Patricio Fernández

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. Escritor y periodista. Director y fundador de la revista The Clinic y theclinic.cl. Además, se le puede escuchar todas las mañanas en radiozero.cl.

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Seis meses del movimiento estudiantil en imágenes

Por: | 28 de octubre de 2011

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Hoy se cumplen seis meses desde que el Movimiento Estudiantil chileno salió a la calle. En lo sucesivo, no ha dejado de hacerlo. El petitorio se resume en la pancarta "Educación Pública de Calidad para Todos". Saben que no se puede conseguir de golpe, pero esperan señales claras de que el buque navegará hacia allá. El gobierno no ha podido encontrarle todavía un camino de solución al conflicto. Son cerca de 400 los colegios que siguen en paro y 200 los que permanecen tomados por sus alumnos. Los universitarios que perderán el año bordean los 6000. Las situación continúa, en lo concreto, como ese 28 de abril. Últimamente, La Moneda se ha concentrado en las consecuencias de las protestas para la seguridad pública. Cuesta imaginar cómo librará el presidente de este atolladero. Nada indica que los estudiantes vayan a deponer sus movilizaciones. Están diseñando nuevas estrategias. Ahora hablan de salir a visitar casas para explicarle a las familias en qué consisten sus demandas. Acá, algunas imágenes de lo vivido en estos 180 días que han dado la vuelta al mundo.

 

 

 

Más videos con los modos que han hallado para manifestarse.

 


 

La Toma del Congreso Nacional

Por: | 25 de octubre de 2011

 

El jueves 20 de octubre se reunió la comisión mixta de educación -representantes del senado y la cámara de diputados- a discutir el presupuesto destinado a este ítem para el próximo año. En la reunión estaba presente el ministro del ramo, Felipe Bulnes, ése al que en este video apunta con el dedo una joven de gorrito de lana para exigirle que la mire a ella y no a la cámara. "¡Mírame a mí, huevón, y no a la cámara!", le gritó de cerca. El asunto es qué, como puede verse en estas imágenes, a la sesión entró una turba de estudiantes y representantes de grupos ecologistas, no precisamente invitados. Atravesaron los pasillos de la sede santiaguina del Congreso entre gritos y pancartas. El hecho ha causado, por estas latitudes, un escándalo de dimensiones. No han sido pocos los que han colocado el grito en el cielo asegurando que falta mano dura para ponerle coto a los desórdenes del ambiente. Algunos ya hablan de caos. El ministro de justicia, olvidando aquella máxima democrática por excelencia, al menos desde los tiempos de Montesquieu, que es la separación de los poderes del Estado, dijo por estos días que el gobierno estaría atento a los jueces que tenían manga ancha con los violentistas callejeros, para procurar que no ascendieran. Lo dijo con todas sus letras, pero ya hoy, consciente del error, aseguran que no lo dijo, que se le entendió mal, que fue erróneamente interpretado. En la política es siempre así: las palabras se acomodan. Los que entraron a esa reunión, pasando por alto toda formalidad -se subieron literalmente arriba de la mesa-, alegan que ya no encuentran otro modo de hacerse oir. Sin duda que los suyos no son precisamente modales deseables en una sensata convivencia democrática, sólo que aquello que llama la atención es la increíble capacidad que tienen las estrategias comunicacionales de cambiar los ejes de las discusiones cuando éstas se les van en collera, es decir, se les arrancan de las manos. Los grandes medios de comunicación chilenos se encuentran hoy por hoy muy alineados con el gobierno en esta estrategia. La derecha ha procurado convencernos de que el problema que nos aqueja como país son los desbordes ciudadanos, y no aquello que los mueve. Felizmente, a estas alturas del desarrollo cibernético, resulta imposible homologar todas las voces. Los periódicos que antaño decretaban en qué consistía la realidad, ahora gritan desde sus salones sin que la calle les preste demasiada atención. Lo son todo para el mundo del poder y cada vez menos para los viandantes. La televisión, es cierto, sigue siendo muy fuerte. 

En todo caso, lo que a mí me llama la atención de este video, es la pachorra con que algunas chicas enfrentan a las autoridades. Hasta hace poco, jurábamos que Chile era un país de tímidos y obedientes, de ciudadanos que se sometían con toda discreción a los mandatos de la autoridad. Algo de esto parece estar cambiando. La joven en cuestión, la del gorrito, es una muchacha de clase media, para nada acostumbrada a interactuar con el poder, y, no obstante, lo encara con la desfachatez de quién no se siente menos. Las nuevas generaciones, las mismas que mayoritariamente no están inscritas en los registros electorales y que, por lo mismo, no se sienten para nada representadas por las autoridades electas, están roncando fuerte. Consideran que les ha llegado el momento. Próximamente, me gustaría hablar de sus mujeres.

