A UNA CICLISTA
Por la calle
se desliza
la pérfida bicicleta.
Jorge
Guillén
Entre autobuses, entre corazones,
entre los olmos, entre los vallados,
entre almas atónitas, por puentes,
exhalada tu firme bicicleta.
Te sigue el río de la carretera,
tierno su duro arbitrio conmovido,
respondiendo a tu llanta con lamentos:
Te pierdes. No te pierdes. Te persigo.
¡Qué júbilo sin prisa en lo que es llano!
¡Qué salto en los collados repentinos!
¡Qué dejarse caer por las cañadas,
exhalada tras ti, la carretera!
Siguiéndote va, helada, cuando tuerces,
y ¡qué lento suspiro cuando un valle
te traga, qué alto grito
cuando una loma justa te devuelve!
Bella ciclista, tu ave de pedales
conduces por un aire de jardines,
de prados, aguardando entre los troncos
a que estalle final la primavera.
El viento en tus oídos te proclama
única emperatriz de los ciclistas.
Te persigue, te pide los cabellos;
tú se los das y te los va peinando.
-«Nadie me espera, nadie me despide;
mis cabellos y el viento, los pedales,
los troncos y los ríos so los puentes;
sin partida o llegada, siempre voy.»
Siempre va, siempre va, aunque suspiren
árboles melancólicos, y lloren
los ojos de los puentes ríos de llanto.
No pesa el corazón de los veloces.
Esto escribía José Antonio Muñoz Rojas en una de sus Canciones (1933-1940). El poema es una especie de versión del “A una mujer que pasa” de Baudelaire –todo un hito de la modernidad- pasado por el clasicismo formal y ese impagable cierre con aire de lema vital: “No pesa el corazón de los veloces”.
Como la familia o la luna, la bicicleta no es un tema, es todo un género literario. En ese apartado de la estantería viven también la “Oda a la bicicleta” de Pablo Neruda (“Pasaron/junto a mí/las bicicletas,/los únicos/insectos /de aquel/ minuto seco del verano”) y la “Canción para pedir más carril bici” de Juan Antonio González Iglesias, que “físicamente feliz” concluye: “Ir por el carril bici/durante media hora,/ser centauro recién/nacido, me parece/más de lo que merezco/.../ Pero reclamo más”.
Esa antología sobre dos ruedas podría completarse con La bicicleta del panadero (Calambur), el premio con el que Juan Carlos Mestre ganó el último premio de la crítica de poesía; con El Alpe d'Huez, la novela de Javier García Sánchez; con Contrarreloj (Tusquets), la de Eugenio Fuentes; o con el reciente Diez bicicletas para treinta sonámbulos, un volumen de la editorial Demipage que reúne textos escritos por Antonio Muñoz Molina, Luis Landero, Marta Sanz, Fernando Aramburu, Álvaro Valverde o Felipe Benítez Reyes.
Todo leído con las gafas del indómito Laurent Fignon desde la bicicleta estática de Sergi Pàmies soñando ser como El Junco de Bérriz mientras llegan las crónicas que Carlos Arribas escribe para este periódico desde el Tour de Francia, que, por cierto, empieza hoy.
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En la imagen, dibujo de Marcel Duchamp.