Letra Pequeña

Sobre el blog

Como dios y el diablo viven en los detalles, en la letra pequeña de los contratos están los matices. Este blog habla de literatura desde esa perspectiva. A pie de página. Sin gritar demasiado.

Sobre el autor

Javier Rodríguez Marcos

estudió filología, trabaja como periodista y es miope. Pero sigue leyendo. Forma parte del área de cultura del diario EL PAÍS y ha publicado media docena de libros, alguno incluso de poesía. De tener una teoría, podría resumirse en este viejo tuit de don Quijote: "Más vale un diente que un diamante".

Eskup

La mexicana que no ganó el Cervantes

Por: | 29 de abril de 2014

RosarioCasteY dijo Elena Poniatowska hace una semana en Alcalá de Henares al recibir el Premio Cervantes: “Los mexicanos que me han precedido son cuatro: Octavio Paz en 1981, Carlos Fuentes en 1987, Sergio Pitol en 2005 y José Emilio Pacheco en 2009. Rosario Castellanos y María Luisa Puga no tuvieron la misma suerte y las invoco así como a José Revueltas”.

Hablemos brevemente de Rosario Castellanos, que no pudo haber ganado el Cervantes porque murió en 1974, dos años antes de que se concediera el premio por primera vez (a Jorge Guillén). Murió en Tel Aviv el 7 de agosto –pronto hará cuatro décadas- y de la forma más tonta: quiso encender una lámpara al salir del baño con las manos mojadas y se electrocutó. Tenía 49 años. También le rindieron homenaje en el Palacio de Bellas Artes del D. F., como a García Márquez (que tampoco llegó a ganar el Cervantes, en su caso, porque no quiso).

RosarioCastellanosimagesCAD6VRJLRosario Castellanos fue poeta, novelista, ensayista, profesora, diplomática, hija de terratenientes (devolvió su herencia a los indios de Chiapas), madre de tres hijos (murieron dos), feminista, esposa, mujer divorciada... Fue todo eso y fue también desgraciada. Cosas de su matrimonio –“poligámico”, dijo, por la parte de él- con el filósofo Ricardo Guerra. De todo eso habla su obra. “Tuvo, desde su infancia, una conciencia clara de lo que significaba ser blanca frente a los indios y mujer frente a los hombres”. Lo dice la poeta Amalia Bautista en el prólogo que puso a Juegos de inteligencia, la maravillosa antología de Castellanos que preparó hace tres años para la editorial Renacimiento.

Mujer frente a los hombres significaba, entre otras cosas, que sus colegas intelectuales la mirasen por encima del hombro. Blanca frente a los indios significaba, por ejemplo, que de niña tenía una esclava (otra niña) de su propiedad. Literalmente.

Habría sido bonito que Rosario Castellanos viviera para recibir el Premio Cervantes. Nunca podremos leer su discurso, pero podemos imaginar el tono que hubiera tenido leyendo su autorretrato. Este:

 

AUTORRETRATO

Yo soy una señora: tratamiento

arduo de conseguir, en mi caso, y más útil

para alternar con los demás que un título

extendido a mi nombre en cualquier academia.

 

Así, pues, luzco mi trofeo y repito:

yo soy una señora. Gorda o flaca

según las posiciones de los astros,

los ciclos glandulares

y otros fenómenos que no comprendo.

 

Rubia, si elijo una peluca rubia.

O morena, según la alternativa.

(En realidad, mi pelo encanece, encanece.)

 

Soy más o menos fea. Eso depende mucho

de la mano que aplica el maquillaje.

Mi apariencia ha cambiado a lo largo del tiempo

-aunque no tanto como dice Weininger

que cambia la apariencia del genio-. Soy mediocre.

Lo cual, por una parte, me exime de enemigos

y, por la otra, me da la devoción

de algún admirador y la amistad

de esos hombres que hablan por teléfono

y envían largas cartas de felicitación.

Que beben lentamente whisky sobre las rocas

y charlan de política y de literatura.

 

Amigas… hmmm… a veces, raras veces

y en muy pequeñas dosis.

En general, rehuyo los espejos.

Me dirían lo de siempre: que me visto muy mal

y que hago el ridículo

cuando pretendo coquetear con alguien.

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Ángel Guache, el hombre orquesta

Por: | 05 de abril de 2014

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A la espera de su próxima reinvención, Ángel Guache es, al menos a esta hora del sábado 5 de abril, un músico que dejó la poesía lírica y un poeta humorístico que dejó la pintura. Por eso no tiene un rincón de trabajo sino tres. Y los tres llenos de libros, discos y cuadros. Lo más parecido a un estudio que hay en su casa madrileña en una mínima habitación en la que uno chocaría con las estanterías si pusiera los brazos en cruz. Con las paredes forradas de catálogos de arte —Imi Knoebel, Mark Rothko, Moholy-Nagy—, del suelo brotan estalagmitas de DVD en las que Simón del desierto convive con Placebo y los Sex Pistols. Colonizado casi todo el espacio, la silla del ordenador quedó impracticable “hace mucho” por otra montaña de papeles. Por eso Guache teclea sin sentarse cuando quiere verificar una fecha de su propia biografía: en qué año publicó en la editorial Trieste El viento en los árboles, el libro que lo consagró como poeta simbolista (fue en 1986), o cuándo inauguró con Piano, piano, ilustrado por César Fernández Arias, la colección infantil de la editorial Hiperión (en 1995).