Esta historia no avanza

Por: | 19 de octubre de 2011

      

    “Este momento es nuestro y tomamos una decisión: educación pública gratuita y de calidad”, reza un cartel inmenso que cuelga de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Chile. Justo bajo ese lienzo gigante fue instalado este miércoles 19 de octubre el escenario en que desembocaron las dos columnas de marchantes provenientes de distintos puntos de la ciudad. Ahí se desarrolló la principal actividad del Paro de los días 18 y 19, convocado por la CONFECH – Confederación de Estudiantes de Chile-, el Colegio de Profesores y la Central Unitaria de Trabajadores (CUT). El paro propiamente tal en realidad no existió. Ambos días nadie se cuestionó siquiera si acudir a su trabajo o no, salvo los estudiantes que ya llevan más de cinco meses sin ir a clases y los maestros que sin alumnos poco sacan con asistir. El martes hubo polos de enfrentamiento, pero nada, a excepción de la quema de un bus que acaparó todas las cámaras, apabullantemente violento. El ministro del Interior, sin embargo, advirtió que la situación estaba ameritando la aplicación de la Ley de Seguridad Interior del Estado, una de esas leyes de excepción que con su sólo nombre aterran y que tiene por función ampliar las atribuciones policíacas y restringir los derechos individuales. Se la invoca para evitar el caos. Acá, no obstante, el problema central, como ha sostenido incluso el senador derechista Hernán Larraín, no es de seguridad pública.

 

     Difícil calcular las decenas de miles que llegaron hasta el escenario en cuestión. Tirar cifras al boleo cómo un modo de evaluar las marchas llegó a convertirse en un diálogo absurdo entre las autoridades, la prensa conservadora y los convocantes a las manifestaciones. Si unos hablaban de treinta o cincuenta mil, los otros respondían con una cifra varias veces mayor. El resto promediaba para hacerse una idea. Hoy pocos discuten que las más numerosas han llegado a concentrar en torno a los cien mil marchantes.

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Abunda en el movimiento estudiantil un sentimiento de hostilidad y reproche hacia los grandes periódicos y los canales de televisión. Han llegado a convertirse en uno de sus enemigos explícitos. Se ven todo el tiempo pancartas que los aluden. La noticia, al parecer, se vuelve interesante cuando empiezan los enfrentamientos. La fiesta ciudadana que los antecede, los bailes, los disfraces, las leyendas, la gran cantidad de organizaciones participantes, no los motiva de igual manera.

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En esta última marcha creí percibir entre lo carnavalesco un sentimiento más agrio que en buena parte de las anteriores. El conflicto se ha prolongado demasiado y, mientras la convicción de sus protagonistas, lejos de resquebrajarse pareciera que se robustece, la solución no asoma. El gobierno se ha manifestado inflexible respecto de sus puntos nucleares, como el lucro o la gratuidad. La desconfianza que manifiestan los estudiantes con todos los partidos políticos existentes les ha impedido contar con una estructura institucional que viabilice sus reclamos. Cuesta imaginar que se llegue a una solución sin estos intermediarios. Las conversaciones directas que se han intentado entre estos dirigentes sociales (representantes cada uno de alguna asamblea) y el gobierno, no han prosperado. En el frontis de la casa central de la Universidad de Chile, junto a una multitud de lemas, ataques y burlas al presidente Piñera, están las fotos de los ex primeros mandatarios Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, los dos últimos presidentes socialistas, bajo la pregunta “¿DÓNDE ESTÁN?”, en un formato que recuerda el de las pancartas de los familiares de detenidos desaparecidos en tiempos de la dictadura.

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Ahora mismo vengo llegando de la marcha. Al escenario subió la cantante Anita Tijoux y otros varios artistas que solidarizan con la causa. Mientras la multitud gritaba y coreaba las canciones, tras bambalinas, la policía y los encapuchados daban inicio a su rutina guerrera. Cuando el gas lacrimógeno se apoderó del ambiente, la mayoría comenzó a retirarse. Algunos, sin embargo, se pusieron sus pañuelos o mascarillas en la cara, mordieron el limón que llevaban en el bolsillo para contrarrestar el efecto tóxico de los gases –o se lo compraron a vendedores callejeros que ya encontraron en su comercialización por unidades un nicho de negocio en estos eventos-, y entre aburridos e indignados, empezaron a entonar gritos en contra de “los pacos”, o carabineros, para que no se diga que uno les falta el respeto.

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Seguramente, a esta hora, ya han caído varios semáforos, más de un auto habrá sido estropeado, y lo que comenzó siendo un desfile conmovedoramente pacífico, habrá cedido el proscenio a los actores del teatro de la violencia.

