Recién comienza el año político en Chile. Acaba de terminar el período de vacaciones, y el primer estallido de movilizaciones sociales, no vino del lado de los estudiantes. El 2012 fueron ellos los que hicieron noticia. Camila Vallejo, su rostro más emblemático, llegó a ser elegida personaje del año por The Guardian, y recientemente, junto a Michelle Bachelet, una de las 100 mujeres más valientes del mundo para la revista Newsweek. Cómo miden la valentía, no lo sé.
Alcanzaron a salir cerca de 200.000 personas a la calle apoyando estas demandas. Prácticamente todos los colegios públicos y los subvencionados estuvieron en paro, y lo mismo con las universidades. Muchos de estos recintos se mantuvieron durante meses en toma. Hubo cerca de cincuenta marchas numerosas convocadas por la CONFECH -Confederación de Estudiantes de Chile-, en un comienzo admirablemente pacíficas, pero con el paso del tiempo, con el desgaste, la frustración y las rencillas, sin nunca perder enteramente su encanto, le cedieron territorio a los slogans rimbombantes y a la rabia irracional.
El movimiento no terminó contento con sus logros que, de hecho, en lo gremial de sus demandas, se limitaron a un aumento de recursos para engordar el mismo sistema. El gobierno no movió un centímetro la ruta por la que avanza el modelo educacional chileno. ¿Neoliberal? Si la batalla llegara hasta aquí, quizás habría que decir que la educación pública perdió. Hoy es menos apetecida por quienes concretamente buscan un colegio o una universidad. Apenas acomodando los argumentos, la oferta privada podría publicitarse como un lugar donde aprender en paz.
De ahí que sea tan importante lo que acontezca este año que comienza. El reclamo por una mejor educación para todos, sin distinción, fuera de los márgenes de los nichos de negocio, es un reclamo tan pendiente hoy como el día de la primera marcha. Pero es apenas una de las formas que el virus del inconformismo social chileno podría tomar en lo sucesivo.
Las primeras movilizaciones sociales este año se produjeron en Aysén, una ciudad de la Patagonia chilena, la misma donde Endesa, empresa supuestamente española, aunque por esos tinglados del movimiento de corporaciones y capitales, harto italiana, (hasta donde entiendo), asociada con otra gran empresa nacional, aspiran a construir Hidroaysén, un complejo de centrales hidroeléctricas que también ha sido resistido con protestas numerosísimas, y por la mayoría de la población, según indican las encuestas. Esta vez, sin embargo, Aysén se halla sublevado por otros motivos: reclaman que la vida allá es carísima, que el combustible cuesta muchísimo más que en Santiago, que viven en el abandono.
En Chile, el poder y la riqueza se hallan extremadamente concentrados. Conglomerados que se cuentan con los dedos de una mano poseen en torno al 80% del producto. Según Forbes, las cuatro principales fortunas del país suman más de cuarenta mil millones de dólares. Entre ellas está la del Presidente de la República. Todos viven en Santiago.
Las regiones funcionan poco menos que como predios de la capital. Tienen un bajísimo nivel de autogobierno. No eligen a sus principales autoridades. Sus destinos los decide un patrón, en todo sentido, distante. El intendente vendría siendo algo así como un capataz de La Moneda en los campos apartados. A un costado de donde se extrae o refina el petróleo, la bencina es más cara que en el lejano Santiago. Los pehuenches que vendieron sus tierras ancestrales para construir la central del Alto Bio Bio a fines de los 90, hoy gastan buena parte de sus ingresos en pagar las cuentas de luz. Inundaron sus cementerios, vieron salir a flote los huesos de sus antepasados y hoy viven en cotas altísimas de la Cordillera de los Andes, donde apenas las piedras resisten los rigores del invierno.
