Fotos:P.Bonet
El nuevo alcalde de Kiev, el campeón de boxeo Vitali Klichkó, ha dicho que ha llegado la hora de desmantelar el “Maidán”, el campamento desplegado desde hace más de seis meses en el centro de la ciudad, en la plaza de la Independencia y la avenida Kreshchatyk. Símbolo de la revolución que derrocó al régimen del presidente Víctor Yanukóvich, el “Maidán” ha pasado por muchas fases desde que se plantaron las primeras tiendas en noviembre.
Como una ciudad dentro de la ciudad, el “Maidán” fue un organismo funcional con su intendencia, defensa, viviendas, instituciones, hospitales, centros de comunicaciones, comedores, almacenes y hasta huertos. Pero ahora que Kiev tiene un alcalde electo dispuesto a hacerse cargo del sillón vacío durante dos años y ahora que Ucrania tiene un presidente, el Maidán parece convertirse en un anacronismo.
Sea cual sea la voluntad de Klichkó, los habitantes del Maidán, mejor dicho lo que queda del Maidán, no se quieren ir a ninguna parte, según revelan las encuestas de tienda en tienda. “Estoy en contra porque no se ha cumplido ninguna de nuestras exigencias. No elegimos ni jueces, ni policías, ni funcionarios, las funciones de administración no están entregadas a los consejos locales. ¿Por qué vamos a marcharnos?”, dice Alexandr, miembro de una de las “centurias” alojadas en Kreshchatyk. Y prosigue: “Los viejos esquemas de corrupción no se han destruido, sino que sobre ellos se han aposentado nuevos traseros, a los que hay que echar”. Andréi, por su parte, quiere un nuevo recuento de los votos emitidos para elegir el consistorio municipal de Kiev. “El Comité Popular Revolucionario de Ucrania se reunió para crear una comisión de representantes del Maidán y verificar las votaciones en los colegios donde se supone que hubo fraude. Si no lo hubo, nos disculparemos, pero vamos a exigir que se cumplan las reivindicaciones. No encontrará ni una sola persona que haya venido al Maidán para que (Petro) Poroshenko sea presidente y (Arseni) Yatseniuk, primer ministro. Queremos un cambio de sistema político. Los partidos ya no hablan de cambiar este sistema que es ideal para el poder, pero no para el pueblo”, dijo Andréi.
“A este alcalde no lo hemos elegido y no nos marcharemos”, afirma a su vez Alexéi, que olía a vino y llevaba un fusil en la mano, sin que pudiera distinguir si verdadero o falso. Otro con una coleta en la cabeza respondió a mi pregunta con una obscenidad en ucraniano. “El Maidán no se disolverá porque no se ha cumplido ninguna de sus exigencias de depurar totalmente al funcionariado, prohibir el partido comunista y el partido de las Regiones”, dijo un hombre que quiso identificarse como “el Vietnamita” y que aseguró ser miembro del Sector de Derechas. Unas chicas que tomaban un refresco en una de las terrazas se manifestaron en cambio por la disolución del campamento. “Ya se acabaron las acciones políticas en Ucrania y no tiene sentido mantener aquí a esos vagabundos”, afirmaba Ania. “Se podría dejar una parte como zona peatonal, pero sin toda esa gente desagradable que se mete contigo y que tiene colapsado el centro de la ciudad”, señalaba. “Nos han traicionado”, dice un activista, ensañando una foto aparentemente del invierno en el que se le ve una oreja sangrante y un impacto en la cara.
En el Maidán hay tozudos convencidos de que la movilización permanente es la mejor forma de mantener en jaque a las autoridades y hay también marginales y de pillos. El centro de este territorio forma una especie de triángulo cuyos vértices son la mole renegrida que fue la sede de los sindicatos, el cono que debería haber sido el árbol de Navidad 2013 y el escenario desde donde los políticos se dirigían a los manifestantes. En este espacio central se alza todavía un enorme cartel con la imagen del ultranacionalista Stepan Bandera, que unos ucranianos consideran su héroe y otros rechazan por su colaboración con los nazis. Nuevos carteles recuerdan la violencia en el Este de Ucrania. La calle Instytutska, que actúa como nexo de unión entre el Maidán y el barrio del Gobierno, es quizá la zona más dramática, porque aquí se repiten las imágenes de los miembros de la llamada “centuria celestial”, las personas que perecieron en los enfrentamientos de enero y, sobre todo, de febrero. Velas, estampas, iconos y flores rodean las fotos de los muertos. Entre las tiendas de campaña, a modo de exposición, máscaras de gas, guantes desparejados, bufandas, cuadernos o libros. Son los restos de la revolución.
Las barricadas cubiertas de neumáticos, algo aligeradas para dejar pasar a los vehículos, siguen ahí. Turistas extranjeros, silenciosos y serios, se pasean por el paisaje escuchando las explicaciones de sus guías. En una de las tiendas se vende café y té, en otra, dormitan chicos de uniforme. No va a ser fácil convencer a toda esta gente de que empaquete las tiendas y se vaya a casa. No va a ser fácil tampoco instalarse en el espacio desalojado. En el ayuntamiento, que fue ocupado en diciembre por el Sector de Derechas y el partido Libertad, la sala de sesiones está hecha una ruina y no funciona el sistema de votación. El local exige una renovación total y Ucrania está sin blanca.
Pero los ucranianos individualmente considerados son unos maestros en hacer dinero. Me llama la atención la gran cantidad de huchas que jalonan el paisaje: huchas para erigir un monumento a las víctimas, huchas para los que velan por la memoria de las víctimas, huchas para mantener las exposiciones, para ayudar al artista, para difundir la anarquía, para “los héroes de Ucrania heridos”, para mantener el escenario del “Maidán”. Estas huchas transparentes son en realidad cajas de plástico herméticas, de las que se usan para guardar la ropa de invierno. Cualquiera puede comprarse una y pegar un letrero con la causa que más le guste y esperar a que pasen las almas caritativas. En el Maidán hay que distinguir entre los donativos, con independencia de donde vayan a parar, y las transacciones puramente comerciales. Un “souvenir” novedoso es el “pan de oro” de Yanukóvich, a saber el lingote de oro "amasado" encontrado en su villa en las afueras de Kiev. Por 20 grivnias (algo más de un euro) los astutos comerciantes venden un imán en forma de pan precioso para pegar en la nevera de la cocina.
Esa hogaza diminuta y dorada es desde luego mucho más apropiada para una nevera que el imán en forma de taza de wáter, también dorada, en este caso la réplica a escala de las instalaciones de fontanería de la villa del ex presidente del Estado.
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