 

Los Chilenos II

Por: | 18 de octubre de 2011

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  La discusión sobre nuestra identidad, decía antes, que suele desvelar a buena parte de la intelectualidad nacional y, en cierto modo, a muchos chilenos. La gigantesca mayoría, por cierto, deambula con preocupaciones harto más concretas, o sea, construyendo cotidianamente a punta de proyectos, experiencias y comportamientos, generalmente irreflexivos, eso que vamos siendo en el camino. Pero hoy se vive un momento particular al respecto. El sencillo tren de esta historia parece haberse detenido en una estación, a mitad de un camino que a su vez es la mitad de otro y otro y así sucesivamente –porque este cuento no termina-, pero mitad de un camino al fin, que muchos se están preguntando a dónde va.

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    Fuimos por años el primer alumno de América Latina, cuando se supone que lo más importante eran los índices de crecimiento económico, y nosotros nos pegábamos estirones de adolescentes, no siempre proporcionados. Le fuimos resultando insoportables al continente, como suele suceder con los mateos que corren a los primeros bancos de la clase para ganarse el favor de los profesores, mientras el resto de los compañeros lidia con su vitalidad. Pasamos a ser “los argentinos de Latinoamérica”, por lo sobrados y cachetones (jactanciosos), atributo hasta entonces privativo de los trasandinos. Para nosotros, los chilenitos achunchados, los argentinos siempre fueron motivo de envidia; durante los veranos, cuando llegaban en masa a nuestras costas, con su verso y musculatura seducían a las mujeres más codiciadas. Para una local con pedigrí, cualquier argentino era más que uno. Ahora no es tan así, ni tampoco tan distinto. Otros que no lo hacen mal en lo que a soberbia compete, son los cubanos, aunque a estas alturas hayan pasado, paradoja frecuente, de la jactancia a la queja. Un pueblo orgulloso, al contemplar el fracaso, chilla más que uno modesto.

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    Chile se suponía que era un país austero, de valores campesinos, de vestimenta monocroma, ojalá gris, con habitantes atentos a no llamar la atención, discretos, con dificultad para convocar en voz alta al mozo del restaurante, católico como Irlanda, quizás Polonia, y ningún otro. De una religiosidad, en realidad, con dos caras: la de un pequeño grupo de poderosos, pechoña, pacata, muy mariana y virginal, más de moral sexual que social, y otra perfectamente inversa, próxima a las comunidades de base y la Teología de la Liberación, nacida durante la segunda mitad de los años sesenta. Esa iglesia progresista, a la cabeza de la cual estuvo el cardenal Silva Henríquez -un tipo de origen conservador y agrario, sin ínfulas revolucionarias-, asumió con fuerza la causa popular, dando origen en su vientre a los “Cristianos por el Socialismo” y, más tarde, fundando La Vicaría de la Solidaridad, refugio por excelencia de los perseguidos, cualquiera fuera su credo, durante la dictadura pinochetista.

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Mariano Puga. Cura obrero.

    El jueves de la semana pasada terminó de transmitirse por TVN -nuestro canal público, pero no tan público-, el sitcom Los Archivos del Cardenal. La serie ficcionaba, renunciando casi siempre a la imaginación, lo que había sucedido en esa Vicaría, las horribles violaciones a los derechos humanos que vivió este país, y la ayuda que le prestaron los curas y sus compinches a las víctimas de los organismos de seguridad del régimen. Ya durante la transmisión de los primeros capítulos se hizo sentir el reclamo de dirigentes de derecha, hoy en el poder. Carlos Larraín, presidente de Renovación Nacional, el partido de Sebastián Piñera, reclamaba la improcedencia, precisamente hoy que se hallaban en el gobierno, de la puesta en escena de un asunto del pasado que sólo serviría para resucitar rencores en su contra.Por estos días, Cristián Precht, su primer vicario, se halla acusado de abuso de menores.

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Con Juan Pablo II, esa iglesia perdió todo poder en Chile. Los obispos de izquierda fueron jubilando y en su reemplazo entraron otros del ala opuesta, y los sacerdotes obreros o los radicados en poblaciones marginales continuaron en lo suyo, pero como fantasmas silenciados. La ola de exitismo y fascinación por el consumo que reinó durante los años noventa colaboró a su aislamiento. Los valores en boga ya no eran la solidaridad ni la igualdad ni la construcción de un país de hermanos, para decirlo en jerga cristiana, sino aquellos derivados de la energía individual. El éxito se convirtió en virtud. Faúndez, un plomero que hablaba por un teléfono móvil desde un ascensor repleto de altos ejecutivos, pasó a ser el símbolo de "lo aspiracional". Determinamos que la voluntad del pobre era ser igual que el rico. Eso que alguna vez se llamó "dignidad del pueblo", quedó hecho polvo. Durante el período anterior, hubo curas asesinados. En el entierro del padre André Jarland, francés, ultimado por el disparo de un carabinero en la población La Victoria el 4 de septiembre de 1984, al cardenal Raúl Silva Henríquez le preguntaron qué opinaba de la muerte del sacerdote, y el hombre, ya viejo, contestó con voz de hombre: “bien, me parece, los pastores mueren con su pueblo”.

