Patricio Fernández

Esta historia no avanza

Por: | 19 de octubre de 2011

      

    “Este momento es nuestro y tomamos una decisión: educación pública gratuita y de calidad”, reza un cartel inmenso que cuelga de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Chile. Justo bajo ese lienzo gigante fue instalado este miércoles 19 de octubre el escenario en que desembocaron las dos columnas de marchantes provenientes de distintos puntos de la ciudad. Ahí se desarrolló la principal actividad del Paro de los días 18 y 19, convocado por la CONFECH – Confederación de Estudiantes de Chile-, el Colegio de Profesores y la Central Unitaria de Trabajadores (CUT). El paro propiamente tal en realidad no existió. Ambos días nadie se cuestionó siquiera si acudir a su trabajo o no, salvo los estudiantes que ya llevan más de cinco meses sin ir a clases y los maestros que sin alumnos poco sacan con asistir. El martes hubo polos de enfrentamiento, pero nada, a excepción de la quema de un bus que acaparó todas las cámaras, apabullantemente violento. El ministro del Interior, sin embargo, advirtió que la situación estaba ameritando la aplicación de la Ley de Seguridad Interior del Estado, una de esas leyes de excepción que con su sólo nombre aterran y que tiene por función ampliar las atribuciones policíacas y restringir los derechos individuales. Se la invoca para evitar el caos. Acá, no obstante, el problema central, como ha sostenido incluso el senador derechista Hernán Larraín, no es de seguridad pública.

 

     Difícil calcular las decenas de miles que llegaron hasta el escenario en cuestión. Tirar cifras al boleo cómo un modo de evaluar las marchas llegó a convertirse en un diálogo absurdo entre las autoridades, la prensa conservadora y los convocantes a las manifestaciones. Si unos hablaban de treinta o cincuenta mil, los otros respondían con una cifra varias veces mayor. El resto promediaba para hacerse una idea. Hoy pocos discuten que las más numerosas han llegado a concentrar en torno a los cien mil marchantes.

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Abunda en el movimiento estudiantil un sentimiento de hostilidad y reproche hacia los grandes periódicos y los canales de televisión. Han llegado a convertirse en uno de sus enemigos explícitos. Se ven todo el tiempo pancartas que los aluden. La noticia, al parecer, se vuelve interesante cuando empiezan los enfrentamientos. La fiesta ciudadana que los antecede, los bailes, los disfraces, las leyendas, la gran cantidad de organizaciones participantes, no los motiva de igual manera.

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En esta última marcha creí percibir entre lo carnavalesco un sentimiento más agrio que en buena parte de las anteriores. El conflicto se ha prolongado demasiado y, mientras la convicción de sus protagonistas, lejos de resquebrajarse pareciera que se robustece, la solución no asoma. El gobierno se ha manifestado inflexible respecto de sus puntos nucleares, como el lucro o la gratuidad. La desconfianza que manifiestan los estudiantes con todos los partidos políticos existentes les ha impedido contar con una estructura institucional que viabilice sus reclamos. Cuesta imaginar que se llegue a una solución sin estos intermediarios. Las conversaciones directas que se han intentado entre estos dirigentes sociales (representantes cada uno de alguna asamblea) y el gobierno, no han prosperado. En el frontis de la casa central de la Universidad de Chile, junto a una multitud de lemas, ataques y burlas al presidente Piñera, están las fotos de los ex primeros mandatarios Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, los dos últimos presidentes socialistas, bajo la pregunta “¿DÓNDE ESTÁN?”, en un formato que recuerda el de las pancartas de los familiares de detenidos desaparecidos en tiempos de la dictadura.

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Ahora mismo vengo llegando de la marcha. Al escenario subió la cantante Anita Tijoux y otros varios artistas que solidarizan con la causa. Mientras la multitud gritaba y coreaba las canciones, tras bambalinas, la policía y los encapuchados daban inicio a su rutina guerrera. Cuando el gas lacrimógeno se apoderó del ambiente, la mayoría comenzó a retirarse. Algunos, sin embargo, se pusieron sus pañuelos o mascarillas en la cara, mordieron el limón que llevaban en el bolsillo para contrarrestar el efecto tóxico de los gases –o se lo compraron a vendedores callejeros que ya encontraron en su comercialización por unidades un nicho de negocio en estos eventos-, y entre aburridos e indignados, empezaron a entonar gritos en contra de “los pacos”, o carabineros, para que no se diga que uno les falta el respeto.

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Seguramente, a esta hora, ya han caído varios semáforos, más de un auto habrá sido estropeado, y lo que comenzó siendo un desfile conmovedoramente pacífico, habrá cedido el proscenio a los actores del teatro de la violencia.

 

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Sobre el autor

. Escritor y periodista. Director y fundador de la revista The Clinic y theclinic.cl. Además, se le puede escuchar todas las mañanas en radiozero.cl.

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