Hemos visto pensar a un hombre

Por: | 02 de mayo de 2014

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El martes pasado vimos pensar a un hombre. Fue a la misma hora en que tenía lugar en Baviera uno de los penúltimos partidos del siglo. El fútbol está bien, nadie lo duda, pero ver a un ser humano pensando es todo un espectáculo. Sucedió en la Residencia de Estudiantes de Madrid a las siete de la tarde hora peninsular española y el ser pensante responde al nombre (real) de Jorge Wagensberg. Sucedió durante el coloquio que inauguraba el ciclo dedicado a celebrar los 30 año de la colección “Metatemas” de la editorial Tusquets. Dirigida por el propio Wagensberg, se abrió en 1984 con un ensayo de título modesto: ¿Qué es la vida?. Hoy “Metatemas” cuenta con 130 títulos y 13 premios Nobel. El último de esos títulos (al cierre de esta edición) es El pensador intruso, obra del citado W., que el martes charló de arte, de belleza, de lo humano y de lo divino con el arquitecto Oscar Tusquets.

“La ciencia es capaz de comprender sin necesidad de intuir, el arte es capaz de intuir sin necesidad de comprender”, dijo Wagensberg en uno de esos aforismos que le brotan de forma elaboradamente espontánea –lleva años de estudio tener una intuición- y que luego, a veces, él pone por escrito. También dijo que la comprensión científica es "la mínima expresión de lo máximo compartido" y él es un ejemplo perfecto de claridad y profundidad, alguien capaz de responder que sí cuando le preguntan si el arte progresa. ¿Por qué? Porque progresa el lenguaje: “En ciencia los contenidos tiran del lenguaje mientras que en arte es el lenguaje el que tira de los contenidos”.

WagensbBrunelleschi, Heidegger o el dodecafonismo pasaron por algo que podríamos llamar el filtro Wagensberg, ese hombre que piensa. Dar testimonio por escrito de la contemplación de un ser humano pensando en tan difícil como separar al bailarín del baile, pero diremos que J.W. empezó su intervención anunciando que el futuro Hermitage de Barcelona, a su cargo, se organizará en torno a las siete edades de la cultura humana. A saber: “a) la utilidad (la industria lítica del Homo habilis), b) la estética (el hacha simétrica del Homo erectus), c) la espiritualidad (el arte rupestre), d) la abstracción (Mesopotamia, Egipto, Grecia...), e) la revelación por escrito (Torá, Biblia, Corán...), f) la ciencia tal como hoy la entendemos (Renacimiento) y, finalmente, desprovisto ya de cualquier función social o religiosa: g) el arte por el arte (siglo XIX)”.

El acto de la Residencia de Estudiantes terminó al filo de las nueve de la noche, es decir, a la altura del 0-2 más o menos. La calle estaba vacía y los pensamientos de Jorge Wagensberg flotaban en el aire buscando donde posarse. Si yo fuera presidente le pediría que presentara (y redactara) el Telediario.

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En la imagen, Jorge Wagensberg retratado por Vicens Giménez.

 

Hay 5 Comentarios

Cierto; nuevas formas pueden resolver viejos problemas técnicos. Considerar por eso que el arte "progresa", o sea, según lo entiendo yo, reducir el arte a eso, a dificultades o habilidades técnicas, es no entender lo que elarte es.

Quizá (no lo sé) semejante incomprensión sólo sea posible desde un punto de vista propio de lo limitada y sesgadamente científico, y quizá más aún de lo técnico, precisamente, que cree posible reducir toda dificultad humana a problemas técnicos, y piensa que el hallazgo de una técnica nueva los resolverá. Grave error si es así, y grave limitación en la manera de ver la realidad.

Hola, Pedro Ramos.
Un ejemplo de progreso en el arte según Wagensberg:
"Desde el genio de Altamira hasta el genio de Brunelleschi pasaron quince milenios sin que nadie resolviera, de una vez por todas, la proyección de un volumen de tres dimensiones sobre una superficie de dos."
Eso no implica, creo, un juicio de calidad. Brunelleschi no es mejor que el pintor de Altamira ni Cervantes mejor que Homero. Aunque Cervantes contenga a Homero.
La visión lineal del arte y el dogma vanguardista han hecho mucho daño, cierto, pero eso no implica que una nueva forma no pueda resolver un viejo problema técnico.

No comprendo bien lo de que "el arte progresa porque progresa el lenguaje". Refiriéndonos a la literatura en concreto, que se supone que es de lo que aquí se trata, ¿cuándo Homero fue "dejado atrás" por ese supuesto "progreso"? ¿Y Virgilio? ¿Y Dante, Cervantes, Shakespeare? Que el lenguaje (y el hombre mismo) cambien, ¿significa necesariamente que lo hacen para "progresar"? ¿Y hacia dónde? ¿Era el nazismo un "progreso"? Sus partidarios, entre los que había gente nada tonta, creyeron que sí, al parecer. Más que un diagnóstico, esa manera de considerar lo artístico me parece un eslógan, tan superficial y arrogante como suelen serlo.

En la línea de la teoría, de lo ideal sería lo razonable y lo correcto, lo lógico.
Lo que nos tocaría ser si de verdad fuéramos como decimos ser, inteligentes.
Pero después se presenta una burbuja del ladrillo y lo manda todo a hacer puñetas con sus corruptelas.
Con sus comisiones y su revalorización del suelo de forma artificial, sus hipotecas a treinta años, el precio de las materias primas, los carburantes, los salarios.
Las vacaciones.
Los recibos del agua y de la luz, los colegios, los gastos del dentista, y el supermercado.
No nos queda ni para ir al barbero.
Y vamos borrando páginas de nuestra historia ideal soñada por un momento, para escribir este presente verdadero amasado con nuestros genes avarientos de personas civilizadas.
Dando cabezadas en el sillón del salón con la TV puesta haciendo ruido sola, como un microclima idóneo para sestear un rato.
Y se oye que alguien dice, goool, goool, gooool.
De golpe, volviendo a la realidad y al ruido de la calle que entra por la ventana.
Entonces despacio, guardamos el libro en la mesita y empezamos a caminar buscando los zapatos para salir a dar una vuelta por la calle.
A ver si oyendo el ronquido del autobús subiendo la cuesta nos despeja la mente y nos vuelve a poner en nuestro sitio, viendo los precios de la fruta en la tienda de la esquina.
Ahora más despiertos ya sabemos donde estamos de nuevo, y en la hora que nos marca el reloj.

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Sobre el blog

Como dios y el diablo viven en los detalles, en la letra pequeña de los contratos están los matices. Este blog habla de literatura desde esa perspectiva. A pie de página. Sin gritar demasiado.

Sobre el autor

Javier Rodríguez Marcos

estudió filología, trabaja como periodista y es miope. Pero sigue leyendo. Forma parte del área de cultura del diario EL PAÍS y ha publicado media docena de libros, alguno incluso de poesía. De tener una teoría, podría resumirse en este viejo tuit de don Quijote: "Más vale un diente que un diamante".

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