Madre busca hija en el Museo del Prado

Por: | 20 de mayo de 2013

Ceres_en_casa_de_Hécuba_(Elsheimer)

Ceres en casa de Hécuba (ca. 1605), de Adam Elsheimer (y taller). Óleo sobre cobre, 30 x 25 cm.

Museo del Prado. Madrid (se expone en la muestra La belleza encerrada).

¿Qué hace que nos fijemos en un cuadro? ¿Qué hace que nos fijemos en un cuadro como Ceres en casa de Hécuba?

Podría ser su tamaño, su pequeño tamaño, o la superficie sobre la que fue pintado: una plancha de cobre apenas mayor que un folio. (No es, pues, extraña que lo hayan incluido en La belleza encerrada. De Fra Angelico a Fortuny, la exposición de las obras de formato pequeño que se abre mañana en el Museo del Prado).

Podría ser el tema que trata, un episodio poco citado de las Metamorfosis de Ovidio: Ceres -diosa de la agricultura, de su nombre viene la palabra cereal- busca por todas partes a su hija Proserpina, raptada por Plutón. Cuando, agotada, llega a una casa de campo, pide de beber. Una anciana le ofrece una infusión de cebada y un niño se burla de su avidez al apurar la bebida casi sin respirar. La diosa, ofendida, convierte al muchacho en lagartija.

Podría ser la obstinación de Ceres buscando a su hija por todos los rincones. Podría ser su pena, que amenazaba con provocar una hambruna hasta que Júpiter ordenó a Plutón que liberase a Proserpina, liberación que solo sería posible si no había tomado alimento alguno en el Hades. Como la muchacha había comido de una granada, Júpiter decidió que permanecería allí tantos meses al año como granos hubiese comido. El resto -los meses de primavera y verano- los pasaría con su madre, quien, feliz, bendice así la fertilidad del campo.

Podría ser, volviendo al cuadro, el efecto que producen las distintas fuentes de luz que los estudiosos han señalado en él. "Un sistema muy articulado de llamas y resplandores", ha escrito Francesca Cappelletti, que habla de la antorcha a la espalda de Ceres, de la vela que lleva la vieja y de la hoguera que, al fondo, ilumina la escena de ordeño. 

Podrían ser las "poses estatuarias" de las que habla la misma experta o la naturalidad con la que la anciana le dice al muchacho con la mano izquierda: "Calla". Sin mirarle.

Rubens, Watteau y Veronese tienen sus propias Ceres. ¿Por qué nos fijamos entonces en la de Elsheimer, que, por cierto, perteneció al propio Rubens antes de que se la comprase Felipe IV?

Podría ser porque su autor murió en Roma con 32 años (había nacido en Fráncfort en 1578) o porque, a su muerte, Rubens, de nuevo, escribió en una carta: "Nuestra profesión entera debe cubrirse de luto [...] Nos podría haber ofrecido cosas de una novedad nunca vistas".

Podría ser porque el propio Elsheimer pintó por la misma época La Aurora, un cobre de 17 x 22 cm que según Cappelletti es "una de las obras más importantes de la pintura de paisaje en Europa". (Los dos cuadros pudieron verse hace dos años juntos en el Prado, en la exposición Roma. Naturaleza e ideal. Paisajes 1600-1650).

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Podría también ser porque un poeta ha escrito sobre ella. El francés Yves Bonnefoy por ejemplo, que en 2001 publicó Las tablas curvas (traducido en España por Jesús Munárriz y publicado por Hiperión dos años más tarde). Allí la diosa Ceres retratada por Elsheimer ocupa varios poemas. Y por varias razones: porque muchos hablan del verano, porque otros lo hacen de la infancia y Bonnefoy se identifica con el niño que será convertido en reptil (algo que, según el poeta, le pasaba al mismísimo pintor). También porque a veces se identifica con la madre que busca a su hija. O porque Bonnefoy no pierde de vista el cuadro para pedir "que haya sentido a pesar del enigma" y habla de buscar "la belleza misma, en su lugar de nacimiento,/donde aún no es más que verdad".

La poesía siempre es un argumento de autoridad, sobre todo porque Bonnefoy, que ha escrito mucho y bien sobre arte, siempre lo ha hecho con conocimiento de causa -es autor de un monumental diccionario de mitologías- y herramientas de estudioso, es decir, alejándose del hábito de muchos escritores de subrayar en la pintura lo pintoresco.

¿Por qué nos fijamos en un cuadro? ¿Por la poesía de Bonnefoy o por sus ensayos? De hecho, el escritor francés dedicó dos a la Ceres de Elsheimer (en español recogidos en el volumen La nube roja, traducción de Javier del Prado y Patricia Martínez para la editorial Síntesis).

Podría ser, por tanto, porque Bonnefoy habla con fascinación de Elsheimer -una "conciencia nocturna" lo llama- y de su cuadro -que pretende "explicitar una intuición todavía inicerta"-. Para ello, sigue el escritor, hace jugar a la luz y a las tinieblas para poner de relieve la sombra: como un negativo de fotografía "todo nos resulta familiar sin que lleguemos a comprenderlo".

Tal vez porque según el poeta, el cuadro -pequeño campo de batalla entre el deseo y el sentido, lo abierto y lo cerrado- le produjo el mismo sobresalto que le produciría a cualquiera estar ante "un pensamiento nuevo" en tiempos en que "la realidad excedía a la imagen que se tenía de ella".

Sin olvidar, como dice Bonnefoy, que la misma mujer que pena por su hija va a convertir en lagartija a un muchacho. Fríamente.

Podría ser por todo eso, que no es poco, pero también porque hay que estar delante de ese cuadro para apreciar no ya la luz, la tiniebla. Para comprobar que alguien puede pintar negro sobre negro (y otra vez sobre negro) sin que se pierda ninguno de los matices, es decir, por algo que depende de un pincel, un color, una superficie y una mano. Algo difícilmente reproducible en una foto, dos ensayos, un poema y toda la erudición del mundo. Por eso es una suerte que salga ahora del almacén del Prado, porque delante de la Ceres de Elsheimer podremos señalar a la noche -como el muchacho a la diosa- y, sin articular palabra, responder a la pregunta de qué hace que nos fijemos en un cuadro. Por eso.

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Sobre el blog

Como dios y el diablo viven en los detalles, en la letra pequeña de los contratos están los matices. Este blog habla de literatura desde esa perspectiva. A pie de página. Sin gritar demasiado.

Sobre el autor

Javier Rodríguez Marcos

estudió filología, trabaja como periodista y es miope. Pero sigue leyendo. Forma parte del área de cultura del diario EL PAÍS y ha publicado media docena de libros, alguno incluso de poesía. De tener una teoría, podría resumirse en este viejo tuit de don Quijote: "Más vale un diente que un diamante".

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