Letra Pequeña

Sobre el blog

Como dios y el diablo viven en los detalles, en la letra pequeña de los contratos están los matices. Este blog habla de literatura desde esa perspectiva. A pie de página. Sin gritar demasiado.

Sobre el autor

Javier Rodríguez Marcos

estudió filología, trabaja como periodista y es miope. Pero sigue leyendo. Forma parte del área de cultura del diario EL PAÍS y ha publicado media docena de libros, alguno incluso de poesía. De tener una teoría, podría resumirse en este viejo tuit de don Quijote: "Más vale un diente que un diamante".

Eskup

El blog de los amigos muertos

Por: | 27 de enero de 2012

CasavellaMordzinski

Francisco Casavella fotografiado por Daniel Mordzinski.

Todo es extraño. Los favoritos de Internet tienen a veces algo de paisaje después de la batalla: el humo, los caídos, edificios en pie, ruinas… y ese silencio que llaman sepulcral. Nada produce más congoja que visitar los blogs de los muertos. Siguen ahí, en el limbo, detenidos por siempre el día que fallecieron, con sus inéditos, sus comentarios, lo que estaban leyendo, los proyectos, la biografía sin terminar aún.  Se vuelve a ellos como de un viaje, en septiembre, mientras el calendario señala amarillento el mes de junio. El archivo de textos ha seguido corriendo en el vacío: enero, febrero, marzo… 2009, 2010, 2011... Es extraño, ya digo. Están allí más vivos que en sus libros, también más imperfectos, en marcha aún. 

A veces, todavía, pincho en el blog de Tomás Segovia. Murió en noviembre pasado. Su bitácora está llena de tesoros por descubrir.

CasavellaCubiertaA veces, todavía, pincho en el blog de Francisco Casavella. Se murió en 2008. No sé si fue mi amigo (disculpen la primera persona). Nos escribimos mucho, hablamos por teléfono, nos vimos demasiado poco. Diría, eso sí, que lo tenía presente: qué pensará de esto, qué escribirá, dónde andará metido. Alguna vez llamó para avisar: “Desaparezco un tiempo”. Raro ¿no? Fue uno de los grandes narradores de las últimas décadas y un ensayista a la altura de los mayores. Las 1.000 páginas de Elevación, elegancia y entusiasmo recopiladas por Jordi Costa (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, 2009) son parte ya de la historia del ensayo español contemporáneo.

 En ese libro está, precisamente, lo que escribió en su blog:  sobre el Modiano guionista, sobre el Spielberg de Múnich (y Emmanuelle Negra), sobre el Günter Grass nazi adolescente, sobre House y su desternillante visita al hospital. Está en el libro, sí, pero a veces lo busco en Internet. Debajo del retrato cuelgan, escritas en 2006, sus “próximas aventuras”: El secreto de las fiestas (novela): Mondadori. Septiembre 2006. Lo que sé de los vampiros (novela): O como Napoleón dijo lo más certero sobre la Historia Universal, mientras huía de cientos de conejos. ¡Hecho real! En su librería en el 2007. La verdadera historia de la verdad (ensayo)...

CasavellaNadalAlgunas aventuras llegaron a buen puerto –las fiestas eran una novela que andaba reescribiendo, los vampiros ganaron el Nadal el año de su muerte (él llamaba “la cubitera” al trofeo del premio); otras, no. Ahora echamos de menos aquello que nunca tuvimos. Nos quedan sus historias de jesuitas cegados por las Luces y sus historias de una Barcelona a la que se le había corrido el rímel –ciudad de celofán-; sus palabras en el documental que Albert Pla y Lulú Martorell hicieron sobre Pepe Sales; sus lecturas de Stanislaw Lem y Saul Bellow, Aaron Sorkin y Dr. Feelgood, Pío Baroja y Dan Brown. "No puedo dejar de felicitar a las editoriales de todo el mundo que en su día rechazaron la publicación de esta infamia y ahora no se arrepienten. Es la demostración de un resto de dignidad, no sólo en el mundo editorial, sino en el sistema mercantil", escribió en su reseña para Babelia de El código Da Vinci.

“La vela que ardía por los dos cabos era su único modo de estar en el mundo. Emocionarse con esa CasavellaFlipercombustión era un fin en sí mismo. Lo único importante, qué fácil es decirlo, consistía en no resignarse. En la actualidad, se echa de menos ese talante. Se echa mucho de menos esa lucha infatigable contra el miedo a vivir”. Es Casavella hablando de Cassavetes. Imposible no leerlo, una y otra vez, como un autorretrato. 