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Cardenal Raúl Silva Henríquez en el entierro de André Jarlan

Pero éso es como hablar de otro Chile. Por ese tiempo existían las ollas comunes en comedores levantados alrededor de las parroquias, donde las familias del barrio alimentaban al menos dos veces por día a sus niños. Las monjas y sus colaboradoras cocinaban los restos de verduras que los primeros supermercados, que terminarían adueñándose de una inmensa proporción del consumo alimentario nacional, desechaban por descompuestos. Fueron los años del nacimiento de las grandes tiendas, de los mall, del retail. Consultado acerca de la mecánica de compra y venta, el político democristiano, chileno por excelencia, Patricio Aylwin, vestido de ocre y bebedor de orchata, primer presidente de la democracia, aseguró: “el mercado es cruel”. Poquísimos años más tarde se volvería dogma de fe.

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Junto con la recuperación paulatina de la democracia –porque recordemos que Pinochet, tras el plebiscito de 1988, permaneció hasta el año 1998 en el poder, primero como Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas y luego como senador vitalicio-, devino la suscripción por parte de casi todo el arco político nacional, de un modelo económico heredado -el neoliberalismo-, con correcciones en la “medida de lo posible”. Yo diría que esa frase del presidente Aylwin, “en la medida de lo posible”, dicha en relación a sus aspiraciones de justicia tras la barbarie de la dictadura, fueron el leit motive de la transición chilena. Pero "la medida de lo posible" fue también la medida del miedo. En el fondo, se trata de una sentencia sabia. A todo estadista le consta que es ése, y no otro, su radio de acción. ¿Cuál es, sin embargo, la medida de lo posible? Lo que está sucediendo hoy, en cada una de las marchas que como callampas surgen por todos lados- las de los estudiantes, las contra la megacentral hidroeléctrica en la Patagonia, las de los mapuches, las de los zombies (el sábado marcharon 10.000 personas disfrazadas de muertos vivientes), las de los gays, etc., etc., -, reclaman lo mismo: un cambio en la medida de lo posible. La vara de los años recién pasados quedó corta. Ya crecieron fortunas a nivel global, ya los pobres han dejado de serlo en su mayoría (quedan y no pueden si no inquietar, pero no son el centro del problema), son más los estudiantes (aunque quizás menos los estudiosos), más los endeudados, y no pocas las otras cosas que antes eran privilegio y hoy están al alcance de la multitud. En el intertanto, sin embargo, perdimos intangibles, pero, una vez más, ésa es otra historia. Hoy se pide mucha más democracia, a sabiendas de que es posible. (Continuará...)

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Marcha de Zombies el mismo día de la marcha de los indignados

Los Chilenos

Por: | 13 de octubre de 2011

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                                                                                  (El cóndor forma parte de nuestro escudo patrio)

    Acá -especialmente a la tribu de izquierda-, le gusta mucho el tema de la identidad. La derecha le llama “tradiciones”. Cierto mundo cultural, más bien estatal, lo traduce como defensa del patrimonio. Son todas cosas importantes, ciertamente. Un pueblo sin memoria es un barco a la deriva. Y resulta que nuestro barco, si somos honestos, anda bastante a la deriva. Como no sabemos quiénes somos, lo primero que le preguntamos a un turista es cómo nos ven. Poseemos una historia insignificante en el contexto de la historia del mundo. No descendemos de ningún imperio. Mesopotamia, Egipto, Grecia, Roma, los Mayas, Los Aztecas, Los Incas, han llegado a nosotros por lecturas. Bueno, los Incas avanzaron por Chile, pero como exploradores. Los Mapuches, pueblo de carácter, diseñaron la medida de nuestra existencia. La tierra se mueve y se caen las ciudades. Tal vez por eso viven en rucas. Casi no quedan construcciones coloniales. El paso de los españoles por estas tierras, ha permanecido en el inconsciente nacional, pero apenas tiene rastros tangibles. No hay una ciudad como el Cuzco, Potosí, o Cartagena de Indias. Nuestros pueblos indígenas tampoco han dejado rastros físicos duraderos y estructurantes. El pueblo Rapa Nui sí, pero los pascuenses, idiosincráticamente hablando, no son chilenos. Su historia deambula por otros derroteros: travesías marítimas, mitos polinésicos, guerras tribales y esclavitud. Acá es más fuerte el presente que el pasado. Es más, desde hace poco que estamos construyendo pasado. 

