Manuel Vázquez Montalbán nos propone aquí el exótico ejercicio de imaginar “un pellizco en las piernas de Marlene Dietrich”. Ahí va, sobre todo para los más jóvenes, una buena muestra de cómo funcionaba la censura interna en un periódico. Un redactor jefe, de cuyo nombre podría acordarme, sustituyó el pellizco en el culo, que es en realidad donde se dan los pellizcos, y lo que no tengo duda alguna decía el original que mandó Manolo, por el pacato y absurdo pellizco en las piernas.
Del alfiler al elefante
Por MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN
Lástima que ayer la superproducción en Cinerama de la Conferencia de Helsinki desmereciera la noticia de la muerte de Betty Grable, reina de un cine hecho a la medida de pequeñas pantallas, aunque en el fin de su carrera llegó a pisar el Cinemascope. Y sin embargo, con Betty Grable ha muerto algo más que un ex mito de Hollywood. Ha muerto la imagen prefabricada con la que el cine americano atendió la demanda de sexualidad mental de los combatientes en la II Guerra Mundial. Betty Grable tenía un magnífico palmito para calendario y portada de revista en tricotomía o huecograbado, idóneo para el deleite de recortarlo con tijeras y colgarlo en la tienda de campaña o metérselo uno en el casco, estuviera en Iwo Jima o en Las Ardenas. Betty Grable era la estampa misma de la americana sana y musical, alimentado su cuerpo por leche blanca, blanquísima, y mantequilla amarilla, amarillísima, sin trampa ni engaños, recién salidas leche y mantequilla de la mismísima vaca lechera.
Los censos dicen que Betty Grable fue la actriz más taquillera de USA en los años 1945, 1946 y 1947. Pero en realidad la estrella no hacía otra cosa que recoger la siembra de cuatro o cinco años de guerra, durante los que había sido compañera inseparable de los sueños de millares de combatientes. Aunque pueda parecer increíble, el tremendismo de la muerte no pedía un último beso de Joan Crawford o la tolerancia de un pellizco en las piernas de Marlene Dietrich. La guerra simplifica las cosas y la mayor parte de mujeres inquietantes de Hollywood pasaron a un segundo plano, desbordadas por mujeres gorditas y rubias, con la salud espiritual en los ojos y la salud física en los límites de la piel bien contenida. Betty Grable, junto a las Crawford, Lombard, Hepburn, Garbo o Dietrich, parecía una granjera de Kentucky recién llegada en shorts, siempre en shorts, a una reunión de tigresas enjauladas. Betty creó un modelo de belleza rubia insustancial y bailable, que culminaría con la dulzona Jane Powell. Madre-amante portátil que uno se podía llevar al frente sin demasiada ostentosidad, fue sacrificada en la posguerra por sus propios hijos, cuando dejó de apetecerles la tarta-Grable y se pasaron al rosbif ancho y crudo de Jane Russell.
Era el suyo un sexy de pierna corta y el resto justo y proporcionado, pero sin más. Nada tenía que hacer frente a las mujeres camiones que compensaron el racionamiento universal que siguió a la II Guerra Mundial. Tampoco nada podía hacer su rostro de granjera sin complicaciones frente a la caída de pestañas de la Russell, caída que jamás podía llegar al suelo porque topaba con el propio busto, inenarrable, de la star.
Imagen, pues, de una época simple en la que los valores del hombre estaban perfectamente delimitados: la democracia, la leche pura, la madre-amante y volver, volver al regazo de las patrias grandes y pequeñas, perdidas o aplazadas. Imagen sin sitio ya en los años cincuenta, cuando los valores humanos padecían el inicio de la que sería definitiva confusión. Hasta llegar a un hoy en el que la democracia tiene tantos estuches como adulteraciones, la leche pura tanta agua como quieran, la madre-amante puede ser el padre-amante en un abrir y cerrar de ojos y nadie confía en volver jamás a algún lugar del que no quiera huir.
Recuerden un tic característico de la Grable. En shorts. Marcando el paso con unos mocasines blancos. Codeando. Con los ojos mirando hacia el cénit y la pintada boquita piñón. Después de todo eso se vuelve al espectador y le guiña un ojo.
Sonríanle, por favor.
Aunque a veces ese talante tuvieran que irlo a buscar tan lejos. Polinesia… Manila…
04 de julio de 1973. Tele/eXpres
A Manuel Vázquez Montalbán, primera entrada del blog (21 de abril)
Hay 0 Comentarios