Es esperable que la fiebre democratizadora que desde hace algún tiempo cunde entre los chilenos, tome la forma de protestas regionales. A mí no deja de extrañarme que ciudades como Calama, de cuyos alrededores –donde está Chuquicamata, la mina de cobre a tajo abierto más grande del mundo, cuentan en la escuela- proviene buena parte de la fortuna del país, no se conviertan en pujantes y atractivos polos de desarrollo. En el origen de California está la fiebre del oro, y alrededor de las pepitas crecieron el comercio, los servicios, inteligencia y literatura. El cobre de Calama, en cambio, se va por un tubo, como si tuviera que huir lo antes posible de ese peladero indeseable que es el desierto de Atacama. El alcalde de la ciudad ya dijo que por allá comenzarían luego las protestas.
La llegada de grandes empresas con capitales ajenos al lugar, es poquísimo lo que le aporta al crecimiento del sitio donde se instalan. Es más, en buena medida neutralizan las fuerzas locales. Los almacenes sucumben ante las cadenas de supermercados. Las técnicas de construcción autóctonas son caras al lado del uso de placas prefabricadas a gran escala. La originalidad, en vez de recibir un impulso, choca con la lógica de la producción en serie y las mayores rentabilidades inmediatas.
Ahora resulta que hasta el uso de las semillas de los cultivos tradicionales debe pagar una patente a no sé qué magnate que les compró el alma, por obra y gracia de un mercado incomprensible. Como si el mundo estuviera volteado, la periferia subvenciona al centro y los aislados a los confortables. Un cuento repetido, en realidad, pero que por momentos recupera su capacidad de escandalizar.
Los habitantes de Aysén se aburrieron. Pagan por vivir en el frío precios de lujo. Conste que se trata de una región derechista, con una mayoría que votó por Piñera y un segmento de la población, entre los que se cuentan varios de los más exaltados, que proviene de ex marinos y militares de la era pinochetista. La carretera que unió Aysén al resto del país, la Carretera Austral, comenzó a ser construida en tiempos de la dictadura. Fue, en gran medida, una obra del ejército. Pinochet admiraba a los emperadores romanos (sus hijos se llaman Augusto y Marco Antonio), y como ellos, dejó su propia via Apia. Algunos de esos colonos militares estaban hasta ayer enfrentando a los carabineros de las fuerzas especiales que el Ministerio del Interior ha enviado para mantener el orden público. Según reporteó un periodista de la revista The Clinic, combaten de manera profesional a la policía que los reprime. Tienen tipos encargados de neutralizar las bombas lacrimógenas, recogiéndolas en cuanto son lanzadas y echándolas en baldes con agua. Descubrieron el grifo donde se abastecía el “Güanaco”, o lanza aguas, y rodaron el hilo de su boquete. Desde entonces, el “Güanaco” debe viajar largas distancias para licuar su barriga. Durante los últimos días se llegó a una tregua y los ayseninos desbloquearon los caminos. Precisamente hoy, el ministro de energía se halla reunido por segundo día consecutivo en una mesa negociadora con los representantes del movimiento social. Las últimas informaciones no hablan precisamente de llegadas a puerto.
La protesta de estos patagónicos bien podría constituir la primera de varias rebeliones provinciales, siempre de origen ciudadano y desprovistas de una institucionalidad democrática que las conduzca. Mal que mal, como reclaman allá en el sur, no tienen interlocutores válidos en sus respectivas administraciones. Sus gobernadores, como en el Chile de la colonia, provienen de la metrópoli. A la discusión sobre el sistema político y electoral que ocupó parte de los titulares durante el 2011, debiera este año sumarse con fuerza el reclamo por la descentralización. Algo tienen que decir los habitantes de un terruño sobre el destino de lo que ahí acontezca.
P.D.: El sábado 3 de marzo se realizó en el Estadio Nacional el concierto The Wall, de Roger Waters. Fue verdaderamente fenomenal. Se lo dedicó a Víctor Jara, al cura Woodward y a todos los detenidos desaparecidos de los tiempos de Pinochet. También leyó un papelito en el que decía: “Presidente, escuche a su pueblo”. Mientras estuvo en Chile se reunió, entre otros, con Sebastián Piñera. A la salida del palacio de La Moneda, prácticamente no hizo declaraciones. Hoy, 9 de marzo, uno de sus contactos en Chile recibió una carta suya que al músico le interesaba hacer pública. Su traducción ha deambulado por distintos sitios electrónicos y por las redes sociales.