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   Los últimos cuarenta años hemos pasado por el socialismo, la dictadura militar, el neoliberalismo y el enriquecimiento dispar. Aunque a veces se nos pierda, lo colectivo forma parte significativa de nuestra personalidad. Nos entusiasman las desgracias. Nos revitalizan como país. Los terremotos, las inundaciones, las tragedias en general nos producen una emoción particular. No tenemos carnavales, y quizás por eso buscamos en las ocasiones erradas cierto tipo de fiestas enfermas. Hay Vírgenes, como La Tirana (nombrecito para una Virgen), que convocan multitudes a sus festejos, pero habitan más bien en pueblos chicos, y su feligresía auténtica es muy local.

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Somos colectivos y segregados al mismo tiempo. Habitamos, comunmente, en comunidades cerradas, de poco contacto con el resto. El clasismo es cosa seria, pero también otros prejuicios mucho más democráticamente distribuidos. El que no se nos parece, es raro.

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Los encapuchados

Por: | 10 de octubre de 2011

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    Muchas de las últimas marchas estudiantiles han terminado en batallas campales entre carabineros y un grupo, poco numeroso pero al parecer creciente, a estas alturas conocido por todos como “los encapuchados”. En su núcleo duro, no forman parte de la marchas propiamente tal. Si en éstas van más de cien mil, con el rostro cubierto no aparecen más de quinientos. Los zafados tienen otras reivindicaciones, de carácter anarquista (por usar un término fácil), tanto en su nivel teórico como emocional. Arrancan semáforos, destruyen automóviles, entran como jaurías en los lobbies de los edificios para arrancar cámaras de seguridad y destruir ventanales. Algunos roban. No son precisamente jóvenes proletarios, aunque los hay. Los estudiantes les llaman monos, y a sus grupos de choque, “capuchas”. No creen en el diálogo, ni nada que se le parezca. En el caso de los ideologizados, casi no encuentran puntos de encuentro con los motores de la sociedad existente. La detestan y adivinan que los detesta. Se declaran fuera del sistema. Están furiosos, aparte, lejos de cualquier responsabilidad. No faltan tampoco los que simplemente gustan del juego peligroso.

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Llegaron al estrellato un día cuatro de agosto. Fue un jueves en que el movimiento estudiantil llamó a una marcha por la Alameda en contra del lucro y el Ministro del Interior, Hinzpeter, salió negándole la autorización y amenazando con las penas del infierno al que transgrediera la ley. Mejor publicidad imposible. Por esos tiempos las movilizaciones decaían, pero para un movimiento que tiene la demanda por más democracia como bandera, semejante gesto de autoritarismo sólo podía insuflarle fuerzas. Carabineros actuó drásticamente ese día. Se vivieron en Santiago escenas violentas. La muerte rondaba el ambiente aquella tarde. No la muerte generalizada, sino la posibilidad de que en ése escenario aconteciera la desgracia. A eso de las 20hrs comenzaron a sonar cacerolas en los distintos barrios de la ciudad. Se trató de una orquesta sorprendente. La reacción al despotismo del gobierno fue con un recurso del pasado: en contra de Pinochet, durante las primeras protestas se salió a golpear ollas. Siendo situaciones incomparables, a un lote harto significativo de chilenos esa jornada le refrescó la memoria.

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         Veinte días más tarde, la madrugada del 26 de agosto, en un paro absurdo convocado por sindicatos que poca complicidad tenían con los estudiantes en cuestión, pero que aspiraban a capitalizarlo, murió Manuel Gutiérrez Reinoso, de 14 años. Había salido con Gerson, su hermano enfermo en silla de ruedas, a ver las protestas de la esquina. A mirar o a suscribir, qué más da, cuando la bala de la subametralladora UZI del cabo Millacura, -según su testimonio, disparada al aire-  le dio en el pecho. En un primer momento, Carabineros negó el hecho, pero dos días después reconocieron cómo habían sucedido las cosas, y Miguel Millacura confesó. Cayó parte del alto mando. A las pocas semanas, por otro escándalo que no viene al acaso, terminó de derrumbarse la cúpula de la institución.

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Ese cuatro de agosto “los encapuchados” tuvieron su día de gloria. La policía los había ungido como el alma de la fiesta. Antes hubo marchas en las que carabineros actuó de común acuerdo con los convocantes, y prácticamente no existeron desórdenes. Han sido múltiples las ocasiones en que la misma gente que desfila enfrenta duramente a los amigos de la violencia. Como “los encapuchados” son en su mayoría muy jóvenes –varios menores de quince-, profesoras que adhieren a los desfiles reformistas se les han parado en frente para llamarles la atención enfurecidas. Ellos participan, al parecer, de un mundo desesperanzado, para el que no hay promesa que valga ni territorio que los acoja tanto como el enfrentamiento. Ahí sí pertenecen. Son los choros de la tribu. Para ellos toda creencia es ingenuidad, y cualquier concesión es obra de traidores. Por decir lo menos, una curiosa paradoja. Creen tanto en su descreimiento, como un fanático musulmán cree en Alá.

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(ESTOS TRATARON DE TREPAR EL PALACIO DE GOBIERNO)

Obviamente, no es todo tan hilado por esos descampados. En la turba, como en las avalanchas, cabe muchísimo. En el camino se suman infinidad de ingredientes. La provocación policiaca, los discursos intolerantes, el lumpen que acude, la ausencia de oportunidades. La marginación no es poca en el Chile actual. Vaya uno a saber si así como los que marchan por más educación pública representan a otros multitudes que no marchan, no sucede lo mismo con los que embisten. El negocio de la droga dura ya no es chacota por estos barrios. Marihuana es cada vez más difícil encontrar, pero pasta base y cocaína hay para quien la requiera. Los flaites (algo así como los jóvenes bacanes de la población) tienen pistolas y cuchillos bravos. Esto, que en muchas partes de América Latina es cuento viejo, por acá no lleva tantos años. No es, tampoco, una plaga, pero hay. Digo, por seguir agregándole aliños al guiso: últimamente, en las protestas, “los encapuchados” enfrentan cada vez más de cerca a la policía. Patean los lanza aguas (guanacos) y los lanza gases (zorrillos). Se pasean entre la nube de lacrimógenas como si les fueran inmunes. Mientras la masa huye buscando refugio, ellos van a su encuentro. Ha crecido el tamaño de los peñascos que utilizan, de modo que para dar en el blanco han estrechado la distancia de tiro. Temo que, producto de las pésimas políticas implementadas, se le esté perdiendo el respeto a la fuerza pública. Los gobiernos de la Concertación, de maneras incluso discutibles, consiguieron acercar a civiles y uniformados. Mal que mal, habíamos sido bandos enemigos. El día que ganó en NO a Pinochet en el plebiscito del año 1988, hubo quienes abrazaron carabineros en las calles, como gesto de reconciliación. Pero ésa es otra historia.

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         Ahora pienso en “los encapuchados”. Se han esgrimido mil tesis a lo largo de la historia acerca del origen de la violencia. Son múltiples las teorías y estudios que rondan, sólo por acá, para entender las motivaciones sociales, políticas y sicológicas de quienes la ejercen. Hay quienes se horrorizan de verla en las calles, sin que nunca les llamara la atención cuando la encarnó el Estado, de manera incomparablemente más fría y cruel, fusilando, torturando y arrojando cuerpos al mar. Los abusos del Estado tienen una gravedad de otra categoría. Cuando los custodios de la sensatez, pierden la razón, impera la ley de la selva.

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(El coronel y alcalde Labbé)

Semanas atrás, el alcalde Labbé, un ex coronel de ejército y miembro de la DINA, el primer órgano de represión con que contó la dictadura y que carga a su haber un montón de crímenes, alcalde electo de una comuna supuestamente culta (para confundir más las cosas)… pues bien, ése alcalde, en nombre del orden, mandó desalojar violentamente a los alumnos adolescentes en toma de los liceos de su jurisdicción.

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De pronto no queda claro si el “orden” es más o menos violento que el “caos”. Como dice Zizek, en un caso la violencia encuentra una explicación “sociosimbólica”, mientras la otra nos espanta por su institucionalidad. Por acá se dijo, luego de los exabruptos del alcalde, que él se había “desencapuchado”. Al mismo tiempo que unos se cubren el rostro, ocultando su identidad y motivos, y arrancan y arrojan pastelones, otros mucho más poderosos se enorgullecen de su barbarie, cansados de disimularla y como opción política. No estamos en el terreno de la santidad. Temita éste el de la violencia.

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Un día de furia

Por: | 06 de octubre de 2011

Paco a caballo

    Hoy, por las calles del centro de Santiago, apenas se puede transitar. La Intendencia no autorizó a los estudiantes a marchar hasta el palacio de La Moneda, pero ellos decidieron salir igual. La convocatoria se produjo tras la negativa del gobierno a cualquier negociación que tuviera como exigencia la gratuidad de los estudios. Su argumento: que aquellos que podían pagar no tenían por qué gozar de semejante beneficio. Los dirigentes estudiantiles respondieron que el aporte de los ricos debía producirse vía impuestos. No están pidiendo, por lo demás, que los cambios se produzcan de manera inmediata, pero pretenden que al menos las autoridades se comprometan en aquella dirección. 

