Para los que tenemos mentalidad escolar el año termina en
junio y no en diciembre. Inevitable, pues, recapitular, hacer listas o, mejor,
si trabajas por encargo, listas con las listas que te han pedido a lo
largo del curso. He aquí un caso clínico.
Cuando este periódico decidió elegir en diciembre el mejor libro del año 2012, respondí:
La luz difícil, de Tomás González, en Alfaguara. Es del año pasado aunque no de este curso, pero sigue siendo igual de bueno.
[Ganó Pensar el siglo XX, de Tony Judt, en Taurus. Traducido por Victoria Gordo del Rey].
Cuando el Hotel Kafka y el Ámbito Literario de El Corte Inglés eligieron el mejor libro que hubiese vendido menos de 3.000 ejemplares en 2011, mi propuesta fue:
Canción de tumba, de Julián Herbert, en Mondadori. Aunque avisé de que uno de los mejores de ese año –y de cualquier año- era otro.
[Ganó Jon Bilbao con Padres, hijos y primates, en Salto de página].
Cuando El Cultural de El Mundo dedicó la portada a escritores españoles con menos de 40 años y “grandes perspectivas”, mis cinco propuestos fueron: