Jesús Aguado, poeta anónimo

Por: | 31 de octubre de 2013

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LA GORDA

Como un niño a una rueda,
la llevaba rodando a todas partes.
Nunca le dije gorda. Le llamaba
mi pequeño planeta expulsado del cielo,
mi hamburguesita doble, mi ballena.
Yo no era su novio sino un extraterrestre
llegado del espacio para ponerla en órbita,
o una familia hambrienta la tarde de un domingo,
o el capitán Ahab. A veces explotábamos
de gozo, y mi bombona de azúcar me dejaba
malherido y feliz como un buzo mordido
por su propia escafandra. Una tarde al llegar
a una calle con fuerte pendiente la empujé
sin calcular las consecuencias
y se salió rodando de mi vida.

El autor de este poema es Jesús Aguado y la noticia es que se acaba de publicar una “antología esencial” de su obra con el título de La insomne (Fondo de Cultura Económica). Si añadimos que el propio Aguado es un poeta esencial se entenderá la importancia de ese libro.

Aguado nació en Madrid –o sea, “casi en Sevilla”- en 1961 y alguna vez ha dicho que todo poema es la escalera que usamos para arreglar el tejado y que eso es lo más alto que puede llegar la poesía, pero también ha dicho que, además de escalera, la poesía es el vértigo de estar allí arriba. En el epílogo a La insomne resume otras de sus ideas sobre la poesía. Esa que, por ejemplo, dice que “cada libro de poemas es un plan de fuga puesto es práctica para escapar de una cárcel diferente”. O aquella que sostiene que “para llegar a ser un buen poeta antes hay que haber aprendido a fugarse de muchas prisiones; la del Sentido, la de la Historia, la del Cuerpo, la de la Sociedad, la del Yo, la de la Ideología...”

Jesús Aguado lleva una quincena de libros escapando de ser él mismo, o sea, de repetirse, y sin embargo tiene una voz reconocible a kilómetros de distancia. Si lo dijéramos en periodiqués diríamos que es uno de los grandes poetas de su generación o de las últimas décadas o algo así, pero diremos sencillamente siete u ocho cosas.

Una: que en sus versos transmiten eso que solo transmite la poesía anónima, una sensación de trabajada facilidad pulida por el tiempo y por mil voces. Que hayan salido de una sola cabeza no deja de ser motivo de asombro.

Dos: que en esa cabeza conviven armoniosamente la poesía, la filosofía y la religión (en el buen sentido de las tres palabras) porque sus textos tienen algo de sapiencial y de sabio. Sabio como un catedrático emérito; sabio como un anciano de pueblo. O una anciana. O una catedrática.

Tres: que su gran tema es el amor y eso hace de él uno de los grandes poetas amorosos de las últimas décadas, etcétera.

Cuatro: que se formó entre Andalucía y la India, cosa que explica algo mejor lo de la anonimia y la sabiduría.



Aguadola-insomne-9788437506920Cinco:
que, después de que Aguado reuniera todo su poesía entre 1984 y 2010 en El fugitivo (Editorial Vaso Roto, 2011), La insomne selecciona poemas de muchos de sus libros, incluido  Lo que dices de mí (Pre-Textos, 2002), un hito. Además, incluye un largo poema inédito que a su vez glosa otro de Octavio Paz: “Niño y trompo” (“Cada vez que lo lanza/cae, justo,/en el centro del mundo”) [trompo: peonza en el español de España].

Seis: que si anteriores reuniones de la poesía de Jesús Aguado contaron con interesantísimas introducciones de Juan Bonilla y Vicente Luis Mora, esta antología se abre con un estupendo prólogo de José Ángel Cilleruelo que, dicho sea de paso, sería impecable si no sacara a colación las polémicas poéticas de los años 80 después de decirnos que Aguado se mantuvo sabiamente al margen de ellas: ¿de verdad Los amores imposibles –premio Hiperión en 1990- buscaba “ridiculizar” la poesía realista de la época?

Siete: que el poema “La gorda” no está en la antología pero, ¿quién se resiste a unos versos en los que alguien llama a su amada “hamburguesita doble?”.

Ocho: que la foto tripe de Jesús Aguado que acompaña esta nota es de Gorka Lejarcegi y que este poema que sigue sí está en la antología (esencial) La insomne:

Todo lo que decimos inaugura distancias,/ estructura de modo distinto lo que somos/ y nuestra relación con lo que existe,/ cambia  de decorado y cambia de guión,/ modifica el sentido de las leyes/ y nos    hace    asumir actitudes y fines/ que antes  ni siquiera imaginábamos.

Por eso las palabras nos escriben,/ es decir, nos tornean, nos labran, nos dibujan./ Para ser más exactos:  las palabras,/  lejos de ser  pasivos  instrumentos/ en nuestras manos, son gigantas poderosas/ desde aquí puedo ver el grosor de sus músculos,/ sus ojos inyectados, la determinación/ que    demuestran   sus   gestos) que    nos   usan/ como  materia prima para hacerse sus casas.

Las   palabras   nos   hablan,   las palabras/ nos  habitan. Por eso decir lo que nos dice/ (o hablar  lo  que   nos  habla, callar lo   que   nos   calla,/   escribir   lo que   escribe   nuestra   vida)/ es mucho más que un acto/ de aceptación de la existencia; es/ poner una semilla en la palabra/ para que  diga  lo que somos; es/ seducir la  palabra y penetrarla/para que nos alumbre y nos lleve a su casa:/ y nos  lleve a una casa que es la nuestra.

Frente   a    todos    aquellos/ que están donde  no están  y  no están    donde    están,/   frente  a todos   aquellos   que   al  vivir/en una    casa    ajena    en    realidad/ habitan   una   cárcel,/   la   poesía y   el   amor    nos    hacen/   libres para   elegir   una     casa      y    un mundo/   y    nos   dejan   abiertos para   ser   elegidos/  por la casa y el mundo que elegimos.

Y   cuando  afirmo «todo   lo   que decimos» quiero/ decir la que decimos con sentido:/ aquello que      se dice por medio de nosotros/ (la poesía y el amor, la luz/ y los bosques y el mar, la nada y el olvido...),/ aquello que bautiza las medidas del mundo/ (rediseña la planta de la  casa),/ aquello que le da al mundo otra apariencia/ sin por ello impedir que siga intacto/, aquello, en fin, que afirma la que es/ en vez de destrozarlo, de ignorarlo, de pasar a su lado con los ojos borrándose.

 

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Sobre el blog

Como dios y el diablo viven en los detalles, en la letra pequeña de los contratos están los matices. Este blog habla de literatura desde esa perspectiva. A pie de página. Sin gritar demasiado.

Sobre el autor

Javier Rodríguez Marcos

estudió filología, trabaja como periodista y es miope. Pero sigue leyendo. Forma parte del área de cultura del diario EL PAÍS y ha publicado media docena de libros, alguno incluso de poesía. De tener una teoría, podría resumirse en este viejo tuit de don Quijote: "Más vale un diente que un diamante".

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