A eso de las diez de la mañana comenzaron a reunirse en Plaza Italia -punto neurálgico de la capital en el que suelen desembocar los festejos y protestas cuando no se ha fijado otro con antelación- las columnas de manifestantes provenientes de las diversas facultades. Media hora más tarde, ya ardía Troya. Carabineros a caballos, güanacos (así le llamamos acá a los carros lanza aguas) y zorrillos (vehículos que arrojan gases lacrimógenos) procuraron disolver a la multitud reunida. En estos momentos, son todavía varias las esquinas en las que se están produciendo enfrentamientos. En los alrededores del barrio cívico, se respira con dificultad. Si Santiago es de por si una ciudad extremadamente contaminada, en torno de las trifulcas, producto de los gases que invaden el ambiente, los viandantes pasan llorando y tosiendo intoxicados.La policía ha actuado con fuerza desmedida. Quizás la escena más reveladora de sus excesos se dio cuando mojaron a una compañía de jóvenes bailarines que protestaba realizando su coreografía en una vereda. Acto seguido, los detuvieron y subieron a un carro blindado. Hasta el momentos, son 28 los detenidos, entre quienes se cuenta un camarógrafo de Chilevisión, al que sin mediar argumentos, según hemos visto en las imágenes transmitidas por ese canal, la policía golpeó previamente sin ninguna justificación.

La tarde está abochornada. El conflicto en cuestión se ha prolongado más de la cuenta. Todo indica que el gobierno le está apostando al desgaste del movimiento estudiantil. No comparte para nada el fondo de sus demandas. Mal que mal, en la confección del modelo educacional que se está combatiendo participaron directamente algunos de sus miembros más cercanos... en tiempos de Pinochet. Dicho sea de paso, ayer -5 de octubre- se cumplieron 23 años del triunfo del NO en el plebiscito que terminó con la dictadura que sufrió Chile desde 1973.

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Avanza la tarde

Por: | 04 de octubre de 2011

Chile está lejos, pero ya nada está tan lejos. Bueno, la pobreza sí está lejos de la riqueza, y verdaderamente lejos de todo. Nosotros, los que podemos navegar por este mundo común, desprovisto de geografías, tenemos al menos un lugar de encuentro. He pensado mucho cómo enfrentar este blog. Supongo que haré las veces de corresponsal mundano e imaginario de todos ustedes en este país, y la tarea me complace. La historia está movida en Chile. Hay algo que está terminando, y algo que comienza al mismo tiempo. Muy a grosso modo, diría que del temor con que se reconstruyó la democracia, estamos pasando a exigirle un funcionamiento más pleno. Desde los tiempos de Pinochet que no se veían movilizaciones ciudadanas de las dimensiones que estamos teniendo hoydía. No se trata exactamente de manifestaciones en contra del actual gobierno de derecha encabezado por Sebastián Piñera, aunque la mayor parte de las veces lo sean, sino de reacción ante una deuda acumulada o, si se prefiere, por demandas que ayer hubieran parecido excesivas y que hoy resultan bastante sensatas. El nuestro es un país que al terminar la dictadura, vaya uno a saber si como forma de no vivir tanto el dolor acumulado, se abocó a ganar dinero mientras, como dijo el presidente Aylwin -el primero de la era concertacionista-, "se buscaba la justicia en la medida de lo posible". Esta frase provocó todo tipo de discusiones a comienzos de los noventa, y podría decirse que acabó siendo el lema del período que se cierra. Durante esos años, en todo caso, Chile disminuyó impresionantemente su pobreza. De un cuarenta y tantos por ciento de pobres se ha llegado a cerca del quince. En gran medida, este nuevo reclamo proviene de aquellos que saltaron la valla, y muy especialmente de sus hijos. Los herederos de la Transición ya no gritan, como sus padres, "¡pan, trabajo, justicia y libertad!". En todos lados resuena la demanda por una sociedad más cohesionada. Somos uno de los países más desiguales y segregados del planeta. Los estudiantes quieren educación pública, los homosexuales un trato igualitario, y quienes se oponen a la construcción de la gran central hidroeléctrica de Hidroaysén en la Patagonia, reclaman que la fuerza del dinero rápido no ciegue frente a otras riquezas.

¿Es tarde por allá? ¿O tempranísimo? Si no yerro en los mecanismos de funcionamiento de esta tecnología, a continuación les contaré de las marchas que están aconteciendo, y hasta subiré fotos, si doy con la manera.

