Joaquín Pérez Azaústre, Francisco Brines, Antonio Colinas, Luis Antonio de Villena, Pablo García Baena, José Manuel Caballero Bonald, Jaime Siles, Enrique Loewe, Jesús García Sánchez (Chus Visor) y Víctor García de la Concha, de izquierda a derecha, durante el fallo en noviembre pasado del último Premio Loewe de Poesía, concedido a Álvaro García.
Un apunte sociológico. Nunca, desde los años 50, se vieron tantas corbatas en la poesía española. Hoy se presenta en el Hotel Palace de Madrid el libro ganador del Premio Loewe de Poesía: Canción en blanco, de Álvaro García.
Cuando en 1988 Juan Luis Panero (en la foto de la izquierda) ganó la primera edición con Galería de fantasmas el mundo recibió dos noticias. Una: acababa de nacer el nuevo premio de referencia en la poesía española. Dos: el primer ganador tenía 46 años y, sobre todo, era un autor consagrado. Lo segundo trastocó de tal modo la pretensión de que el galardón sirviera para descubrir “nuevos valores” que la Fundación Loewe abrió el Premio Joven Creación para menores de 30 años a la vista de que la dotación económica (20.000 euros actualmente), el prestigio del jurado (hasta su muerte en 1998 lo presidió Octavio Paz, que, por el camino, en 1990, recibió el Nobel), la buena distribución del libro ganador (en la editorial Visor) y eso que llaman “repercusión mediática” había convertido el premio grande en una pieza codiciada incluso por autores que empezaban a salir en los libros de literatura del bachillerato.
Tras Panero, desfiló por el madrileño Hotel Palace -lugar tradicional del fallo (o entrega) del premio- media generación del 68 (vulgo, novísimos): de Jaime Siles (1989. Hoy es miembro del jurado) a Guillermo Carnero (2005) pasando por Jenaro Talens (1997) o José María Álvarez (1998).
Basta sobrevolar el palmarés del Loewe para, a la vista de nombres como los de Luis García Montero, Felipe Benítez Reyes, Carlos Marzal o Cristina Peri Rossi, entender que el nuevo galardón de referencia de la poesía española ya no lo era al modo en que lo había sido el histórico premio Adonáis, todavía vivo. Cuando este fue creado en 1943 no era fácil para un poeta joven publicar un libro. 45 años después lo difícil era no publicarlo. Tal era la avalancha de colecciones más o menos autonómicas y municipales nutridas mayormente con premios de la misma estirpe pero, en ocasiones, dotados económicamente de un modo que frisaba el escándalo. Cuando un premio local no terminaba de arrancar del todo se le doblaba la dotación y/o se le ponían tapas duras al libro ganador. Antes, eso sí, de enviarlo a los almacenes del consistorio de turno.
Convocado, no se olvide, por una fundación privada, el Loewe decidió invertir bien el dinero para conseguir cosas que no siempre se consiguen con dinero. Por lo pronto, un jurado. Francisco Brines, Carlos Bousoño, José Manuel Caballero Bonald, Antonio Colinas, Pablo García Baena, Luis Antonio de Villena, Víctor García de la Concha, el citado Octavio Paz (en la foto), Pere Gimferrer (que lo dejó) o Álvaro Mutis (que no acertó a ejercer el papel de su colega mexicano) son nombres difíciles de reunir como lectores. Otros premios tienen tanta dotación como el Loewe y muchos comparten la misma editorial. Solo él ha tenido jurados así. Ventajas de no ser una concejalía: ni poetas locales ni consejeros de turismo ni concejales de festejos.
La propia evolución del Loewe –Panero mediante, ya hemos visto- ha marcado su identidad como premio: más que descubrir valores nuevos, pone el foco –a veces el foco del Hola; marca obliga- sobre autores ya conocidos para los lectores de poesía. Los que queden.
Así, aparte de contar en su historial con uno de los libros de referencia de las últimas décadas –Habitaciones separadas (1993), de Luis García Montero- el Loewe ha dado otra dimensión –pública, eso sí, ya dijimos que este apunte era sociológico; otro día hablaremos de literatura- a poetas como César Simón, Antonio Cabrera, Álvaro Valverde, Miguel Ángel Velasco o Juan Antonio González Iglesias (a la izquierda, fotografiado por Gorka Lejarcegi en Madrid el día de la presentación de Eros es más, el libro con el que ganó).
