El martes 27 de marzo, a las 19.45 hrs, mientras buena parte de la ciudad de Santiago se encontraba sin luz a causa de un corte en el suministro eléctrico, murió el joven Daniel Zamudio. Veinticinco días antes, mientras dormía la borrachera cerca de un árbol del Parque San Borja, al final de una fiesta, cuatro tipos de más o menos su misma edad (24 años), lo golpearon brutalmente durante largo rato. El motivo: su condición de homosexual.
Recién detenidos, y aún sin imaginar que su víctima moriría días más tarde, los neonazis entregaron su versión de los hechos. Dos de ellos tenían antecedentes de ataques xenófobos contra peruanos, otro acumulaba delitos comunes, y sólo uno mantenía limpio su prontuario. No es necesario aclarar que ninguno de la patota era de sangre aria. Raúl López Fuentes, uno de los inculpados, hizo un relato descarnado de lo que había sucedido, aclarando, eso sí, que él sólo le dio “un par de patadas en las piernas y cabeza”. Dijo que “el muchacho sangraba por la nariz y por la cara. Alejandro (otro acusado) le rompió una de las botellas en su cabeza, y como ya estaba muy inconsciente viene el ‘Pato Core’ (Patricio Ahumada Garay) y le marca con el gollete una svástica, que es signo nazi”.
“Alejandro Angulo Tapia (26) agarró una piedra grande que estaba ahí y se la tiró en la guata unas dos veces, después la tomó y se la tiró en la cabeza. Después, Fabián Mora Mora (19) tomó la piedra y la lanzó como 10 veces en las piernas de la víctima”. López Fuentes agregó que “hicieron como una palanca y ahí se quebró, sonaron como unos huesos de pollo, y como ya el muchacho estaba muy mal, nos fuimos cada uno por su lado”.
La bestialidad del hecho generó conmoción pública. De todos los sectores salieron a condenar el espanto, y, a medida que el estado de salud de Daniel Zamudio se agravaba, la sensibilidad fue en aumento. Por las redes sociales se repetían mensajes del tipo “¡Fuerza Daniel!” , “Estamos contigo”, etc., etc. Luego de un paro cardíaco vino la inminente muerte cerebral. A un cierto punto, todo indicaba que el daño neurológico era inmenso e irreversible. De sobrevivir, lo más probable era que terminara vegetal. A las puertas del hospital en que se encontraba llegaron muchos a hacer vigilia y prender velas. Parecía que Chile entero reaccionaba ante la intolerancia homofóbica, cuando tan sólo semanas antes la mayor parte de los parlamentarios oficialistas se habían manifestado en contra de una ley antidiscriminación. Temían que luego sirviera para exigir legalizar el matrimonio gay. Algo parecido ocurre por estos días con la negativa a legislar sobre el aborto terapéutico, esta vez por temor a estar avanzando hacia una legalización del aborto a secas. Chile tiene, al respecto, una de las legislaciones más restrictivas del mundo. Ni siquiera la mujer a la que se le ha diagnosticado un feto inviable, de vida imposible, más un engendro que un proyecto humano, puede decidir interrumpir su embarazo. En materia de respeto a las libertades individuales, continuamos en el Pleistoceno. Sospecho que somos el orgullo del Vaticano.
El crimen de Daniel Zamudio, la crueldad exhibida ahí, la barbarie, la impiedad, ha llevado a que algunos pidan las penas del infierno contra los agresores. Los familiares de la víctima, sin embargo, se han encargado de insistir en que no es ése el sentimiento que a ellos los embarga. Diego, su hermano mayor, declaró que no le interesaba responder con la misma moneda. La justicia dista mucho de la venganza.
Mañana viernes, a las 11.30hrs de la mañana, Daniel será enterrado en el Cementerio General de Santiago. El cortejo arrancará desde la puerta de su casa, en la calle “El Trovador”, donde durante todo el día de hoy han sido cientos los que han llegado a dejar una flor, un cartel, o encender un cirio. El presidente de la república, que se halla de gira por Oriente, envió a su edecán a entregar las condolencias, y pidió ponerle urgencia a la tramitación de la ley antidiscriminación, hoy conocida como Ley Zamudio. Está por verse cómo harán sus antiguos detractores para seguir combatiéndola o, lisa y llanamente, darse vuelta la chaqueta. No es fácil para un político llevarle la contra a la opinión pública, por muy veleidosa que ésta sea.
El féretro hará un largo recorrido por la capital antes de llegar al nicho. Pasará frente a la Pérgola de las Flores (privilegio de los notables), y las floristas le darán una inmensa lluvia de pétalos. Serán muchísimos los que saldrán a las veredas para despedirlo, la mayoría de ellos horrorizados por un acontecimiento que, a decir verdad, está bien lejos de ser el primero en nuestra larga lista de abusos sectarios. Otros han quedados dañados de por vida por sesiones de tortura, si no iguales, bien parecidas, y apenas han hecho noticia. El pueblo mapuche tiene hartas historias al respecto, y ni hablar de los travestis callejeros, los inmigrantes de tez morena, “los raros”, para usar el título de un libro en que Rubén Darío se refiere a sus autores favoritos.
Está por verse cuánto dura esta corriente respetuosa. Una señora mayor, entrevistada en la calle, se preguntaba ante las cámaras que, si a él lo habían matado a golpes por ser como era, “¿a mí me pueden matar por viejita?”. No fueron pocos aquellos que percibieron en este “crimen de odio” una amenaza. Un amigo comenzó a temer por su hijo down. ¿Y si a uno de estos canallas les da por maltratarlo?
En fin, los homosexuales pueden hoy, paradójicamente, deambular más tranquilos que ayer. Lo que ocurrió no fue una violencia nueva, aunque muchos por primera vez se dignaran verla, aquilatarla, tomarla en serio. El MOVILH (Movimiento de Integración y Liberación Homosexual) -organización a quien la familia de Daniel Zamudio le entregó la vocería durante todo lo que ha durado este calvario-, recién ayer, para un porcentaje nada despreciable de compatriotas, era visto como un grupo de izquierdistas degenerados. Tuvieron que pasar cerca de 30 años para que se les comenzara a mirar con la atención y deferencia que merecían. En sus anales son numerosísimos los casos de maltratos, violaciones de derechos y abusos de todo orden que han debido atender y denunciar, recibiendo, por lo general, el desdén como respuesta. La barbarie neonazi, si bien ha contado en estas tierras extremeñas con representantes supuestamente cultos y hasta admirados por lo que ciertos bobos consideran una excentricidad, no es, en mi parecer, el centro del problema. Estos asesinos que se hacían llamar así, en último término, pertenecen a las huestes del lumpen, la ignorancia, el abandono y el resentimiento. Desde siempre, la carne de cañón, los carniceros de todo fanatismo. Sus biografías están llenas de una violencia para nada teórica.
Lo realmente de temer son aquellos comportamientos y convicciones que, desde lugares de prestigio e influencia, pregonan la superioridad de unos sobre otros, dividen el mundo entre rectos y desviados, desprecian lo desconocido, condenan lo “anormal”, y juran saber cuál es el modo en que debemos vivir, sin conceder derecho a réplica.