amplias que les ayuden a resolver sus problemas, esos problemas por los que yo no puedo estar en Sochi. Así que tengamos la fiesta en paz.
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Rebajas, libros y noticias del frente

Por: | 02 de febrero de 2014

Sábado en Kiev. El centro sigue fortificado, pero la ciudad adquiere un ritmo de fin de semana casi normal. En el pasaje comercial subterráneo frente al mercado de la Besarabia bostezan o dormitan los dependientes de las tiendas que anuncian saldos por liquidación final. La actividad económica parece estar tan congelada como el invierno. El local más emblemático de Zara en Ucrania queda justo tras las barricadas que se alzan en la avenida Kreschátik, frente al cruce con la calle de Bogdán Jmelnitski. Sus escaparates están tapados por un papel de embalaje sobre el que puede leerse:“Rebajas”.

Al entrar en la fortificación del “Euromaidán”, un uniformado monta guardia frente a una urna destinada a los donativos y precintada por el “comité revolucionario”. A pocos pasos, entre rejas hay un muñeco de cartón-piedra” en traje de presidario que representa a Yanukóvich. Junto a él, a disposición del público, la tarima de un tribunal y un retal de fieltro que cualquiera puede ponerse como toga para fotografiarse como juez.

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Entro en una librería en busca de literatura ucraniana y en mi conversación con la dependienta, tercia Yuri (le llamaremos así) un empresario de la construcción. En vez de la obra de Oksana Zabushko que estoy hojeando, Yuri me aconseja “El siglo de Jakob” de Vladimir Lys y “El Cuervo” de Vasil Shklyar, pero acabo comprándome “El Tango de la Muerte” de Yuri Vinnichuk, una galardonada novela histórica-policiaca sobre el telón de fondo de Lvov, y una colección de relatos de Andréi Kurkov . Inevitablemente, comenzamos a hablar de política. “Esto va a acabar como Argentina”, dice refiriéndose a los secuestros de activistas. “Y estamos solo el principio”, dice.
En un café vecino conversamos durante varias horas. Como muchos otros empresarios ucranianos, Yuri ayuda materialmente a los manifestantes del “Maidán”, porque dice estar harto de la corrupción imperante. “Me bastaría con que hubiera un poder judicial independiente”, afirma. Cuando le pregunto cómo le afecta a él la corrupción, dibuja un esquema: “F”, por firma; “”Ad” por administración y “K”, por compañía mediadora. “Ad” paga a “F” por transferencia bancaria el importe oficial de un servicio, pero “F” debe enviar ese mismo dinero a “K” que se lo retorna en metálico tras quedarse con una comisión del 10%. Y cuando este esquema se ha completado, un representante de la fiscalía aparece en “F” y le presenta la alternativa: o bien vender una participación del 50% de la empresa a “unos amigos que ya les presentarán” o bien “ir a los tribunales” por defraudar al fisco (por la relación con K).
“No en vano Mikola Azárov (el dimitido primer ministro) fue jefe del Servicio de Impuestos durante tantos años”, señala Yuri, según el cual Austria debería haber vetado a Azárov, que esta semana, después de dimitir, se trasladó en avión privado a aquel país donde su hijo tiene negocios. “Occidente es muy hipócrita porque acoge a los políticos que nos roban y protege sus cuentas”, afirma Yuri.

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El precio del metro cuadrado en Kiev sobrepasó los cinco mil dólares antes de la crisis, pero ahora el sector de la construcción está parado a la espera de lo que suceda, afirma el empresario. Yuri confirma la existencia de los “vigilantes”, personajes que como su nombre indica vigilan la actividad de la administración y advierten “a quien corresponde” de los negocios que podrían ser de su interés. “Lo mejor es no llamar la atención, no emprender negocios importantes, porque cualquier obra de envergadura despierta la atención de los “vigilantes” ¿Acaso no existía eso en tiempos del presidente Víctor Yúshenko y la primera ministra Yulia Timoshenko? “No de esta forma sistemática, afirma, porque estaban demasiado ocupados luchando entre ellos”.


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Opina Yuri que Yanukóvich tiene miedo a utilizar el Ejército contra los revolucionarios. “¿Se imagina? En el occidente del país o bien los soldados se pasarían al pueblo o bien el pueblo los desarmaría y pasaría a luchar contra el Ejército. Sería la guerra civil garantizada”, señala.
Nos internamos en el terreno resbaladizo de la identidad y de las relaciones de Ucrania con Rusia: Para él, ser ucraniano no es una cuestión de pasaporte, sino “una manera de ser y de ver el mundo”. La lengua materna de Yuri es el ruso, y el ucranio lo aprendió de mayor. No le importaría que el ruso fuera cooficial, aunque cree que eso sería difícil de aceptar en las regiones del oeste del país.
Piensa Yuri que la pasividad de las regiones orientales y rusoparlantes de Ucrania se debe a los horrores del Golodomor, la hambruna artificial provocada por Stalin en los años treinta, que no afectó a las regiones occidentales que fueron parte del imperio austrohúngaro hasta 1918 y de Polonia, hasta 1939.
“Ucrania y Belorrusia son la reserva eslava de Rusia, que se está convirtiendo en un país musulmán”, dice. Yuri tiene su versión-- asegura haberla oído a gente con cargos-- sobre las conversaciones secretas mantenidas por los presidentes Vladimir Putin y Víctor Yanukóvich el pasado otoño. No hubo amenazas, explica, sino confidencias sobre una traición. Putin, dice, le habría dejado escuchar a Yanukóvich un fragmento obtenido por el espionaje ruso de una supuesta conversación de la canciller alemana Angela Merkel y el presidente francés François Hollande en la que ambos conspiraban contra el líder ucraniano: “Ahora hay que conseguir que Yanukóvich firme el tratado de Asociación con la EU y, en 2015 apoyamos a Vitali Klichkó y le echamos de la presidencia”. ¿Cómo sabe que esto es cierto? “Por el aplomo y la determinación que Yanukóvich mostró en Vilnius al rechazar de forma definitiva el acuerdo, dejando que sus interlocutores creyeran hasta el final que lo firmaría. Putin le metió el virus de la sospecha en el cuerpo y él se vengó”. ¿Putin utilizando las pruebas obtenidas mediante el espionaje, (su profesión del pasado) para indisponer a Yanukóvich contra los europeos? ¿Yanukovich como Otelo? ¿el acuerdo de Asociación con la EU como Desdémona? Y Edward Snowden, ¿podría tener un papel en esta trama? Como interpretación no está mal. Otra cosa es que sea verdad.

El País

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