Ángel Guache, que nació en Luanco (Asturias) en 1950 y vive en Madrid desde los 18 años, se estrenó como pintor “de adolescente” y aparcó los pinceles en 2003. Dos años antes, el Museo Reina Sofía le dedicó la muestra Poemas geométricos, que recogía cuadros de pequeño formato y espíritu constructivista cuya única salida parecía el blanco total. “Al final tenía la impresión”, cuenta, “de que un cuadro termina siendo, sobre todo, un objeto, y no quería ser un fabricante de objetos. Lo que me gusta de la música es que queda en el aire”. Aunque todavía hay un lienzo esperando en un caballete en el segundo de los rincones de Guache, su adiós a las artes plásticas tuvo lugar en 2004 con la exposición Se venden frases en la galería Espacio Líquido de Gijón. Aquella despedida dio lugar a un libro de eslóganes prologado por Javier Barón, jefe de Pintura del Siglo XIX del Museo del Prado, que colocaba al pintor cesante en la línea humorística de La Codorniz y El Roto.


“El futuro pasa por el embudo”, dice uno de aquellos eslóganes tipográficos, enmarcado y apoyado en la pared en el tercer rincón de trabajo del poliédrico Guache. Allí los sombreros se disputan la mesa con las Disertaciones por Arriano de Epicteto, tratados de arte clásico o discos de The Clash y Marilyn Manson. “Aquí trabajo”, dice de un lugar que cualquiera diría reservado para las visitas. Ambulantes o no, aquí tomaron cuerpo los versos que han dado lugar a Ruido cósmico (Huerga & Fierro), el libro de poemas que publica estos días, y Anarquía barbuda, un disco —“eléctrico cántico de insumisión”, lo llama— en el que el poeta ha añadido sus versos y su voz rota a la espídica guitarra de Marcelo Pull. No es la primera vez que Guache hace de letrista, pero sí su estreno como cantante: “Nadie se atrevió con estas letras porque decían que eran de cantautor. Será porque, además de caña y coña, tienen eso que llaman conciencia social. Pues sí, hay que arriesgarse a que digan que caes en el panfleto. En estos momentos de deterioro de los derechos sociales hay que dar testimonio de lo que está pasando”.

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Texto publicado en la sección "El rincón" de Babelia, suplemento cultural de EL PAÍS, el 5 de abril de 2014. El autor de la fotografía de Ángel Guache es Bernardo Pérez.

Otros rincones:

Las manos vacías de Antonio Ferres.

Juan Carlos Mestre, el vigilante del fuego.

José Luis López Muñoz, un traductor a fuego lento.

 

Ángel Crespo en el Campo de Agramante

Por: | 02 de abril de 2014

CrespoÁngelPeticionImagenCAN5UOFR

JUEGO DE AZAR

No escribo una palabra en la que no

me juegue cuanto tengo y espero

querer tener. ¿Así

habláis vosotros, dioses?

¿O es sólo por placer

de serlo, por un alto

capricho que no puedo

compartir, por malicia

inocente o lascivia, por lo que

me hostigáis día y noche?

Pero no he de escribir

una sola palabra

en la que no me juegue vuestro amor

o, siendo vuestro, el odio.

Ángel Crespo, El bosque transparente (1983)

Extraña suerte la de Ángel Crespo (Ciudad Real, 1926-Barcelona, 1995), ese escritor plural al que muchos han leído como traductor de Pessoa, Dante o Guimaraes Rosa y al que casi nadie sabe dónde colocar como poeta. Aunque su obra está cumplidamente editada, nunca ha dejado de ser un excéntrico en un panorama demasiado sujeto a la ruleta de las generaciones. A la vez, nunca han faltado valedores de esa excentricidad. 

CampoEsa es la sensación que se desprende de la lectura de la última entrega de la revista Campo de Agramante, publicada por la Fundación Caballero Bonald, cuyo último número, el 19, está consagrado a Ángel Crespo. Hoy, miércoles 2, se presenta en el Círculo de Bellas Arte de Madrid durante un acto en el que participarán el propio Caballero Bonald, la escritora y traductora Pilar Gómez Bedate -viuda de Crespo-, Jaume Pont, Clara Janés y el director de la revista, Jesús Fernández Palacios.

El interés de Caballero Bonald por el autor de Todo está vivo, con el que compartió la dirección de la revista Poesía de España, no es nuevo. En las páginas que dedica en sus memorias a la generación de los 50, el escritor jerezano recuerda que "en términos estrictos", ese grupo poético estuvo integrado por Ángel González, Alfonso Costafreda, Carlos Barral, José Agustín Goytisolo, José Ángel Valente, Jaime Gil de Biedma, Jesús López Pacheco, él mismo y el propio Crespo. A esa lista se añadirían "por meras razones tácticas de calidad", dice, los nombres de Claudio Rodríguez y Francisco Brines, que "no habían participado en las iniciales maniobras político-literarias de los -llamémoslos así- fundadores, pero que enriquecían a no dudarlo, la reputación poética global".

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