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Por: | 04 de octubre de 2011

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    En agosto del año pasado se supo que la COREMA -el organismo regional a cargo de supervisar el cumplimiento de las normas medioambientales-, aprobó la construcción de la central termoeléctrica de Barrancones en Punta de Choros, una localidad costera ubicada 500 kms al norte de Santiago, precisamente frente a una de las reservas marinas más ricas de Chile. Ahí viven numerosas comunidades de pingüinos de Humbold, delfines y ballenas que hacen escala en medio de sus viajes transoceánicos. En cosa de horas, los ecologistas y miembros de las comunidades locales se encargaron de poner el grito en el cielo a través de las redes sociales, especialmente Twitter y facebook. La alarma se expandió como el aceite. La misma tarde del fallo, cerca de 5000 personas se reunieron en el centro de la capital, autoconvocados, sin ninguna institución a la cabeza, para protestar por una medida que, a todas luces, contradecía los informes de impacto ambiental proveniente de los estudios universitarios y demases organizaciones confiables del rubro. La reacción sorprendió al gobierno de Piñera, que llevaba apenas 6 meses en el poder. El presidente se había comprometido durante la campaña a que en Chile no se construirían más generadoras a carbón, y las imágenes en que aparecía jurándolo le fueron arrojadas a la cara a través de miles de computadores. La prensa en Chile se halla casi toda en manos de dos grandes grupos económicos... de derecha, por cierto. Esta fue la primera vez en que la ciudadanía pudo constatar que ya no dependía de esos medios para informarse y organizarse.

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    Ya no eran las paredes, como muestra esta foto, ni los panfletos, el principal mecanismo de difusión y denuncia de las causas contestatarias, sino la web y sus alrededores. Al día siguiente de esa manifestación, el presidente, de manera unilateral, revocó el fallo de la COREMA, es decir, desautorizó la construcción de la central de marras como respuesta a la presión callejera. Quizás haya que ver en este hecho el detonante, o si se prefiere, el primer acto de una seguidilla de protestas públicas alejadas del comando de cualquier grupo político con representación parlamentaria. Pocos meses más tarde, a comienzos del 2011, se iniciaron las movilizaciones en contra de Hidroaysén. La defensa de la naturaleza no había sido nunca antes un tema que convocara multitudes. Ya por aquellos días, habíamos algunos que sosteníamos que el motor de estas expresiones populares -y ahora esta palabra no significaba precisamente "proletarias"-, no se remitía a una explosión de amor por los árboles y los pajaritos. Una fuerza nueva comenzaba a latir en Chile. Aquellos que no habían tenido ocasión de hacer sentir su voz, irrumpían por estas vías nada de institucionales en una discusión pública que por décadas no los había considerado. El poder político y económico alcanzó tales niveles de concentración y enclaustramiento, que aquello que empezaba a aflorar parecía más bien a un reclamo por mayor participación, inclusión y consideración, que el compromiso específico con las demandas concretas. Ambas cosas, en realidad.

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    Durante los últimos cuatro meses, entre paros y tomas de colegios y facultades universitarias, se han producido 36 marchas estudiantiles. Las más numerosas han llegado a reunir sobre cien mil personas. Los apoderados de estos alumnos los han acompañado. Mal que mal, son muchas veces ellos quienes han asumido deudas insufribles para pagarles los estudios. Hubo una, en pleno invierno, denominada "La Marcha de los Paraguas". Ese día nevó en Santiago -hecho absolutamente atípico-, y a pesar de ser una de las jornadas más frías de los últimos años, fueron en torno a ochenta mil los escolares y universitarios que desfilaron bajo la lluvia congelada pidiendo educación gratuita para todos. Ya habrá tiempo de contar más acerca del movimiento y sus protagonistas.

SÁBADO 1 DE OCTUBRE

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El sábado recién pasado, fueron en torno a 30.000 personas quienes llenaron La Alameda -la principal avenida santiaguina- para exigir el fin de la discriminación. Algunos le llamaron "por la Igualdad", otros "por el matrimonio paritario", otros "por el derecho de las minorías". Como en las marchas de los jóvenes, sólo que con otro tenor, las calles se repletaron de carteles ingeniosos y disfraces. Al día siguiente, la prensa oficial apenas se refirió al evento. La verdad es que por estos lados, está saliendo el polvo que se acumuló debajo de las alfombras. Hay una crisis de representatividad política. Menos de un cuarenta por ciento de los posibles votantes se siente identificado con alguno de los partidos existentes o siquiera aprueba su desempeño. Están siendo puestas en tela de juicio convicciones y acuerdos cupulares que recién en la última elección presidencial apenas fueron discutidas. Se supone que éste es un país conservador. Al menos esa fama tenemos y acá mismo nos hemos querido convencer de ello. Yo no lo creo para nada. Los medios de comunicación se han encargado de mostrarnos como lo que no somos y algunos quisieran que fuéramos. A ratos resultamos algo grises, eso sí. Aunque sólo a ratos, y no precisamente en estos instantes.

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ÉSTE SE HACE LLAMAR "EL CHE DE LOS GAYS"

 

El País

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