A la nómina del Loewe le faltan pocos cromos de la historia de la poesía reciente. En su debe, eso sí, sigue estando la menos que simbólica presencia de mujeres y de autores latinoamericanos –el premio se llama Internacional- en su historial, aunque la costumbre peninsular de premiar libros inéditos tiene sus peajes. Entre tanto, la labor de descubrimiento de nuevos valores sigue recayendo en el premio Hiperión, dos años más antiguo que el Loewe. Pero más joven. El propio Álvaro García lo ganó en 1989 con La noche junto al álbum.
Para la historia anecdótica del galardón quedará siempre la sabiduría entusiasta de Francisco Brines en los salones del Palace, la foto (a la izquierda) del llorado Miguel Ángel Velasco (y su melena) al lado de Enrique Loewe, el susto de que el libro ganador (2004, Antonio Gracia) hubiera ya ganado otro premio (al año siguiente ganó Carnero, un valor seguro) o el maravilloso discurso sobre el poder que Juan Antonio González Iglesias (2006) improvisó delante de un auditorio en el que estaba Ana Botella, esposa entonces del presidente del Gobierno y hoy alcaldesa de Madrid. Nunca en medio siglo se han visto tantas corbatas en la poesía española.
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NOTA DE LAS 17.00 h. Efectivamente, se presentó Canción en blanco, y las palabras que precedieron a la lectura de un fragmento -"tráiler" dijo Álvaro García- del poema-libro quedarán también en aquella historia anecdótica de la que hablábamos. Corrieron a cargo de Álvaro Pombo, que habló de filosofía, poesía, Rilke, Husserl y la fenomenología -"siempre fui muy pedante"- a raíz de la cita de Ezra Pound que abre el poemario: "La mejor metáfora de una cosa es la cosa misma". También dijo que el acto tenía algo de profético y que el profeta era él, que ya hace años, en "un faldón" de Diario 16, predijo el brillante futuro del ganador de hoy. Una pareja en una habitación de hotel, el ruido de la calle, un papel que entra por la puerta, imágenes de la televisión... Todo lo que sucede se inserta en el poema, sin premeditación. Por eso la canción está en blanco, explicó su autor. "Detras del tiempo hay tiempo, pero en vilo", dice el verso grabado en los relojes de arena que había sobre las mesas. Este es el fragmento inicial del libro:
Canción en blanco
por Álvaro García
Sólo puedo decirlo con la canción en blanco,
imágenes que se unen al decirlas
como las líneas de la carretera
se vuelven línea entera en la velocidad,
rápidos pueblos-calle, aldeas enlazadas.
Todo lo que hemos sido antes de esto,
espacios cuyo sitio es aquí ahora
al cabo de ser nada y ser tú y yo.
La memoria no cabe en una página,
pero cabe de pronto en esta noche
y la calle con lluvia
de este cuarto de hotel en donde el mundo
delante de sí mismo,
tan de repente, no nos necesita.
El tiempo se adelanta al tiempo y a nosotros
lo mismo que pensar sin tener que pensar
la fiesta paseable de un viento de cornetas
después de la tragedia, el huracán
con nombre de muchacha, un nombre
aséptico
para fijar horror con algo asible
como se fija en la probeta un virus,
como fija el olvido la memoria,
como fija el cristal luces que pasan.
Descubrimos la boca en el sabor
como si no bastara con saberla
con el dedo que toca y entreabre
la boca y roza el diente y se humedece.
Comprendo el tiempo en esta habitación
que huye de los días y los quiere.
Eres la entraña de agua de una fruta,
eres la concreción del infinito.
Aquí se va la muerte, la apartamos
en un latir mordido por la sombra.
Lo que nunca acabamos de saber
ciñe esta hora clara tan oscura,
sangres juntas que no saben y están,
que no pueden salirse ya del círculo.
Es nuestra paz que alarga el irse el sol
tras las agujas altas de los árboles.
Pusiste pliegos de papel-mantel
por no manchar del verde de la hierba
el pantalón tan blanco y tan ceñido.
Un último suspiro de la ciudad en sus luces
y empezaba a hacer frío cuando suenan
los silbidos de un loro o los de un loco.
Hice luego una bola del papel
como si contrajéramos la tarde
igual que el corazón,
el siempre inquieto, el que ha esperado
siempre.
Hay 1 Comentarios
El premio Loewe y el premio Adonais de poesía sé lo que son porque ganar cualquiera de los dos sería el sueño de mi padre, poeta inmenso- con innumerables premios- y arquitecto de profesión reconvertido en arquitecto de la palabra.
Publicado por: maria | 22/03/2012 17:57:40