El libro del año ¡en enero!

Por: | 25 de enero de 2012

ErriCristobalManuel2005

Erri de Luca fotografiado por Cristóbal Manuel.

YA CONOCEN la respuesta de aquel dirigente maoísta al que, bien avanzado el siglo XX, le preguntaron por la revolución francesa: “Demasiado pronto para juzgar”. No todos son tan cautos y los periodistas, menos. Si hay un partido del siglo cada semana, ¿podría haber cada mes un libro del año? Aunque el verano marca muchas veces la frontera de la amnesia a la hora de hacer recuento –los títulos del último trimestre llevan ventaja en eso-, entre enero y marzo ya asoman obras que marcarán la temporada. Otra cosa es que en diciembre se acuerde alguien de ellas y terminen en el palmarés. Poco importa. No hace mucho un lector del TLS preguntaba en una carta por qué -salvo en Arguably, del llorado Christopher Hitchens- su lista de 2011 no coincidía en nada con la del New York Times

Demasiado pedir cuando a veces las listas no coinciden ni en un mismo lector. Ahí estaba Nick Hornby apuntando en columnas separadas los libros comprados y los libros leídos. No siempre eran los mismos. Va un puñado de títulos y autores de este primer trimestre y pico. Leídos o por leer. Unos merecieron la pena; otros aún la merecen. Todos salen en las semanas próximas. Sobre algunos volveremos más detenidamente. Por lo pronto son una lista más. Cada lector tiene la suya, claro. Es igual si futura o pasada. Cualquier pista es bienvenida. Tenemos tiempo. 

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Tesla, Bowie, Echenoz

Por: | 23 de enero de 2012

TeslaBowieRayos

David Bowie como Nikola Tesla en la película El truco final.

Una vida puede ser inverosímil. Una novela, no. Hay, con todo, personajes reales que lo parecen de ficción. Nikola Tesla, por ejemplo. Si fuera imaginaria, su biografía haría agua por todas partes. Demasiada literatura en ella. Datos: Serbio nacido en Croacia en 1856, políglota (estudió 12 lenguas, hablaba con fluidez seis), dos metros de altura, esquelético (terminó alimentándose de leche tibia); amante de la poesía, el ballet y el boxeo; obseso de la higiene y alérgico al contacto humano (se mantuvo célibe toda su vida, dicen sus biógrafos, y rechazó como ayudantes a futuros premios Nobel de física); colgado de las palomas y de los números múltiplos de tres (exigía a los restaurantes 18 servilletas para limpiar los cubiertos); íntimo de Mark Twain, empleado de Edison en París y rival suyo en Estados Unidos, domesticó la corriente alterna para enviarla a miles de kilómetros de distancia; diseñó la primera central hidroeléctrica de América en las cataratas del Niágara e inspiró involuntariamente la primera silla eléctrica (1890); iluminó la gran exposición de Chicago de 1893; Marconi le birló la patente con la que inventó la radio; proyectó el radar y nadie le hizo caso; aventuró la luz fluorescente y murió en un hotel de Nueva York en 1943. Dicen, entra aquí la leyenda, que el FBI se hizo con sus papeles secretos porque andaba detrás del rayo de la muerte, el arma total… ¿Sigo?

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Libro para la hoguera. Juan Ramón Jiménez inédito

Por: | 19 de enero de 2012

JRJNIños
En 1909, con 28 años, Juan Ramón Jiménez publicó un poemario titulado Olvidanzas I. Las hojas verdes que no se reeditó mientras vivió el poeta, fallecido en el exilio de Puerto Rico en 1958, dos años después de obtener el Nobel de literatura. Una década antes de su muerte, ya en el destierro, el propio Juan Ramón había escrito en la cubierta de uno de aquellos ejemplares: “Libro para la hoguera”. Y su firma. Él, no obstante, había seguido preparando poemas para ese título destinado retóricamente a las llamas. Era su costumbre: alimentar, corregir, ordenar y desordenar una obra distribuida en carpetas y que todavía hoy guarda muchos tesoros. 

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Si yo fuera Vargas Llosa

Por: | 19 de enero de 2012

Caricatura_Mario_Vargas_Llosa

Si yo fuera Vargas Llosa diría que no. Razón aquí. Clave de lectura con matices: donde dice premio vale decir cargo. Mejor la presidencia del Gobierno. O de la República... si las cosas siguen así.

Ilustración de Sciammarella

 



Vuelve Paul Auster, escritor francés

Por: | 18 de enero de 2012


AusterUriarte2007

 Paul Auster y su hija Sophie en San Sebastián en 2007. Foto: Jesús Uriarte

 Ella: “Tú no tienes valores. Toda tu vida es nihilismo, cinismo, sarcasmo y orgasmo". Él: “¿Sabes? Con ese eslogan, en Francia me harían presidente de la república”. No sabemos si Woody Allen entraría en el Elíseo con ese programa, pero Paul Auster bien podría entrar en la Académie Française con Diario de invierno, el libro que Anagrama publica mañana en edición digital (10,99 euros) y el día 1 de febrero en papel (18,90 euros. 244 páginas). Si la fecha es un guiño del editor al escritor –cumple 65 años dos días después (nació el 3 de febrero en el hospital Beth Israel de Newark)-, también es un detalle en el sentido contrario: la obra sale antes en español que en inglés; la edición estadounidense no aparecerá hasta agosto. Todo un gesto meses después de que Seix Barral anunciara en la feria de Fráncfort que se hacía con los derechos para publicar en bolsillo al autor de Ciudad de cristal, un escritor llevado por Herralde a los altares hispánicos después de que en los años ochenta vagara por sellos como Júcar o Edhasa. Hasta el Premio Príncipe de Asturias arrimó esa ascua a su sardina en 2006.

 AusterCubiertaDiario de invierno, traducido al castellano por Benito Gómez Ibáñez, es una suerte de memorias oblicuas, un libro fragmentario escrito en segunda persona en el que Paul Auster habla de su cuerpo y sus días como si fueran los de otro. Así, recorre cicatrices –literalmente-, accidentes, achaques, amores y muertes. Y casas, las 21 de su vida: de la calle South Harrison, 75 en East Orange (Nueva Jersey) a “cierto lugar” de Park Slope (Brooklyn), una vivienda de piedra rojiza de cuatro plantas con un pequeño jardín en la parte de atrás, su domicilio desde hace 18 años: “Ahí es donde vives, y ahí es donde quieres seguir viviendo hasta que ya no puedas subir y bajar las escaleras por tu propio pie. No, más aún: hasta que ya no puedas subir y bajar las escaleras a gatas, hasta que te saquen de ahí para meterte en la tumba”.

El resultado es el libro más francés del escritor más francés de Estados Unidos, y no solo porque una pequeña parte de lo que cuenta en él suceda en Francia sino porque, siendo un trozo de vida americana, tiene por momentos ese aire de recuento exhaustivo de los artefactos de Georges Perec. Escatológico en los dos sentidos pero no nostálgico, el diario reflexiona sobre el invierno de la vida de un narrador y poeta con al menos dos vías de exploración. Una va desde el impagable La invención de la soledad hasta Diario de invierno y nos habla de sí mismo sin dejarse atrás nada: ni la muerte de sus padres, ni su pasión por la escritora Siri Hustvedt, su mujer, y por su hija Sophie, ni una torpe visita adolescente a un burdel poco después de batir “el récord norteamericano de masturbación durante los meses de 1961 y 1962”. Lo grande y lo pequeño. La otra vía es la que ha hecho del azar y la extrañeza todo un género. Hasta el límite y, por ello, con resultados desiguales porque lo literario, muchas veces, trabaja en contra de la literatura. Y del cine si pensamos en la tonelada de pretensiones con la que Auster, notable guionista, construyó su última y libresca película, La vida interior de Martin Frost.

AusterCristalPaul Auster, que parecía llamado a hacerlo, no ha querido nunca escribir unas memorias de una sentada, ni siquiera en A salto de mata, el libro que pudo ser y no fue. Sus novelas están llenas de trucos y de perlas, esto es, de literatura y de vida. Compensa sortear la primera para llegar a la segunda, aunque al hacerlo nos suceda como a la abuela del autor cuando hablaba a la madre de este: “Qué hombre tan maravilloso sería tu padre… con que sólo fuera de otra manera”. Es una nota de Diario de invierno.

 

El País

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